Capítulo IX: El único consuelo

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En la habitación, calurosa, con olor a hierbas y leche de borag, el rey Andrew hacía un gran esfuerzo por mantenerse sentado en el lecho, lúcido y que sus palabras se entendieran mientras pasaba las páginas de su diario, el cual mantenía en el regazo.

—Dice la leyenda que Do.mirh fue enterrado con la espada de hielo. —La voz del rey tembló un poco—, pero que si los cambiaformas regresan, ella también lo hará en las manos de un nuevo héroe. —Reflexionó un instante antes de volver a hablar—: Tal vez no sea más que una metáfora.

Rowan arrugó el ceño y miró el dibujo de su padre en el pergamino: una magnífica espada resplandeciente de luz alborea, la cual le daba el aspecto de estar forjada en hielo.

—¿A qué os referís con una metáfora? —preguntó el príncipe.

El rey subió el rostro, fijó la mirada azulada y acuosa en él.

—Tal vez no se refiere exactamente a los cambiaformas, sino a toda aquella amenaza que busca esclavizar a otros, como hicieron esos monstruos cientos de años atrás con los humanos. Solo esperamos que se alce un héroe y que la espada no sea más que el valor que necesita para luchar contra la tiranía.

Rowan tragó. No estaba seguro de poder darle a su padre lo que esperaba. Apartó los ojos, incapaz de sostenerle la mirada, y la posó sobre uno de los braseros, cuya flama ardía imperturbable. El silencio entre ellos se expandía como la llama se alargaba por momentos, hasta que el rey suspiró largamente y cambió el tema.

—¿Has ido a la laguna? —preguntó el hombre en el lecho—. El frío no ha arreciado, seguramente no se ha congelado todavía. De pequeño solía gustarte mucho que te llevara a pescar en ella. ¿Lo recuerdas?

Durante los doce años que tenía viviendo en Doromir, Rowan se había esforzado en mantener vivos sus recuerdos, así estos cada vez se volvieran más lejanos y difusos.

—Me acuerdo —contestó con una sonrisa—. Una vez me caí de la balsa intentando sacar un gran pez que mordió el anzuelo.

El rey dejó escapar la risa, la cual se mezcló con una tos áspera que a Rowan le constriñó el corazón. Hubiera dado cualquier cosa porque el padre que en ese momento reía con dificultad estuviera sano. Se apresuró a sostenerlo hasta que la tos cesó, y fue entonces que el rey pudo contestarle.

—Te negaste a que te ayudara. —dijo mientras el príncipe le acomodaba las almohadas y lo ayudaba a recostarse del espaldar otra vez—. Eras muy terco, siempre querías hacerlo todo solo y demostrar que podías. Cuando regresamos al castillo, tu madre nos riñó a ambos.

—Creo que me resfrié después de eso.

—Pasaste varios días en cama, sí. Me sentí muy culpable y me dije que no volvería a permitir que te lastimaras. —La voz de su padre se quebró, una lágrima descendió por la mejilla demacrada—. Pero no pude evitar que te llevaran lejos, que Cardigan te apartara de nosotros.

El rey empezó a sollozar. Rowan pensó que en el mundo no debía existir una situación más triste que ver a un padre hundido en el arrepentimiento, así que se esforzó por sonreír.

—No todo fue malo, padre. En Doromir me trataron bien. Soy un gran guerrero, tengo el respeto de mis enemigos y la admiración de muchos.

El rey negó un par de veces con la cabeza.

—Eres un buen hombre, Rowan, lo sé, puedo verlo en tus ojos y esa bondad nada tiene que ver con ser un guerrero.

Abrió los brazos delgados y el príncipe se refugió en ellos. El olor de las hierbas medicinales y el de la implacable enfermedad que se lo estaba llevando se volvió más fuerte. Rowan hizo todo lo posible por no quebrarse. Desde que llegó a Ulfrgarog había pasado cada tarde en ese dormitorio, en un intento desesperado por recuperar los doce años perdidos con su padre. Escuchaba con atención cada cosa que le contaba. Algunas veces las fuerzas no le alcanzaban y solo decía unas pocas palabras antes de quedarse dormido. Entonces, Rowan se mantenía sentado a su lado, mirándolo descansar y torturándose en silencio.

Las grandes puertas se abrieron con suavidad y el sanador entró a la recámara.

