━ 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈: Pequeños acercamientos

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───── CAPÍTULO XXXIII ─────

PEQUEÑOS ACERCAMIENTOS

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── 「 𝐋𝐀𝐎𝐈𝐃𝐇𝐄𝐀𝐍 𝐋𝐔𝐀𝐂𝐇𝐌𝐇𝐎𝐑 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        LA PRESENCIA DE DECLAN en cierto sector del campo de entrenamiento, rodeado por un grupo de chiquillos de entre diez y catorce inviernos, hizo que una traicionera sonrisa asomara al rostro de Sirianne. Además de ser su «instructor», aquel con el que había estado entrenando durante las últimas semanas para fortalecer el brazo en el que aquel miembro de la Policía Secreta le había mordido, también lo era de ese grupo de niños arcanos que lo observaba con admiración y entusiasmo, como si fuera una más de sus tantas deidades.

Si bien estaban entrenando hasta a los más pequeños integrantes del Campamento Rojo para que la desigualdad numérica con los acólitos de la Bruja Blanca no supusiera una ventaja insuperable, la pelirroja deseaba en lo más profundo de su ser que no fuera necesario que hasta incluso los niños participaran en la cruenta batalla que se avecinaba.

La edad de los futuros reyes había sido tema de controversia en el asentamiento, pero también había servido para que los más jóvenes se llenaran de valor, impulsándoles a seguir el ejemplo de aquellos que estaban destinados a ocupar el trono de Cair Paravel. Desde que habían arribado al valle, chiquillos de todas las especies se habían insuflado de la determinación suficiente para aportar su granito de arena, ansiando aprender a manejar un arma para así poder luchar por la libertad de su patria. No es que fuese algo con lo que ella —y muchos en aquel campamento— estuviera de acuerdo, pero toda ayuda era poca. Y más teniendo en cuenta la cantidad de seguidores fanáticos y puristas con los que contaba Jadis.

Syrin inspiró profundamente por la nariz, consciente de que Neisha formaría parte de las huestes que harían frente a la hechicera. La sola idea de que su hermana se expusiera a un peligro tan atroz le ponía el vello de punta. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer más allá de resignarse y encomendarse a los dioses para que los amparasen en aquella guerra civil? De sobra sabía que no podía coartar la libertad de Niss ni privarla de luchar por aquello en lo que creía. Nunca lo había hecho y no iba a empezar ahora.

Una sutil carcajada se escabulló de su garganta apenas vio cómo los niños se exaltaban por algo que debía de haberles dicho Declan. El arcano de iris cenicientos le estaba dando la espalda, pero sus hombros se convulsionaron en lo que ella supuso debía tratarse de un ataque de risa. Los ojos de los chiquillos —a quienes sí podía verles la cara— rielaron de emoción, justo antes de que deshicieran el semicírculo que habían formado y se encaminasen hacia uno de los múltiples armeros que había repartidos por el campo de entrenamiento.

Solo entonces Sirianne echó a andar hacia Declan.

El hombre no tardó en girar sobre sus talones, aún con una amplia sonrisa tironeando de las comisuras de sus labios. Lucía su habitual ropa de guerrero: una camisa de color añil que llevaba remangada a la altura de los codos, unos pantalones oscuros y unas botas de caña alta. En su mano derecha sostenía una espada larga cuyo desgastado filo no sería capaz ni de dañar a una mosca y en sus muñecas llevaba sus inseparables brazaletes de cuero, en los cuales había grabados diversos símbolos arcanos.

—¿Mucho ajetreo? —preguntó la arquera mientras avanzaba un par de pasos. Se había cruzado de brazos, adquiriendo una postura relajada—. Porque parece que tienes unos cuantos admiradores —añadió a la par que señalaba con un suave cabeceo al grupo de niños, quienes estaban guardando las armas en su lugar correspondiente.

Declan rio entre dientes.

—Tengo más de los que crees, ceann ruadh —manifestó, echándose la espada al hombro. Una fina capa de sudor perlaba su frente y el resto de la piel que tenía expuesta, haciendo resaltar sus músculos... Y provocando que Syrin contuviera involuntariamente el aliento—. Pero no te preocupes, que sé que tú eres la primera en esa lista —la picó en un tono travieso.

La muchacha puso los ojos en blanco, aunque le resultó imposible no soltar una pequeña carcajada. Podría decirse que ya estaba acostumbrada al sentido del humor de Declan, que ya no le molestaban tanto sus comentarios jocosos y sus insinuaciones descaradas. De hecho, había días en los que agradecía que la hiciera reír.

