La justicia de un zorro

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Humanos. Podía ver su campamento debajo de él, encima de él, a los prisioneros. Sabía lo que habían hecho, lo que les habían hecho, pero no le importaba.

Estaba tan furioso.

Debía destruirlos y lo haría.

Cogió un trozo de tierra girándolo por lo que todo lo que había sobre él quedase enterrado mientras el olor de la tierra mojada lo llenaba todo quedando el campamento en silencio por un momento antes de que estallara el caos, así que creó una lengua de tierra con la que comenzó a cubrir el campamento. Podía ver a los humanos corriendo, blandiendo espadas, disparando unos extraños tubos, pero ¿qué podían hacer contra un trozo de tierra? Incluso algunos amenazaron a los prisioneros, pero se limitó a crear unas manos de tierra y a empujarlos con los dedos hacia abajo hasta que acabaron aplastados. Manos de zorro.

Cuando acabó de cubrir todo el campamento, miró a su alrededor. Ningún humano a la vista.

Pasó las manos sobre las jaulas de los prisioneros, rompiéndolas, antes de dirigirse a otro campamento humano, aquella vez estaban acampados cerca de un río, así que lo llamó para que lo arrasase y cuando el agua se retiró no quedaba nada. Repitió aquello en todos los lugares donde sintió humanos, haciendo desaparecer los campamentos y todo lo que había en ellos con tierra y agua como si nunca hubiesen existido hasta que apareció en la frontera que los humanos decidieron ignorar. Podía ver a los prisioneros, preparados para ser llevados como mercancías. A las familias humanas dispuestas a colonizar el lugar, haciendo que su sangre hirviese. Como si le importase, pensó mientras todo temblaba.

Hizo que la tierra se abriese en dos haciendo que la parte de los humanos se hundiese creando una sima sin fondo de varios kilómetros de ancho imposible de cruzar que se extendió tragándose humanos, pueblos, y luego se giró hacia el lado de los cambiantes inclinándolo para hacer que todos los humanos que aún quedaban cayesen dentro sin importarle si eran hombres, mujeres o niños, perdiéndose todos en la sima. No perdonaría a nadie.

Cuando acabó, tan solo quedaban algunos prisioneros, así que creo una figura de tierra con la forma del zorro y los liberó.

—Regresad —les ordenó antes de salir de la figura, que se desmoronó cayendo al suelo.

A pesar de todo lo que había hecho, todavía quedaban humanos en su tierra, los podía sentir ajenos a lo que acababa de pasar, pero aquellos grupos serían exterminados con facilidad y él tenía cosas más importantes que atender y es que lo que acababa de hacer era solo una solución temporal. Tal vez había matado a cientos, miles, pero dado el número de humanos, su manera de ser, estos regresarían con un ejército aún mayor para vengarse. Y él quería irse a dormir. Debía encontrar la manera de hacer que los humanos nunca más pudiesen llegar hasta ellos y sería libre. Él se aseguraría de que pudiese dormir para siempre.

Agrandó la sima por ambos lados hasta que llegó al mar por un lado y a las montañas por el otro. Miró las montañas, antes de hacer que enormes paredes de piedra curvada hacia el lado de los humanos se elevasen hasta el cielo y, una vez que alcanzó la altura que deseaba, se acercó cogiendo un trozo del fino extremo que se rompió en su mano apenas lo apretó. Perfecto, pensó desapareciendo como polvo en el aire. Se centró en el bosque tras la pared de piedra haciendo crecer árboles para luego usar su poder haciendo que tanto los que acaban de nacer como los demás creciesen hasta el triple de su altura, enredando sus ramas entre sí para convertirlos en una maraña imposible de romper. Pero sabía que eso no era suficiente, así que petrificó los árboles y una vez que acabó miró lo que había hecho. Dudaba mucho que los humanos pudiesen cruzar la sima, mucho menos escalar aquellas paredes quebradizas o atravesar un bosque petrificado de ese tamaño, pero estaban hablando de los seres que habían inventado aquellos tubos infernales. No podía confiarse.

Convirtió la zona que rodeaba el lado humano de la sima en arena que comenzó a extenderse tragándose todo lo que estaba sobre ella hasta que no quedó nada a la vista, momento en el que se detuvo.

—Espero que entiendan la indirecta. Y ahora la venganza —añadió sonriendo. No le gustaban los gestos de aquellas criaturas.

Miró las ciudades arrasadas y ardiendo, los barcos. Había destruido todo lo que tuviese el desagradable olor de los tubos de metal, que resultaron ser mucho más sitios de los que pensaba. Pensó en quemar los cultivos también, pero ¿qué culpa tenían las plantas? ¿Los animales que vivían allí? Lo que sí disfrutó fue cuando mató a todas las familias reales de los países humanos. Las caras de aquellos estúpidos cuando un zorro apareció ante ellos de la nada tan solo para arrancarles el corazón fue tan divertida... Solo quería dormir.

—Solo un poco más —le pidió volviéndose hacia Narg, para ver la ciudad abandonada, la muralla semidestruida y las casas de la montaña llenas de agujeros. 

Nunca pensó que se alegraría de la capacidad destructiva de los humanos. Pero aquello no era suficiente. Aquel lugar ignominioso aún se podía reparar, algo que él no permitiría. Miró las casas de la montaña haciendo que los pisos se desplomasen unos sobre otros, lo que provocó un alud de piedras que rodaron destruyendo las casas del valle mientras una nube de polvo se elevaba ocultándolo todo

—Y ahora devolvamos a los lobos el favor de haberme metido en lava —murmuró haciendo que la lava subiese por el interior de la montaña a través de las grietas hasta que, al llegar a la altura deseada, la guio al exterior creando un hermoso río de lava que nacía justo encima de donde deberían estar las casas cayendo para llenar con lentitud el pueblo, así que creó un sumidero para que la lava no inundase el valle.

Tenía que venir de noche a ver el espectáculo, decidió mientras regresaba a la cueva.

Salió de la lava mientras avanzaba dejando poco a poco atrás su nueva y ardiente piel hasta que subió a la pequeña isla con las demás criaturas irritantes.

—Ya no hay humanos —explicó con voz monótona.

—¿Acabaste con ellos? —le preguntó Giam acercándose inseguro y él asintió.

—He venido a por él —explicó señalando a Nalbrek, que seguía sujeto por los dos osos.

—¿Te vas? No puedes... —comenzó Fargla. El siguiente Fargla.

—¿Subimos? —lo interrumpió señalando las escaleras—. Subid —repitió haciendo que la lava burbujease y aquello tuvo la virtud de hacer que todos corriesen escaleras arriba—. Al parecer ni siquiera a los locos les gusta la lava —murmuró tendiendo la mano y un poco flotó hacia ella posándose en su mano—. Me preguntó por qué —prosiguió viendo como brillaba mientras subía las escaleras hasta que se cansó soplando sobre ella convirtiéndola en una piedra negruzca y dura que lanzó de regresó al brillante magma.





Lo siento. Dawi quería destruir Narg y yo también. Quemarla un poco no fue suficiente 😌

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