Capítulo 30

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Helena intentaba sanar las heridas de Leonardo cuando Isaac señaló hacia las montañas.

—Aguanta un poco más —pidió el rubio a su hermana—. Elías y Mar llegarán pronto y podrán regresarnos a casa.

—Logré estabilizarle el pulso cardíaco, no creo que entre en shock nuevamente —la muchacha se limpió el sudor de la frente dejándose un rastro negruzco a causa de la sangre que empapaba sus manos.

Pocos minutos más tarde el trío de adolescentes arribó a la zona en construcción. Mía había corrido casi todo el trayecto, en un intento desesperado por saber qué había sucedido con sus padres. Los otros dos habían intentado seguirle el ritmo. La adrenalina del momento les había dado el impulso necesario para llegar, aunque ninguno imaginaba encontrarse con una escena como aquella.

Los restos de Tatiana descansaban cerca de donde dormía su marido. Al acercarse, Mía dio un grito de angustia y cayó de rodillas junto a su madre. Se abrazó a su cuerpo sin imaginar los horrores que había pasado en esas últimas horas. Solo podía pensar en todo lo que ya no podrían compartir juntas y cuánta falta le haría.

Mar y Elías la observaban a una distancia prudencial. Querían darle su espacio, pero también demostrarle que estaban para acompañarla. Helena, en cambio, se acercó a la muchacha y se detuvo a su lado. La contempló en silencio por unos instantes antes de decir:

—Lo lamento. Lo intentamos, pero solo pudimos salvar a tu papá —la demonio señaló a Fabricio en el momento justo en que el arquitecto abría los ojos.

Mía lloró con más fuerza dejando el cuerpo sin vida de su madre para atender a su padre que se notaba perdido y asustado.

—Cariño, ¿eres tú? —preguntó él.

Ella asintió mientras lo rodeaba con los brazos.

Helena se alejó entonces regresando su atención a los dos amigos.

—Es hora —comentó—. Debemos volver a casa.

Ellos la siguieron con el miedo oprimiéndoles el pecho. Detrás de un árbol, se encontraron con Isaac, que estaba arrodillado junto a Leo. Al ver llegar a los adolescentes, el muchacho de ojos azules se puso de pie y caminó hacia a Elías con una sonrisa dibujada en el rostro. Se abrazaron en silencio conscientes de que la situación no daba lugar –aún- para otras muestras de afecto.

Mar tomó el lugar que Isaac había dejado para contemplar al mayor de los Pietro. Parecía que dormía con cierta placidez, aunque las heridas y la sangre contaban una historia muy diferente.

—No volverá a despertar —murmuró la joven. Lo afirmaba con total seguridad.

—No te veo sorprendida —Helena le llamó la atención—. Creí que ibas a reaccionar de otra forma al ver a mi hermano así.

—Él pretende darles la libertad que merecen a los verdaderos Isaac y Helena —le acarició el rostro recordando momentos que ya no iban a repetirse—. Quiere sacar a Leonardo del medio.

—Sí, me lo imaginaba. Entonces, Elías y tú tienen trabajo por hacer y yo también —replicó la demonio dándole el libro que había robado de la casa de Mía sustituyéndolo por otro.

Mar se acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja y asintió antes de tomar el libro entre sus manos. Todo había comenzado como un juego para ella y su amigo, sin imaginarse la verdadera oscuridad que se cernía sobre el pueblo ni lo que habría de ocurrir luego. Había sucedido hacía tan solo poco más de una semana, pero parecía un punto lejano en el tiempo, como si en realidad hubiera acontecido varias vidas antes.

—Necesitarán esto —Isaac la hizo volver de sus pensamientos al abrir su mochila y darle un paquete a Elías.

Sin perder tiempo, la muchacha buscó las páginas en blanco que Leo le había indicado días atrás y sostuvo el papel con pequeños trozos de escombro. El viento había ganado fuerza una vez más y no podían correr el riesgo de perder la marca de la lectura.

A su lado, Elías extrajo del paquete dos pequeñas botellas de agua mineral junto a agujas esterilizadas y banditas para cubrir heridas.

—Una para ti y otra para mí —el pecoso le extendió una aguja a su amiga.

