Reencuentro

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Se detuvo olfateando el aire. Aquel olor... no había equivocación posible, pensó echando a correr de regreso al pueblo cuando antes de llegar, se detuvo en el árbol cogiendo su ropa para ponérsela. De niño podía correr sin preocuparse por esas cosas, pero ahora que tenía dieciocho años, las cosas eran diferentes.

Entró con rapidez al pueblo sorteando a los niños cuando lo vio.

—Hilmar —gritó saltando sobre su espalda.

—El pequeño zorro Dawi

—No soy pequeño —le advirtió cogiéndolo del cuello—. Para ser un zorro, tengo un tamaño grande.

—Para un lobo, no —replicó Hilmar haciendo que él apretase más fuerte—. Muy bien, me rindo —le dijo golpeando el brazo por lo que lo soltó.

—¿Cuándo has venido?

—Acabo de llegar —contestó este.

—¿Y cuándo te vas?

—Por ahora no tengo planes de marcharme —respondió haciendo que él sonriese—. ¿Y tú?

—¿Yo? Llegue aquí hace ya dos meses y por ahora tampoco tengo planes de volver a viajar.

—No tuviste suerte con las hembras adivinó Hilmar.

—Tú tampoco —replicó él—. Y ahora vamos a ver a Baem, debes saludarlo.

—¿Y cómo sabes que no lo he visto aún?

—Porque no tienes ninguna marca visible.




—Deberías haberme advertido —se quejó Hilmar molesto aquella noche. Estabas reunidos en la cabaña común alrededor de uno de los fuegos para charlar.

—¿Acaso no lo hice? —le preguntó él fingiendo que hacía memoria.

—No —replicó Hilmar.

—Un pequeño error —le aseguró.

—Que cometiste a propósito —añadió Hilmar y él sonrió.

—Como sea —lo interrumpió mientras echaba más eola al fuego.

—¿No es demasiado? —inquirió Hilmar al verlo.

—Es para que se te suelte la lengua, lobo —le explicó. El humo de aquella hierba, al quemarla, tenía en ellos un efecto similar al alcohol sobre los humanos, pero sin sus efectos secundarios ya que sería demasiado peligroso que sus animales quedasen sin control por beber de más—. ¿Y hasta dónde has ido esta vez?

—Esta vez fui hasta el río Miris.

—¿Fuiste hasta el Miris? —le preguntó mientras la sonrisa se borraba de su cara.

—No podía acercarme a Narg y escuché que allí vivía un grupo de lobos —asintió.

—Pero ese lugar está cerca de la frontera con los humanos.

—Lo sé. Y no me acerqué —le aseguró—. Pero a pesar de viajar tanto, no encontré a nadie y acabé volviendo antes de la época de celo.

—Es difícil encontrar a alguien compatible.

—Más de lo que parece. ¿Y tú?

—Lo mismo —admitió él—. Varias veces pensé que había encontrado a la persona adecuada, pero después de un par de meses de convivencia, nos dábamos cuenta de que no funcionaría.

Ellos se unían a la pareja con la que mantenían relaciones durante el celo, algo que los humanos habían idealizado, pero, en realidad, no era algo tan divertido ya que podía significar pasar el resto de tu vida unido a una persona a la que odiases o que convirtiese tu vida en un infierno, por eso era costumbre cuando no os criasteis juntos pasar varios meses conviviendo con esa persona para asegurarse de que era la adecuada antes de unirse y aunque él lo intentó en varias ocasiones, no lo logró y acabó regresando a su pueblo natal.

—Así que volviste —Él asintió—. ¿Y qué piensas hacer?

—No lo sé —admitió.

—Pues como no te des prisa en decidir, te vas a quedar sin pareja. No, un momento, tú ya tienes la tuya desde hace mucho —se corrigió como si acabase de recordarlo.

—Eso es una estupidez, así que deja de decirlo —le advirtió.

—Pero sigue diciéndolo —adivinó.

—Sí —asintió lúgubre.

—¿Y dónde está?

—Volvió a su casa hace un par de días, así que no tardará en bajar.