—Si tú lo dices.

Ante el encogimiento de hombros de Sirianne, el hombre volvió a sonreír. Siempre llevaba la barba bien recortada y el pelo —que le llegaba a la altura de los omóplatos— a medio recoger con una cinta.

—Pues claro que sí, rojita —continuó provocándola él.

Todo cuanto pudo hacer la susodicha fue propinarle un suave puñetazo en el brazo derecho. Declan se quejó de inmediato, llevándose la mano que tenía libre a la zona en la que había recibido el golpe... Todo ello en un arranque melodramático, por supuesto. Acto seguido, los dos echaron a andar hacia el mismo armero junto al que habían estado los chiquillos hacía apenas unos segundos.

—Se nota que te gustan los niños —volvió a hablar Sirianne.

El arcano realizó un movimiento afirmativo con la cabeza.

—Me gustan bastante —contestó—. Aunque a Lynae se le dan mejor que a mí, todo hay que decirlo. —Más risas llenaron el aire—. A ellos les conozco desde que tuvimos que refugiarnos en Fasgadh. La mayoría son huérfanos —explicó luego de detenerse frente al armero. Encajó la espada de hoja roma en la única ranura que quedaba libre y se hizo con otra más grande, más pesada y mejor afilada—. Sus padres murieron o bien en la masacre de las Cinco Aldeas o bien en el posterior asalto a Fasgadh.

Al escucharlo, un ramalazo de culpabilidad le atravesó el pecho a Syrin, cortándole la respiración. El recuerdo de lo que habían vivido hacía poco más de tres años seguía pesando en sus conciencias y corazones, hasta el punto de que no había día que no se acordaran de aquellos que habían perecido tratando de defender su hogar y a los suyos. El daño sufrido era tal que la pelirroja estaba convencida de que aquel intento de exterminio por parte de la Bruja Blanca pasaría a formar parte del capítulo más oscuro y sangriento de la historia de los kheldar.

—Ahora yo me encargo de ellos —prosiguió Declan en tanto veía cómo los chiquillos se dirigían hacia la salida del campo de entrenamiento. Algo en él había cambiado en el transcurso de aquella conversación; su actitud alegre y dicharachera había sido sustituida por una seria y taciturna—. Bueno, en realidad lo hacemos entre todos —se corrigió—. Pero se podría decir que conmigo han forjado un vínculo especial. —Respiró hondo y exhaló despacio, para finalmente bajar la mirada—. Sé que no puedo llenar el vacío que han dejado sus padres, pero me esfuerzo cada día para que no les falte de nada.

El corazón de Sirianne se empequeñeció ante aquella revelación. El hecho de que se preocupase tanto por aquellos niños huérfanos era admirable, además de sumamente entrañable. Le había sorprendido descubrir aquella faceta del guerrero, aunque debía admitir que le empezaba a agradar lo que ya conocía de él.

—Es injusto que hayan tenido que sufrir tanto con lo jóvenes que son —bisbiseó la cazadora con un molesto nudo constriñéndole las cuerdas vocales. Ella mejor que nadie comprendía su dolor—. Pero tienen suerte de poder contar contigo, de tener a alguien que les cuida y se preocupa por ellos.

Aquello lo dijo sin pensar, en un arranque impulsivo. Las mejillas de Syrin adquirieron un tenue color carmesí cuando fue plenamente consciente de que, una vez más, su lengua había sido mucho más rápida que su sentido común. Incluso Declan parecía asombrado de haber recibido aquel inesperado cumplido por su parte, el primero desde que se conocían. El cómo sus angulosas facciones se contrajeron en una mueca desconcertada hizo que la pelirroja se sonrojara aún más, lo cual trató de disimular a toda costa colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja.

—¿De verdad lo piensas? —quiso saber el hombre.

Se le veía tan frágil y vulnerable de repente, tan inseguro... Su determinación se había desvanecido sin dejar rastro, así como su confianza en sí mismo. Por primera vez Sirianne se vio reflejada en él, en aquel profundo miedo que destellaba en sus orbes cenicientos. Un miedo a no dar la talla, a no estar a la altura de las circunstancias. Él también cargaba con sus propios tormentos y no había sido hasta ese preciso momento que la muchacha se había dado cuenta de ello, de lo injusta que había sido con él. Y es que Declan usaba ese humor y ese egocentrismo de los que siempre hacía gala para tratar de sepultar sus propias inseguridades. Era su forma de lamerse las heridas.

—Sí, lo hago —respondió ella finalmente, más roja si cabe que antes.

