Capítulo XI: Un nuevo regente

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En una de las colinas adyacentes al castillo de Dos Lunas, muchas personas del pueblo llano habían acudido a observar desde la distancia el rito funerario del difunto rey. En las manos sostenían las lámparas de papel que enviarían al cielo con sus plegarias, una vez que comenzara la ceremonia de incineración.

El sacerdote de Nu-Irsh recitaba las oraciones propicias para invocar al espíritu del Gran Lobo de Norte, el emisario encargado de reclamar las almas y llevarlas, de acuerdo a sus actos en vida, al desierto de hielo, donde aguardarían por la rueda de reencarnación o al palacio en el cielo junto a Nu Irish, a vivir en plenitud por toda la eternidad.

Rowan contemplaba, solitario, el cadáver de su padre preparado sobre la pira funeraria. Andreia no estaba a su lado, sino en el otro extremo, rodeada de los nobles de su corte. Eirian hizo a un lado el enojo y se acercó al príncipe para brindarle su compañía.

Al rey lo habían vestido con galas: túnica de terciopelo y exquisita seda de araña plateada traída del lejano reino de Vergsvert, con la cabeza del lobo bordada en el centro. Llevaba puesta la corona y entre las manos enlazadas, la espada. Al detallarlo parecía que solo dormía, tenía una expresión plácida en el rostro, una que Eirian, estaba seguro, jamás tendría él cuando el Gran Lobo del Norte reclamara su alma.

El trovador empezó a tocar en el laúd una triste melodía. Contra el cielo crepuscular se alzaba la pira, la cual empezó a arder una vez que la flecha encendida se clavó en ella. Eirian escuchó el suspiro que escapó del pecho de Rowan, semejante al lamento de un lobo solitario. Lo miró de reojo y creyó que vería lágrimas, no obstante, se encontró con un rostro adusto. Rowan no lloraba.

El príncipe y la princesa encendieron sus linternas y las dejaron flotar para que el viento las hiciera volar y llevara las plegarias al palacio en el cielo. A esas dos se sumaron decenas más, provenientes de los nobles, de los campesinos de las villas y los pobladores de la ciudad. En poco tiempo, el naranja crepuscular se vio salpicado por incontables puntos dorados.

Cuando oscureció del todo, la pira casi se había consumido por completo. Eirian apoyó la mano en el hombro de Rowan.

—Volvamos al palacio, hace frío.

Al emperador y al príncipe siguieron el resto de los nobles. Dentro del castillo los esperaba el banquete funerario para celebrar que el rey Andrew iría al eterno descanso en el palacio del cielo.

—El consejero Lennox se acercó a mí —le dijo Eirian a Rowan mientras caminaban por el sendero rumbo al castillo—. Me dijo que apresaste a su hijo, que lo mantienes aislado en los calabozos del palacio.

—Así es —contestó Rowan con voz monótona mientras el viento les agitaba el cabello y hacía ondear las capas

—¿Puedo saber por qué?

—Me ofendió. Habló de ti y de mí de una manera poco respetuosa.

Así que el hijo del primer consejero era uno de los que Rowan había dicho que se burlaban de él a sus espaldas. Tampoco él tendría piedad.

—Entonces lo mandaré a ejecutar.

—¡No! —Rowan giró hacia él, alarmado.

—Si nos ha ofendido debe tener un castigo.

—Y ya lo tiene, está preso —contestó Rowan.

—No es suficiente.

—Es el hijo del primer consejero de Ulfrgarorg, quiero darle una lección, no sumar enemigos, Eirian.

—De acuerdo —suspiró—. Se hará como tú decidas.

Los sirvientes abrieron las puertas del gran salón. En el centro, una mesa larga de madera pulida y oscura estaba dispuesta con numerosos platillos y bebidas. Cada noble fue ocupando un lugar. Eirian se sentó a la cabecera, a su lado derecho lo hizo Rowan y en el izquierdo la emperatriz Brenda. Cuando cada uno se hubo sentado, el emperador se puso de pie para dar un pequeño discurso.

