🍎CAPÍTULO VEINTIUNO🍎

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Los Snow estaban raros.

Demasiado silenciosos, normalmente durante los almuerzos Caelus y Austros bromeaban y Gerion daba muchas órdenes sobre lo que teníamos que hacer el resto del día, pero hoy, todo estaba en silencio. Balios estaba de regreso y se suponía que la casa debia estar alegre, pero parecía un funeral. Algo estaba pasando. Me aclaré la garganta antes de hablar.

—¿Pasa algo?

Austros llevó su mirada rápidamente hacia mi.

—Todo está bien, White.

Nada estaba bien. Austros estaba demasiado serio, Elais tenía el ceño fruncido y Felis le daba vueltas a su tenedor en el plato. Me estaban ocultando algo y no podía creer que volvieran a romper mi confianza. Iba a hablar pero Gerión me interrumpió.

—Nos ha llegado una invitación —me dijo—. Eso es lo que nos pasa, muñeca.

—¿Invitación? —cuestioné perdida.

Gerión asintió con la cabeza antes de explicar.

—Delle se ha encontrado a uno de nuestros hombres en el burdel y ha enviado una invitación a una fiesta este viernes.

Me ofreció un sobre y lo abrí de inmediato. El fino papel de la invitación ardía en mis manos, como si estuviera hecho de brasas. El perfume de mi madrastra, dulce y nauseabundo a la vez, todavía impregnaba la hoja. No podía creer que me hubiera invitado a una fiesta. A mí, la "hija" a la que intentó matar.

"Una velada inolvidable", decía la tarjeta con una caligrafía cursiva que me recordaba a las muñecas de porcelana, perfectas, engañosas. La fecha estaba marcada en rojo: era el viernes. No tenía idea de por qué lo hacía. ¿Era un acto de hipocresía, un intento de manipulación, o tal vez, solo tal vez, una señal de que había cambiado?

Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar su voz ordenando mi muerte. La imagen se desvaneció, reemplazada por la imagen de la invitación, con el sobre de encaje color marfil.
¿Por qué la invitación me intrigaba tanto? ¿Era solo curiosidad? ¿O una sed de venganza que me hervía por dentro? Tal vez, solo tal vez, todavía había una pequeña parte de mí que anhelaba creer en la posibilidad de una relación normal, una madre, un hogar...

No, no podía permitirme ilusionarme. Era una trampa, lo sabía. Un señuelo para atraparme, para acabar con mi sufrimiento de una vez por todas.

Sin embargo, una parte de mí, la parte más salvaje, la parte que se aferraba a un ápice de esperanza, me susurró al oído: "Ve. Es tu oportunidad de averiguar la verdad".

La palabra "verdad" resonó en mi mente. ¿Qué verdad? ¿Qué podía saber yo que no supiera ya? La verdad era que mi madrastra me odiaba, que me deseaba fuera de su camino, y que había intentado matarme. ¿Qué más había que saber?

—Ahí estaremos —dije con firmeza y todos me miraron.

—¿Quieres ir? —cuestionó Elais y asentí.

Quería saber que había detrás de aquella invitación. Delle no hacía las cosas porque si.

—No iremos —ordenó Gerión—. No sabemos de que trata esto y después del ataque no podemos confiar en nadie.

—Quiero ir —insistí—. No voy a vivir escondida toda mi vida, Gerión, estoy cansada del juego de mi madrastra y en esta fiesta voy a descubrir que demonios pasa.

—Denme un minuto —Balios se levanta de la mesa mientras saca su celular y se aleja hacia la cocina dejándonos con incertidumbre.

Al cabo de unos minutos regresa y vuelve a tomar asiento.

—Malik fue invitado y está dispuesto a ayudarnos si la cosa se torna complicada —le informó a Gerión y yo sonreí.

—¿Iremos, cierto? —le pregunté al más gruñón de los Snow—. Aparte es una fiesta de máscaras y siempre he querido ir a una.

—Bien, Bianka, iremos a la maldita fiesta, pero sabes que...

—No puedo alejarme de ninguno de ustedes, lo entiendo.

Gerión tomó una profunda respiración y todos continuamos almorzando. A mi lado, Deimos tomó mi mano suavemente.

—¿Estás segura de esto? —susurró y asentí con una sonrisa.

Deimos se veía mejor, las ojeras habían desaparecido y estaba más animado. Habían noches en las que sus gritos nos despertaban a todos, pero cuando me acostaba junto a él se calmaba y lograba descansar sin pesadillas.

—Lo estoy —le respondí.

El resto del almuerzo transcurrió con normalidad. Cuando terminaron los hermanos se pusieron de pie y regresaron a sus tareas. Últimamente salían poco de la casa, convirtieron el granero en una especie de oficina y pasaban la mayor parte del tiempo alli, mientras yo permanecía como un zombi vagando por toda la casa. Lev se encargaba de las tareas domésticas desde que mejoró de su mano y aunque le insistí en que podía renunciar al trabajo si lo deseaba, me dijo que iba a quedarse junto a nosotros.

