Capítulo 28

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Mía sollozaba acurrucada sobre Mar al tiempo que Elías cuidaba de su padre, que permanecía sumido en un sueño profundo. Afuera, los gritos y ruidos de pelea habían tomado una intensidad tal que, por momentos, el suelo vibraba. Ninguno de los jóvenes se atrevía a mirar qué estaba sucediendo. No sabían quién iba ganando ni cómo ocurrían los ataques que generaban los estruendos que llegaban a sus oídos. Tenían miedo, como jamás lo habían sentido. De tanto en tanto, el pequeño edificio que los refugiaba se estremecía, amenazando con rendirse sobre sus cabezas y dejarlos expuestos.

—Tenemos que irnos —urgió Mía despertando de su mundo de tristeza y llanto. Su cabellera enrulada le enmarcaba el rostro empapado en lágrimas—. En cualquier momento este lugar colapsará.

—No, debemos quedarnos aquí. Fue lo que nos pidieron —replicó el hijo del comisario—. Estaremos a salvo mientras permanezcamos dentro.

—Pero... —la rubia no alcanzó a terminar la frase.

Algo golpeó de lleno contra la pared lateral más cercana a la puerta. El impacto había sido tan violento que, para espanto de los adolescentes, el muro de bloques quedó destruido por completo. Los dos metros que separaban al grupo del punto de ataque les salvaron la vida, aunque no evitaron que algunos escombros los golpearan en brazos y piernas. No había más opción que escapar del lugar antes de que terminara de derrumbarse.

—Mi padre sigue sin reaccionar —Elías samarreó a Jeremías sin obtener resultado alguno—. Chicas, salgan ustedes primero. Yo veré de cargarlo.

—No puedes solo. Vamos, te ayudo —Mar se puso de pie en el momento justo en que una sombra aparecía sobre los restos de la pared.

Mía comenzó a gritar al comprobar que ese bulto oscuro que les cerraba el paso hacia la única salida viable que tenían, tomaba a su compañera por la cintura.

Un siseo nació de la criatura que acalló a Mía e inmovilizó a Elías, quien había hecho el amague de acudir en auxilio de su amiga.

—No tenemos tiempo para bullicio —la voz era grave y rasposa. Mar la reconoció, incluso aunque sonaba algo diferente—. Los sacaré de a uno y los dejaré en lugar seguro. Esperen aquí.

El demonio cargó a la muchacha en brazos y corrió veloz, rumbo al bosque.

—Leo, ¿estás bien? —se atrevió a preguntar Mar mientras él se desplazaba con rapidez inhumana. La luz de la luna dejaba en evidencia el aspecto no solo aterrador, sino también preocupante del mayor de los Pietro. La piel oscura y membranosa tenía marcas de heridas que sangraban un líquido espeso y de color negro—. ¿Qué pasó?

—Ellos trajeron refuerzos y nosotros respondimos como sabemos hacerlo. Todo saldrá bien, Mariana —se detuvo en la entrada de una pequeña cueva—. En unos momentos traeré a los demás.

La joven lo tomó del brazo. En el plano terrenal la expresión demoníaca de Leo resultaba más alta que su versión humana, así como también evidenciaba un mayor desarrollo muscular. El rostro similar al de un murciélago no parecía incomodar a Mar que lo observaba fijamente.

—Recuerda tu promesa —ella intentó sonreír—. Porque me enojaré mucho si no la cumples.

Él asintió antes de tomar impulso y volver a la carrera hacia el refugio destrozado. No había tiempo que perder. Sus hermanos estaban enfrentando a Tatiana y Fabricio y de seguro lo necesitaban.

Helena saltó sobre el padre de Mía derribándolo. El arquitecto no se defendió. Estaba desangrándose y ya no le quedaban fuerzas para luchar. Con la agilidad que la caracterizaba, la menor de los Pietro empujó al traidor hasta un árbol cercano y lo sujetó al tronco centenario usando su lazo de sangre.

—Me haré cargo de ti luego —le susurró al oído antes de irse—. Más te vale que te mantengas con vida o te haré sufrir las peores consecuencias cuando regresemos a casa. Lo juro. Algo tan insignificante como tú no me hará faltar a mi palabra.

—Por... fa... vor... —respondió él con la respiración entrecortada.

