Un nuevo amigo

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Se acercó curioso al ver que todos se reunían alrededor de algo.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó intentando ver entre la multitud.

—Han traído un lobo. Al parecer los humanos lo habían capturado —le explicó un adulto mientras él intentaba asomarse hasta que se rindió frustrado. Ya lo intentaría después.





Se detuvo prestando atención y cuando el viento cambió, se acercó sigiloso hasta que, al volver a soplar desde atrás, se detuvo. Hacía ya más de dos meses que aquel lobo llegó al pueblo y, aquel día, él lo lograría.

—Tú, maldito inútil, sé que estás ahí —le advirtió Hilmar.

—No soy un inútil —negó él tomando su forma humana y acercándose—. ¿Cómo lo has sabido?

—Porque eres un inútil.

—No soy un inútil —repitió.

—Llevas un mes intentándolo y aún no has conseguido acercarte a mí, Dawi el inútil.

—No soy Dawi, soy Dau y he conseguido que te aprendas mi nombre, así que tan inútil no soy, Hilmar malas pulgas.

—No tengo malas pulgas.

—Luego reconoces que tienes pulgas-asintió y Hilmar lo miró antes de suspirar.

—Vete —le advirtió.

—No, de ninguna manera. Quiero verlo.

—Dau...

—¿Qué? Quiero verlo —repitió cruzándose de brazos cuando Hilmar se levantó antes de que pudiese reaccionar, cogiéndolo del cuello y levantándolo del suelo.

—¿Verlo? ¿Por qué todos queréis verlo? ¿Acaso es tan divertido ver las marcas de la cadena en mi cuello? ¿Saber que los humanos me encadenaron?

—¿Y quién quiere ver algo así? —replicó molesto haciendo que lo soltase—. Yo lo que quiero ver es tu forma de lobo.

—Mi forma de lobo —murmuró Hilmar sorprendido

—Sí, ya sabes. Eres un lobo y debes tener forma de lobo, es lo normal. Y yo quiero verla. Todos dicen que Nalbrek es más grande que tú, pero yo he apostado por ti y hasta que no te transformes en lobo, no podré recibir mis dos conejos -le explicó y al oírlo, Hilmar volvió a sentarse en la hierba—. ¿Lo vas a hacer o no? —lo azuzó.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque no puedo —contestó después de un momento.

—No puedes —murmuró sentándose a su lado.

Sabía que Hilmar fue capturado por los humanos y sabía que una familia rica lo tuvo varios años como exótica mascota y es que a los humanos parecían gustarles los de su especie y por eso se los llevaban, sobre todo a las crías. Y aunque la convivencia entre ellos y los humanos siempre fue tensa, echándolos poco a poco de sus tierras y limitándoles el paso, aquellos raptos fueron la gota que colmaron el vaso y las relaciones entre ambas especies se rompieron por completo después de aquello, matando a cualquier humano que entrase en sus tierras sin importar la razón.

Aun así, siempre existían grupos de cazadores furtivos, ya que los cambiantes como ellos se vendían muy bien, desapareciendo todos los años alguien. Y Hilmar fue uno de esos niños, siendo vendido con apenas siete años y no regresando hasta hacía un par de meses, casi con once.

En condiciones normales, Hilmar debería haber regresado con su familia después de escapar, pero allí estaba, en un pueblo perdido cerca de las dos hermanas por una razón: su manada renegó de él, por lo que no tenía ningún lugar al que regresar. Hilmar era de una familia importante, un alfa, y que alguien destinado a ser un líder hubiese pasado tiempo esclavizado por humanos, era algo que, al parecer, la manada no podía perdonarle. Por eso acabó allí. Sin embargo, aquel no era el rumor más oscuro que corría sobre él, y es que se decía que fue uno de los miembros de su propia manada quien lo vendió a los humanos para favorecer a otro alfa. Se preguntaba qué debía sentir Hilmar al saberlo. Si fuese él, no podría evitar ir hasta su manada y destripar a quien lo traicionó.

Sin embargo, nada de eso justificaba el que no pudiese cambiar a su forma animal.

—¿Y por qué no puedes? ¿Los humanos te hicieron algo? —Hilmar negó—. ¿Entonces? —insistió.

—¿Y por qué debería contestarte? —le preguntó Hilmar a la defensiva.

—¿Y por qué no deberías hacerlo?

—Porque no quiero.

—Por eso te llamamos Hilmar malas pulgas —le advirtió.

—Y por eso yo te llamo Dawi el torpe

—Pensaba que era inútil —lo corrigió y Hilmar lo miró cuando suspiró dejándose caer en la hierba cruzando los brazos debajo de la cabeza mirando el cielo comenzando a pasar el tiempo así que él empezó a trenzar briznas de hierba distraído.

—Creo que tan solo lo olvidé —comenzó de repente.

—Mmmm —asintió él sin dejar de trenzar.

—Cuando estaba con los humanos, estos querían que cambiase a mi forma de lobo, era parte de mi valor, divertirlos cambiando cuando me lo ordenaban. Pero yo me negué.