—Alteza —dijo—, es hora de la medicina de vuestro padre.

Rowan se limpió los ojos antes de apartarse del todo.

—Claro. —El príncipe depositó un beso en la pálida frente del rey y le pasó detrás de la oreja un mechón de cabello entre castaño y cano—. Vendré más tarde para que sigamos conversando.

Se levantó y le sonrió al sanador, un hombre joven de cabello negro y aspecto agradable.

—Gracias por lo que habéis hecho por mi padre, no se ha quejado de dolor en ningún momento.

—Lamento que sea todo lo que pueda hacer, Alteza.

El hombre hizo una reverencia y Rowan le apoyó una mano en el hombro, después salió de la habitación.

Las galerías del palacio le parecieron inconmensurablemente frías y oscuras a pesar de que se hallaban iluminadas por las lámparas de aceite. Las personas con las que se cruzaba lo saludaban con distante respeto. Cada vez se sentía más extraño y solo en aquel lugar.

Una corriente helada entró por uno de los ventanales, le agitó el cabello y lo hizo tiritar. En ese momento, la certeza de que su padre moriría esa noche le llegó con claridad.

Rowan se abrazó así mismo, miró con desconsuelo el cielo gris afuera, el otoño había llegado trayendo consigo frío y tristeza. Las lágrimas silenciosas descendieron por su rostro. No acostumbraba a llorar casi nunca, sin embargo, llevaba mucho conteniéndose y no pudo evitarlo. Se sentía perdido, con un gran peso en los hombros y sin saber qué hacer.

Tal y como lo había presentido, su padre murió al atardecer mientras dormía. Eirian llegó casi a la medianoche, acompañado de la emperatriz y el resto de su séquito. Él se encontraba al lado del féretro en el gran salón cuando escuchó los cuernos a lo lejos, que anunciaban la llegada al castillo del Emperador del Norte.

Vagamente, fue consciente de que a su alrededor las personas se levantaban, se escuchaban murmullos que en esa ocasión estaban afuera y no dentro de su cabeza, hasta que una mano cálida le apretó el hombro. Rowan alzó la vista.

El emperador vestía jubón y chaqueta de seda que le llegaba casi hasta la rodilla, de un verde muy oscuro con brocados dorados. Del cuello colgaba el medallón de oro con el escudo del imperio: la cabeza del lobo y la espada que la atravesaba; sobre los hombros, la larga capa de lana teñida de carmesí y forrada en piel iba sujeta por fíbulas de oro. El cabello rojo le caía suelto y la corona de oro brillaba sobre su cabeza. Los ojos azules, que lo miraban con compasión y amor, reflejaban el cielo veraniego en ellos. Al contemplarlo se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Necesitaba con desespero su consuelo. Se levantó del asiento y lo abrazó.

—Rowan —susurró Eirian contra su pelo, sosteniéndolo con fuerza—. Lo lamento mucho.

El príncipe se separó de él y asintió. Eirian se acercó a Andreia para darle las condolencias. Tras el emperador, la emperatriz y el resto de los nobles que habían venido con ellos también expresaron a los hermanos cuanto sentían la pérdida.

Un trovador tocaba una triste melodía en el laúd. Cada cierto tiempo algún noble o una dama de alta cuna hacía su aparición en el salón. Se arrodillaban delante de Eirian, sentado en el trono que antes ocupó el rey Andrew, después se acercaban a Rowan y Andreia y con palabras susurradas lamentaban la partida del regente de Ulfrgarorg.

Las pálidas memorias de una vida que había dejado atrás hacía mucho tiempo no dejaban de sucederse en su mente. Entrada la madrugada se levantó, incapaz de continuar en esa sala, cerca del ataúd que guardaba el cuerpo de su padre. No llegó a decirle que lo amaba. No quiso hacerlo sufrir más y por eso no le contó cuanto lo extrañó los primeros años en Doromir. No se atrevió a confesarle que no sabía qué hacer en adelante con su vida, porque no tenía claro a qué reino pertenecía en realidad.

—Magnificencia. —Rowan se inclinó delante de Eirian—, os pido permiso para retirarme.

—Adelante.

Rowan se despidió de su hermana con un frío abrazo y salió del salón, pero a la mitad de la galería sintió pasos a sus espaldas, al volverse vio a Idrish que lo seguía.