—Hoy es un día triste —empezó a decir Eirian—. El rey Andrew nos ha dejado físicamente, sin embargo, perdurará su recuerdo y sus enseñanzas. Fue un hombre de carácter notable, un pacifista dispuesto a grandes sacrificios por conservar la unión y el bienestar de su gente. Es mi deseo, como emperador y protector del Norte, seguir su tradición y nombrar regente de Ulfrgarorg a una persona comprometida con continuar su legado y de esa forma mantenernos unidos como la Gran Nación del Norte.

Eirian hizo silencio un momento. Luego de anunciar al nuevo regente no habría vuelta atrás, lo sabía. Pero así como Rowan deseaba darle una lección al hijo del primer consejero, él deseaba dársela al príncipe.

—Es por eso que la persona ideal para dirigir Ulfrgarorg en mi nombre es la princesa Andreia, quien conoce a su pueblo, sabe de sus necesidades y fortalezas y está comprometida con el sueño de una Gran Nación del Norte. Brindemos por la reina Andreia, nueva regente de Ulfrgarorg, quien gobernará en mi nombre.

Eirian levantó la copa, los nobles alrededor de la mesa permanecieron en silencio un instante mientras se sobreponían al inesperado anuncio. Uno a uno se levantaron, perplejos, alzaron las copas y brindaron. Rowan no se levantó, ni brindó.

—Majestad, yo ...—La voz de Andreia temblaba—. Es un gran honor que me hayáis considerado.

—No lo entiendo —dijo Rowan sin levantarse, en un susurro quebrado—. ¿Por qué me estás haciendo esto?

Eirian lo observó. Había hablado con la cabeza gacha, una lágrima aterrizó en el borde de la mesa y por un instante sintió la aflicción que debía estar embargando a Rowan. Estuvo a punto de arrepentirse de su decisión, pero luego recordó y la rabia volvió a invadirlo.

—¡Has roto el acuerdo de nuestros padres! —Rowan levantó el rostro y lo encaró.

Tenía los ojos rojos, las lágrimas contenidas, el ceño fruncido. ¿Era dolor u odio lo que había en su rostro? Hubiera querido no ver ninguna de las dos, pero ya no había retorno.

—Nuestros padres están muertos —masculló Eirian—. Es hora de renovar los acuerdos.

—¡Tú y yo también teníamos un acuerdo! —Otra lágrima. Rowan se llevó la mano al pecho, a la altura donde Eirian sabía descansaba bajo la ropa el rústico medallón de madera.

Eirian empezaba a arrepentirse. A pesar de todo lo que le había hecho, le pesaba su dolor.

—Creí que... —continuó Rowan—. ¡Fueron acuerdos hechos ante el Dios del Cielo!

—El Dios del Cielo te ha dado un lugar más importante, Rowan —dijo Eirian, tratando de mantener la calma—. Eres el bastión y la espada del imperio. Tu lugar está en Doromir.

—No voy a perdonarte jamás. —Rowan habló entre dientes y con las cejas fruncidas.

Eirian temió que fuera cierto. Iba a retractarse, pero recordó la conversación que había escuchado sin querer. Volvió a sentir su corazón romperse en pedazos. Revivió cómo la única persona que había amado en su vida, aquella a la que se entregó sin reservas, lo destrozó brutalmente. Las lágrimas le nublaron la visión por un momento. Tragó para deshacer el nudo en su garganta.

—¡Siéntate! —ordenó con voz cortante cuando Rowan hizo el amago de levantarse—. Ahora brindemos por la reina Andreia ¡Viva, reina Andreia!

—¡Viva, reina Andreia! —exclamaron el resto de los comensales, un tanto nerviosos por lo que sucedía en la mesa.

Se sentaron y las doncellas sirvieron la comida. Rowan permaneció en un tenso silencio sin darle la cara.

Todos comían y conversaban en voz baja, menos el príncipe.

—No has comido nada. —A Eirian le impresionó lo fría y calmada que sonó su voz—. Tu comida es diferente a la de ellos, la hice preparar especialmente para ti.

—¿Por qué me haces esto? —sollozó el príncipe—. ¿De qué forma te ofendí?

