Capítulo 4

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Turn around, why are you talking so slowly?
Why's it feel like you don't even know me?
How are you looking at me like a stranger?
I'm a radar for every deal breaker
I loved you so hard for a time
I've tried to ration it out all my life
We could go yellow to black overnight
I take you for granted because you are mine
Don't know what to say
Two people can change
Don't think we're above
Might happen to us
Oh, isn't it strange?
We'll die anyway
Don't think we're above
Might happen to us, mm

-Two people; Gracie Abrams

Una vez dentro del vehículo, Keira me hizo un muy breve resumen de la situación. Se había ofrecido voluntaria para enviar informes al distrito trece desde el diez. Cuando le pregunté el por qué, me respondió: "porque esta vez tampoco me despedí". No necesité que dijera más. Me explicó que un equipo formado por más voluntarios se habían colado dentro del Capitolio a rescatar a los Vencedores, pero que tuvieron que hacer un arreglo conmigo al enterarse de la fiesta.

—¿Te mandaron a por mí?

—No, yo seguía en el diez — hizo una pausa y jugueteó con la tela de su falda—.Hay algo que deberías saber.

—No me asustes.

—No, es que... — se llevó la mano a la boca y mordisqueó una de sus uñas, una manía horrible que tenía desde pequeña —.Cuando dijeron que alguien tenía que venir a por ti, tu madre dijo que debería ser alguien en que fueras a confiar.

La miré atónita y un cosquilleo invadió mi cuerpo, no pude distinguir si era positivo o negativo.

—¿Mi madre?

—Está en el trece, Sole — sonrió. Después se escuchó un pitido y Keira tecleó en un aparato —.El equipo tuvo unas complicaciones, pero ya salieron del Capitolio y están detrás de nosotros.

Mi mente se había quedado en blanco, apenas escuché lo de que habían tenido complicaciones, me había quedado en que mi madre se encontraba en el trece.

—Cuéntame de Lily — pedí, queriendo cambiar de tema.

Los ojos de Keira se iluminaron en seguida y una gran sonrisa se formó en su rostro. Comenzó a contarme con gran ilusión sobre su bebé. Me contó sobre la primera vez que la sostuvo y como se echó a llorar al hacerlo, sobre las noches sin dormir pero lo agradable que era que se quedara dormidita en su pecho y lo gracioso que fue la primera vez que la bañó. Aunque estaba feliz por ella, odié escuchar todo lo que me había perdido. No era como debía haber sucedido, no era como lo habíamos planeado.

—¿Está Lily en el trece?

—No, se quedó con el papá.

—¿Eres una mujer casa ahora? — reí.

—Oh, no. Le dije que no podía casarme sin mi madrina — hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

—¿Tu madrina?

—Tú.

—Oh, Keira.

El gesto en sí era precioso, pero más aún viniendo de Keira. La había oído farfullar sobre su boda perfecta durante años. Quería hacerlo mientras nevaba, bajo un techo transparente en el que se pudiera ver caer la nieve. Y sobre que después quería todos los hijos que pudiera. Keira era la típica que quería la "familia tradicional". Marido, hijos, una casa gigante...Quizás yo también, pero jamás admitiría eso en alto.

—"Oh, Keira" nada. Vas a estar ahí — me apuntó con el dedo.

—Claro que sí — sonreí, aunque sabía que había una gran posibilidad de que no pudiera ser posible.

—¿Promesa de meñique? — estiró su dedo meñique. Asentí e hice lo mismo. Después, los entrelazamos.

Unos minutos después, me ofreció agua. La acepté más que encantada, en el Capitolio hacía mucho calor.

—Oye, ¿Sabes que tu madre tiene novio?

Si lo decía Keira debía ser verdad porque no hay nadie que se entere más rápido de los cotilleos que ella. Casi me atraganté con el agua.




Una vez en el distrito trece, unos hombres vestidos de gris (aunque para ser justos, en este sitio todos vestían así) me dirigieron directamente a una habitación. Dijeron que tenían que acomodar al resto de Vencedores y que no querría estar presente. Vamos, que se pensarían que iba a retrasarles el trabajo.

