━ 𝐈𝐈𝐈: Erial del Farol

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───── CAPÍTULO III ─────

ERIAL DEL FAROL

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── 「 𝐋𝐀𝐍𝐓𝐄𝐑𝐍 𝐒𝐆𝐔𝐃𝐀𝐈𝐋 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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       SUSPIRÓ POR TERCERA VEZ CONSECUTIVA mientras recogía su capa del suelo y se la abrochaba al cuello. Sobre ella colocó la esclavina de piel de lobo —uno de los soplones de la Bruja Blanca al que tuvo el placer de aniquilar—, junto con el morral donde había guardado todas las provisiones que necesitarían durante el viaje.

Sus ojos se desviaron hacia el arco y la aljaba que reposaban a un lado de la mesa de piedra. Tomó el arma entre sus maltratadas manos y se la llevó al hombro. Lo cierto era que le tenía un cariño bastante especial: su padre se lo regaló por su decimosegundo cumpleaños, antes de convertirse en una habilidosa arquera, de modo que muy pocas veces se separaba de él.

Giró sobre sus talones y centró toda su atención en Neisha. Esta sostenía un objeto bastante alargado y de proporciones considerables que permanecía cubierto por una tela desgastada. Al saber de lo que se trataba, el semblante de Sirianne se iluminó por completo.

—La espada de padre —musitó, embelesada. Acortó la distancia que las separaba y destapó la empuñadura, sin poder evitar que infinidad de recuerdos acudieran a su mente y removiesen ciertos sentimientos que creía olvidados.

Eso fue lo único que pudo coger antes de verse obligada a huir de su propia aldea, antes de que los secuaces de Jadis... Una dolorosa punzada le atravesó el pecho, justo donde se encontraba el corazón. 

Sacudió la cabeza y carraspeó. Lo último que quería era rememorar aquel día repleto de infortunio.

—Ten, deberías llevarla tú. —La pitonisa extendió sus delgados brazos, ofreciéndole el arma. Sirianne no pudo hacer otra cosa que mirarla, enternecida.

—No, quédatela. La necesitarás —refutó, consciente de los numerosos peligros a los que estarían expuestas durante los próximos días. Neisha no era una guerrera. Poseía ciertos conocimientos bélicos, pero no había recibido ningún tipo de instrucción o entrenamiento. Puede que no fuese muy diestra con la espada, pero se quedaría más tranquila sabiendo que la llevaba consigo—. Además, estoy segura de que él habría querido que la tuvieras tú.

Al escucharlo, Neisha esbozó una radiante sonrisa, para finalmente asegurar el arma a su cinturón. Sirianne, por su parte, avanzó unos pasos y se acuclilló junto a los restos de la hoguera que habían quedado del día anterior. Se impregnó las yemas de los dedos con las cenizas que habían resultado de la combustión y se puso de nuevo en pie.

—Cierra los ojos —dictaminó.

La pequeña obedeció, permitiendo que Sirianne pintara sus párpados superior e inferior con el hollín. Una vez cubiertos por ese polvillo oscuro y grasiento, la cazadora trazó dos líneas verticales desde los pómulos hasta la mitad de sus mejillas, una a cada lado. 

Representaban las Lágrimas de Khali, una de sus diosas más importantes y veneradas, concretamente la del fuego.

Urram («Honor») —pronunció Niss.

Agus saorsa («Y libertad») —secundó Sirianne sin poder reprimir una efímera sonrisa. Apenas un instante después, se maquilló de la misma forma que su hermana, resaltando sus iris verdes.

Aquello era costumbre entre las féminas de su especie —los hombres también lo hacían, pero con menos frecuencia—, siendo un símbolo muy interiorizado de fuerza y valentía. De ahí que se hicieran llamar kheldar en su lengua de origen.

—¿Ya estás lista? —consultó la mayor en cuanto se hubo limpiado la suciedad de las manos. A su lado, Neisha asintió—. Bien. En marcha entonces. —Sin más dilación, echó a andar hacia la salida. No tenían tiempo que perder, y estaba claro que los humanos tampoco.

Con una expresión afligida, Neisha escrutó con la mirada las inmediaciones de la caverna. Aquella en la que habían logrado pasar desapercibidas gracias a las cenizas de roble blanco que su progenitora había esparcido en la entrada nada más instalarse en ella, evitando así visitas indeseadas. Un tenue suspiro escapó de sus labios. Al contrario que Sirianne, ella sí que echaría de menos ese lugar.

—Niss —la llamó su hermana—, tenemos que irnos.

La mencionada asintió y juntas salieron al exterior. Allí fuera, el aire era mucho más gélido y cortante, por lo que se arrebujaron en sus respectivas ropas de abrigo, tratando de entrar en calor. 

Se miraron entre sí, justo antes de echar a andar por el espeso manto de nieve. Tenían la impresión de que ese iba a ser un día muy largo, y qué poco se equivocaban.

Llevaban varias horas caminando sin descanso, y eso empezaba a pasarle factura a la más joven de las chicas. Neisha no estaba acostumbrada a hacer recorridos tan largos, mucho menos a pie, dado que era Sirianne la que siempre se encargaba de salir a cazar y buscar suministros. Sin embargo, no se quejó ni una sola vez. Bastante tenían ya encima como para ponerse a lloriquear por un simple dolor de piernas.

A decir verdad, nunca se había adentrado tanto en el Bosque del Oeste, lo que le suscitaba algo de miedo e inseguridad. 

