sui generis

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De su propio género


Nunca había visto un baño tan precioso en mi vida. 

En mi casa uno siempre estaba descompuesto. El otro tenía el vidrio manchado, y el último no le servía el lavabo. Nunca los arreglamos. Aunque quizá era la percepción de estar tan sucia que no me permitía sentirme cómoda bajo la ducha. 

Regreso. Toco el suelo con la punta del lápiz labial. El color brillante roza contra las baldosas y se va desgastando con rapidez. Mancha. Doy una vuelta sobre mi eje, termino el lápiz entero y termino al círculo siniestro. Me levanto absorta. ¿Extraviada? Intoxicada. Lo observo ahí, desde arriba.

Había tantos colores debajo de las gavetas, acomodados perfectamente en un estuche. No sé qué adoro más, si las decenas de pequeñas botellas de perfume con distintas formas que adornan el lavabo, o la paleta de colores tan extensa que hay para pintar los labios. 

Me vuelvo a buscar en el espejo, pero ya no hay espacio en este. Lo he llenado de colores, y solo se puede reflejar uno en los pequeños espacios que todavía no están manchados. No se siente mal. Kai fue el primero en romper varios frascos de perfume, eso dolió mucho más, a pesar de que fue un accidente. 

Las cosas de Kai están aventadas al lado de mis pies. Hay un par de libros desparramados ahí, en su mochila, junto a una cola de rata que se mueve de izquierda a derecha cuando le apetece. Hay muchos panfletos con fotos mías de las que no he podido preguntarle nada, pero una en específico se ha salido y me llama mucho la atención. Está rayada de pies a cabeza con figuras que no acabo de comprender, pero causan un mareo terrible. 

No debí de verla, porque ahora no dejo de ver las marcas sobre mis brazos.  

Me acuclillo y tomo entre mis manos el primer libro de bolsillo que toco. Apenas y veo la portada: La fila india. Busco en el fondo de la tela al lado de las boronas y pelusas, la cola de rata desaparece con mi tacto. Encuentro la pluma que buscaba. Respiro. Es roja. R O J A. Justo donde está el marcador de lectura, encima de las letras de la página, le escribo:

«Xxxx xxxx xxxxx xx x'x xxxxxxxxx xx xx xxxxxxxxx. Xx xx xxx'xxxxx. Xx xxxxxxxx xxxx xxxx xxxxx xxxxx 'xx. Xx xxxxxxxx xx x'x x xxxxxxxxx xx xxx, xx xxxxx xx, 'xx xx xx xxxxx. Xx xx xxxxxxxxxxxx xxxxx x 'xx. Xxxxxxx xx xxxxxxxx xx xxxx'xx x'xxx xxxxxxx.»

Kai dormita en la bañera con el agua a tope. La espuma de las burbujas se ha agotado, lo único que permanece con nosotros es un olor pesado que marea. No sé cuánto tiempo llevamos aquí, pero es el suficiente como para que cada movimiento suyo provoque que se derrame el líquido. Ha mantenido el grifo abierto todo el rato. Deja que un delgado hilo de agua caliente le caiga detrás de la cabeza. No repara en mi acto, ni en mi petición. No repara ni un segundo en lo que le he escrito. Sacudo los panfletos y las cosas de su mochila. Las dejo ahí, más desordenadas que antes.

Igual que el caos de abajo.

—¿Qué hiciste, Mar?

¿A qué sabe la libertad? No es dulce. No, no es como la carne. No es jugosa, ni tierna. Es dura. Cuesta trabajo engullirla y raspa la garganta. 

Sonrío. No sé si por las burbujas apagadas que avienta Kai de la tina. O por el par de hormigas rojas ahogadas sobre el agua. No sé si es por el crimen. No sé si es por pasión.

No sé si es porque le he creído a Kai de esa libertad.

No sé si es porque he creído probarla.

Regreso a mi circulo para encogerme. Recojo el lápiz labial de nuevo y lo aviento a la bolsa de él. Mancho de rojo (R O J O) la cola de la rata para que esta vuelva a esconderse. 

Los chorros de agua mancharon los demás círculos, solo me queda este. Estamos cerca del preludio de una inundación, las gotas caen incluso hasta el infierno. Algunas truenan abajo. Algunas se vuelven rojas. R O J A S. Algunas se rompen antes de caer.