—¿De verdad no lo sabes? —preguntó a su vez Eirian, inclinándose sobre él—. Vamos, come, estoy seguro de que te gustará. Esta carne ya la has probado antes y es de tu entero agrado. Aunque era un cerdo viejo. ¿Te gustan los cerdos viejos, Rowan?

Rowan se separó bruscamente de su cercanía. Sus ojos amarillos lo observaron con algo de suspicacia y luego al plato con el guiso frente a él.

—¿Dónde está Idrish? —preguntó.

—¿Idrish? —Escuchar el nombre hizo que el odio ardiera en su interior—. No lo sé. Es tu hombre de confianza, tú deberías saber. Ya aparecerá. Ahora come antes de que se enfríe.

Rowan tomó el tenedor y cortó un pedazo de carne que se llevó a la boca con mano temblorosa. Mientras masticaba lo miró y Eirian le sonrió dulcemente de vuelta.

—¿Te gusta?

Rowan continuaba mirándolo, sabía que intentaba descifrarlo. Del otro lado, Brenda le tocó el brazo y Eirian se inclinó hacia ella.

—Estoy un poco indispuesta —dijo la mujer—, voy a retirarme.

—Claro, querida...

Eirian iba a decirle algo más a su mujer, cuando Rowan hizo una exclamación. Se había alejado de la mesa y miraba el plato con horror.

—¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué has hecho?!

Dentro del plato había una insignia de metal del ejército de Doromir cubierta de salsa agridulce. Rowan se levantó muy pálido, dio dos pasos para alejarse de la mesa y vomitó en el suelo, luego salió trastabillando del salón. Eirian observó todo con ojos inexpresivos. Se giró a los comensales y les mostró una expresión compungida, del todo falsa.

—Supongo que el príncipe se ha puesto malo por lo que ha vivido durante los últimos días. Por favor, no lo juzguemos y continuemos con el banquete.

Andreia iba a levantarse y seguir a su hermano, pero antes de que lo hiciera, Eirian negó con la cabeza y le dio la orden a los guardias en la puerta de que fueran con Rowan.

El dolor en el pecho de Eirian era lacerante, lo asfixiaba, casi no podía continuar reteniendo las lágrimas que pugnaban por salir. En la mesa murmuraban, continuarían haciéndolo sin ningún reparo una vez que él se levantara y abandonara el salón, así que no le importó dejarlos con sus cuchicheos.

A medida que recorría las galerías las lágrimas empezaron a fluir casi sin darse cuenta. El dolor se mezclaba con la rabia. Le había entregado su corazón y Rowan lo había pisoteado. Los guardias frente al dormitorio del príncipe se apartaron luego de abrirle la puerta.

El príncipe, sentado en el diván, lucía más pálido de lo que jamás lo hubiera visto antes.

—¡¿Qué hiciste?! ¡Eres un maldito loco, Eirian! —lo increpó mirándolo con horror.

El emperador caminó hasta él. Por un instante, la rabia fue más grande que el dolor.

—No me digas que no te gustó la comida. —Eirian le sujetó ambas mejillas con una mano y lo obligó a levantarse—. La hice preparar especialmente para ti. Es carne que ya habías probado antes. ¡¿Creíste que podías engañarme?!

Eirian lo soltó brúscamente, mientras Rowan lo miraba pálido y asustado.

—¡Con Idrish! —gritó furioso entre lágrimas—. ¡¿Cómo te atreviste a tanto?!

—¡¿Lo mataste y me lo diste a comer?! ¡Estás enfermo!

—¡Te lo advertí! ¡Te dije que si me engañabas iba a matarte!

—¡¿Y a eso has venido?! ¡¿Vas a matarme?! ¡¿Por eso están tus guardias en la puerta, para que no escape?!

—Debería hacerlo, Rowan —dijo Eirian con la voz temblando. Se quitó la corona y se llevó el cabello hacia atrás—. ¡Te entregué todo lo que soy y me traicionaste!