—¿A dónde vas?

—Caminaré por los jardines, necesito pensar.

—¿Puedo acompañarte?

Detrás de Idrish, Eirian se acercaba seguido de sus guardias personales.

—Es mejor que no —respondió Rowan en voz baja.

Idrish se dio la vuelta. Cuando el emperador se aproximó lo suficiente, el coronel hizo una reverencia y se marchó dejándolos solos.

—Lamento mucho todo lo que estás pasando —dijo Eirian deteniéndose a su lado.

—Al menos pude pasar estos últimos días con él.

Ambos continuaron caminando en silencio por las galerías a media luz. La mayoría de las lámparas permanecían apagadas en señal de duelo por la muerte del rey. De vez en cuando se cruzaban con algún sirviente que de inmediato se inclinaba delante de ellos. Por los resquicios de los ventanales que daban al jardín interior penetraba una brisa gélida cargada del aroma del pasto y las flores, aunque él continuaba envuelto en el de las hierbas medicinales y el borag del cuarto de su padre.

—Había olvidado lo agradable que es este castillo —dijo de pronto Eirian, que caminaba con las manos enlazadas en la espalda—. ¡Doromir es tan frío!

—Salgamos —dijo Rowan—, quiero mostrarte algo.

Ambos hombres atravesaron el jardín interior hasta llegar al muro oriental, donde se hallaba una gruesa puerta de madera custodiada por dos guardias. Al verlos, se apartaron y Rowan la empujó suavemente. Otro jardín mucho más salvaje y espléndido apareció ante ellos, repleto de arces de follaje carmesí y ocre que perdían las hojas cada vez que la brisa nocturna agitaba sus ramas. Caminaron a través del manto de hojas caídas, iluminado a destajo por los rayos de la luna y por lámparas de aceite en la punta de altos postes de madera.

—¡Esto es...! —exclamó Eirian mirando embelesado el paisaje a su alrededor.

—Hermoso —completó Rowan, observándolo de soslayo—. El rojo siempre lo es. Ven, no es solo esto lo que quiero mostrarte.

Eirian enlazó los dedos con los de Rowan mientras caminaban por la calzada franqueada a ambos lados por los árboles rojizos e iluminados por la luna. Los guardias del emperador se habían quedado del otro lado de la puerta.

—No sufrió. Murió mientras dormía. Es una buena forma de irse, ¿no crees?

—Mi padre decía que la mejor forma de morir es en batalla, con tu espada en la mano.

Rowan sonrió, muy típico de Cardigan considerar que el honor se hallaba en matar y conquistar.

—¿Tú qué piensas? —preguntó Rowan—. ¿Cómo te gustaría morir?

El emperador detuvo sus pasos y afianzó el agarre en su mano, Rowan giró para mirarlo.

—No me importa como sea, pero quiero morir en tus brazos, a tu lado.

El corazón del príncipe se agitó, tembló en su pecho, al igual que la sangre se le calentó en las venas. La soledad, la tristeza por la muerte de su padre, y la confusión por el futuro lo volvían vulnerable ante él. Eso se dijo a sí mismo para justificar la exaltación que le produjeron sus palabras. Se mordió el labio inferior y volvió a caminar tirando suavemente de la mano de Eirian.

—¡Dios del cielo! —exclamó risueño, en un intento por disimular su turbación—. Mi padre era un pacifista y el tuyo un guerrero. ¿Quién diría que El Emperador del Norte sería un romántico?

Eirian rio suavemente. Esa risa calmada, cristalina y genuina solía gustarle. La risa que solo le dedicaba a él.

—Mira, es aquí —dijo Rowan.

Habían llegado al final del camino, delante tenían un pequeño muelle de tablones de madera y varios botes amarrados a él, meciéndose levemente sobre el extenso lago. Rowan sonrió nostálgico, con los ojos llenos de lágrimas contenidas. A un lado del muelle había un columpio amarrado a las ramas de un arce que casi no tenía hojas. El príncipe se sentó en él y Eirian lo hizo a su lado.

—Venía a menudo acá con mi padre.

—¡Todo esto es precioso!