Cápsulas de paraíso para antes de la catástrofe.

—¿Por qué ahora?

Kai voltea a verme. Lo sostengo. Me quedo tan quieta como él. Me llama con la mano, quiere que vaya con él, pero deseo quedarme dentro de estos círculos por otro segundo para escuchar el sonido de las gotas. Quiero quedarme aquí en el paraíso manufacturado. En mi libertad. 

Deja la mano tendida hacia mí, su playera deja salir un hilo rojo hacia los círculos fracturados. 

Gateo hacia él y hacia sus diminutas cascadas de agua.

Es enorme.

Es tan blanca.

Es preciosa.

Tan pura la porcelana.

—Entra —susurra.

Pongo la frente sobre la bañera, el borde aún se mantiene frío. Respiro profundamente. Hide no ha dejado de golpear la nuca desde adentro. En cada círculo. En cada paso. En cada insecto que sale volando. En cada ventana que hemos roto. 

Kai acomoda los mechones de mi cabello y los coloca detrás de mis orejas. Mi cabeza no deja de retumbar. Sostengo la mano de él sobre mi oreja y cierro los ojos un segundo. 

Quiere salir. 

¿Lo escuchas?

Las venas brotan de poco a poco, pulsan. Si acaricio la sien con mis dedos, se pueden sentir con claridad. Si acaricio la nuca con mis dedos, puedo sentir a Hide. Ahogándose. 

—¿No es de todos él quien más ha comido de ti? 

Aprieto la mano de Kai hasta que algo dentro mío truena. Mantengo los ojos cerrados y dejo de escuchar las cascadas.

No va a dejarme ahora. No voy a dejar que se vaya. Que coma de mí hasta que se harte. Que yo coma de él hasta que llegue lo que me mate. 

—No.

Kai se suelta de mí, y me llama de nuevo con ojos siniestros. De haber tenido yo esa mirada nunca nada me hubiera pasado. De haber sido yo el monstruo, nunca nada me hubiera dolido. De haber tenido yo esa fuerza para sumergir a las personas en terror. Quiero sus ojos. Quiero que él arranque los míos. Despacio acaricio mis párpados. Nunca nada. Nunca nada. 

—¿No ha sido él, Mar?

Me levanto. Poco a poco dejo que las piernas entren, que se aclimaten a la temperatura. La piel se me llena de burbujas agrias. La ropa se me empapa. Un sonido extraño surge de la coladera. Una risilla. No le presto atención. La sonrisa de Kai se expande. Rodea todo su rostro y le da vueltas. 

Abruptamente me jala hacia él. Me abraza a su pecho y me encierra ahí. Me roba ahí. De poco a poco me hunde en la bañera. Que el agua me quede en el cuello. Que el agua me bese la barbilla. Que el agua me bese entera. 

Me acaricia la cabeza. Y como puede rajarme con su roce, intento hacer presión enseguida en las heridas que provoca para que no salga tanta sangre. Le quito las manos y las dejo en el agua, no lo nota él, pero me está haciendo sangrar. Sus dedos chapotean un rato mientras veo a las pequeñas catarinas que vuelan alrededor de la porcelana. Una. Dos. Tres. Cuatro.

A Hide no le agrada el número cuatro.

Uno, dos, tres, cuatro. 

Me encojo otra vez. Toco las burbujas y Kai vuelve a los cortes sobre la piel. A Hide le gusta tanto susurrar mi nombre como a Kai cuando contornea mis hombros y los descarapela para poder besarlos.  

Mar, muerde, mar.

Me quita la playera de encima. Lo dejo. Lo dejo porque quizá a esto sabe la libertad. Lo dejo porque quizá esto es la libertad. Libertad es él tocando los lunares que me han robado. Lo dejo porque quizá no conozco nada más allá del silencio. Porque la laguna de catarinas va creciendo y no quiero decir nada mientras la bañera se va coloreando con ellas.

Rojas. R O J A S. Brillante. Brillantes.

Se escucha el chillido de una rata por las alcantarillas.

Lejano.

Muy lejano de nosotros.

—Tenía tantas ganas de golpear —menciona entre caricias.

—¿A quién?

—No lo sé —contesta—. Daba igual. Tenía tantas ganas de agarrar lo primero que viera y matarlo. No podía respirar, Mar. De repente no podía respirar. No podía pensar. 

