━ 𝐗𝐗𝐗𝐈: Lecciones de vida

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───── CAPÍTULO XXXI ─────

LECCIONES DE VIDA

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── 「 𝐋𝐄𝐀𝐒𝐀𝐍𝐀𝐍 𝐁𝐄𝐀𝐓𝐇𝐀 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        EL REGRESO AL CAMPAMENTO ROJO fue extremadamente silencioso. Sirianne se mantuvo callada durante todo el trayecto, sumida en sus propias cavilaciones, y ni Kalen ni Declan quisieron forzarla a hablar. Para cuando dejaron atrás la frondosidad del bosque y divisaron los primeros estandartes rojos y dorados ondeando al compás de la brisa vespertina, el sol ya había terminado de ocultarse tras los nudillos rotos de las montañas del oeste. El cielo se había teñido de azul oscuro —casi negro— y una luna menguante comenzaba a despuntar sobre un manto de estrellas titilantes. No obstante y a pesar de que ya era tarde, su llegada al asentamiento no pasó desapercibida.

No estaba de humor, pero, cuando un grupo de arcanos —entre los que se encontraban su madre, su hermana y su mejor amiga— se les acercó para preguntarles cómo había ido el encuentro con la Bruja Blanca, a Syrin no le quedó más remedio que hacer un breve resumen de lo que había ocurrido en aquel claro.

Les contó que Jadis le había ofrecido un trato, un salvoconducto a cambio de traicionar a Aslan y unirse a ella, y que lo había rechazado por razones más que obvias. Le alivió comprobar que sus compatriotas estaban de acuerdo con su decisión y que incluso la aplaudieron y vitorearon por haberle hecho frente a la hechicera, pero el regusto amargo que llevaba acompañándola desde que aquella pequeña audiencia había llegado a su fin continuaba ahí. Y es que las últimas palabras de Jadis no dejaban de hacer eco dentro de su cabeza, torturándola como antes lo habían hecho con su progenitor.

Aquella era la primera vez que la aprobación y el apoyo de su propia gente no bastaban para hacerla sentir mejor, puesto que empezaba a tener sus dudas respecto a si había tomado la decisión correcta. ¿Y si había cometido un error e iba a conducir a lo poco que quedaba de su pueblo a una muerte segura, a la extinción total?

La sola idea le ponía el vello de punta.

Con aquella molesta presión instaurada en su pecho, la pelirroja suspiró y siguió acariciando el hocico de la yegua que había sido su montura ese día y que resultaba ser la misma sobre la que había cabalgado durante la misión de rescate de Edmund Pevensie.

Era preciosa, sin lugar a dudas, de cuerpo esbelto y patas largas y fuertes. Su pelaje era de un bonito color cremello que hacía juego con su rizada crin y sus ojos eran de un azul tan claro que, en ocasiones, parecían grises. Se llamaba Nuala y le sorprendía que, con lo hermosa que era, no tuviese dueño. Aunque muchos de los corceles con los que contaban en el campamento —aquellos que no tenían la capacidad de hablar, claro está— no eran de nadie. Al contrario que otros, como era el caso de Mahomet.

Y hablando de aquel semental tan negro como el tizón... Podía sentir la presencia de su dueño tras ella. Declan también estaba en el corral, terminando de quitarle el equipo de monta a su amigo de cuatro patas. Ella ya lo había hecho con Nuala y ahora aprovechaba aquellos instantes de paz para agasajarla con mimos que la yegua aceptaba de buen grado.

—Se nota que te gustan. —La voz del arcano de iris cenicientos se coló sin previo aviso en sus oídos—. Los caballos, quiero decir. Tienes buena mano con ellos —puntualizó. Parecía querer sacar tema de conversación.

Sirianne no se molestó en voltearse hacia él.

—Siempre lo han hecho —respondió, lacónica. No había vuelto a ser tan afectuosa con ningún otro caballo desde la trágica muerte de Ghaoth, pero aquella yegua de carácter dócil y mirada vivaz se lo estaba poniendo bastante difícil. Era cariñosa y obediente, hasta el punto de que la arquera sentía que conectaban a la perfección.