—Mi papá le regaló este columpio a mamá, a ella también le gustaba venir aquí. Se sentaba mientras papá y yo pescábamos. A veces veníamos mamá, Andreia y yo sin él. Mi hermana y yo jugábamos en la orilla mientras mamá nos vigilaba desde aquí. Podía dejarnos con las nodrizas, pero ella disfrutaba mucho de este lugar.

El lago era una superficie oscura, una especie de espejo de obsidiana en el que se reflejaba el cielo estrellado y los árboles de la orilla. Mirarlo lo llenó de paz. Sin pensarlo, Rowan apretó más los dedos cálidos que se entrelazaban con lo suyos.

—Es por este lago que el castillo y la ciudad se llaman Dos Lunas —explicó Rowan.

El príncipe señaló la superficie en la que flotaba el reflejo del disco plateado. A poca distancia se veía el otro, suspendido en el cielo y rodeado de estrellas.

Permanecieron en silencio, con los dedos entrelazados y admirando el reflejo de la luna en el lago mientras el viento les agitaba el cabello.

—Te amo, Rowan —dijo Eirian de repente con voz grave y baja.

De nuevo ese temblor que lo recorría desde la cabeza y hasta los pies, el estremecimiento que le erizaba la piel, la sensación de indefensión, las ganas de cerrar los ojos, olvidar todo y abandonarse a él. En el columpio, uno junto al otro, Rowan lo miró. Eirian le colocó una mano en la mejilla y juntó los labios con los suyos. El beso era diferente o al menos así lo percibía. Mucho más dulce y tierno, sin ese anhelo desesperado y avasallador con el que el emperador solía exigirle.

La conciencia se le apagó, no tuvo la precaución de guardar algo para sí y poner la barrera de siempre. Se abrazó a su cuello y profundizó el beso, mientras él lo acercaba más a su cuerpo, tomándolo por la cintura.

Cuando finalmente se separaron, una lágrima rodaba por su mejilla.

—No quiero verte llorar, mi vida. —Le dijo Eirian mientras limpiaba la humedad con el pulgar.

—No puedo evitarlo. —Sentía las emociones a flor de piel—, mi padre acaba de morir.

—Entonces déjame consolarte esta noche. No debes llorar solo.

Rowan suspiró, pero luego apartó la mirada. Para algunos ya era un traidor por el simple hecho de vivir en Doromir, no quería imaginar lo que pensarían si confirmaban las sospechas de que era el amante de Eirian.

—No es por lo que piensas, no es por sexo —le dijo Eirian tomando su mentón para que lo mirara de nuevo—. No quiero que atravieses solo este momento. Permíteme dormir contigo. Te prometo que seré discreto, solo me quedaré mientras te duermes.

—Está bien —concedió Rowan con un suspiro, incapaz de reprimir el anhelo de su corazón y esa vez fue él quien propició el nuevo beso.

Eirian no soportaba el hidromiel, así que en la mesa, además de esa bebida, había licor de cerezas, su favorito, algunas frutas, quesos y pan fresco que el príncipe había hecho traer mucho antes de que el emperador llegara a la habitación. Este se sirvió el licor en una copa de plata y para él, hidromiel en otra.

—¿Quieres algo más? —preguntó el emperador colocando cerezas, pequeños trozos de queso y algunas rodajas de pan en un platito. Rowan negó.

En realidad lo único que deseaba era el licor, tenía la esperanza de que lo ayudara a dormir. Eirian se había quitado el jubón y la chaqueta, también las botas, solo conservaba una fina camisa de lino blanco y el pantalón, al igual que él. Se acomodó a su lado en la cama y le ofreció el vaso.

—¿Has comido algo hoy?

—No estoy seguro —contestó Rowan después de beber un gran trago.

—Ten.

Le dio en la boca una cereza. La fruta madura sabía más dulce que ácido.

Eirian tomó una rodaja de pan con algo de queso y también se lo llevó a la boca. Luego del segundo bocado, Rowan negó con la cabeza.

—Debes comer —insistió Eirian—, mañana te espera un largo día.

Rowan suspiró y se terminó el bocadillo, pero ya no aceptó más nada, solo el hidromiel. Bebió largamente y después apoyó la cabeza en el pecho de Eirian, que descansaba recostado del espaldar de la cama. Cerró los ojos cuando él empezó a acariciarle el pelo. Fueron días tristes y solitarios los que pasó en Ulfrgarorg antes de que él llegara. Le sonreían y lo halagaban, pero se daba cuenta de que era un extraño en su propio reino. Sentía el desprecio de su hermana, también el de Daviano. Quien sabía cuantos más en la corte lo odiaban. Solo su padre tuvo fe en él, le dijo que era un buen hombre y le pidió perdón por haberlo entregado años atrás a Cardigan, a pesar de que él no le reclamó nada.