La puerta del cuarto que me habían asignado se abrió de repente y Finnick entró. Detrás de él la puerta se cerró suavemente, y me quedé cara a cara con él.

Su presencia se sintió un cuchillo en mi corazón. Recuerdos de las últimas semanas surcaron mi mente y me sentía ahogándome en ellos otra vez.

Los ojos de Finnick miraban fijamente a los míos, y podía sentir su mirada buscando profundamente por mi alma. Cada parte de mi ser estaba atenta a él, me costaba incluso respirar.

Él dio un paso hacia mí, y mi corazón latió velozmente. Tomé un paso atrás. Mi talón cayó en el borde del piso y tropecé. Finnick me agarró, estabilizándome con sus fuertes brazos.

—Sole —comenzó a decir, pero lo interrumpí antes de que pudiera seguir.

—No me toques —exclamé, tratando de sonar segura pero fracasando miserablemente. Mi voz temblaba con el esfuerzo, y quería huir.

Él apretó los labios y me soltó, dando un paso atrás con una mirada vacía y triste. Mientras estaba en el Capitolio, Finnick fue una de las razones a las que me aferré para no perder la cordura. Estaba ansiosa por verle, me preguntaba constantemente como estaría, pero verle ahí después de tanto tiempo...Supongo que, cuando uno es víctima de tortura y le señalan un sospechoso, su cerebro no tarda en encarcelarlo, aunque no sea el culpable. Eso fue lo que hice, castigarlo por ese delito.

—Tú sabías lo que me iban a hacer ahí, lo sabías. Y aún así dejaste que me sacrificara por ti.

Quería huir, esconderme, pretender que esto no estaba sucediendo. Pero al mismo tiempo, quería quedarme con él, derramar todas las palabras que había guardado. Justo en ese instante recordé su aparición en televisión, el miedo y angustia que me habían provocado sus palabras.

—Y no tenías — hice una pequeña pausa al notar que mi voz se estaba rompiendo —.No tenías derecho a — le señalé de forma recriminatoria, pero no pude terminar la oración.

Él empezó a hablar una vez más, pero no podía escucharlo. Las palabras eran demasiado difíciles de oír, y mis emociones estaban demasiado crudas para soportarlo. Me di la vuelta y salí por la puerta, sin importar si él me seguía. Deambulé por los pasillos, incapaz de sacarme la mirada herida del chico. No sabía adónde iba, solo sabía que tenía que seguir moviéndome. Todo era demasiado, y estaba muy abrumada para pensar.

Me sentía culpable porque nada de lo que había dicho era justo. Lo sabía mientras lo estaba diciendo, pero eso no me detuvo. Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas, y en un arrebato de ira las dejé fluir por mis mejillas. Me pregunté si tenía derecho a llorar, si tenía derecho a estar molesta. Pero en ese momento, no podía contestar esas preguntas. No importaba si tenía derecho a estar molesta o no.  Quería desaparecer, volver al diez, no hablar con nadie. ¿Qué tan mierda de persona tienes que ser para provocar que Finnick Odair te mire de esa forma?

Con la vista nublosa y sin mirar a donde iba, fue inevitable que me terminara chocando con alguien. Aunque quería disculparme, y sabía que era lo correcto, decidí frotarme los ojos y continuar caminando. No pensé que mucha gente me conocería en este sitio.

—¿Solaline? — preguntó el hombre.

Y como siempre, pensé mal. Me giré de nuevo para mirarlo. Las lágrimas ya se habían detenido pero habían quedado secas en mi rostro. El hombre era alto y delgado. Tendría unos cincuenta años, con cabello oscuro y corto, bien arreglado, y ojos azules profundos llenos de intensidad. Tenía una mandíbula fuerte y mejillas elevada. Su físico era musculoso, pero no demasiado. Y, sobre todo, un aspecto familiar.

—Sí — asentí y miré al piso. Decidí preguntar lo que quería saber desde que Keira mencionó el tema — ¿Sabes quién es mi madre? ¿Y dónde está?

Él abrió la boca ligeramente para hablar pero no llegó a decir a nada. Repitió la acción un par de veces a la vez que articulaba con las manos. Finalmente, se rascó la nuca y exhaló aire.