Helena entrecerró los ojos.

—¿Qué dijiste?

—Por... favor... no... no quiero... morir.

La demonio se acercó a su oponente y se acuclilló para poder de frente.

—Fuiste un tremendo idiota, Fabricio Gutiérrez, al permitir que una criatura oscura te poseyera —resopló—. Pero puedo sentirlo, te preocupa tu familia. Haz el esfuerzo de mantenerte vivo y yo trataré de liberarte de la carga que llevas.

—Mía...

—Tu hija está a salvo. Tú mujer es mi problema ahora.

Sin esperar respuesta, Helena se puso de pie y retornó a enfrentarse con la esposa del arquitecto. No iba a permitir que sus hermanos se llevaran la mejor parte del enfrentamiento.

Tatiana peleaba con Isaac dando y recibiendo golpes en un entrecruce demasiado parejo. El cuerpo joven que poseía la entidad le daba más libertades de las que había tenido al dominar a Don Cosme y esa vitalidad le resultaba muy útil a la hora de hacerle frente a un príncipe de la oscuridad.

Durante algunos instantes se había debatido entre ir a socorrer a Fabricio o buscar a Mía. Precisaba de los dos para abrir el portal y atravesarlo, instalando en ese pequeño pueblo un verdadero infierno. Sin embargo, la idea de hacerle frente a uno de los veintiuno que la habían encerrado hacía milenios le resultaba demasiado tentadora. Si lograba matarlo, los otros no tendrían la fuerza suficiente como para obligarla a regresar al calabozo del que tantas veces había intentado escapar. Aquella visita al mundo terrenal era lo más cerca que estaba de cantar victoria y debía cuidar sus movimientos si quería festejar al amanecer.

Conteniendo un gruñido, la entidad se lanzó contra Isaac en un intento delirante de partirle el cuello o arrancarle el corazón. Aquella muerte sería tan dulce que la embriagaría de pura emoción.

Leo dejó a Elías en la entrada de la cueva y se retiró sin dar explicaciones. El muchacho cargaba en su espalda una mochila que el propio demonio había levantado de entre los escombros.

Mar se le acercó y lo abrazó, encapsulando sus miedos y preocupaciones y tratando de mostrarse fuerte.

—Ellos ya lo tenían todo planeado, Eli. Ven, mira... —señaló hacia el interior de la cueva.

Ambos caminaron al encuentro de Mía, que se hallaba sentada junto a Jeremías. El hechizo de Isaac era tan poderoso que el comisario no había dado muestras de despertar en ningún momento.

El lugar donde se refugiaban estaba iluminado por pequeños faroles a batería y había incluso mantas y un botiquín de primeros auxilios.

—¿Cómo? ¿Cuándo? —inquirió sorprendido.

—No lo sé. Pero esto me deja más tranquila —Mar se encogió de hombros—. ¿Qué llevas en la espalda?

—Es la mochila de Leo. Dijo que iba a necesitarla más tarde y me pidió que la cuidara.

—¿No quieres mirar dentro?

—No sé. Fíjate en todo lo que pasó por husmear donde no correspondía.

—Tres demonios están luchando por salvar al pueblo de la amenaza que son mis padres. Eso lograron husmeando, ustedes dos —Mía se acurrucó abrazando sus piernas—. ¿Qué tan grave podría ser ver el contenido de una mochila?

Elías dudó mirando a las chicas antes de suspirar. Consideraba injusto que la rubia dijera algo así porque su padre se había metido en cosas raras mucho antes de que ellos encontraran el libro e invocaran a los Pietro. Pero en una situación como esa, no pensaba discutir con ella. Se quitó la mochila y descorrió el cierre, sin estar muy seguro de lo que estaban a punto de hacer.

Helena golpeó a Tatiana por el costado con tal fuerza que logró quitarla de encima de su hermano. Sin darle tiempo a reaccionar, la menor de los Pietro le asestó otro golpe. Y luego otro y otro más. Tatiana reía con actitud enfermiza, como acaso ni sintiera dolor o supiera que ese ataque tenía los minutos contados.

El pecho de Isaac sangraba allí donde las zarpas de la madre de Mía habían comenzado a arrancarle la piel. Al menos no le había desgarrado los músculos. La sangre oscura fluía lento, pero a ritmo constante y aquello obligaba al demonio a actuar rápido antes de perder la consciencia. Al intentar ponerse de pie, Isaac se sintió mareado.

