Capítulo 40: Sofía

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Sofía tenía sentimientos encontrados respecto al compromiso de Amanda. Una parte de ella se alegraba de que su familia hubiera olvidado el arrebato de su hermana. Aun así, el dolor que le producía el rechazo de Pablo Ferreira había resurgido. Tal vez si Antony e
stuviera allí, todo hubiese sido más sencillo, pero continuaba en uno de sus viajes.

Durante aquella semana solo dos temas eran recurrentes en el pueblo: la repentina desaparición de Juan Bustamante y la gran boda a la que todos habían sido invitados. Si bien Sofía quería lo mejor para su hermana, al mismo tiempo, temía que la magnitud del evento opacara su propia boda con Antony Van Ewen. La joven echaba mucho de menos a su prometido y la indiferencia que Diego mostraba hacia ella no hacía más que entristecerla.

Óscar Pérez Esnaola había mandado a traer a varios diseñadores y sastres de la ciudad. Al contar con tan poco tiempo para diseñar y confeccionar los atuendos de toda la familia, gastarían una fortuna. A Sofía le encantaba el vestido bordado en hilos de plata que le estaban realizando a una velocidad asombrosa, aunque nada podía compararse a las arcas de dinero que la tía abuela de Pablo había invertido en los preparativos de la fiesta.

Aquel día, eran tantos los invitados a la boda que muchos tenían que permanecer de pie. Tanto ricos como pobres lucían trajes de gala y era casi imposible distinguir a las personas pudientes de los campesinos. Por este motivo, Óscar le aconsejó a su familia que entablaran conversación solo con personas conocidas.

—Luce usted estupenda, señorita Sofía —mencionó un joven que acompañaba a la condesa.

Ella le regaló una sonrisa coqueta e inspeccionó el rostro del muchacho. Le resultaba familiar y tardó unos cuantos segundos en darse cuenta de que se trataba de Leónidas, el joven sirviente que había trabajado para su familia durante años. Se veía muy diferente. No solo lucía muy elegante con su traje de gala y su rostro impoluto, sino que además estaba un poco más alto de lo que Sofía recordaba.

—¡Leónidas! —exclamó al darse cuenta de quién era y la tía abuela de Pablo sonrió mostrando sus encías.

Mientras los mayores saludaban con cordialidad a la anciana, Sebastián abrazó con tanta fuerza a su amigo que se soltó de la mujer, quien estuvo a punto de perder el equilibrio y caer. Sofía pensó que quizás la condesa le hubiera dado empleo al muchacho.

—¡Por el amor de Dios, Sebastián! —regañó María Esther a su hijo.

Sofía no pudo averiguar más sobre la mujer ni sobre Leónidas, porque en ese momento la jaló del brazo la pequeña María. La hija menor de Juan Bustamante tenía un montón de extrañas teorías que contarle sobre la desaparición de su padre. Estaba segura de que su madrastra había tenido algo que ver con eso y deseaba su ayuda para intentar desenmascararla. La joven apenas escuchaba a su interlocutora, pero María no parecía captar su desinterés.

El padre Facundo pidió silencio y poco después recibieron a las dos parejas que se casaban ese día. Si bien Julia siempre estaba preciosa, Sofía se sorprendió al ver a Amanda. Su hermana lucía un vestido moderno y atrevido. El corset se ceñía a su cintura y resaltaba su busto de una manera muy provocadora. Se veía hermosa, pero tal vez no era el vestido más adecuado para usar en una iglesia. Incluso el rubor tiñó el rostro del cura cuando llegaron al altar. Pablo, por su parte, sonreía tan guapo y petulante como siempre.

Antony era mucho mejor que el criollo, algo que Sofía se obligó a recordar al menos unas diez veces durante la ceremonia. Por fortuna, no permanecieron demasiado tiempo en la iglesia. El ambiente resultaba sofocante con tanta gente. Parecía que todo el virreinato estuviera allí. Los únicos ausentes aquel día eran Ana, Magdalena y, por supuesto, Antony. Incluso Simón había asistido a la boda y observaba a Julia desde un rincón apartado.