Al ver que no tenía la menor intención de añadir nada más, Declan palmeó con suavidad el lomo de Mahomet y avanzó hacia Syrin, que continuaba dándole la espalda. La muchacha había dejado de acariciar el hocico de Nuala para entretenerse con su crin, que era casi tan rizada como su flamante cabello.

Al hombre le resultó entrañable el cuidado con el que Sirianne deslizaba sus largos y delgados dedos por la melena del animal. Definitivamente su apodo, aquel Cloiche Chridhe por el que había empezado a hacerse conocida en Fasgadh, no se ajustaba a la realidad. Él no veía a una mujer con el corazón tallado en piedra, sino a una joven que sentía y sufría como cualquier otra criatura de Narnia. Él mismo lo había comprobado con sus propios ojos, y es que tanto Neisha como los futuros reyes sacaban a relucir su parte más sensible.

—Oye... ¿Te encuentras bien? —consultó Declan, una vez que se hubo detenido a su lado. No se contuvo a la hora de admirar su perfil, desde su nariz llena de pecas hasta sus labios carnosos y rosados—. Has estado muy callada durante el camino de vuelta.

Syrin tragó saliva ante ese último comentario, aunque no desvió su atención de Nuala en ningún momento. No sabía por qué, pero era tener esos orbes grises fijos en su persona y ponerse ridículamente nerviosa. Cada vez le irritaba más que Declan tuviese ese extraño efecto en ella, aunque confiaba en que él no se hubiera dado cuenta.

—Sí, perfectamente —solventó sin querer entrar en detalles—. Tan solo estoy cansada. Ha sido un día muy largo —apostilló, haciendo uso de una media verdad para salir al paso.

Consciente de que no estaba siendo del todo sincera, Declan bajó la mirada y suspiró. Segundos después condujo su mano hábil a la cabeza de la yegua cremella —que parecía encantada de ser el centro de atención de dos personas distintas— y le acarició detrás de las orejas. A él también se le daban bien los caballos, de eso no cabía la menor duda. Al fin y al cabo, no todo el mundo era capaz de controlar a un semental tan impetuoso como Mahomet.

—No le hagas caso, Sirianne —manifestó luego de unos instantes más de mutismo—. No les des a sus palabras más importancia de la que tienen. —La mano de la susodicha se congeló sobre la crin de Nuala y un pequeño músculo palpitó en el lateral de su cuello—. Tan solo quiere hacerte daño, darte en donde más te duele... Busca desestabilizarte, ¿entiendes? —señaló, haciendo especial hincapié en los últimos vocablos. No quería que se sintiera mal por culpa de esa bruja sin escrúpulos.

Syrin apretó los labios en una fina línea blanquecina.

Se había equivocado, sí.

—Supongo que me está bien empleado. —Se encogió de hombros con simpleza, como si realmente creyera lo que acababa de decir—. No debí acudir a esa maldita reunión... Debí escucharos a ti y a Kalen —bisbiseó a la par que retomaba las caricias a Nuala, que resopló complacida—. He sido una estúpida y una impulsiva.

Su compañero negó, vehemente.

—Eh, no digas eso. —Se agachó un poco para así quedar a la misma altura que Sirianne, quien finalmente se aventuró a mirarle. Pese a que ya era de noche y apenas contaban con luz en esa zona del asentamiento, los ojos de ambos brillaban como estrellas en el firmamento—. No has sido estúpida, ni mucho menos. Es normal que quisieras tenerla cara a cara para poder sacarte esa espina y empezar a sanar tus heridas. —Ahora fue el turno de la pelirroja de sacudir la cabeza de lado a lado—. Hey... Has sabido mantenerte firme y le has dejado claro que lucharemos hasta el final, aunque para ello tengamos que exhalar nuestro último aliento. Te has comportado como una auténtica líder.

No pudo contenerse, aunque tampoco quiso hacerlo. Guiado por un impulso visceral que nunca antes había experimentado, Declan cubrió la mano que Syrin tenía apoyada sobre el cuello de Nuala con la suya propia. A pesar de que sus manos eran las de una cazadora y una guerrera, al muchacho se le antojaron sumamente reconfortantes. Le gustó aquel contacto con ella, hasta el punto de que no pudo evitar preguntarse cómo sería acariciar la piel de su rostro... O la de cualquier otra parte de su cuerpo.

La arquera, por su parte, se quedó paralizada.