Balios permaneció sentado en su silla cuando Lev retiró su plato y sus ojos se encontraron con los míos.

—¿Puedes ponerme al día con todo lo que ha pasado por aquí?

Reí y me cambié hasta la silla que quedaba a su lado.

—No ha sido mucho.

Balios sonrió y creo que solté un jadeo. Nunca lo había visto sonriendo y era algo maravilloso.

—Austros inundó la casa hace cuatro días —le cuento y ambos reímos—. Quizo ayudarme a hacer la limpieza junto con Lev y dejó la pila abierta, esto parecía el Titanic.

La risa del menor de los Snow resonó por todo el comedor y decidí que nunca había escuchado un mejor sonido que ese. Balios parecía otra persona, más feliz y eso me encantaba.

—Ya no me odias —le dije

Su risa se desvaneció. Una mirada profunda se instaló entre nosotros. Mis dedos se posaron sobre la mano de él. Un calor recorrió mi cuerpo al sentir el contacto, tan suave y familiar.

—Te extrañé, Balios — susurré, mirándolo con intensidad.

Él se inclinó hacia mi, su cuerpo se acercaba al mío como un péndulo.

—Yo también te extrañé —susurró él, sus labios rozando mi piel.

El aroma de su perfume me embriagó. Balios no pudo resistir más. Sus labios se encontraron con los míos, un beso lento y apasionado, lleno de la intensidad de semanas de ausencia y deseo contenido.

Respondí con la misma intensidad, mis manos recorriendo el contorno de su rostro, buscando la calidez de su piel. El mundo a mi alrededor desapareció, solo quedamos nosotros dos y nuestras respiraciones entrecortadas.

Un golpe suave en la puerta rompió el hechizo. Me separé de Balios con un suspiro y el rostro sonrojado. Ambos miramos la puerta con recelo.

—¿Esperamos visitas? —me preguntó y negué con la cabeza.

Nadie venía a visitarnos, nadie conocía la ubicación de esta casa o eso fue lo que me dijo Felis.

Balios sacó su arma y me hizo una seña para que abriese la puerta, él se mantuvo oculto detrás.

Mi mano temblaba ligeramente al abrir. El corazón me latía con fuerza, el recuerdo del ataque, las manos de aquel hombre olbligándome a entrar en el coche, Balios en el suelo.

Al abrir me encontré con una mujer de cabello rubio platinado, sus ojos azules parecían perderse en un mar de angustia. Un niño pequeño, de unos cinco años, se aferraba a su falda, mirándome con curiosidad.

—¿Puedo ayudarte? —pregunté con un tono cortés pero cauteloso.

—Busco a Austros  —respondió la mujer, su voz suave pero con un toque de desesperación.

Fruncí el ceño, intuyendo que algo no andaba bien.

—¿Y por qué lo busca?—inquirí, con la guardia en alto.

La mujer dudó un momento, sus ojos recorrieron mi rostro con una mirada inquisitiva.

—Es importante. Necesito hablar con él.

—No puedo darte información sobre dónde se encuentra Austros sin saber quién eres ni por qué lo buscas —dije con voz firme, sin ceder ante la insistencia de la mujer.

—Por favor, solo necesito verlo un momento —rogó la mujer, sus ojos llenos de lágrimas—. Es urgente.

—Lo siento, pero no puedo ayudarte —respondí, sintiendo una punzada de compasión por la mujer, pero también una profunda desconfianza.

Miré de reojo a Balios que mantenía su pistola erguida y su rostro estaba tam confuso como el mío, no conocía a aquella mujer.

—Por favor, ¿puedo solo dejarle un mensaje? —preguntó la mujer, su voz casi inaudible—. Es un mensaje de su familia.

¿Familia? Austros estaba junto a su familia, sus hermanos. ¿Que pretendía aquella mujer?

—¿Familia? —repetí, mi curiosidad despertada— ¿Qué familia?

—Su... su familia —respondió la mujer, sus ojos brillando con lágrimas— Soy... soy su esposa.

Mi corazón se hundió. Austros no pudo haberme mentido. Aquella mujer era una mentirosa y seguramente buscaba dañarnos de alguna forma.

—Austros... no tiene esposa —dije sintiendo una punzada de confusión—. No tiene esposa.

La mujer respiró hondo, sus ojos se llenaron de un dolor inmenso.

—Por favor, debes entender. Yo... necesito verlo.

Me quedé callada, mis pensamientos se agitaban en un torbellino de confusión y consternación. Mis manos, que sostenían la puerta, temblaban. Solo una persona podía resolver todo esto.

—Está bien —dije con un tono vacilante—. Déjame pasar el mensaje. ¿Cuál es tu nombre?

La mujer esbozó una sonrisa débil, sus ojos brillantes con una mezcla de esperanza y resignación.

—Soy Elena.

Y en ese momento,  supe que una nueva tormenta se avecinaba.

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