Una mezcla de alivio y gratitud cruzó el semblante de Declan al oírlo.

—Tú también puedes contar conmigo, ceann ruadh —declaró, volviendo a mirarla a los ojos. Las comisuras de sus labios se habían elevado en una nueva sonrisa, siendo esta cálida y afable—. Para lo que sea.

Debido a aquellas palabras las pulsaciones de Syrin se dispararon, alcanzando una cadencia casi frenética. Una vez más la sangre le subió a las mejillas y a las orejas, cosa que hizo que Declan ensanchara su sonrisa. Todo cuanto pudo hacer la arquera fue parpadear varias veces seguidas y aclararse la garganta, nerviosa.

—Bueno, amh... ¿Empezamos? —se apresuró a decir Sirianne, justo antes de coger una de las espadas largas que había colocadas en el armero de madera. Quería cambiar cuanto antes de tema y, ya de paso, atemperarse un poco para dejar de tener la cara del mismo color que su cabello.

El arcano volvió a reír por lo bajo, divertido.

—Sí que estás impaciente por perder otra vez, rojita —la picó él, guiñándole un ojo en el proceso. Adoraba buscarle las cosquillas, no lo iba a negar.

—Eso se te da mejor a ti, ¿no crees? —contraatacó Syrin en el mismo tono—. ¿Vienes o no?

Aquella sesión de entrenamiento se le había pasado volando.

En cuanto recogieron las armas que habían utilizado durante la práctica de ese día y las guardaron en su lugar correspondiente, Sirianne se despidió de Declan y se encaminó hacia la salida del campo de entrenamiento, a fin de regresar a la carpa que compartía con su madre y su hermana —cuyo adiestramiento con Kalen empezaría en aproximadamente una hora— para poder darse un baño relajante. O al menos esa había sido su intención, dado que a medio camino se topó con una imagen que hizo que anclara los pies en el suelo terroso: a unos metros de distancia, en la zona de tiro con arco, Susan y Lucy Pevensie ponían a prueba su puntería con un par de dianas.

A la pelirroja le resultó imposible no sonreír al ver cómo la menor de las hermanas trataba de dar en el blanco con su pequeña daga, aquella que le había regalado Santa Claus antes de que arribaran al Campamento Rojo. Como cabía esperar, el puñal nunca llegaba a clavarse en la diana, pero la perseverancia de la chiquilla era digna de alabar. Susan, por otro lado, parecía tener más destreza con su arco. Si bien no fallaba ni un solo disparo, la inmensa mayoría no daba en el puntito rojo que conformaba el centro de la diana.

Como experta que era en el uso de esa arma en concreto, Syrin no demoró en dar con el origen del problema: la postura adquirida por la morena no era del todo correcta. Así pues y tras aspirar una trémula bocanada de aire, la arcana se aventuró a aproximarse a ellas.

—Lo haces muy bien, y eso que apenas llevas unas semanas practicando. —El elogio de la cazadora, que se había detenido tras ellas, hizo que tanto Susan como Lucy se voltearan a verla. La más joven de las humanas no titubeó a la hora de regalarle a la recién llegada una de sus resplandecientes sonrisas—. Pero creo que podría ayudarte a llegar más cerca del centro. ¿Me permites? —preguntó, procurando ser lo más comedida y respetuosa posible.

Era consciente de que su relación con la mayor de las hermanas Pevensie no había empezado con muy buen pie, de ahí que lo último que deseara era que se sintiese ninguneada. Realmente quería ayudarla a ser más certera con el arco, de modo que esperaba no estar siendo demasiado invasiva a la hora de llevar a cabo aquel primer acercamiento con ella.

Su proposición pareció pillar desprevenida a Susan, que intercambió una rápida mirada con Lucy. La niña rápidamente realizó un movimiento afirmativo con la cabeza, alentándola a aceptar.

—De acuerdo —concedió la adolescente.

Luego de dedicarle una sonrisa agradecida, Sirianne terminó de acortar la distancia que las separaba. Susan fue rauda a la hora de ponerse en posición de disparar, cogiendo una nueva flecha de plumas carmesíes de su aljaba. Montó la saeta en la cuerda y la tensó, siguiendo todos y cada uno de los pasos que le había enseñado Lynae. El cuero del protector que empleaba en la mano con la que manipulaba la cuerda crujió ante aquel movimiento.