—Mmmm

—Lo intentaron de muchas maneras, pero nunca lo hice.

—Mmmm

—Y por eso ahora...

—Mmmm.

—Tú no me estás escuchando, ¿verdad? —exigió molesto cogiéndolo del cuello.

—Desde luego que sí —replicó intentando soltarse—. Los humanos querían ver tu forma de lobo y tú no se la enseñaste. Pero no entiendo qué tiene que ver una cosa con otra —prosiguió golpeándole el brazo hasta que, por fin, Hilmar lo soltó tumbándose de nuevo.

—Olvidé cómo se cambia.

—Creo que, a partir de ahora, te voy a llamar Hilmar, el estúpido —le advirtió.

—Repítelo.

—Hilmar el estúpido. Después de todo, ¿olvidar cómo se cambia? Es absurdo. Sería como olvidar la manera en que se respira o que un pez olvide cómo se nada Es imposible. Solo debes quitarte la ropa, y hacerlo.

—Pues yo no puedo.

—Hilmar el estúpido —repitió.

—Deja de llamarme así.

—No. Además, dices que no puedes, pero ¿lo has intentado? Porque siempre vas con ropa, como un adulto. Los últimos años de libertad que tenemos, y tú desperdiciándolos vestido todo el día. Si eso no es estupidez...

Ellos, a diferencia de los humanos, tenían celo, eso significaba que, salvo entre adultos, no se copulaba, no como los humanos, que no parecían tener problemas con la edad de su pareja. Por eso mientras que ellos no se tenían que vestir hasta que no tenían el primer celo, pudiendo ir desnudos hasta entonces cambiando a voluntad, los humanos tenían que ir vestidos casi desde que eran bebes. Con lo que sí parecían tener problemas, era con el hecho de que dos animales del mismo sexo copulasen. No lo entendía.

—Ya te he dicho que... —comenzó Hilmar molesto.

—Muy bien, hagámoslo —decidió interrumpiéndolo mientras se levantaba decidido.

—¿Hacer? ¿Hacer qué?

—¿Acaso no es evidente? Convertirte en lobo, me estoy jugando dos sabrosos conejos y no estoy dispuesto a dejarlos escapar sin más, así que vamos, quítate la ropa —lo azuzó.

—Que me quite la ropa.

—Vamos, ya estoy cansado de tus estupideces —le advirtió tirando de la camisa para quitársela.

—Estate quieto.

—No, tú quítate la ropa.

—¿Y por qué tengo que hacerlo?

—Porque es imposible quitársela en tu forma animal y son demasiado costosas para romperlas cada vez que cambias, así que quítatela —repitió tirando mientras Hilmar intentaba evitarlo.

—Está bien —lo detuvo de repente—. Lo haré, me la quitaré, pero estate quieto —le advirtió por lo que se alejó viendo cómo se quitaba la ropa—. Muy bien. Ya está —le dijo cuando acabó.

—¿Por qué pareces incómodo? —inquirió suspicaz.

—Por nada —negó Hilmar apartando la mirada.

—¿Es porque estás desnudo? Porque te advierto que tenemos los dos lo mismo.

—He dicho que por nada —repitió Hilmar apretando los dientes.

—Has pasado demasiado tiempo entre humanos. Pero no te preocupes, ya te acostumbrarás, después de todo eres un lobo —añadió antes de que Hilmar pudiese replicar nada—. Vamos.

—Pero mi ropa...

—No te preocupes, nadie se la llevará. Y aunque lo hagan, será fácil saber quién por el olor. Solo tendremos que seguirlos y explicarles por qué no se debe robar la ropa de un lobo. Y ahora vamos —repitió dirigiéndose a una roca que sobresalía en la ladera de la montaña, deteniéndose en el filo.

—¿Y ahora que...? —comenzó a preguntar Hilmar poniéndose a su lado cuando él lo empujó haciendo que este gritase hasta que el grito cesó con brusquedad cuando se golpeó contra el suelo.

—Con tu forma humana, solo te harás daño. Debes cambiar —le advirtió asomándose y Hilmar se volvió dedicándole una mirada asesina.





Se acercó al hermoso animal. Hilmar tenía el pelo negro, tanto como el lobo en el que se había convertido, destacando aquellos ojos grises y profundos.

—Tus colmillos son geniales —lo alabó tocándolos con los dedos.

—No metas tus manos en la boca de los demás —le advirtió Hilmar dentro de su cabeza haciendo que él lo mirase sorprendido.

—Sabía que éramos amigos —exclamó alegre abrazándolo.

—No somos amigos.

—Desde luego que sí, te estoy escuchando —señaló feliz y es que ellos podían escuchar la voz interior de las personas con las que estaban conectadas, familia, amigos, pareja, cuando estaban en su forma animal. Y escuchaba a Hilmar con total claridad—. Y ahora ven, te enseñaré dónde están los mejores conejos —le dijo echando a correr mientras tomaba su forma de zorro perdiéndose en el bosque y Hilmar lo siguió.