Aquel arrebato por parte de Declan le había pillado con la guardia baja, dado que nunca antes habían tenido esa clase de acercamiento. La presión que su mano ejercía sobre la suya, la calidez que transmitía su curtida piel y el cómo su corazón se puso a revolotear dentro de su pecho la hicieron sentir extraña, como si estuviera flotando a la deriva. La manera en que el guerrero la escudriñaba, con tanta intensidad que parecía querer ver a través de ella, también la descolocó enormemente.

Entonces Sirianne reaccionó: apartó su mano con apuro y parpadeó varias veces seguidas, azorada. Daba gracias a los dioses porque fuera de noche y hubiese poca luz —lo que implicaba que les costara más distinguir los colores, por más que la visión de un arcano fuera más aguda y refinada que la de cualquier otro narniano—, ya que un intenso rubor se había apoderado de sus mejillas.

Todavía algo aturdida, la pelirroja rompió el contacto visual con Declan y se aclaró la garganta, para posteriormente volver a focalizar toda su atención en la yegua. Se negó a mirar al arcano, pero algo le decía que su reacción le había arrancado una de sus típicas —e insufribles— medias sonrisas.

—¿Sirianne? —Aquella tercera voz la devolvió a la realidad.

Aún con las mejillas arreboladas, la mencionada giró sobre su cintura, topándose con la corpulenta figura de su tío. Kalen se encontraba fuera del redil, a apenas un par de pasos de la valla de madera. Declan también se volteó hacia él, expectante.

—¿Tienes un momento? Me gustaría hablar contigo —articuló el hermano mayor de su padre. Su tono era serio, al igual que su expresión.

Syrin volvió a pestañear, cohibida.

—Sí, claro —accedió.

Dejó una última caricia en la cabeza de Nuala y, tras intercambiar una fugaz mirada con Declan —que hizo que el calor volviera a acumularse en su semblante—, se dirigió hacia la salida del corral.

Kalen apartó el trozo de lona que cubría la entrada de su tienda y realizó un gesto con la mano para indicarle a Sirianne que ingresara ella primero. La joven así lo hizo, siendo recibida por la tenue luz de varias velas que había colocadas en puntos estratégicos. La carpa de su tío era mucho más pequeña que la que ella compartía con su madre y su hermana —lo cual era lógico— y también más simple. Poseía lo justo y necesario para que fuera cómoda y habitable, pero apenas contaba con elementos decorativos.

—Siéntate —le pidió Kalen.

Pese a que su tono era suave y comedido, a Syrin le resultó imposible no sentirse como una niña pequeña que estaba a punto de recibir una regañina. Conocía al hombre lo suficiente como para saber que se estaba conteniendo, que había algo que le estaba quemando en la punta de la lengua. Y ella sabía perfectamente qué era ese algo.

Obedeció, solícita. Se aproximó a la mesa que había a su izquierda y se acomodó en una de las sillas, la cual crujió levemente bajo su peso. Mientras aguardaba a que Kalen hiciera lo mismo, entrelazó las manos sobre su regazo y comenzó a juguetear con sus falanges en un ademán que denotaba la intranquilidad que la atenazaba.

—¿Vas a decirme «te lo advertí»? —se aventuró a hablar Sirianne, rompiendo el aciago silencio que se había instaurado entre ellos. Seguía con la vista clavada en sus magulladas manos, rehuyendo la mirada de su tío—. Apuesto a que lo estás deseando —agregó en un improvisado tono jocoso.

Kalen respiró hondo y exhaló despacio.

—¿Cómo te sientes?

Su pregunta la sorprendió, instándola a alzar el rostro hacia él.

—Bien —contestó—. Estoy bien.

Ante aquella mentira, Kalen arqueó una de sus tupidas cejas. Se le notaba cansado —agotado incluso—, como si todo el peso del mundo recayera sobre sus hombros. Estaba pálido y ojeroso, lo que evidenciaba que no dormía bien por las noches, y las primeras líneas de expresión ya empezaban a cincelar su frente y las comisuras de sus ojos. Era increíble lo mucho que esos tres últimos años le habían consumido.

—Syrin —la reprendió.

La aludida volvió a bajar la mirada, ceñuda.