—Hey, ve despacio —comentó Leonardo abrazándolo de costado para ayudarlo a ponerse de pie.

—No es momento para tomarnos las cosas con calma. Necesitamos marcar el sello para cercar a la entidad.

—Iré a acompañar a Helena. Le será más difícil a Tatiana si debe luchar contra dos oponentes. Así la entretendremos. ¿Te sientes en condiciones como para dibujar las marcas?

Isaac asintió resoplando.

Leo observó a su hermana luchando contra la mujer poseída por la entidad y apretó los dientes al extender las garras y lanzarse a la pelea. Atacó por la retaguardia, sabiendo que Tatiana bien podía descubrirlo, pero no llegaría a defenderse de Helena si pretendía frenar su embiste.

El golpe del demonio fue certero. El crujido de las costillas de Tatiana partiéndose bajo sus manos resonó en todo el lugar, como si un extraño eco quisiera festejar ese avance sobre la entidad oscura. Sin embargo, la mujer no dio muestras de dolor.

—¡Oh, maravilloso Lucifer! ¡Cuánto extrañaba una buena pelea! —carcajeó ella. De sus labios resbalaba un hilo de baba negra que se limpió con el dorso de una mano—. Si piensan llevarme a casa, deberán matarme. Ya lo saben.

Leonardo no esperó a ver la reacción de Helena, se limitó a generar una suerte de espada con su propia sangre y atacó de lleno. Quien fuera la mujer del arquitecto trastabilló cuando el filo del arma le dejó un tajo en el hombro. Gruñendo, ella tomó impulso y trató de darle un puñetazo al demonio, que lo esquivó de un salto.

Tatiana aprovechó el espacio ganado para abrirse la piel de los antebrazos y dejar expuestos jirones de músculos necrosados y huesos pálidos.

—Ustedes no son los únicos con trucos bajo las mangas —chilló antes de dar media vuelta y comenzar a correr en dirección a Fabricio.

—¡No! —gritó Helena al lanzarse en vuelo en un desenfrenado intento por llegar primero.

Con la respiración entrecortada, la menor de los Pietro alcanzó al malherido padre de Mía y lo liberó del amarre que ella misma había hecho al tiempo que lo envolvía con sus alas. Esas membranas que nacían de sus hombros recibieron el impacto total del ataque en sus puntos más vulnerables.

Los huesudos dedos de la desquiciada mujer se clavaron y perforaron, arrancando trozos de piel. Helena se contuvo de gritar. No pensaba darle ese gusto a su oponente. No lo valía en absoluto y nada cambiaría su manera de pensar. Aunque sentía que una lluvia de fuego la empapaba y le penetraba la piel, se mantuvo firme. No dejaría a Mía huérfana si podía evitarlo. Tatiana era irrecuperable, pero Fabricio tenía más posibilidades de volver a la luz.

Leonardo llegó en auxilio. Tomó a Tatiana por los hombros y la lanzó en dirección contraria. Ella cayó y rodó por el suelo antes de colocarse en cuclillas, lista para enfrentarlo. De sus labios sobresalía algo oscuro que poco tardó en masticar y tragar.

—Tu hermana es deliciosa, príncipe. Me haré un festín con ustedes y me bañaré en su sangre para festejar mi victoria —se relamió los dedos de la mano derecha.

—Seré yo quien baile sobre tus restos y se encargue de vigilar que te apliquen las peores torturas al regresar a casa —Leo movió la mano, generando esa vez una lanza—. No sabes en lo que te metiste.

—Tienes a tus dos hermanos sangrando por mi culpa ¿y te sientes en condiciones de hacerme frente? Ay, muchacho, te pensaba más listo.

—Por tu culpa quedamos expuestos. En cualquier momento podrían caer enviados del Otro y aniquilarnos con un simple batir de alas —Leo negó con la cabeza—. No pienso permitirlo. Eres nuestra y no vamos a dejar que ellos se lleven todo el mérito.

El demonio movió en círculos la lanza con una destreza que dejaba en claro la experiencia que tenía con ese tipo de armas. No pensaba fallar en su estocada. No podía hacerlo.

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