━ 𝐈𝐈: Tendremos que luchar

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────── CAPÍTULO II ─────

TENDREMOS QUE LUCHAR

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── 「 𝐅𝐄𝐔𝐌𝐀𝐈𝐃𝐇 𝐒𝐈𝐍𝐍 𝐒𝐀𝐁𝐀𝐈𝐃 」 ──

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        ABRIÓ LOS OJOS Y ALZÓ LA CABEZA, lo justo para poder vislumbrar la boca de aquella odiosa caverna, a través de la cual se filtraba la luz del alba. Esta le acarició el rostro con suavidad, avivando sus pálidas mejillas. Volvió a recostarse en su lecho de hojas secas y pieles cuando una ráfaga de aire le revolvió el cabello, y profirió un lánguido suspiro. Hacía frío, más que otros días, y eso que estaba acostumbrada al clima invernal.

Se relamió los labios gruesos y agrietados y decidió concederse unos minutos más de descanso, ya que no tenía nada mejor que hacer, y menos a esas horas de la mañana. 

Màthair les había prohibido tanto a ella como a su hermana abandonar la cueva, pues, desde que había augurado que la llegada de los Grandes Reyes estaba más próxima que nunca, los espías de la Bruja Blanca no dejaban de merodear por los alrededores como vulgares carroñeros.

Frunció el ceño. 

Detestaba ese sitio. La hacía sentir agobiada, oprimida, como si le faltara el aire. Ella necesitaba salir, ver algo más que esas paredes de sólida roca: ansiaba ser libre. Aunque, por el momento, si no quería acabar muerta, no le quedaba más remedio que seguir los sabios consejos de su progenitora, quien solo velaba por su seguridad y bienestar.

Ladeó la cabeza hacia su derecha y clavó sus iris verdes en la cándida figura de Neisha, que dormitaba a su lado. Contempló el rostro de su hermanita con sumo detenimiento, centrándose en cada detalle... Sin apenas darse cuenta, su respiración se fue acompasando hasta alcanzar un ritmo monótono y pausado, cayendo otra vez en un estado de letargo.

Relajó todos y cada uno de sus músculos y suavizó la expresión de su semblante, no obstante, el sonido de unas pisadas la forzó a abrir de nuevo los ojos. Desvió la mirada hacia su madre, Hildreth, que permanecía de pie frente a la gran roca que les servía de mesa, y arqueó una ceja al percatarse de que estaba metiendo viandas y algunas hierbas medicinales en un morral.

—¿Madre? —pronunció en un susurro.

La aludida se volteó hacia ella.

—Descansa. —Sus labios hilvanaron una sonrisa conciliadora, de esas que siempre lograban reconfortarla, incluso en los momentos más complicados. Apenas un instante después, giró sobre sus talones y continuó guardando cosas en el zurrón.

Sirianne batió sus largas y espesas pestañas, confundida. Estuvo a punto de replicar, de pedirle una explicación, pero, antes de que pudiera articular una sola palabra, Neisha se incorporó a su lado como una exhalación, con los ojos, tan azules como el Mar Oriental, abiertos de par en par. Su frente permanecía bañada en una gruesa capa de sudor y su pecho subía y bajaba a una velocidad desenfrenada.

—Shhh... Niss, tranquila. —Sirianne posó una mano en su hombro y lo zarandeó con suavidad, captando así su atención. La mencionada la miró, aún con la respiración agitada y el corazón latiéndole con fuerza bajo las costillas—. ¿Qué has visto? —Ni siquiera titubeó a la hora de formular esa pregunta, puesto que no era la primera vez que sucedía algo semejante.

Pese a ser la menor de la familia, Neisha había heredado el poder místico de su madre, siendo ella, en vez de Sirianne, su sucesora y la futura pitonisa del clan. 

Entre los miembros de su especie se hacía llamar Sùilean, «la que ve», dado que poseía el don de la clarividencia. Todavía le quedaba muchísimo por aprender, pero eso no cambiaba el hecho de que en ocasiones muy puntuales tuviese alguna que otra visión. Y Sirianne estaba convencida de que eso era justo lo que acababa de ocurrir.

—Respira, mi niña. —Hildreth avanzó hacia ellas y se arrodilló al lado de Niss, que hacía todo lo posible para regular la entrada de oxígeno a sus pulmones—. Cuéntanos lo que te han mostrado los dioses —le susurró al oído.