—Furiosa, impotente, frustrada... Me siento insuficiente, como si aquello para lo que he nacido me viniera demasiado grande. —Se encogió de hombros e hizo un mohín con la boca—. Ni siquiera sé si he tomado la decisión correcta. Me he dejado llevar por la rabia y el orgullo, y tal vez me haya equivocado —explicó, haciendo referencia a la oferta de la hechicera.

Su tío se mantuvo imperturbable en su sitio, sin adoptar ninguna expresión que pudiera delatar lo que estaba pensando en aquellos momentos. Un escalofrío recorrió a Sirianne de pies a cabeza, puesto que cuando se ponía así de serio se parecía enormemente a Kenneth, como si fuera su fiel reflejo. Y es que, con el transcurso del tiempo, Kalen se iba pareciendo más y más a su difunto hermano.

—¿Y esas emociones te convienen de cara a la batalla? —cuestionó Kalen a la par que se arrellanaba en su asiento y apoyaba el talón de una de sus piernas en la rodilla de la otra—. ¿Merece la pena que ahora tengas esa inseguridad y esa falta de confianza en ti misma? —prosiguió con esa voz profunda que tanto le caracterizaba.

Syrin mantuvo la cabeza gacha, sin atreverse a mirarle a los ojos.

—No —respondió al fin.

Sabía que había errado, que no había estado a la altura de las circunstancias. Continuaba sin ser capaz de controlar su parte más impulsiva y visceral, y aquello la estaba arrastrando a tomar decisiones precipitadas y desacertadas. Un buen líder no se dejaba dominar por el dolor y la ira, y tampoco desoía los consejos de aquellos que pertenecían a su círculo de confianza. Pero quizás aquel fuera el problema: que ella no estaba hecha para ocupar el lugar de su progenitor. No tenía su férrea determinación ni esa capacidad para saber qué hacer y decir en cada momento.

Se estrujó las manos con fuerza, clavándose las uñas en sus nudillos.

—Kenneth era igual a tu edad —declaró Kalen, a lo que Sirianne restableció el contacto visual con él—. Todos hemos sido jóvenes e inexpertos, Syrin. No nacemos sabiendo, y tú no eres la excepción. Aprendemos de las experiencias y los errores, tanto propios como ajenos. —La cazadora tragó saliva, a fin de deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta—. Un líder arcano no hace y deshace a su antojo, valiéndose únicamente de su instinto. No se trata solo de impartir órdenes, sino que también hay que saber escuchar.

Sirianne asintió imperceptiblemente con la cabeza.

—Lo sé. El Dar-vin-din se apoya tanto en su sgiobair como en el Consejo de Ancianos —recitó ella de memoria. Aún recordaba todas aquellas lecciones que recibió siendo niña.

—Eso es. —Las comisuras de Kalen temblaron, como si estuviera reprimiendo una sonrisa—. Lamentablemente, el Consejo de Ancianos ya no existe y tú aún no tienes un sgiobair oficial. Por eso es importante que te apoyes y tengas en cuenta la opinión de aquellos en los que confías —remarcó, enfatizando la última frase—. Entiendo que quisieras demostrarle a Jadis que jamás podrá someterte, pero ella se ha valido de este pequeño encuentro para desestabilizarte emocionalmente. Y eso era lo que Declan y yo queríamos evitar. —Se inclinó hacia delante, queriendo mostrarse más cercano con la pelirroja—. Eso es algo que muchos enemigos querrán hacer contigo, no solo la Bruja Blanca: encontrar tus flaquezas y usarlas contra ti —la aleccionó.

Sirianne suspiró temblorosamente.

Se sentía estúpida, no lo iba a negar.

—Entiendo, tío —musitó a media voz—. No volverá a pasar, lo prometo.

Un ramalazo de culpabilidad le atravesó el pecho al hombre, quien se preguntó si no estaría siendo demasiado duro con su sobrina. No quería que considerara aquello un sermón ni que pensase que estaba enfadado —o hasta incluso decepcionado— con ella, porque no era así. Tan solo quería ayudarla, instruirla como habría hecho Kenneth de estar vivo. Era consciente de la enorme presión a la que estaba sometida Sirianne, de lo mucho que se esperaba de ella como futura Dar-vin-dùin de las Cinco Aldeas, de ahí que simplemente deseara aliviar su carga. Hacerle las cosas un poco más fáciles.

—Hey... Eres muy joven todavía, así que es normal que se te escapen ciertas cosas. No seas tan dura contigo misma —expuso Kalen, suavizando el tono de su voz—. Además, lo has hecho muy bien durante la reunión. No te has amedrentado en ningún momento y has hablado con claridad. —Syrin se sorbió la nariz ante aquel inesperado halago—. Tu padre estaría muy orgulloso de ti, de la mujer en la que te estás convirtiendo.

La arquera negó con la cabeza, abatida.

—No, no lo estaría —rebatió ella con voz estrangulada.

En esta ocasión el hombre sí sonrió.

—Créeme, Sirianne —la forma en que pronunció su nombre, con ese cariño y esa dulzura tan impropios de él, la instó a observarle con expectación—, lo estaría. Tú aún no lo ves, pero tienes más de Kenneth de lo que piensas.

La muchacha parpadeó varias veces seguidas, en un vano intento por ahuyentar las lágrimas que ya comenzaban a humedecer sus espesas pestañas. El nudo en su garganta se había vuelto más opresivo, como si se tratara de una soga que se estrechaba con cada bocanada de aire. Quería llorar y soltar todo aquello que llevaba guardándose para sí misma desde que habían dejado atrás a Jadis y sus secuaces, pero se contuvo. Estaba harta de sentirse frágil y vulnerable.

—Tan solo quiero estar a la altura... —bisbiseó.

Al oírlo, Kalen se levantó de su asiento y se aproximó a ella, para después acuclillarse a su lado. Con una sonrisa desvaída tironeando de las comisuras de sus labios tomó las manos de Syrin entre las suyas y se las estrechó con afecto. Le dolía en el alma verla así, rodeada de tantos demonios que no hacían más que hostigarla.

—Lo estás, pequeña —le aseguró él—. Y aquí estaré siempre para recordártelo.

Jadis inspiró profundamente por la nariz.

Con la sombra de una sonrisa suavizando su expresión pétrea, condujo su mano hábil hacia el cáliz de plata que descansaba sobre la superficie de la mesa frente a la que estaba acomodada. Habían regresado a su campamento hacía apenas unos minutos, pero ella ya se encontraba en su tienda, disfrutando de aquella pequeña victoria. Victoria que no había dudado en celebrar con una copa de vino dulce.

—Esa mocosa es incluso más estúpida que su padre —se mofó la Bruja Blanca, justo antes de llevarse el cáliz a los labios. Maugrim, su fiel capitán de la Policía Secreta, la acompañaba—. Aunque tiene potencial, eso no lo voy a negar. Lástima que haya sido tan insensata de no aceptar mi oferta... Habría conseguido grandes cosas junto a mí. —Encogió uno de sus huesudos hombros, demostrando lo poco que le había afectado su rechazo.

El lobo, situado frente a la portentosa mesa de madera, sonrió con desdén.

—Ya os dije que le pierde el orgullo —manifestó Maugrim—. Esa chiquilla es un hueso duro de roer. No aceptaría un trato ni aunque estuviese a punto de dejar este mundo.

Jadis rio entre dientes.

—Qué patético —dijo, poniendo los ojos en blanco. Jamás comprendería ese ridículo sentido del honor—. Tanto ella como su hermana quedarán perfectas en mi jardín de piedra. —Volvió a carcajear, fantaseando con aquella imagen que hacía que todo su cuerpo cosquilleara de anticipación. Iba a gozar haciendo sufrir a esa chusma a la que debió aniquilar hacía mucho. Para ella, los arcanos no eran más que cucarachas a las que sentía la necesidad de aplastar. Y ahora Sirianne y lo que quedaba de su familia se habían convertido en su próximo objetivo... Después de los humanos, por supuesto—. Me ha proporcionado la excusa perfecta para terminar de exterminarles —canturreó.

Aquella cría era demasiado osada e insolente. ¿De verdad pensaba que podía colarse en su asentamiento, matar a sus siervos —entre ellos, a Ginarrbrik— y salir indemne? Pobre ingenua. Pero esperaba que sus palabras impregnadas de veneno, aquellas que le había dedicado durante su fugaz encuentro, hubiesen sido lo suficientemente certeras como para desestabilizarla de cara a la batalla que tendría lugar en unos días.