—Mentira.

—Tenía ganas de volver el tiempo. De no dejarte sola.

—Mentira.

—Ganas de devolverte la sangre que te han robado.

—Mentira. Mentira. Mentira.

Uno, dos...

Doy una suave ondeada al agua, Kai sigue quitando pieles y besándolas. ¿Quieres comerme, Kai? Observo volar a las catarinas. Todas se vuelven negras. El agua se queda roja. R O J A.

—Anda —jadea—. Quememos todo.

Empieza a hacerme cosquillas. Aumenta el movimiento de sus dedos toscamente. Como si no supiera la línea entre lo sutil y lo macabro. Clava los dedos en las costillas, y cuando las siente, le siento los deseos de jalarlas para ver si logra romperlas. Carcajeo mientras el agua se vuelve más y más densa, permito que siga encontrando más huesos míos.

Levanto el brazo para buscar su cabello. Mi reflejo queda en rojo. 

Kai pone el mentón sobre mi hombro. Respira profundamente sobre mi cuello.

—¿No te agradaría quedarte aquí por siempre? —pregunta. 

Hide golpea la nuca.

Uno.

—¿Lo escuchas? —pregunto en un susurro.

Kai guarda silencio, pero no deja de besar la piel muerta. No es suficiente silencio para entender a Hide. Bajo mi mano y jalo la punta de un mechón de mi cabello. Su corazón, el de Hide, sigue deseando fuego cuando ve tronar a las hebras; pero a Kai no le importa. Sus dedos siguen recorriendo la piel de un lado a otro. No alcanza a ver el rojo (R O J O) de las heridas. 

Hide muerde.

—No —responde seco.

—El día que muera —hablo bajo—, tal vez escuches.

—¿Qué cosa?

A las catarinas negras les crecen puntos verdes en la espalda. Y a los puntos verdes larvas. Y a las larvas sonrisas eternas. Y a las sonrisas eternas les dan un espacio para llegar al infierno. 

—El día que muera y estés ahí, lo comprenderás. Y si no estás, si desapareces, el día que regreses a ver mi cadáver quiero que lo busques —continúo—. Porque quiero que lo veas, quiero que lo escuches.

Me quito de su espalda para enfrentarlo. En este reflejo del mar rojo solo hay un alma oscura. No la de él.

La mía.

Kai niega, intenta apresarme de nuevo en sus brazos, pero me empujo al otro extremo.

Claro.

Claro que va a negarme. 

Le tomo las manos con fuerza para que deje de negar. Y entre temblores descubro a las catarinas muertas de la bañera. Se están ahogando todas.

—Quiero que abras mi cráneo cuando muera —susurro entre risas sin dejarlo ir—. ¿Podrías hacerlo? Agarras un martillo, una roca afilada; con las propias manos deja caer mi cabeza sobre el concreto. Ábrelo. Por favor.

Creí que nunca le pedías nada a los monstruos.

Yo soy el monstruo. 

Kai se suelta de mí.

Me mira perdido.

Quiero salir corriendo, los segundos pasan, las catarinas no pueden volar, y Kai no termina de comprender. Quiero ir a enterrarme cerca de las flores de mi madre para comer de la tierra de los rosales y que los gusanos coman de mí. Quiero esconderme ahí.

—Creí que querías estar conmigo para siempre.

Sus ojos. Intento salir de la tina, pero Kai me gana. Forcejea conmigo con las manos. Claro. Claro que lo hace. Siempre lo hizo. Me atrapa. Toma mis brazos y vuelve a sentarme. Golpeo algún dedo o dos. Se mueren más catarinas, entran algunas a mi garganta, pero no sin antes regalarme un beso. Me empuja hacia el agua. Hacia lo rojo R O J O

Bebo a fuerzas de la oscuridad.

No le escucho, pero sé que tiene miedo. Su corazón lo está delatando. Pocas cosas en su vida han sido más sangrientas que él. Le tiembla la voz y le tiemblan los brazos mientras me sumerge violentamente en el agua.

Y, mientras peleo para salir, mientras Hide muerde; en una de esas bocanadas de aire, lo observo.

Está llorando.

Ahí desisto.

Y permito que me lave enteramente el agua.


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