Herbívoros y cazadores

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Aunque en apariencia depredadores y herbívoros convivían en armonía en los pueblos, si escarbabas un poco te dabas cuenta de que aquello solo era un espejismo que se mantenía a duras penas. Los cazadores eran depredadores que tenían que comer carne, los animales eran comida para ellos. Ellos tenían que cazar y matar para sobrevivir, pero para los cambiantes herbívoros ver a tus análogos animales ser asesinados para ser devorados no era agradable. Una realidad que causaba mucha tensión. Por eso existían pueblos de solo cazadores y solo herbívoros donde la otra parte tenía vetada la entrada. Sin embargo, este tipo de lugares tenían muchos más problemas que aquellos en los que convivían cambiantes de diferentes tipos, ya que compensaban sus puntos débiles. Los depredadores conseguían carne y mantenían el poblado a salvo de los depredadores animales, las presas solían ser más tranquilas y mejores en tareas que requerían perseverancia y paciencia, además de tener un sexto sentido para el peligro. Desde luego, existían excepciones en ambos grupos, pero aquellas particularidades y las ventajas de colaborar fueron las que los hicieron encontrar una manera de convivir, desarrollando unas reglas muy complejas que no gustaban a nadie.

Una de las que más problemas causaba era la regla sobre perseguir. En teoría, la respuesta más fácil sería prohibir a los depredadores hacerlo, pero aquello sería como prohibirles andar o hablar. Eran depredadores, tenían que cazar, era parte fundamental de su identidad y su supervivencia futura dependía de que pudiesen hacerlo. Ningún depredador viviría en un lugar donde estuviese prohibido. En un principio aquello podía parecer irresponsable, y era causa de tensión, ya que muchos jóvenes consideraban injusto que los depredadores pudiesen perseguirlos, pero se hacía por una razón: aquello beneficiaba a ambas parte. El instinto de huida de los herbívoros era tan inútil como peligroso, todos los años alguien moría por huir de manera irracional presa del pánico y perderse en el bosque y la única manera de lograr resistirte a él era comenzando desde niños, en los juegos, cuando huir no tenía más consecuencias que una regañina de los adultos. Por eso la norma era regañar a ambos niños, hacer que se disculpasen entre sí y, luego, una larga charla de los padres al niño sobre por qué no debería huir o no debería perseguir a sus amigos. Aquello se repetía a lo largo de los años, hasta que, al final de la adolescencia los depredadores habían aprendido a perseguir solo a los animales salvajes cuando cazaban y los herbívoros podían mantener el impulso de huída bajo control, lo cual garantizaba su seguridad.

Pero aquel precario equilibrio fue roto por el humano y sus irresponsables palabras. La madre de Alco aún era joven, siendo aquel niño el mayor, y se negó al día siguiente a ir a disculparse con su hijo, lo cual molestó a la madre de Liska, comenzando a extenderse la tensión entre las otras madres, sobre todo cuando Liska no quiso ir con los demás niños a jugar por lo ocurrido. ¿Acaso los herbívoros no se daban cuenta de lo peligroso que era aquello? ¿De que aquellos años eran fundamentales para los depredadores y que si no aprendían a perseguir, a cazar, no serían capaces de mantenerse a sí mismos? ¿A sus hijos? ¿Y quién lo haría en su lugar? ¿Acaso Alco y su familia cazarían para Liska y sus hijos en caso de que esta no pudiese hacerlo? Aquello estaba creando una brecha entre depredadores y herbívoros cada vez más grande y ni siquiera Baem parecía ser capaz de detenerlo.

Arrancó la piel de la liebre de un tirón antes de meter el cuerpo en el agua para lavarlo perdido en sus pensamientos y, una vez listo, lo sacó poniéndolo sobre una de las piedras preparadas para ello metiendo una de sus garras en el animal para abrirlo en canal cuando escuchó un grito de horror y, al mirar, vio a varias conejas jóvenes con sus hermanos y hermanas más pequeños.

—¿Qué ocurre? —les preguntó al ver que lo miraban horrorizados.

—Toda esa sangre —murmuró una de ellas.

—Lo estoy limpiando, es normal que haya sangre —le explicó más a la defensiva de lo que pretendía.

—Te dije que eran monstruos —le dijo uno de los niños a su hermana.

—¿Qué quieres decir con eso de monstruos? —exigió molesto y el niño se marchó corriendo siendo imitado por los demás—. Dichosos niños —masculló sacando las entrañas para limpiarlo bien antes de cogerlo y regresar al pueblo disgustado para dirigirse a la casa de aquel niño a exigiel una explicación a los padres cuando se encontró a Baem allí rodeado de buena parte de los conejos.

—Dau, ven aquí —lo llamó Baem.

—¿Qué? —demandó acercándose.

—Estos niños han venido a quejarse de que los has perseguido —le explicó.

—Si los hubiese perseguido, ni la mitad habría conseguido llegar al pueblo —negó enseñando los colmillos.

—¿Qué pasó? —preguntó Baem

—Eso quiero saber yo —intervino Nejil acercándose apoyada en su bastón y ayudada por uno de sus nietos—, ¿qué ha pasado? —exigió con voz firme mientras un conejo entraba en su casa y salía con una silla, en la que la anciana se sentó.

—Varias familias de conejos han venido a quejarse de que Dau ha perseguido a sus hijos —le explicó Baem. Incluso el jefe del pueblo aceptaba la autoridad de la anciana.

—¿Dau? —Se volvió hacia él.

—No tengo diez años para perseguir conejos —murmuró disgustado.

—Alguien que me diga qué pasó —pidió volviéndose hacia los niños.

—Nosotros estábamos jugando y, de repente, él se acercó a nosotros y empezó a perseguirnos —dijo una de las chicas nerviosa.

—¿Dónde estabais?

—Cerca del río —contestó otra chica.

—¿Y él se acercó?

—En realidad fuimos nosotros los que nos acercamos —aceptó la chica—. Pero él nos persiguió.

—¿Y por qué os persiguió?

—Porque es un cazador, estaba clavando sus garras en una liebre muerta —contestó la primera chica haciendo una mueca de disgusto mientras los demás la imitaban.

—¿Estabais en la zona baja del rio? 

—No...—comenzó uno de los niños más mayores.

—Sí. Fuimos allí en secreto y ella lo llamó monstruo —intervino uno de los niños más pequeños señalando a la chica que lo dijo, triunfante.

—A ver si lo he entendido —comenzó Nejil—. Salisteis sin permiso de la zona en la que se os permite estar, bajasteis el río hasta la zona donde se limpian las piezas de caza que todos comemos y, cuando encontráis a alguien trabajando, lo insultáis y luego, asustados, huisteis delante de un depredador a pesar de todas las veces que se os ha dicho que no lo hicieseis.

—Pero él nos persiguió —se reafirmó una de las niñas mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

—¿De verdad? ¿Tú sabes lo que os hubiese pasado si, en lugar de comportarse como una persona, hubiese hecho como vosotros y no hubiese controlado sus instintos?

—Pero... —comenzaron varios miembros del grupo.

—Nada de peros —los detuvo—. Sois personas, no conejos salvajes y debéis controlaros. Primero Karima y Lin y ahora esto. Lamento que mi clan esté dando tantos problemas al pueblo, me haré cargo —le aseguró a Baem.

—Entonces lo dejo en tus manos —aceptó Baem.

—Gracias. En tal caso, aquí está mi decisión. Durante todo un mes el clan de los conejos no recibirá carne de los depredadores ni de nadie. Tendrán que conseguirla por sí mismos. Así, tal vez aprendan a valorar el regalo que es recibir la carne.

—Que se haga público que nadie del pueblo les dará carne a los conejos hasta que Nejil ordene lo contrario —anunció Baem haciendo que el lugar se llenase de comentarios, sobre todo de los conejos, y es que él aún era un recién llegado la última vez que un conejo llevó carne al pueblo.

—Pero eso es injusto —protestó la madre de la chica que lo había llamado monstruo.

—¿Injusto? —preguntó Nejil y la mujer asintió con fuerza.

—El castigo es excesivo. No podemos cazar, nosotros no somos como ellos.

—¿Qué quieres decir con eso? —exigió un mapache molesto.

—Todo el mundo sabe que a vosotros os gusta matar, que disfrutáis haciéndolo —contestó la mujer haciendo que cayese un pesado silencio.

—Sí —asintió él—. Nos encanta matar, ver esa mirada de miedo antes de clavar los dientes en el cuello de nuestra presa y sentir sus últimos estertores mientras todo se llena del olor de la sangre —prosiguió sonriendo—. Nos gusta tanto que ¿sabes qué? Seré generoso y no volveré a dar nada de carne a los conejos en lo que me queda de vida para que podáis disfrutar todos los días de una experiencia tan agradable —añadió dándose la vuelta para marcharse.

—Si no colaboras, nadie te dará verduras —lo amenazó alguien.

—Eso no será problema. —Se encogió de hombros sin detenerse.






—Al parecer, hoy han pasado muchas cosas.

—Eso es porque tú pasas demasiado tiempo fuera.

—No es fácil encontrar presas ahora —replicó Nalbrek enseñándole las perdices que traía—. Además, varios marcadores me han detenido para decirme que te controle.

—¿Y tú qué les has dicho?

—Que yo no tengo por qué controlar a nadie y que, si quieren algo de ti, vengan a hablar contigo ya que tienes oídos y boca funcionales.

—Y piernas para echarlos a patadas. No entiendo por qué algunos piensan que los marcados somos menos que los marcadores —murmuró disgustado.

—Porque la mayoría de los marcados se vuelven más tranquilos en comparación a cómo eran antes de que los marcasen.

—Maduramos —asintió.

—¿Qué pasó?

—¿Acaso no te lo han dicho? —contestó él a su vez.

—Prefiero tu versión.

—Los herbívoros parecen creer que nosotros somos unos asesinos sedientos de sangre y que ellos son mejores que nosotros porque, desde hace años, no han tenido que cazar. Así que pensé que, ya que para ellos soy un ser tan horrible, no querrían nada procedente de alguien tan despreciable y decidí no volver a darles carne. Y no soy el único.

—Estás muy molesto.

—Desde luego. Me llamaron monstruo por estar limpiando carne, la misma carne que, luego, ellos comen. ¿Acaso se creen que la carne está así, colgando de los árboles? Además, eso de que nos gusta matar animales... no es divertido tener que hacerlo, pero no nos queda más remedio. Si no lo hacemos, moriríamos. Pero ellos parecen pensar que son mejores por no tener ese instinto.

—La mayoría de los herbívoros se consideran mejores que nosotros porque no tienen las manos manchadas de sangre.

—Pues ahora, si quieren vivir, tendrán que manchárselas —zanjó.





Un día idílico en un bucólico pueblo de amigables cambiantes 😊 Y es que todo, siempre, tiene una parte más oscura 😌 Por cierto, ¿he dicho ya que me gusta Nejil? 💖

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