Neisha asintió y tomó una bocanada de aire. Las visiones siempre mermaban sus energías hasta límites insospechados, además de causarle un gran agobio. Se mantuvo en silencio durante unos segundos, lo justo para poder calmarse, y se dispuso a hablar:

—He visto cuatro tronos bañados por la luz de un sol primaveral —comenzó a recitar bajo la atenta mirada de las otras dos mujeres—. La nieve derretirse y las fuerzas de los traidores menguar. —Se llevó los dedos a las sienes y las masajeó cuidadosamente. Todo aquello le había producido una terrible jaqueca.

—¿Pudiste ver a los reyes? —inquirió la mayor.

—No. —Niss negó con la cabeza—. Pero sí el castillo de Jadis envuelto en llamas.

Hildreth y Sirianne intercambiaron una fugaz mirada, conscientes de que los oráculos no solían errar en sus predicciones. Puede que Neisha fuera joven, una inexperta en el tema de las premoniciones, pero no dejaba de ser una pitonisa.

—Entonces... Eso significa que venceremos —musitó la arquera, esperanzada.

Hildreth apartó un mechón de pelo que se deslizaba serpenteante por la frente de Neisha y lo colocó detrás de su oreja. Acto seguido, observó a su primogénita y le dedicó una cálida sonrisa, para luego ponerse en pie.

—Ha llegado la hora —anunció a la par que entrelazaba las manos sobre su regazo, un gesto muy común en ella. Sus hijas fruncieron el ceño, presas de la confusión—. Yo también he visto algo. —Realizó una pequeña pausa e inspiró por la nariz—. Las tres tenemos una misión muy importante que cumplir, pero me temo que nuestros caminos se separan aquí. Iréis en busca de los Grandes Reyes y los conduciréis al Campamento de Aslan. Velaréis por su seguridad y les ayudaréis en todo cuanto necesiten. —Apenas terminó de hablar, cogió su capa y se la puso sobre los hombros para protegerse del frío.

Sirianne se levantó de un salto.

—¿Qué? Pero, màthair... Ni siquiera sabemos si todas esas habladurías sobre el asentamiento son ciertas. Además, no tenemos ni la más remota idea de cómo llegar hasta él y tampoco sabemos cómo encontrar a los humanos. ¡Podrían estar en cualquier parte del reino! —rebatió sin poder disimular su desasosiego.

Hildreth se posicionó delante de ella.

—Empezad a buscar en Erial del Farol. Allí fue donde avistaron por primera vez a una Hija de Eva, hace dos días. Seguro que no andarán muy lejos. Sospecho que debe haber algún portal que comunique su mundo con el nuestro. Después, cuando hayáis encontrado a los cuatro, dirigíos hacia el este, al otro lado del río helado. Allí está el Campamento Rojo, próximo a los Vados de Beruna —explicó la mujer.

Neisha, que no había perdido detalle de la conversación, se puso en pie y se aproximó a ellas.

—¿Y usted qué va a hacer, madre? —consultó, preocupada.

Hildreth estrechó sus frías manos entre las suyas.

—El Gran Aslan me necesita, pero no os preocupéis. Volveremos a vernos pronto —apostilló mientras acariciaba con ternura su sonrosada mejilla—. Cuidad la una de la otra, y recordad: nunca dudéis de vosotras mismas. Sois más fuertes de lo que pensáis. —Ambas asintieron ante sus palabras.

Sin perder ni un minuto más, Hildreth asió el morral en el que había guardado todas las provisiones que necesitaría durante el viaje y se lo colgó del hombro. Cubrió su larga melena con la capucha y, una vez que se hubo despedido de sus vástagos, abandonó la cueva a paso ligero. 

Sirianne y Neisha la acompañaron al exterior, viendo cómo se alejaba de ellas y se mimetizaba con el entorno.

—¿Y ahora qué? —murmuró Niss, abrazándose a sí misma.

Sirianne respiró hondo antes de contestar:

—Tendremos que luchar para recuperar lo que nos pertenece.

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N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Este capítulo ha sido súper corto, I know, pero también bastante revelador. Como bien os dije en el anterior, poco a poco se van descubriendo más cosillas sobre nuestras chicas. ¿Cómo os habéis quedado con la habilidad premonitoria de Neisha? Va a dar muchísimo juego, ya lo veréis.

Y eso es todo por el momento. Muchísimas gracias a todos por vuestros votos y comentarios, me estáis animando un montón a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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