— Vamos — dijo, comenzando a caminar hacia lo que supuse que sería el lugar en donde se encontraba mi madre.

Lo seguí en silencio, aún sin levantar la mirada. Mi corazón seguía latiendo con intensidad por lo ocurrido minutos atrás y mi mente sin creerse que en poco volvería a ver a mi madre.

—Aquí es — señaló una puerta, la de su habitación, seguramente.

La miré y tragué saliva. De la nada sentí un miedo irracional. Mi pulso estaba acelerado y mi respiración algo lenta. Me di cuenta de que el hombre seguía a mi lado. Solté una risita nerviosa.

—Eh, sí. Buen material, ¿no? — comenté, dando un toque a la puerta. Me llevé las manos a la boca al darme cuenta de que había tocado a la puerta. — Mierda.

—Mejor me voy — dijo el hombre señalando el pasillo y despareciendo por él.

Al mismo tiempo que este desapareció por el pasillo, la puerta se abrió y reveló a mi madre. Se llevó una de sus manos a la boca, sorprendida. La observé durante unos segundos, me avergonzaba admitir que me costó un poco ajustarme a su nueva imagen. Quisiera o no habían pasado seis años, y tenía más arrugas y manchas que la última vez que la había visto. Pero, seguía estando Preciosa. Eso sí, su cabello rizado estaba conservado a la perfección, igual que cuando me fui. Cuando era bebé lo tenía igual que ella, pero con el tiempo se fue alisando. No me gustaba porque lo quería tener  como mi madre, pero había poco que pudiera hacer.

Tras un corto periodo de tiempo mirándonos, me atrajo hacia ella y me abrazó. Las lágrimas que había conseguido detener volvieron a derramarse. Los abrazos de una madre son diferente al resto. Son un tipo de amor único, y eso se refleja. El abrazo duró un par de minutos y, cuando finalmente lo rompimos, nos sentamos en su cama. Me contó como la habían llamado desde el trece cuando salí seleccionada para los juegos. Querían contar con ella para formar una rebelión desde entonces. En un principio había dudado, pero recordó el trato que había hecho conmigo. Cuando cumplí doce le hice prometer que si salía seleccionada para los juegos huiría del diez, pues no quería vivir sabiendo que si a Snow no le gustaban mis acciones algo podría pasarle a ella. Me comentó cómo habían sido sus últimos años aquí y cómo funcionaba este distrito. Para finalizar, me dijo:

—Sole, ¿Te acuerdas de Pearce?

—¿Pearce? ¿Mi mentor Pearce? — interrogué, ella asintió. — Claro.

—Más bien mi Pearce.

La miré confusa durante unos segundos. Una vez lo entendí abrí mucho los ojos.

—¡Mentira! — exclamé, tratando de asimilar la información. — Cuando Keira dijo que tenías novio me esperaba todo menos esto, quiero decir...es Pearce.

Mi madre subió los hombros y después sonrió. Me resultaba extraño, era como si dos partes de mi vida se fusionaran. Dos partes que jamás llegue a imaginar que se iban a encontrar. Pero la realidad era que me alegraba por ellos. Ambos han pasado por muchos, y al menos a él lo conocía más allá de la impresión que me quisiera dar como novio de mi madre.

—¿Y Finnick? — interrogó.

Un sabor agrio se instaló en mi cuerpo. Me había olvidado de él, de nuestra pelea, o como lo quieras llamar. No era algo que quería recordar.

—¿Qué pasa con Finnick?

Mi madre levantó las cejas, como si así fuera a entender a que se refería. La peor parte era que sí lo hacía.

—Finnick y yo no... — comencé a explicar, pero no supe como. — No de esa forma.

—Si tú lo dices — dijo con un tono burlón.

—No sé que te hace pensar eso, ni siquiera lo conoces.

—Si tú lo dices — repitió y soltó una ruidosa carcajada.

Suspiré y pasé mis brazos al rededor de mis piernas, después apoyé mi cabeza en estos.

—Y aunque fuera así — continué — ya da igual.