Una vez en la plaza el doctor Medina inició lo que sería una sucesión de discursos emotivos. Poco después tuvo lugar la fiesta más extravagante a la que Sofía hubiera asistido jamás. Además de los platillos, el vino y el baile típicos en cualquier fiesta, se había dividido la plaza en varios segmentos de entretenimiento y distintos artistas se esforzaban por dar un espectáculo sin precedentes. Sofía no sabía en donde posar su vista. Primero se acercó a ver a un encantador de serpientes, luego observó una justa protagonizada por enanos con armaduras que montaban en ponis y por último acaparó su atención una función de marionetas que consistían en una parodia de la Revolución que una década atrás había tenido lugar en Francia.

No estaba segura de en qué momento María Bustamante se alejó. Un vistazo rápido alrededor fue suficiente para que Sofía se diera cuenta de que estaba sola y rodeada de desconocidos. Comenzó a sentirse incómoda ante la cercanía de los extraños que la apretujaban para ver el espectáculo.

—Con permiso... —decía a medida que avanzaba entre la gente dando algunos codazos y recibiendo empujones y pisotones.

Sintió como si hubiera estado conteniendo la respiración hasta que logró salir de allí. Cuando Diego la encontró tenía los ojos enrojecidos y respiraba con dificultad. Lo abrazó apenas lo vio y él correspondió después de un instante.

—¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? —preguntó confundido.

Sofía se soltó avergonzada. Desde la noche del beso, él parecía distante. Ella no buscaba confundirlo o algo así, pero lo echaba mucho de menos. Quizás fuera por eso o porque su boda jamás sería tan impresionante como la de su hermana, pero no pudo evitar ponerse a llorar como si fuera una niña pequeña.

—Si alguien te hizo algo lo mataré —prometió Diego, al tiempo que miraba preocupado hacia la multitud.

Sofía negó con la cabeza. Se preguntó cómo podría explicarle a su primo que en realidad nada le sucedía y que tan solo quería estar con él de la forma más egoísta posible. Incluso sabiendo la forma en que la amaba, ella extrañaba su amistad, sus conversaciones e incluso sus abrazos.

—¡Diego, aquí está! ¿Seguimos bailando? —preguntó una muchacha detrás de Sofía, quien sintió como si su corazón se detuviera.

—Quizás más tarde. Estoy cansado —se excusó.

Sofía escuchó a la joven marcharse, pero no se atrevió a mirarla.

—¿Te quedarías conmigo, por favor? —pidió casi con ternura.

—Claro que sí. Dime qué pasa —insistió él.

La joven se secó las lágrimas con el dorso de la mano y luego se aferró al brazo de su primo.

—Hay demasiada gente, casi me aplastan viendo una función de marionetas —explicó, aunque aquel no era el único motivo por el que se había puesto así.

A decir verdad, no entendía por qué se estaba comportando de esa manera. Era muy vergonzoso y por fortuna Diego no la juzgaba, al contrario, la hacía sentirse protegida.

—Si quieres te acompaño a ver alguna otra función —sugirió Diego, observando a su prima que seguía aferrada a su brazo con mucha fuerza.

—No, a menos que tú quieras ver algo. Yo solo quiero estar contigo —reconoció.

Él parecía sorprendido y Sofía no pudo evitar sentirse en cierto modo culpable. Iba a casarse con Antony y no quería darle falsas esperanzas a Diego. Sin embargo, no veía al inglés hacía mucho tiempo, pero el distanciamiento de su primo, a quien veía a diario era lo que oprimía su alma.

—Podríamos descansar en la escalinata de la iglesia, hasta que se disipe un poco la gente —agregó Diego.

—Sí, eso estaría bien —aceptó Sofía y se dejó guiar por su primo entre la multitud hasta salir de la plaza y llegar a su destino.

Una vez que se sentaron en los escalones de piedra de la entrada, Sofía le soltó el brazo para sentarse y, al hacerlo, sintió frío en el costado de su cuerpo que había estado en estrecho contacto con él.