Ambos se pincharon el dedo índice como en la ocasión anterior. Mar dibujó con su sangre el borde de la hoja que estaba a su derecha en tanto Elías la imitaba deslizando el dedo por la hoja de la izquierda. Un fulgor nació entonces en el centro del libro y se extendió hasta cubrir ambas páginas. Tan incandescente fue que los amigos tuvieron que cerrar los ojos por un momento. Cuando se animaron a mirar de nuevo, en las páginas que habían estado en blanco se leía ahora un pequeño conjuro algo similar al que habían recitado para invocar a los demonios.

Se volvieron a buscar a Helena e Isaac, que estaban atendiendo el propio hechizo de Helena a unos metros de distancia.

—Si van a despedirse, háganlo ahora —indicó ella—. Isaac ya quitó su conjuro de sueño y es cuestión de tiempo para que despierten en el pueblo y salgan a buscar a Jeremías o descubran lo que sucedió aquí.

—Pero... ¿Qué excusa daremos? ¿A quiénes culparán de las muertes? —Elías giró la mirada hacia las montañas donde su padre descansaba.

—Eso está arreglado —Helena sonrió con malicia señalando hacia el edificio donde los adolescentes se habían refugiado al iniciar la noche. Algo sobresalía entre los escombros sin llegar a distinguirse bien—. El intendente Martínez y su esposa eran los responsables de llevar adelante una secta satánica. Leonardo Pietro resultará su última víctima, aunque en un acto de valentía se les enfrenta y logra matarlos con ayuda de Fabricio, que no llegó a proteger a su señora, pero sí a su hija. Ustedes y nuestras versiones humanas serán los demás supervivientes.

—Sí que lo pensaron, ¿eh? —Mar negó con un suave movimiento de la cabeza.

—Conviene dejar todos los cabos atados. El señor Acosta declarará que perdió a su hijo y a su señora por culpa de los Martínez y sin dudas la policía pretenderá cerrar el caso cuanto antes. Además, lo último que recordará Jeremías es haber caído desmayado en la oficina del intendente —la demonio se encogió de hombros.

—Entonces, ¿está todo listo?

—Lanzaré el hechizo para alterar la memoria de todos en Rincón Escondido salvo ustedes dos. Para eso, deben abrir el portal primero, así mis hermanos podrán regresar a casa sin problema y Mía y su padre no recordarán nada de lo acontecido.

—Bueno... —Mar volvió la mirada hacia Elías.

Envueltos en su propia burbuja de emociones, Isaac y el hijo del comisario habían comenzado a besarse sin atender a nada de lo que los rodeaba. Fue un gruñido de Helena lo que los hizo reaccionar.

El demonio de ojos azules se alejó de Elías y lo contempló en silencio al tiempo que tomaba una de las manos del muchacho y le dejaba un pequeño objeto. El pecoso desvió la mirada para ver de qué se trataba.

—Tu colgante —susurró.

—No me pertenece en verdad, pero sabes que me identifica y sé que mi humano no lo echará de menos. En cambio, a ti podría importarte.

—Gracias —Elías se limpió los ojos con el dorso de la mano libre. Las primeras lágrimas habían hecho acto de presencia y se negaban a marcharse.

Isaac volvió a anular las distancias que lo separaban del otro joven. Rozó el lóbulo derecho del muchacho y murmuró:

Luxinisto amplo

Eli lo miró sin entender y el demonio se limitó a rozarle los labios por última vez. El momento de intimidad no duró mucho. La respiración de Leo comenzó a fallar y aquello no auguraba nada bueno. Sin pensarlo dos veces, el hijo del comisario se acercó a Mar a sabiendas de que ella no lo perdonaría si por su actitud para con Isaac algo le sucedía al mayor de los hermanos antes de que el demonio que lo poseía regresara a su mundo.

Mar titubeó por un momento, pero saber que su amigo la acompañaba le dio el ánimo que le hacía falta. Sin necesidad de mirarse para ponerse de acuerdo, ambos adolescentes comenzaron a leer el texto que mostraban las páginas mojadas con su sangre.

Con sangre invocamos y la oscuridad atendió.

Con sangre llamamos al que con sangre cayó.

El alba nos trajo criaturas de gran poder

que regresarán a su mundo antes del amanecer.

Juramos por nuestras almas no volver a llamarlos

y lanzar al fuego el libro con que los invocamos.