—¡¿Y no es lo mismo que tú has hecho durante todo el tiempo que llevo a tu lado?! —Rowan había empezado a llorar también— ¡Traicionarme de todos los modos posibles! Solo me permitiste volver a Ulfrgarorg porque mi padre agonizaba. ¿Por qué no me dejaste regresar antes? Te diré. Por la misma razón por la que me enviaste a la maldita frontera y te casaste sin decirme nada: Porque en realidad no te importo, para ti soy una propiedad más.

—¡Nada de lo que dices te da derecho a traicionarme! ¡Te burlaste de mí en mi propia cara! ¡Los escuché en esta habitación, como te decía que te amaba, como te besaba! —Eirian tenía que hacer un esfuerzo para no enloquecer— ¡Puso sus manos asquerosas sobre ti! ¡No dejaré que nadie más que yo te toque, Rowan!

—¡Porque nadie toca los juguetes del emperador, ¿verdad?! ¡Me das miedo! ¿Tenías que matarlo y dármelo a comer? ¿No podías solo exiliarlo?

—¿Un juguete? No eres un juguete. ¡Aquí el único juguete he sido yo! Y, ¿exiliarlo? —Eirian sonrió con infinita tristeza mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano—. No lo hice solo porque se hubiera acostado contigo, que ya es suficiente motivo. Vino a mí para contarme que tú tenías un amante, que me engañabas y que él te había escuchado cómo planificabas con ese amante mi muerte para luego escaparte.

Rowan frunció el ceño y lo miró desconcertado.

—¿Qué? ¡¿De qué estás hablando?!

—Como lo oyes —dijo Eirian con voz suave, pero afilada como una daga—. Siéntate. Déjame contarte.

Eirian fue hasta la mesa y sirvió hidromiel en dos vasos. Tenía tanta rabia que las manos le temblaban, sin embargo, se esforzó por tranquilizarse. Le ofreció un vaso a Rowan y cuando bebió del suyo arrugó la nariz.

—No entiendo como te gusta esta porquería. —Tenía en las manos la insignia de metal del coronel, la misma que había estado en la comida de Rowan. Se la arrojó y este la sujetó al vuelo—. Por la tarde vine a buscarte a este dormitorio y no estabas, así que decidí esperarte en tu recámara. —Señaló la habitación contigua a esa—. Pero no volvías pronto, ya me iba cuando te oí llegar con el coronel. Ustedes se quedaron aquí en la antecámara y yo los escuché desde allá, de la recámara. Oí como te besaba. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no salir y matarlo a golpes cuando le pediste que parara y no lo hizo. Él te propuso matarme y tú te negaste. Le dijiste que me amabas, que no querías dejarme. —Eirian bebió un trago de lo que para él era la horrible bebida y miró a Rowan que se había sentado de nuevo en el diván. Continuaba pálido y lo miraba con los ojos muy abiertos, asustados—. Así que cuando Idrish vino y me dijo que eras tú quien estaba planificando mi muerte me enojé. No es solo que se hubiese atrevido a acostarse contigo, sino que se supone que era tu hombre de confianza y vino a mí con la clara intención de difamarte para que yo te asesinara.

Rowan se llevó las manos a la cara y agachó la cabeza, claramente aturdido.

—Un cerdo viejo. La próxima vez escoge mejor a tus amantes.

Eirian dejó la bebida en la mesa. Después de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, se giró hacia Rowan y volvió a hablar.

—Y no, no te lo di a comer, seguramente su sabor hubiera arruinado la deliciosa salsa. Comiste cerdo asado, tu favorito. Solo mandé a colocar la insignia de su uniforme en tu plato.

—¿Idrish... está?

—¿Muerto? ¡Por supuesto!

Un increíble cansancio se apoderó de él, igual que si acabara de librar una larga y extenuante batalla. Recordó el descaro del coronel al buscarlo para contarle sobre la traición de Rowan. Azotarlo antes de degollarlo, mitigó su rabia, pero lo cansó físicamente. Y luego estaba el intenso dolor que suponía la traición de Rowan. Se sentía aturdido. Las piernas le pesaban como si estuvieran hechas de piedra. Se tumbó al lado del príncipe en el diván

—¿Sabes por qué no te mato también? —preguntó con las lágrimas descendiendo de nuevo por las mejillas.

