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—No puedo creer que de verdad te hayas casado con ese loco, quiero decir...

—Oh, no te disculpes, entiendo por qué lo dices, yo también lo pensaba en su momento, así que tranquila—la tranquilizó Khissa, que se echó a reír, logrando el sonrojo de la contraria.

Khissa Scott, de piel oscura, ojos grandes y negros, al igual que su cabello extremadamente rizado y largo.

Después de dedicar toda la mañana a limpiar, la casa de sus padres, se dio cuenta de que no tenía nada para comer, por lo que salió a hacer unas compras. Donde se encontró a Khissa, una antigua compañera de su adolescencia. Ella fue quien la habló primero y se sintió confusa e incómoda por aquello, por que no supo como reaccionar y por que no la reconoció de antemano, pero como la persuasiva que siempre fue pidió que fueran a tomar algo y así ponerse al día con sus respectivas vidas.

Entraron en una acogedora cafetería, suelos de madera, paredes beige, con varias mesas y sillas, un tanto elegantes. En el mostrador había un surtido de diversos postres, dulces, bebidas y todo lo que uno se le pudiera antojar y lo mejor es que no tenía mucha gente, era tranquilo. Idalia no se cortó lo más mínimo, abasteciéndose de un surtido de varios dulces, entre ellos, macarrones dulces, cruasanes, pastelillos rellenos y más, con un buen batido de dulce de leche con extra de nata.

En cambio Khissa, tan solo se pidió un zumo de arándanos y un trozo de tarta de limón. Después de ambas sentarse a la mesa, la más alejada, que estaba junto al ventanal que daba a la calle, Khissa, se puso a contar de su vida, incluso antes que Idalia tuviera la oportunidad de preguntar. Una característica que antaño a veces la irritó en su momento, pero ahora agradecía, por qué necesitaría tiempo para poder pensar que cosas contarla y que cosas no.

Khissa era la hija de la dueña del campamento AL, el nombre hacia referencia al aire libre o eso decía su madre, cada vez que alguien preguntaba por el origen de aquel nombre a veces sin sentido. Idalia pasó casi todos los veranos, en aquel campamento, ahora era su compañera quien se encargaba de el, ya que su madre decidió retirarse. 

También se casó, con Ken Russo, algo que a aún no lograba terminar de asimilar. Ambos se llevaron peor que perros y gatos. Khissa era alguien que seguía el orden, maniática, perfeccionista y muchas veces mandona, era una mini sargento. Era tan molesta que muchos no la soportaban hasta el punto de odiarla, y el que menos la aguantaba era Ken.

Él era rebelde, no le gustaba que le dijeran que hacer, siempre se metía en problemas, le gustaba hacer bromas pesadas, aunque tenía una pequeña obsesión con los animales marinos. Era tal que llegaba a los golpes con quien sea que viera maltratar o burlar algún animal marino.

Y ahora ambos estaban felizmente casados y a la espera de un hijo, ya que Khissa estaba embarazada.

¿Qué puede salir entre una obsesa del orden y un obseso del mundo marino? Se preguntó en su interior Idalia mientras seguía escuchando los relatos de su antigua compañera.

—Te aseguro que ha cambiado mucho—seguía diciendo Kara al ver la cara de incredulidad de Idalia.

—sí, debe haberlo hecho, si pasó de ser un delincuente a biólogo marino—soltó sin pensar, arrepintiéndose en el momento.

—Quiero decir... Es normal que cambie, al fin y al cabo en esa época éramos niños, todos estábamos un poco locos.

—Sí, tienes razón, yo era una de ellas—reafirmó tomando un poco de su zumo de arándanos.

Menos mal que lo reconoces. pensó y siguió hincándole el diente a su surtido de dulces. Luego, el silencio inundó a ambas y ninguna dijo nada por unos minutos, cada una enfrascada en sus propios pensamientos hasta que Khissa decidió hablar de nuevo.

—¿Y tú cómo has estado? Después de... Ya sabes —terminó la frase un tanto dubitativa.

Idalia se tensó en el asiento y el tenedor quedó en el aire a medio comer, donde lo bajó despacio hasta su plato nuevamente.

—bueno... No hay mucho que contar, todo fue muy aburrido—dijo al fin.

Bajó la mirada incómoda hacia el plato, mientras removía el tenedor con nerviosismo.

—Supe que ibas a casarte—soltó de la nada la morena, haciendo que la pelinegra levantara la cabeza de golpe.

¿Cómo es que ella sabía eso? Su desconcierto y confusión debían estar reflejadas en su rostro por que Khissa añadió.

—Tu madre es muy buena amiga de la mía, ya sabes—confesó, como si con esas pocas palabras pudiera resumirlo todo.

Ciertamente, lo hacía, conocía a su madre y lo ilusionada que estaba con la boda, recordaba como a cada vecino que se encontraba y tuviera oportunidad le decía que su hija iba a casarse. Pero esto también la alarmó, puesto que no quería, no deseaba que su madre supiera de su paradero a causa de la suya. Khissa vio el pánico en ella y habló para tranquilizarla.

—Mi madre se fue de crucero con mi padre hace tres días, dijo que quería disfrutar de una segunda luna de miel en condiciones porque cuando se casó no pudo, por la falta de dinero.

—¿Eso no es lo mismo que decía cuando...?

—Sí, es lo mismo, siempre usa esa excusa cuando quiere irse de viaje, pero a mi padre no le molesta y siempre cumple sus demandas, aunque esta vez lo preferí, ya que no iba a estar molestando en el campamento como otros años atrás—se explicó, llevándose a la boca un trozo de tarta de limón.

Ambas se rieron un poco por aquello. Idalia conocía lo enérgica y a veces escandalosa que era Mara, la madre de Khissa. Sin mencionar lo exigente que podía ponerse con las actividades que se realizaban en el campamento, pero tenía buenos recuerdos con ella a pesar de todo.

El silencio reinó una vez más cuando las risas cesaron y ella se dio cuenta de que ya no podría posponer más el asunto, por lo que, respirando hondo, se armó de valor para hablar.

—Tienes razón, iba a casarme, es más...—hizo una pausa para mirar la hora en su reloj, eran las cuatro de la tarde.

—Se supone que a estas horas ya estaría felizmente casada—soltó en un murmullo avergonzada y movía con nerviosismo el dedo donde debería estar el anillo de compromiso.

—¡¿Hoy era tu boda?!—preguntó Khissa sin poder salir de su asombro, a lo que Idalia solo asintió con la cabeza.

—Entonces...

—Solo... No pude hacerlo, estos últimos años no han sido los mejores y pensé que casarme quizás daría algo de estabilidad a mi vida. Un pensamiento anticuado ¿No? aun así realmente esperaba que funcionara, pero...

—Pero no fue así—terminó por ella la frase.

—Exacto.

—No diré que no me sorprendió verte, después de decir que no volverías a esta ciudad, entiendo que necesites un tiempo para ti, pero no sé si volver al lugar que te causó tanto dolor sea la mejor idea.

—Y por eso creí que sería un buen sitio para esconderme un poco, nadie pensaría que volvería aquí después de... aquel día—argumentó mostrando una débil sonrisa.

Después de aquel día, el día que lo cambió todo.

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