El cielo se colmó de nubes mientras hablaban, dándole a la madrugada un extraño aspecto que auguraba una tormenta segura. Para cuando dijeron la última palabra del conjuro, Mar y Elías descubrieron que el aire y el suelo resonaban por la descarga de rayos que sacudían el lugar con cada impacto que daban.

Un relámpago recorrió el lienzo oscuro que era el firmamento, con decenas de pequeñas venas plateadas antes de dar de lleno contra un árbol cercano, incendiándolo.

—Es nuestra hora —Isaac contempló a los amigos con una sonrisa tímida antes de que una descarga impactara en su pecho. Su cuerpo se estremeció y adquirió un brillo plateado antes de caer desvanecido.

—¡No! —gritó Elías. Helena lo detuvo negando con un movimiento de la cabeza.

—Ya se fue. Está bien, lo juro. Cuando todo termine, el verdadero Isaac despertará sin recordar nada.

La joven de cuerpo menudo se alejó unos pasos y comenzó a murmurar palabras inentendibles al tiempo que una extraña neblina surgía de sus labios. La masa de aire húmedo era de color violáceo y se desplazaba con rapidez, cubriendo todo a su alrededor. Al llegar junto a Mía y su padre, ambos la respiraron sin poder evitarlo y el sueño les ganó, aunque no lo pretendieran.

Helena continuó con su letanía incluso cuando un nuevo rayo se contorneó entre las nubes y cayó contra Leonardo. Todo él resplandeció, pero no se estremeció. En cambio, una especie de sombra se elevó y rodeó a Mar por unos instantes previo a desvanecerse.

La joven cerró los ojos cuando la oscuridad la envolvió.

"Enfréntate al mundo", escuchó en sus pensamientos. "Mariana, abre las alas y sigue el camino que desees. Olvida los temores y déjalos a un lado del sendero, solo te impedirán llegar lejos. Yo sé cuánto anhelas escapar de todo esto".

Ella comenzó a llorar. El verdadero tono de voz del demonio era más cautivador de lo que Leo jamás podría expresar y le estaba dando un consejo sin dobles intenciones, apuntando a los temores que ella había guardado en la época en que se conocieron.

Entre lágrimas, la joven se refugió en los brazos de su amigo, que también se había dejado llevar por el llanto. Ambos contemplaron a la última de los Pietro, que dejó de rezar cuando un último rayo la tomó como blanco. Convulsionó ante la descarga que le iluminó el rostro y las manos con fulgores dorados y cayó con relativa suavidad.

El incendio en el árbol cercano emitía cenizas que caían sobre el lugar como nieve negra, triste y agónica, en tanto el cielo rugía. Mar y Elías seguían abrazados y llorando, liberando el miedo y las angustias contenidas, aceptando una despedida inevitable y contando los minutos que faltaban para reencontrarse con sus familias.

La lluvia estalló entonces extendiendo el humo del árbol a medio quemar a medida que apagaba el fuego. Y junto con la lluvia, un extraño ruido de motores y aleteo metálicos se dejó escuchar. Algo que solo habían visto en películas, pero que reconocieron cuando la luz de un reflector dio sobre ellos desde lo alto. De un helicóptero descendieron varios oficiales de las fuerzas armadas. Elías se apresuró a decirles dónde buscar a su padre.

Mar quería preguntar por su mamá, pero se contuvo al ver que llegaban los bomberos junto a la policía y varias ambulancias. De un vehículo descendieron Ana y Camila, que corrieron a abrazar a sus hijos bajo la tormenta.

Mientras una tanda de médicos y enfermeros atendían a los hermanos Pietro, otro grupo se enfocaba en Mía y Fabricio. Blancos lienzos cubrían los cuerpos de Leonardo y Tatiana, a quienes ya habían declarado difuntos. En el otro extremo de la obra en construcción, algunos bomberos limpiaban los escombros para recuperar los restos del intendente y su señora.

Elías buscó a su amiga con la mirada y sonrió. Los demonios habían tenido razón. Todo había terminado bien. El pueblo podría volver a su apacible rutina que tanto aburría a los más jóvenes luego de llorar a sus muertos. La vida retomaría su curso sin dar cuenta de la batalla que había ocurrido entre fuerzas del mal.

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