Capítulo 19: Toc, toc.

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           Estiro el cuerpo entumecido por la falta de movimiento. Llevo tiempo escondido, oculto tras las sombras. El aislamiento me ha vuelto loco. Intentan privarme de libertad a mí, ponerme límites y obligarme a estar encerrado, por culpa de una investigación de mierda. Quiénes se han creído que son para juzgar mi obra y dictaminar que merezco un castigo, que mi grano de arena para el bien mayor, en realidad, es un error. No tienen ni idea.

Frente a mí hay una explanada de gravilla y mucha bruma. Bruma densa, gris y brillante. Me adentro en ella, sabiendo exactamente hacia donde tengo que ir. Respiro hondo, el aire huele a salitre, sacudo la cabeza a ambos lados.

Sin conseguir ver nada atravieso la espesura sin ningún percance. Parpadeo varias veces para deshacerme de la nubosidad que aún ven mis ojos. Tras la bruma doy con un motel que se me hace muy familiar. Paro en mitad del pasillo. Ya he estado aquí antes y no se me hizo complicado entrar, no debería ser diferente ahora.

Observo el lugar antes de dar el siguiente paso. Todo está tal y como lo recordaba, a excepción del cartel luminoso, el motel ha cambiado de nombre. Me pregunto quién lo regirá ahora, y si será tan descuidado como el anterior. Espero que sí.

Suspiro al colocarme frente a la puerta por la que quiero entrar. Observo desde cerca las líneas que se dibujan en la madera contrachapada roja, parecen suaves arañazos. Qué recuerdos, qué añoranza. Miro el pasillo que conecta las habitaciones, hecho de tablones de madera oscura. Cierro los ojos y recuerdo el momento en el que perturbé la pulcritud de este suelo, de este lugar. Un olor férreo viene a mi nariz al recordar lo que pasó en este mismo pasillo, no hace muchos años.

Desde entonces, no he vuelto a ver un motel de la misma manera...

Toc, toc.

Llamo a la habitación sin número. Nadie abre, nadie responde. Oigo la respiración de una persona tras la puerta.

Toc, toc.

Golpeo incrementando la fuerza. Sé que hay alguien ahí, pero no me quiere abrir. Qué pérdida de tiempo.

Giro el cuello hacia la recepción.

Toc, toc.

Insisto mientras soy observado desde el otro lado del pasillo. Es inútil resistirse, es cuestión de tiempo que me deje entrar, si algo me caracteriza, es mi amplio abanico en persuasión.

—Soy como el humo —hablo para quien está al otro lado de la puerta—. No puedes ignorarme —susurro pegado a la fría madera—, no puedes detenerme. Ábreme.

Lo huelo a través de la puerta.

—No te hagas el interesante, empeorarás las cosas.

Rio bajito y grave, con la lengua pegada a los dientes.

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