—¿Por qué? — mi madre se acomodó, el tono de burla había desaparecido.

—Porque soy una imbécil y le dije cosas horribles — enterré mi cara entre mis piernas.

Katrina volvió a reír, acción que hizo que la mirara confundida.

—Ay, Sole, te quiero, pero siempre has sido muy dramática.

—¡Mentira! — exclamé ofendida. —Es solo que...que...—traté de buscar un buen argumento para rebatir su acusación. — ¡Es solo que soy piscis!

Otra carcajada. Tuve que hacer un esfuerzo para no sonreír.

—Vete a hablar con él.

—No quiero — dije, me sentía como una niña de ocho años.

—Vale, no quieres.

Pero ambas sabíamos que era mentira. No soportaba estar enfada con la gente, al menos con aquellos quienes me importaban. Sabía que la rabia que había sentido hacia él era irracional y ya había desaparecido, pues la única ira que quedaba en mi interior en esos momentos era hacia mi misma.

—Pero, solo por curiosidad...— comencé a decir, pero fui interrumpida.

—A tu izquierda.

—Ajá — me puse en pie —.Voy a dar una vuelta.

Mi madre asintió mientras sonreía, aún se me hacía raro estar con ella. Sentía que en cualquier momento iba a despertar y no iba a encontrarla de nuevo.

Traté de orientarme y buscar la habitación que me habían asignado, mas, vamos a ser sinceros, el sentido de la orientación no era lo mío. El pasillo estaba desértico, por lo que deambulé durante lo que me pareció una eternidad. Finalmente, visualicé a alguien a lo lejos. Me acerqué hacia la persona; una chica unos años menor que yo, con ojos marrones y un cabello oscuro, ondulado y sedoso. Era alta y delgada, con una complexión esbelta y delicada. Le toqué el hombro, provocando que diera un pequeño salto del susto y se girara. Cuando lo hizo, abrió los labios ligeramente, su mirada fija en mi rostro y su cuerpo petrificado.

—Perdón, no quería asustarte, es que estoy buscando una habitación pero no conozco este distrito — me disculpé.

La chica carraspeó y pasó su cabello por detrás de sus orejas.

—¿Estás buscando la tuya?

—¿Sí?

La chica asintió y se puso a caminar velozmente. No pude evitar sentir que estaba nerviosa. Después me di cuenta de que no me había presentado.

—Perdona, pero, ¿Sabes quién soy? — pregunté, alcanzándola y caminando a su lado. Ella rio.

—¿Quién no? — se paró en seco y me miró preocupada — ¿Por qué? ¿Tú sabes quien soy?

—No...¿Debería? — parpadeé. ¿Todas las personas del trece son así de nerviosas?

—No, no — negó con una sonrisa, después me tendió la mano. — Nadeleine Halway.

Solaline Grant — estreché su mano, provocándole otra risa nerviosa.

Se puso en marcha de nuevo y yo la seguí, tratando de recordar donde había escuchado ese apellido. Pensé que quizás era alguna vencedora que había ganado antes que yo, y por ello no la recordaba, pero parecía demasiado joven para serlo.

—¿Tienes algún familiar que haya participado en los juegos? — interrogué.

—No, ¿por qué?

—Tu apellido me suena.

Volvió a detenerse, pero esta vez señaló a una puerta.

—Aquí es.

—Vale, gracias — dije. Nos miramos unos segundos, sin saber que hacer. Al final ella asintió y se fue.

En lugar de entrar a mi habitación, entré en la que se encontraba a la izquierda, tal y como me había indicado mi madre.

—Hola — saludé al encontrarme con aquella mirada profunda verdemar.


Se está poniendo interesante, amén. Me encantaría escuchar sus teorías, si es que tienen ;)

Por otro lado, les tengo una mala noticia. La semana que viene no habrá actualización. Esto se debe a que estoy de vacaciones y, como comprenderán, si salgo no tengo tiempo para escribir. Y, a veces, a una le apetece estar todo el día sin hacer nada...yo soy sincera. No obstante, en cuánto pueda volverán las actualizaciones semanales y...les prometo que valdrá la pena esperar por el próximo capítulo. Muak.

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