De entre todas las cosas, cuando llegaba a abrir sus ojos y miraba a través del cristal, los cerraba de nuevo.

No sabía si lo hacía por el ligero ardor que le provocó el líquido que lo rodeaba.

Quizás lo hacía porque alguien lo estaba mirando.

Lo estaba mirando como si tuviese miedo de él.

Le estaba mirando, estaba seguro, y luego como siempre salía corriendo, porque pasos más pesados parecían perseguirle.

Con el tubo dentro de su boca no podía decir nada, el dolor de tener esa cosa dentro lo hacía ahogarse, era irónico porque necesitaba de ello para sobrevivir en ese tubo de ensayo gigante.

Para cuando volvía a abrir los ojos esa figura volvía a estar ahí, borrosa, apenas si sabía que era una persona, o se convencía de ello, para no caer en la inevitable locura en la que lo sumergía la situación.

Habían veces en que, al ser sacado de ahí, siendo prácticamente jalado a la fuerza y sintiendo sus pies tocar el piso hasta el punto de doler.

Con la vista borrosa y los ojos ardiendo por ese líquido viscoso, pudo ver, apenas, escondido debajo de la base del tubo enorme.

Allí había un pequeño caramelo.

Nunca pudo saber de qué tipo era, mucho menos saber de qué sabor era, solo vio el envoltorio que se destacaba de entre toda esa penumbra.

La envoltura colorida denotaba entre todo ese lugar.

Le resultó lejanamente conocida.

Pero ya ni sabía quién era.