—El cuerpo debe estar perpendicular al objetivo; es decir, de lado —señaló Syrin al tiempo que se situaba detrás de la humana. La tomó suavemente de los hombros y la instó a girar hacia la izquierda para así corregir su postura—. Los pies tienen que estar más separados. Más o menos como el ancho de tus hombros —continuó instruyéndola—. Y ahora relájate. Cuanto más rígida estés, más probabilidades habrá de que falles el tiro. Inspira por la nariz y espira por la boca. —Susan puso en práctica todas y cada una de sus indicaciones, centrándose en el objetivo—. Contén la respiración mientras apuntas y, cuando vayas a soltar el aire, dispara... Ahora.

Un zumbido se coló sin previo aviso en los oídos de las tres muchachas. Susan había soltado la cuerda a la señal de Sirianne, iniciando así la trayectoria de aquella nueva flecha. Los ojos de las humanas siguieron su recorrido en el aire con expectación, hasta que la punta de acero se clavó en el interior del círculo rojo. Un disparo perfecto.

La primera en celebrarlo fue Lucy, que comenzó a aplaudir en tanto daba pequeños saltitos de alegría y emoción. La falda de su vestido se elevó en consecuencia, dejando al descubierto sus pequeños pies de hada.

—¡Lo has conseguido, Su! ¡Lo has conseguido! —exclamó, eufórica.

La mencionada sonrió de oreja a oreja, ocasionando que un par de hoyuelos se formaran en la piel subyacente de sus mejillas. Mientras que Peter y Lucy compartían un parecido indiscutible, Susan y Edmund eran como dos gotas de agua.

—Tenías razón, Sirianne. La clave está en la posición —le dijo a la pelirroja, en cuyo rostro también había dibujada una grácil sonrisa—. Te lo agradezco mucho. Tendré en cuenta tus consejos a partir de ahora.

Syrin realizó un ademán con la mano.

—No tienes que agradecerme nada —contrapuso con suavidad, más de la que estaba acostumbrada a emplear—. Es lo menos que puedo hacer. Sé que os estáis esforzando mucho para dar lo mejor de vosotros en cada entrenamiento —prosiguió—. Así que si te surge cualquier duda con el arco me la puedes preguntar sin problema.

No mentía. Pese a que le costaba socializar y relacionarse con todo aquel que no perteneciera a su círculo de confianza, quería ayudar a los futuros reyes en todo lo que pudiera. Al fin y al cabo, no dejaban de ser niños sin ningún tipo de experiencia en el ámbito bélico, de ahí que no quisiera que se sintieran solos ni desamparados. Había tenido sus diferencias con Susan, sí, pero quizá pudieran empezar de cero y tratar de hacerlo mejor ahora que sabían más acerca de la otra. A Sirianne no le importaba intentarlo, al menos.

—Gracias —musitó la morena con las mejillas arreboladas. Su mirada se desvió nuevamente hacia Lucy, quien volvió a hacerle un gesto con la cabeza, como animándola a que siguiera hablando—. ¿Quieres quedarte con nosotras un rato? Nos vendrá bien tenerte cerca —propuso a la par que señalaba con la mano que tenía libre las dianas.

La boca de Syrin se curvó en una nueva sonrisa.

—Me encantaría.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Ay, ay, ay... Que nuestra Syrin se está ablandando cada vez más. ¿No estáis orgullosos de lo mucho que ha evolucionado como personaje? Porque a mí solo me falta echarme a llorar =') Echo la vista atrás, a los primeros capítulos donde no se fiaba de nada ni de nadie, y me doy cuenta del tremendo desarrollo que ha tenido (y sigue teniendo) :'3 Porque, como bien dice el título del cap., está empezando a tener pequeños acercamientos con el resto de personajes, lo cual era impensable al inicio de la historia xP

Así que, bueno, ¿qué me decís de esa primera escena con Declan? Porque hemos descubierto algo nuevo de nuestro sexy arcano (͡° ͜ʖ ͡°) Como habéis podido comprobar, le encantan los niños y no puede evitar sentirse responsable de ese grupo de huérfanos que ha hecho que nuestros corazoncitos se encojan </3 Adoro añadir este tipo de detalles y que los vayáis descubriendo con el transcurso de los capítulos, jeje. El caso es que Sirianne le está empezando a ver con otros ojos... Así que veamos a dónde nos conduce todo esto (¬‿¬)

Por otro lado, la última escena se me ha hecho muy tierna. Susan y Syrin empezaron con muy mal pie (recordad sus escasos intercambios de palabras, donde no hacían más que lanzarse pullas y malas miradas x'D), pero me encanta la idea de que quieran empezar de cero para tratar de llevarse mejor :3

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

P.D.: ¿Os gusta la nueva portada? uwu

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