—¿Te molesta que Pablo Ferreira se haya casado con Amanda? —preguntó evitando mirarla.

—No, bueno... Un poco, pero no demasiado —reconoció ella y se sintió mal apenas lo hizo.

—¿Lo amas? —continuó interrogando con sus ojos verdes clavados en sus zapatos.

—No —respondió con sinceridad.

Decirlo en voz alta resultó revelador, incluso para ella.

—¿Puedo hacer algo para que no estés triste? —interrogó y esta vez alzó la mirada hacia Sofía que volvía a tener los ojos nublados por las lágrimas.

—Es que... —comenzó a decir y luego negó con la cabeza sumergiéndose en sus pensamientos.

Se sentía mala y egoísta. No podía exigirle a Diego su compañía y su cariño a cambio de nada. Retenerlo a su lado no hacía más que romperle el corazón y no podía seguir fingiendo porque se daba cuenta de la forma en que la quería. Pero aun así, no estaba lista para apartarlo de su vida. Se sentía sola sin él y le hacía mucha falta.

—Sabes que haría cualquier cosa por ti —insistió y capturó con su pulgar una lágrima que surcaba el rostro de la joven.

—No quiero que estés lejos de mí —reconoció con pesar.

—Estaré siempre para ti, al menos mientras me quieras cerca tuyo —prometió.

Aquello no era verdad. Pronto se casaría con Antony y su amistad no sería más que un hermoso recuerdo. Era una locura pensar que todo podría ser como antes.

—No será así. Tú me quieres de la forma en la que un hombre quiere a una mujer y yo me voy a casar. Es posible que pronto conozcas a alguna joven. Todo será diferente... Todo es diferente ahora... —dijo llorando.

Diego la abrazó muy fuerte y ella se quedó allí con el rostro oculto entre su cuello y su hombro hasta que dejó de sollozar.

—Todo irá bien —prometió sin soltarla.

Aunque sabía que no era verdad la voz suave de Diego y el límite que sus brazos suponían con la realidad que le era hostil, la reconfortaron.

—No es justo. No mereces que sea tan egoísta. Tal vez deberías volver a bailar con aquella joven —sugirió Sofía, aunque deseaba con todo su ser que ese abrazo no se rompiera nunca.

—No eres egoísta... Bueno tal vez un poquito, pero no preferiría estar con ninguna otra persona en este momento —dijo y suspiró.

—No quiero lastimarte, pero tampoco quiero perderte —agregó.

—No me perderás —prometió él.

—Conocerás a alguien y te olvidarás de mí —insistió soltando un quejido.

Diego se separó lo suficiente como para poder mirarla a los ojos. Aún tenía las manos en los brazos de Sofía.

—No habrá nadie más —dijo muy serio.

—No puedo pedirte eso... Me voy a casar con otro —insistió la joven con las mejillas ardiendo.

Por primera vez, sentía auténtico miedo de desposarse con el inglés. Era guapo, tenía buenos modales y muchísimo dinero, pero en ese momento lo hubiera cambiado todo por seguir viviendo en La Rosa con quienes en verdad quería.

—¿No quieres casarte con Van Ewen? —aventuró Diego.

—La verdad es que no lo sé. Algunas veces sí y otras no. Debes creer que estoy loca. Ni siquiera yo sé qué es lo que quiero —reconoció.

—No creo que estés loca. Tal vez estás un poco confundida —aventuró Diego. Estuvo a punto de decir algo, pero se detuvo y volvió a abrazarla.

Su primo tenía razón. Sofía estaba muy confundida. Aquella boda le había servido para darse cuenta de que ya no sentía nada por Pablo, de que quizás su amor por el inglés no era tan fuerte como solía pensar y de que Diego era la persona más gentil y desinteresada del mundo. Le dolía lastimarlo, pero tampoco podía dejarlo ir. Ni siquiera sabiendo lo difícil que era para él permanecer a su lado.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro