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Él era uno de los alfas más guapos del instituto; era alto, piel tan blanca como la leche, labios finos y rosados, cabello negro que contrastaba perfectamente con sus ojos achocolatados y un tono de voz ronco que haría mojar a cualquiera con tan sólo un susurro sobre su oído. Sí, Min Yoongi era el sueño de cualquiera, sin embargo había un gran problema: era tímido.

Los omegas constantemente cuchicheaban entre ellos sobre las cualidades y virtudes que los alfas perfectos debían de poseer.

Un alfa perfecto debía de ser imponente, de mirada penetrante, musculoso, posesivo y protector.

Una total estupidez si se lo preguntaban al omega de cabellos rubios; Park Jimin.

Jimin siempre había sido alguien muy liberal respecto a los temas que tenían que ver con los estereotipos. A él no le importaba si un alfa era bajo o alto, extrovertido o introvertido, musculoso o delgado.

Nunca le había atraído un alfa o beta, ya que todos parecían ser sacados de la misma fábrica y hechos a la medida para los omegas con el cerebro en el estómago. O eso pensó hasta que lo conoció a él: Min Yoongi.

Aún recuerda la primera vez que lo vio. Había llegado diez minutos antes del toque que anunciaba el inicio de un nuevo año de clases. Yoongi estaba en uno de los asientos de atrás; con la mirada baja y sonrojado por haber estado recibiendo tanta atención de los omegas que le habían estado rodeando mojando por obtener su atención, pero huyendo al darse cuenta que el pálido era muy tímido.

Irónico.

Mientras los demás salían corriendo ante la actitud del alfa, Jimin se había interesado en él hasta el punto de observarlo por largos minutos; cuando estaban en clases, en la cancha, en la cafetería, en el patio, y la lista seguía llegando al punto de terminar suspirando cada vez que el pálido sonreía con su par de amigos.

Después de dos meses de intensas miradas por parte del omega, se había decidido por tener a ese chico. Lo quería. Quería que él fuera su alfa.

Por ello, Park Jimin estaba dispuesto a cortejarlo, y no cualquier cortejo, por supuesto que no. Él le regalaría un kumamon cada día hasta enamorarlo.

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