Y ahora su padre no estaba, se había ido para siempre. Lo único que tenía era el consuelo de Eirian. En ese momento también era cuanto necesitaba.

Sintió los labios posarse en su coronilla.

—Lamento mucho cuanto has pasado, Rowan —dijo Eirian en voz baja—. Hoy, cuando me llevaste a ese precioso lago y me hablaste de tu infancia con tu familia, pensé en todo lo que te arrebatamos.

Rowan enarcó las cejas, sorprendido, era la primera vez que Eirian le decía algo como eso. Se incorporó un poco para mirarlo a la cara. Era una hermosa vista el rostro pálido y atractivo de Eirian, desprovisto de esa expresión fiera que asustaba a todos. Sus ojos azules lo contemplaban con algo de pena.

—Si mi padre no me hubiera entregado al tuyo, no estaríamos aquí en este momento, Eirian —dijo y volvió a recostarse de su pecho—. Las cosas son como son, el pasado no se puede cambiar.

—¿Todavía piensas que eres mi prisionero?

—¿Lo soy? —preguntó, a su vez, Rowan.

—Quiero que estés a mi lado, que te quedes conmigo.

Eirian estaba tan solo como él. A veces le parecía escuchar a su alma clamando por la suya, como en ese momento en el que la soledad les pesaba a ambos, compartían la misma tristeza y la misma orfandad de amor. Era entonces cuando Rowan sentía miedo. Como si se asomara a un negro abismo que lo jalaba a sus profundidades. Temía perderse a sí mismo en él. Tal vez era por ese pánico a entregarse completamente, que había estado con otros hombres a escondidas, con la esperanza de encontrar alguno que lograra borrar a Eirian de su corazón. Pero en los años que llevaban siendo amantes no lo había logrado, porque también su alma clamaba por él.

Cerró los ojos y pensó en las palabras de su padre, en lo que esperaba de él, mientras la garganta y el pecho se le estrujaban abrazado al cuerpo de Eirian, consolándose con su calor y envuelto en su aroma a cerezas; en él había la dulzura y la acidez de ellas.

Eirian colocó dos dedos debajo de su mentón y le subió el rostro para mirarlo a la cara.

—No eres mi prisionero, nunca lo has sido.

Rowan se estiró hasta alcanzar su boca. Los labios de Eirian eran dulces, delgados y suaves. Los conocía a la perfección, la mayoría de las veces eran dominantes, pero en ese instante se entregaban dóciles, amorosos y tiernos. Era en esos momentos en que se volvían en extremo peligrosos, capaces de derribar las endebles barreras que, con terquedad, Rowan se empeñaba en levantar.

Cerró los ojos deseando poder amarlo completamente y sin reservas. Trastocado y con los sentimientos revueltos, cuando el beso finalizó le susurró las palabras que por tanto tiempo se había negado a pronunciar:

—Te amo, Eirian.

Eirian besó su frente y dejó que volviera a recostarse de su pecho. Recibiendo sus caricias, Rowan no se dio cuenta en qué momento se quedó dormido.

GLOSARIO

Cambiaformas: Criaturas mágicas con la capacidad de variar su aspecto físico de humanos a lobos. Antes de que los humanos atravesaran Northsevia y llegaran a Olhoinnalia, los cambiaformas poblaban las cordilleras de Ulfrvert y  lo que actualmente es Doromir, Osgarg y Ulfrgarorg. Cuando los humanos se establecieron en el norte de Olhoinnalia libraron una larga guerra en contra de los cambiaformas, hasta que el héroe Do.mirh los venció provisto de la espada de hielo que le dio Nu- Irsh. Desde entonces, los cambiaformas nunca mas han sido vistos en el continente.

***¿Qué les pareció el capítulo, mis amores? ¿Muy aburrido? Tenía muchas ganas de publicarlo, desde hace mas de un mes, cuando lo escribí. Les dejo una pequeña ilustración hecha con IA, espero que les guste. 


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