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Claro que él la escuchaba, lo hacía muy alto y claro, como si estuviera frente a él, como si la tuviera pegada a su oído, podía escuchar todo y sentir todo de ella desde el momento en que la vio y de eso ya hacía aproximadamente ocho años.

Al menos en esta vida.

La sintió aún más intensamente cuando regresó, lo notó en todo su ser, por qué este vibró al momento de poner un pie en la pequeña ciudad de Brisa.

¿Por qué había vuelto? Se preguntaba, él pensó que nunca más volvería a verla o a sentirla tan intensamente. Se aseguró de que así fuera y gracias a ello, cuando se fue, el vínculo se debilitó un poco, aunque no tanto como le habría gustado.

Se estremeció cuando el frío helado entró en su sangre, congelando cada fibra de su ser, dolía, pero podía soportarlo, incluso podía llegar agradecer, ya que tenía la sangre en constante ebullición por culpa del demonio interno que lo consumía. Al contrario de las oleadas de calor, era como si las brasas del mismo infierno le dieran la bienvenida y se incrustaran en tu alma decididas a quedarse allí, lo que mezclado con su sangre siempre hirviendo lo hacía aún peor de soportar.

Y se maldecía, por qué ella tuviera que pasar por ese dolor, se sentía miserable, se enfurecía por las emociones que cada vez parecían estar dispuestos a volverlo loco un poco más cada siglo. Pero debía soportarlo, por qué ese era el precio a pagar, de alguna forma se había acostumbrado al dolor, incluso al hecho de sentir como mil espadas encantadas atravesaban su pecho sin descanso y control.

Lo que él todavía no se había acostumbrado y creo que jamás lo haría, por qué para él era lo más doloroso, era su llamado, su lamento, con esa voz cargada de desesperación y agonía.
Se aferró al sillón donde estaba sentado y clavó sus uñas, rasgando el cuero en el proceso y sacando el relleno que había en él.

Maldita sea, Morgana me matará. Pensó al contemplar el sillón maltratado.

La puerta de la sala de estar se abrió abruptamente, azotando un poco el lugar, él levantó la cabeza en busca del intruso y era ni más ni menos que Dion Vulcano, su más fiel y lean amigo.

—Dije que nadie me molestara, Dion—le recordó, quejumbroso por la intromisión.

Pero su amigo, poco le importó su tono autoritario o su mal humor, entró a la habitación en dos zancadas cerrando la puerta tras él. Por qué sí, Dion también estaba molesto, exasperado más bien.

—Si quieres que no se te moleste, deberías hacerlo mismo por los demás—le respondió, llevando sus manos a su cabello castaño oscuro, con clara molestia.

Virion levantó la mirada hacia Dion. Este tenía los ojos de distinto color, izquierda negro, derecha azul. En el azul, tenía una cicatriz que le atravesaba el ojo, que sobresalía de sus cejas, bajando al ojo y seguía un poco más hasta donde se suelen instar las ojeras. Pero incluso con ese aspecto, seguía teniendo buena presencia, atractivo para cualquier tipo de dama.

—¿De qué estás hablando? Estoy siendo lo más silencioso posible.

—Pues no es suficiente, puedo oír tus lamentos, tu agonía y por no hablar de tu corazón, que late como loco—le recordó señalándole con el dedo.

—Sirenas—siseó en respuesta, poniendo los ojos en blanco.

—Que me vas a contar—Dion mostró una sonrisa y su irritación disminuyó un poco.

—Lamento que debas escuchar todo eso, pero no hay nada que pueda hacer al respecto.

—Claro que puedes hacer algo, solo no quieres.

—¿Crees de verdad que no quiero ponerle fin a esto?

—sí, por qué podrías ir y traerla aquí contigo, con nosotros, donde pertenece.

Virion clavó las uñas aún más en el sillón por las palabras de su amigo, sus ojos de un azul claro como el cielo, pasaron a ser rojo brillante.

—¡No!—rugió, logrando que el pequeño sillón donde estaba sentado se tambaleara.

Cualquier ser se habría acobardado, salir huyendo, llorar o suplicar ante tal acción, pero Dion se mantenía firme, impasible, como si aquello no le afectara lo más mínimo, es más, obtuvo el efecto contrario porque su irritación aumentó y fue cambiado a la ira.

—¡¿Hasta cuando vas a seguir así?! ¡¿Acaso no sabes que esto no solo te hiere a ti, sino a ella también?!—le recordó apretando los puños, por la terquedad sin sentido de su amigo.

Sus ojos, concretamente el azul de su ojo derecho, brilló intenso, al igual que su cicatriz, que desprendió una luz azulada clara, casi blanco neón. Virion no respondió, tan solo se limitó a desviar la mirada, no tenía nada que decir, por qué sabía que él tenía razón. 

Volvió a sentir un dolor intenso en su pecho, que lo hizo erguirse hacia delante estremeciéndose.

—Eres el hombre más fuerte que conozco, muchos te temen al igual que te admiran, incluso te consideran como su Dios, eres el principio de un todo...

—Eso quedó en el pasado—le interrumpió apretando su mandíbula para contener otra ola de dolor.

—Dices que quedó en el pasado, pero eres el único que todavía vive en él, ¡Maldita sea, se supone que ambos son la mitad de un todo ¡Y en vez de estar con ella tú...!

—¡Basta, es suficiente!—gruñó, levantándose abruptamente, tirando el sillón al suelo en el proceso.

Sus ojos, que ya estaban volviendo a su azul habitual, volvieron a ponerse rojos, cortando en seco cualquier cosa que iba a decir Dion.

—¡Márchate!—ordenó, el suso dicho.

Ambos, amigos de toda la vida, se miraron fijamente, con ira contenida, diciéndose con la mirada lo que no por la boca, hasta que al final Dion suspiró y le dio la espalda encaminandose hacia la puerta, donde se detuvo, para mirar una vez más a su desdichado amigo.

—Espero... De verdad espero que no pase lo mismo que la última vez, por qué no estoy dispuesto a pasar lo que eso te hará otra vez.—Y con estas últimas palabras, salió de la sala de estar cerrando la puerta a su paso.

Al quedarse solo nuevamente, soltó un gran profundo y sonoro suspiro. Se acercó para recoger el sillón que yacía inerte en el suelo, lo levantó para colocarlo en su sitio y ver como arreglarlo antes que Morgana se diera cuenta y lo matara, pero se tambaleó al recibir otra ráfaga bastante intensa y grande de dolor. Apretó el sofá que sostenía, lo hizo con tanta fuerza que se agrietó y partió como si se tratara de un trozo de madera, lo bueno es, que el dolor no duró mucho esta vez, porque a los pocos minutos dejó de sentirlo y la calma vino a él. Se quedó quieto, por unos segundos, a la espera, pero el dolor que era tan leve que casi no lo sentía.

Debe haberse desmayado a causa del dolor. Reflexionó y sintió un poco de alivio, ya que ella no tendría que sufrir más. Al menos, no hasta la siguiente luna llena. Como es frecuente en él, su alivio no duró mucho, por qué las últimas palabras de su amigo vinieron a él.

«Espero que no pase lo de la última vez, no estoy dispuesto a pasar lo que eso te hará otra vez.»

No iba a dejar que eso pasara de nuevo, incluso si debía vender su alma al Diablo, no iba a dejar que sucediera. Tomó los restos de la butaca y se encaminó hacia la puerta, donde minutos antes había salido Dion. 

No esta vez, no mientras respire.

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