—Para el festival.

—Sí —asintió más lúgubre aún.

—Es que no ha fallado ni una sola vez.

—No me lo recuerdes —le pidió suspirando cansado—. Lo que deberían ser hermosos recuerdos, por su culpa... —se lamentó.

—Quizás este año tengas suerte y no acierte.

—Hace mucho que perdí la esperanza —negó—. Hasta estoy empezando a pensar en irme.

—Ni se te ocurra. Sois la principal atracción del festival, no puedes privarnos de ese acontecimiento —le advirtió serio.

—Te recuerdo que eres mi amigo —señaló entre dientes.

—Y lo soy, pero una cosa no tiene nada que ver con la otra. Tienes que quedarte aquí o no te perdonarán.

—Lo sé —asintió lúgubre y es que Hilmar tenía razón. No lo perdonarían si se marchaba—. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer? ¿Volverás a salir?

—Ya he recorrido todas las zonas con lobos a las que puedo ir y no he encontrado a nadie —negó—. Así que imagino que elegiré a alguien de aquí —murmuró pensativo y, por alguna razón, su pulso se aceleró.

—¿A alguien de otra especie? —le preguntó tan causal como le fue posible—. ¿Y tienes a alguien en mente? —prosiguió cuando Hilmar asintió.

—Estoy pensando en ello. ¿Se te ocurre alguien? Alguien con quién me lleve bien, quiero decir.

—¿Y te importaría si ese alguien fuese un chi...? —comenzó cuando se escuchó el chillido de un águila.

—¿Un águila tan cerca del pueblo? —preguntó Hilmar saliendo junto con los demás para ver a una que cruzaba el pueblo rumbo al río—. No es normal que alguien el pueblo de las águilas baje hasta aquí.

—Parece un ejemplar joven, tal vez de nuestra edad —murmuró él olfateando mientras veía como se alejaba a toda velocidad.

—¿Estará cortejando a alguien? —Y él se encogió de hombros entrando.

—Es posible. Ya sabes que es frecuente que la gente salga con personas de otras especies a pesar de las prohibiciones, y el pueblo de las águilas, por más aislados que estén, no son una excepción. No es tan extraño ver pasar a alguno en esta época camino a los pueblos cercanos para encontrarse con alguien, aunque la relación no dure mucho.

—Su carácter.

—No son lo que llamaríamos alegres —asintió mientras suspiraba. Había estado a punto de preguntarle a Hilmar si le importaría establecer su vínculo con un chico, pero por culpa de aquella águila ruidosa, perdió su oportunidad.

—Me pregunto cómo debe ser tener de pareja a un águila —murmuró Hilmar pensativo mientras lo seguía.

—Pues sube a la montaña, hay un pueblo lleno de ellas donde podrás escoger.

—Mejor no. Los lobos y las águilas no nos llevamos bien. Ambos pueblos rompieron sus relaciones antes de nacer yo y desde entonces no ha habido contacto entre ellos. Y esa es una de las razones por las que puedo vivir aquí, porque los lobos no se acercan al territorio de las águilas para evitar problemas.

—A pesar de lo cual ese idiota vive en la falda de esas montañas —rezongó él.

—Debe haber una razón. ¿Más tranquilidad? —propuso—. Porque la mayoría evita a las águilas -murmuró Hilmar pensativo.

—Una razón más para conseguirte una pareja águila y así poder vivir tranquilo y cómodo el resto de tu vida en un nido colgado de una pared vertical a varios centenares de metros del suelo en caída libre.

—Prefiero el suelo, gracias —rechazó haciendo que él se riese mientras echaba más hierba al fuego.





Olfateó el aire con atención y, al no encontrar ningún olor, se transformó en humano tumbándose entre la hierba para mirar las estrellas con los brazos cruzados detrás de la cabeza.

Desde que conoció a Hilmar sintió una afinidad con este convirtiéndose en mejores amigos y una parte de él empezó a pensar en Hilmar como futuro compañero cuando llegase el celo. Pero cuando este acercó, cuando comenzó, en lugar de hacerse sus sentimientos más fuertes y pedirle que fuese su compañero, ocurrió justo lo contrario. Cuanto más crecía, más inseguro se sentía, siendo incapaz de hablar con Hilmar, tal vez porque su parte humana estaba preocupada por si este nunca lo había considerado de aquella manera, por si lo rechazaba y perdía no solo a su posible pareja, sino a su amigo de tantos años. Y el hecho de que aquella preocupación fuese capaz de detener a su parte animal hizo que se sintiese aún más inseguro sobre sus sentimientos, ya que ellos elegían a su pareja a un nivel primitivo y un simple temor no debería ser capaz imponerse por lo que, al final, hizo caso a su instinto comenzando a viajar con la esperanza de encontrar a alguien, de aclarar lo que sentía al alejarse, pero no lo había logrado.

Cuando estaba fuera siempre recordaba a Hilmar, los momentos juntos; que, si se unían, ninguna pareja surgida de cualquier madriguera podría romper en su relación, sintiendo como su decisión de ser pareja se volvía más firme hasta que lo tenía delante y, de nuevo, era incapaz de decir nada, de hacer nada, volviendo a marcharse para aclarar sus ideas y comenzando el ciclo otra vez. Por eso aquel día intentó preguntarle lo que opinaba de tener una pareja del mismo sexo, con alguien cercano, con la esperanza de que el miedo de su parte humana disminuyese o se confirmase, pero aquella águila estúpida estropeó su oportunidad.

Ojalá Hilmar fuese Nalbrek y le hubiese dicho que quería marcarlo, si lo hubiese hecho... Si lo hubiese hecho nada habría cambiado y es que, aunque su parte humana se hubiese sentido más segura, a su parte animal seguía sin gustarle la idea de ser marcado por alguien tan posesivo como un lobo alfa. Él era un zorro y Hilmar era muy dominante. Su parte animal rechazaba establecer un lazo con alguien así.

¿Pero entonces quién? En todos sus viajes no logró conocer a nadie que llamase la atención ni de su parte humana ni de la animal, por no hablar de la gente del pueblo, mucho menos el loco de Nalbrek. El único por el que sentía afinidad era Hilmar, pero algo lo detenía antes de dar ese último paso.

Se regañó. El tiempo se acababa y quería ser él quien eligiese a su pareja y no tener que recurrir a sus instintos para hacerlo. Debía pensar en lo que sentía, aclarar si Hilmar era el elegido y actuar en consecuencia. Ya era demasiado tiempo atrapado por aquellos sentimientos.

¿Por qué todos podían elegir pareja menos él? Su lado competitivo no podía perdonárselo, sobre todo cuando Nalbrek le dijo que quería que fuese su pareja cinco segundos después de verlo. Si aquel estúpido lobo pudo entender sus sentimientos tan rápido, él también debería poder hacerlo después de años de pensar.

Y por eso estaba allí, intentando entender sus propios sentimientos sin lograrlo.





Su pueblo estaba situado en medio del bosque, justo en las faldas de Karast, la montaña más alta de la zona, hogar del pueblo de las águilas, que se decía que vivían allí para proteger el alma de aquella tierra, que residía en lo profundo de la montaña. Y aunque aquellas creencias se fueron perdiendo y ya pocos creían que en la montaña habitase ningún espíritu, continuaban celebrando el festival anual en su honor para pedirle que cuidase del bosque, y por lo tanto de ellos, evitando que los humanos entrasen en sus tierras. Un festival divertido para todos, menos para él por culpa de cierto lobo entrometido y con una suerte inagotable. Aquel año elegiría una pareja y quedaría libre de aquel juego, decidió.

Avanzó sombrío por el pueblo a pesar de los adornos y del alegre ambiente que lo inundaba todo mientras se dirigía al centro del pueblo, donde una multitud esperaba impaciente su llegada alrededor de una gran olla de color oscuro.

Debería haberse ido del pueblo, pero marcharse así le pareció demasiado cobarde e infantil. Aquella era la razón. No tenía nada que ver con que varias personas hubiesen estado vigilándolo desde días atrás mientras las apuestas comenzaban. Nada en absoluto. Además, tal vez aquel año...

—Imposible —murmuró lúgubre.

—¿Qué es imposible? —le preguntó Hilmar, que avanzaba a su lado de buen humor.

—Que no acierte este año —contestó.

—Es que no ha fallado ni una sola vez desde que llegó —asintió Hilmar sonriente.

—No me lo recuerdes. Y no te rías. Todos mis hermosos recuerdos —se lamentó.

—¿Acaso no los tienes?

—No, no los tengo. Y todo por culpa de ese lobo idiota. Si al menos supiese cómo lo hace...

—Ya sabes lo que siempre dice.

—Que estamos unidos. Y lo peor es que no solo se reúne cada vez más gente para verlo, sino que hasta se ha convertido en una tradición que Nalbrek sea el primero.

—Hay mucho en juego.

—Tal vez debería irme a pesar de todo —murmuró deteniéndose.

—Déjate de tonterías y vamos. Quizás este sea el primer año que falle —lo animó Hilmar cogiéndolo del brazo para evitar que se marchase.

—¿Tú crees? —le preguntó dejándose arrastrar reticente.

—Si no vamos, no lo sabremos —asintió animado.

—Tú solo quieres saber si este año también lo consigue o no.

—Aposté cuatro cuentas negras a que sí podía y aunque las apuestas están a favor de que lo conseguirá, podré ganar una blanca.

—Traidor —lo acusó molesto.

—Mira, ya está ahí —lo ignoró señalando a Nalbrek, que, a pesar de estar hablando con varios chicos de espaldas a ellos, se volvió a mirarlos antes de saludarlos sonriente con la mano. Dichosos lobos y su olfato.

Se dirigieron a donde estaban las cuerdas bajo la atenta mirada de todos los presentes, cogiendo una para atarla a su símbolo de madera, el cual metió junto con el de Hilmar en la olla de metal por la ranura y es que aquella olla estaba cerrada con una tapadera especial que tenía una ranura circular cerca del borde, de donde salían incontables cuerdas que colgaban. Situó su cuerpo entre la olla y Nalbrek en un intento de asegurarse de que este no podía ver nada antes de alejarse. Como si aquello hubiese servido de algo durante los últimos doce años. Pero aquella vez, aquella vez...

Esperaron un poco más hasta que llegaron los últimos rezagados y, cuando ya no quedaban tablas, Baem hizo la señal y tanto niños pequeños como hombres y mujeres de todas las edades se acercaron comenzando a mezclar las cuerdas, a arrastrarlas para cambiarlas de lugar, a girar el caldero en todas las direcciones, hasta que cuando Baem dio de nuevo la señal para acabar, era imposible tanto saber dónde estaba cada cuerda como diferenciar cualquier olor después de ser tocadas por tanta gente.

—Nalbrek —le pidió Baem cuando todos se alejaron, rodeando la olla, expectantes, para ver lo que se había convertido en el acontecimiento más esperado de las fiestas y este se acercó al caldero bajo la atenta mirada de todos. Y cuando decía de todos, quería decir justo eso.

Cuando él era un niño pequeño, aquello algo que solo involucraba a los más jóvenes, como mucho a algún progenitor o familiar curioso, pero desde que Nalbrek comenzó a participar, cada vez eran más los habitantes del pueblo que acudían, incluso acudía gente de otros pueblos solo para verlo. Como si fuese un espectáculo y aunque era capaz de entender qué era lo que encontraban tan divertido, dado que él era el principal perjudicado, no le hacía ninguna gracia.

Observó, junto con los demás, como, en medio del silencio, Nalbrek se detenía delante de la olla estirando la mano para coger una de las cuerdas sin dudar mientras todos contenían la respiración y cuando Nalbrek levantó el brazo para enseñar la placa de madera, vio una espiral verde suspirando mientras la gente aplaudía. Aquel maldito lo había logrado por decimotercera vez consecutiva.





¿Qué os ha parecido el espectáculo anual del pueblo de Dawi? Nalbrek no ha fallado ni una sola vez en trece años 😆

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