Desde que su padre llevó a ese niño de ojos amarillos a Doromir y lo vio por primera vez, sintió una inexplicable curiosidad por él, algo instantáneo, una conexión. A los catorce años no fue amor, tampoco lo fue a los quince o a los diecisiete, pero poco a poco fue convirtiéndose en ese sentimiento inmenso que le llenaba el pecho y lo asfixiaba, que era capaz de hacerlo perder la cabeza y que se volvía más turbio a medida que pasaba el tiempo. Rowan volteó a mirarlo, las lágrimas ya no corrían y solo quedaban los surcos claros en sus mejillas. Cuando observó sus bellos ojos dorados, Eirian estuvo seguro de que él sería su ruina.

—Porque me amas —contestó el príncipe con la voz rota.

Eirian asintió. Luego habló entre sollozos.

—Y porque a pesar de todo este dolor que me has causado, creo que tú también lo haces. Lo veo en tus ojos. Es un amor extraño y dañino, pero ahí está, inmenso como el mío.

—¿Mi amor es dañino? —preguntó infinitamente triste—. Me quitaste la corona de Ulfrgarorg. Mi hermana llevaba una lunación escribiéndote para que me permitieras volver y no me dijiste nada.

A través de las lágrimas, a Eirian le pareció ver la pálida sombra del fantasma de su hermano en el rincón, mirándolo con sus ojos blanquecinos.

—Estabas en Osgarg, no quería desconcentrarte y exponerte a que te descubrieran.

Rowan hizo una mueca que intentaba ser una sonrisa.

—Mi padre pudo haber muerto antes de que lo viera. Siempre hay una jodida excusa. ¿No tiene nada que ver con tu maldita posesividad?

Eirian colocó una mano en su mejilla y lo miró a los ojos.

—Te necesito a mi lado.

Rowan apartó la cara de su toque.

—Es lo que he hecho en los últimos doce años de mi miserable vida, estar a tu lado. Tengo un corazón, Eirian, y poco a poco lo estás destruyendo.

—No deseo lastimarte, en cambio, tú... tus infidelidades... También tengo un corazón y no te ha importado destrozarlo. Tus manos están manchadas con mi sangre.

Eirian se acercó más y lo besó. Rowan intentó detenerlo esquivando el beso, trató de apartarlo, sin embargo, Eirian no lo permitió. Con una mano le sostuvo fuertemente las mejillas y con la otra le inmovilizó la muñeca, forzó el beso hasta que Rowan se rindió y abrió la boca para darle acceso a su lengua.

El príncipe era una especie de droga, una adicción maldita que no podía resistir por más daño que le hiciera. Le retiró la levita negra y le desabotonó el chaleco, metió las manos debajo de la camisa blanca de lino y tocó la piel cálida, lo sintió estremecerse mientras lo besaba.

—Realmente debería matarte —dijo Eirian alejándose un poco para mirarlo a la cara.

—Hazlo y termina de una vez con todo esto. —Rowan lloraba de nuevo en silencio igual que él—. Nos estamos destruyendo.

Eirian volvió a besarlo con las manos ocupadas en terminar de retirar las prendas de ropa. Era extraño como la persona que le causaba tanto dolor, también era la única que podía consolarlo. Suavemente, lo llevó hacia atrás, hasta tumbarlo de espaldas en el diván. El emperador acarició con un dedo desde el cuello hasta el ombligo, mientras las lágrimas de ambos seguían fluyendo.

—¿Por qué nos hacemos tanto daño? —preguntó Eirian desconsolado.

—Porque somos iguales y además de amarnos, nos odiamos.

Rowan se incorporó y le atrapó los labios con los suyos, al tiempo que lo abrazaba con fuerza y lo atraía hacia sí. El corazón roto y adolorido se le desbocó en el pecho. Los besos le quemaban, eran intoxicantes al igual que su piel. Ardía. Con manos ansiosas, el príncipe le retiró la levita y el resto de las prendas de ropa, luego pasó la lengua por sus pectorales.

—¿Me odias? —preguntó Eirian en medio de un estremecimiento, temiendo la respuesta.