Inspeccionó con atención el paisaje que se extendía a su alrededor. Allí solo había árboles y más árboles... En otros tiempos no le hubiera importado en absoluto, pero, teniendo en cuenta que muchos espías de la bruja poseían tronco y hojas, no le hacía ni pizca de gracia deambular por esos lares a plena luz del día.

Sirianne, que iba al frente de la expedición, no dejaba de mirar por encima de su hombro cada cierto tiempo para asegurarse de que su hermana la seguía.

—Falta poco para llegar a Erial del Farol —comunicó.

Neisha aligeró el paso.

—Oye, Syrin... ¿Cómo crees que serán los reyes? —inquirió con voz risueña. Y es que en la visión que había tenido esa misma mañana no llegó a vislumbrar sus caras.

—No tengo ni idea —respondió la mayor, encogiéndose de hombros—. Solo espero que estén a la altura de nuestras expectativas. A fin de cuentas, el destino de toda Narnia depende de ellos.

Neisha asintió, de acuerdo con ella.

—¿Y cómo les reconoceremos? Quiero decir, nunca hemos visto a un Hijo de Adán o a una Hija de Eva. No sabemos lo que buscamos —apostilló en tanto esquivaba unas traicioneras raíces que se habían interpuesto en su camino.

Sirianne rio ante sus palabras.

—No son tan diferentes de nosotros, Niss. —Eran precisamente ese tipo de cosas lo que la hacían ser tan dulce e inocente—. Recuerda las historias que nos contaba sheanmhair antes de irnos a dormir.

La pitonisa ancló los pies en el suelo. Syrin también se detuvo, cayendo en la cuenta de que había metido la pata hasta el fondo con ese último comentario. Se maldijo en su fuero interno. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada?

—La echo mucho de menos —murmuró Neisha con un hilo de voz—. A ella y a padre, a nuestro antiguo hogar... —Enmudeció, sin ser capaz de proseguir.

Con un nudo en la boca del estómago, la arquera se aproximó a ella. Admiró sus bonitas facciones durante unos segundos y cerró los ojos, como si todo el peso del mundo recayera sobre ellos.

—Y yo. No pasa ni un solo día sin que... —Calló antes de concluir la frase. No quería remover el pasado, no después de todo lo que habían sufrido, de manera que se aclaró la garganta y esbozó una de sus mejores sonrisas, tratando de disimular el dolor que la azotaba por dentro—. Pero ahora debemos ser fuertes, por todos ellos. ¿De acuerdo? —Posó una mano en su hombro y lo estrechó con cariño. Neisha se sorbió la nariz y asintió—. Vale, y ahora... ¿Dónde está ese maldito farol? —Sirianne se dio media vuelta y reanudó su trayecto—. No debería andar muy lejos.

Pasaron de largo varios árboles hasta que llegaron a un pequeño claro. Allí, a tan solo unos metros de distancia, se erigía impertérrita la farola que limitaba los vastos dominios del reino. Aquella que llevaba ahí desde tiempos inmemoriales —muy anteriores a los orígenes de su especie— y en la que siempre titilaba una cálida luz.

Una sonrisa triunfal asomó al semblante de Syrin, que caminó hacia ella con paso decidido. Su hermana no tardó en imitarla.

—Madre dijo que puede haber un portal que comunique ambos mundos. ¿Será cierto? —preguntó la pitonisa al tiempo que se quitaba la capucha para así ampliar su campo visual.

Màthair pocas veces yerra en sus suposiciones —solventó Sirianne. Se acuclilló y examinó las huellas que había esparcidas por la nieve—. Mira, son recientes. Habrá por lo menos tres tipos de pisadas, pero... —Enarcó una ceja, extrañada.

—¿Pero? —Neisha la instó a que continuara.

—Algunas parecen de niños. Son demasiado pequeñas para pertenecer a un adulto —adujo Sirianne, mordisqueándose el labio inferior a causa de la incertidumbre.

La pitonisa compuso una mueca de desconcierto. 

¿Niños? Imposible, no podía ser verdad.

—A lo mejor... —Suspiró, frustrada. Por muchas vueltas que le diera, no encontraba una explicación razonable—. Quizá se asemejen más a los enanos en ese aspecto. —Fue lo único que atinó a decir.

Sirianne se levantó. Alzó la mirada hacia el cielo encapotado, del que caían infinidad de copos de nieve, y pensó que su suerte no podía ir a peor.

—Solo hay una forma de averiguarlo. —Una vez más, centró toda su atención en las huellas—. En pocas horas se hará de noche, y no nos convendría deambular por el bosque a oscuras. Así que recemos a los dioses para que esos humanos no se hayan metido en problemas. —Dicho esto, tomó una bocanada de aire y comenzó a seguir el rastro.

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· ANOTACIONES ·

Kheldar es uno de los muchos nombres con los que se conoce a la especie a la que pertenecen las protagonistas. Significa «hollín» o «los que se pintan con hollín».

Sheanmhair: «abuela».

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N. de la A.:

¡Hola, mis bellos lectores!

Pues aquí está el tercer capítulo de esta historia. Decidme, ¿qué os ha parecido? Sé que estos caps. son más introductorios que otra cosa, pero espero que os estén gustando igualmente. Desde ya aviso que la especie a la que pertenecen las protagonistas es completamente de mi autoría, lo que significa que me la he inventado yo. Más adelante descubriréis lo que son <3

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

¡Besos!

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