—El ocaso de los arcanos está más próximo que nunca —prosiguió la hechicera, todavía con la copa de vino entre sus pálidos dedos—. Mañana, a estas horas, Aslan estará muerto y con él fuera del tablero de juego el Ejército Rojo no tendrá ninguna posibilidad de vencerme. —Se arrellanó en su asiento y sonrió con perversa satisfacción—. Los Hijos de Adán y las Hijas de Eva morirán y los kheldar... Nos aseguraremos de que no quede ni uno solo en pie —sentenció.

El capitán de la Policía Secreta entornó los ojos.

—¿Estáis segura de que Aslan aparecerá? —inquirió.

Jadis volvió a darle un sorbo a su bebida.

—Lo hará. Hizo un juramento —contestó ella.

Maugrim gruñó por lo bajo.

—Su palabra no vale nada —contradijo.

La Bruja Blanca dejó el cáliz en la mesa e hizo repiquetear sus uñas contra el metal pulido. Había sido inesperado que el Gran León se ofreciera a ocupar el lugar de Edmund en la Mesa de Piedra, pero ella estaba más que complacida con aquel giro que habían dado los acontecimientos. Por fin, después de tanto tiempo siendo una piedra en su camino, se libraría de Aslan.

—La suya sí —aseveró Jadis—. Los arcanos no son los únicos que se deben al honor y la lealtad.

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N. de la A.:

¡Feliz Navidad, narnianos y narnianas!

¿Qué tal? ¿Cómo estáis? Espero que estéis disfrutando de las fiestas y que lo estéis pasando genial. Yo he querido aportar mi granito de arena con un capítulo de Canción de Invierno (Santa Claus se ha adelantado, jeje), así que espero de todo corazón que os haya gustado :3 Los que me sigáis sabréis que mi intención inicial era haber actualizado la semana pasada, pero no me sentía bien anímicamente y decidí posponerlo... Pero ya estoy aquí, pequeños míos. Que además esta historia le viene como anillo al dedo a esta época del año, jajaja.

Bueno, decidme, ¿qué os ha parecido el cap.? Porque ha tenido unas escenas muy, pero que muy interesantes u.u En primer lugar, hemos tenido una parte bastante jugosa de Derianne, quienes poco a poco se van llevando mejor... ¿A quién más le encanta este ship, hum? Porque yo adoro escribir sobre estos dos, el slow burn me pierde (͡° ͜ʖ ͡°)

Luego, por otro lado, hemos tenido una escena súper entrañable con el tito Kalen. Soy consciente de que Sirianne a veces es un poco desesperante, ya que se deja llevar por los impulsos con demasiada facilidad y tiene un carácter complicado... Pero ahí está la gracia, que no es perfecta y tampoco quiero que lo sea. Siempre procuro que mis personajes sean lo más humanos posible y eso implica que cometan errores. Syrin es una cría todavía, por lo que es normal que se equivoque y piense que le viene grande el título de líder. Eso es lo que he querido reflejar con estos dos últimos capítulos, que ella no ha nacido sabiendo y que aún tiene que muchas cosas que aprender. Así que no seáis tan duros con mi bebé, pls uwu

Y, por último, la escena de Jadis. En el cap. 24 dejé alguna pista sobre ello y creo que también lo mencioné en la respuesta a un comentario, pero lo vuelvo a confirmar: el enano al que mató Syrin en la misión de rescate de Edmund era Ginarrbrik. Son detallitos y pequeños cambios que me encanta añadir para darle frescura al fic uwu El caso es que la Bruja Blanca les tiene muchas ganas a los arcanos... De modo que crucemos los deditos para que no me ponga a sembrar tragedias para lo que queda de historia, jeje.

Por cierto, últimamente ando bastante insegura con Canción de Invierno. No sé por qué, pero tengo la sensación de que está perdiendo calidad o que no tiene el mismo encanto que al principio... ¿Vosotros qué opináis? ¿Os están gustando estos últimos capítulos? ¿Y la historia en general? ¿Creéis que hay algún cabo suelto o algún aspecto de la trama que sea flojo o que no tenga sentido? Os agradecería mucho que respondierais a estas preguntas porque de verdad que me estoy comiendo la cabeza yo sola :')

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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