—Tanto como te amo.

—No te odio, Rowan, tampoco quiero que tú lo hagas.

Y era verdad. Debía odiarlo, pero no podía. Lo único que sentía era dolor.

Se inclinó sobre él y lo besó profundamente en la boca. Lo que menos deseaba era hacerle daño o que Rowan lo odiara, ese era su mayor miedo y, sin embargo, no sabía cómo evitarlo. Su deseo, tan feroz, lo llevaba a intentar poseerlo, no solo su cuerpo o su corazón, también quería apropiarse de su alma. Compenetrarse tanto que llegaran a ser uno solo, como en esos frágiles y efímeros momentos en los que hacían el amor y latían al unísono.

Le quitó el pantalón y luego hizo lo mismo con el suyo. Sentía la erección palpitar, quería enterrarse en su cuerpo, cavar profundamente en él, borrar cualquier huella que pudiera haber dejado el bastardo de Idrish. Agachó la cabeza y abrazó el pene de Rowan con la boca mientras introducía un dedo húmedo de saliva en su entrada. El príncipe no dejaba de suspirar y jadear mientras él lamía, chupaba y con el dedo hacía círculos; en poco tiempo pudo meter el segundo y un tercero. Rowan estaba muy duro en su boca, goteando líquido preseminal.

Abandonó la labor y cambió los dedos por su pene. El príncipe gimió alto y enterró las uñas en sus hombros cuando comenzó a embestirlo. Sintió las piernas de él rodearle la cintura, alentándolo para que aumentara el ritmo. Su interior suave, caliente como una hoguera, lo succionaba, lo llevaba poco a poco a la locura. En medio de los jadeos de Rowan llegó a su mente el recuerdo de los besos que había escuchado entre él e Idrish. Contempló al príncipe debajo de su cuerpo: gemía con los ojos cerrados y tenía el dorso de la mano sobre la boca. Eirian imaginó que tal vez pensaba en Idrish y no en él.

—Mírame —pidió—. Mírame, Rowan.

El príncipe abrió los ojos, sus iris dorados resplandecían como rayos de sol. Ese mismo brillo lo había contemplado el bastardo de Idrish. Lo había escuchado gemir, lo había besado y saboreado su piel. Eirian le rodeó el cuello con una mano y aumentó el ritmo de las embestidas. Las manos de Rowan se posaron sobre la suya, ambos estaban muy cerca del clímax. Por un instante pensó en apretar más, asesinarlo y acabar con todo el dolor y la desesperación que sentía, pero imaginar esos hermosos ojos vacíos y una vida sin él lo llenó de terror.

Eirian soltó su cuello, lo tomó de los hombros y lo sentó sobre su regazo. Rowan ruborizado, con ojos brillantes y labios húmedos, era una visión lúbrica, sin embargo, no fue solo lascivia lo que se agitó en su interior. Miró las lágrimas que continuaban descendiendo y el deseo de amarlo y cuidarlo para siempre, hasta que la vida de ambos se volviera polvo, se alzó más fuerte que la lujuria. Lo abrazó con fuerza, lo besó profundamente y mientras lo hacía le llegó el sabor de su llanto silencioso, el cual se mezcló con el suyo.

No fue necesario que ninguno de los dos se moviera para alcanzar el clímax. De nuevo, por ese breve instante fueron uno solo, en amor y dolor.

*** Hola. ¿Qué les pareció el capítulo?

Que piensan de Rowan y Eirian, ¿les gustan o no los personajes? Pienso que es difícil empatizar con ellos, ninguno de los dos actúa correctamente, aun así me encantaría saber qué opinan.

¿Alguna vez han estado involucrados en una relación tóxica? Yo sí. Es bastante intenso, doloroso y autodestructivo. Sabes que lo que haces está mal y te está dañando, en el fondo sabes que no hay esperanza, pero no puedes apartarte, porque así como dijo Eirian, es lo único que te consuela (los buenos momentos, claro)

Espero no estar romantizando nada.

PD: La canción de la cabecera es Valentine de Maneskine, mi mas reciente obsesión. Hasta el próximo viernes.




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