Varias horas después regresaban al lugar donde dejaron la ropa y si bien cuando se fueron, él lideraba la marcha, para cuando se dio cuenta, era Hilmar el que iba corriendo delante. Aquel lobo era rápido, muy rápido y ágil a pesar de que acababa de volver a su forma animal después de muchos años, lo cual significaba que aún se volvería más rápido. Malditos lobos alfas...

Vio como Hilmar regresaba a su forma humana cogiendo su ropa y él se sentó sobre sus patas traseras.

—¿Qué miras? —le preguntó Hilmar a la defensiva.

—A un lobo que le gusta la ropa —contestó.

—A mí no me gusta la ropa —negó este a la defensiva.

—Por eso te la pones a la menor oportunidad.

—¿Y la tuya dónde está?

—En mi casa, por supuesto. ¿Quién iba a ser tan idiota de salir vestido sin necesidad? Ah, sí. Tú— asintió. Y cuando Hilmar fue a atacarlo, él lo esquivó—. Con tu forma humana, eres demasiado lento —se burló y cuando vio que Hilmar cambiaba a su forma de lobo, él se transformó en humano.

—Cobarde —lo acusó Hilmar.

—Estúpido —repicó él—. ¿Acaso has olvidado las reglas? No podemos pelear entre nosotros con las formas animales después de cumplir diez años, es demasiado peligroso que nuestra parte animal nos domine —le recordó.

—Para ser tan escandaloso, respetas las normas —replicó Hilmar algo burlón regresando a su forma humana.

—Bueno, es que tú no lo viste porque ocurrió un par de meses antes de que llegarás, pero en el pueblo de al lado un perro y una ardilla eran amigos, y aunque les advirtieron que era peligroso, ellos siguieron jugando con sus formas animales a pesar de tener ya más de diez años.

—¿Y qué paso? —le preguntó Hilmar con interés mal disimulado.

—Una ardilla siendo perseguida por un perro —contestó—. Por suerte, solo fue parte de la cola. Antes de eso, dos castores que se pelearon acabaron con heridas bastante profundas por culpa de los dientes, así que no te pelees con Nalbrek —le advirtió.

—Nalbrek. A pesar de todo lo que habláis de él, apenas si lo he visto un par de veces, ¿de verdad es parte del pueblo?

—Es solo que vive en las montañas, así que va y viene dependiendo de su humor. Es un lobo solitario —le explicó—. Aun así, no debes pelearte ni con él ni con nadie. Los depredadores como nosotros tenemos que tener mucho cuidado con lo que hacemos, sobre todo a la hora de pelear o de perseguir —le recordó.

Y es que si bien, cuando eran niños, todo era un juego, una vez que llegaban a esa edad, los instintos empezaban a ser más fuertes y, lo quisiesen aceptar o no, como depredadores, su instinto era cazar. Por eso debían ser muy prudentes con las conductas que podían despertar ese instinto. Al menos hasta que fuesen lo bastante adultos para controlarse.

—En la reunión dijeron algo de eso —asintió Hilmar.

—Es muy importante que los depredadores acudamos a esas reuniones, así que no vuelvas a llegar tarde —le advirtió.

—Eres muy responsable.

—Porque es importante que los depredadores acudamos a las explicaciones.

—Eres muy responsable.

—Porque es importante que los depredadores acudamos a las explicaciones.

—Eres muy... —comenzó de nuevo cuando él le saltó encima.

—Deja de decir que soy responsable —le advirtió molesto zarandeándolo.

—Pues deja de hablar así —replicó Hilmar riendo cuando se puso serio y de inmediato él también al notar su olor levantando la cabeza para verlo—. ¿Qué haces ahí? —le preguntó incorporándose, pero el lobo cobrizo que los observaba no se movió-. Haz el favor de decir algo, Nalbrek el raro —le advirtió, pero este siguió si moverse—. Como sea, Hilmar, cambia a lobo, tenemos que ver... —comenzó, pero se detuvo al ver que Nalbrek cambiaba a su forma humana—. No cambies —le advirtió molesto.

—Dawi es mío —le advirtió Nalbrek a Hilmar ignorándolo.

—Todo tuyo —aceptó este y Nalbrek asintió satisfecho.

—Yo no soy de nadie. No me llames Dawi. Y no te vayas —le advirtió a Nalbrek al ver que regresaba a su forma de lobo antes de perderse en dirección a la montaña—. Siempre hace lo mismo —se lamentó dejándose caer.

—¿Decir que eres su pareja? —le preguntó Hilmar con interés.

—A eso ya estoy acostumbrado —negó haciendo un gesto despectivo—. Lo que me molesta es que solo diga lo que quiere y se marche. Así no hay manera de mantener una conversación.

—¿Quieres hablar con él?

—Desde luego, quiero mis conejos —le recordó cuando suspiró. Al parecer iba a tener que esperar a que volviese a bajar al pueblo.





Y aquí comienza la historia de Dawi, Hilmar y Nalbrek. Perdón Dawi, Nalbrek me salió un poco raro 😅

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