31 | Laberintos de racionalidad (parte II)

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—¡Oye! —Karaki chocó con su espalda—. No te detengas. Avanza, avanza.

No. Ahora no era momento para eso. Aunque, algo raro le sucedía. Un susurro como el que había sentido en ocasiones anteriores sonaba desde un vacío. Era como si una pared estuviera conteniendo una enorme masa de agua, pero estaba agrietándose, a punto de ceder.

«Me está llamando. ¿Quién me está llamando?, ¿qué me ocurre?». Mientras su cabeza daba vueltas, su estómago comenzó a revolverse y le siguieron las náuseas.

—¡Te dije que avanzaras!, ¡Mueve el culo, pelirrojo!

—Lo siento, creo que... voy a vomitar —el joven fue hacia el otro lado del muro y sintiendo el impulso desde su interior, dejó salir todo lo que tenía.

Sus acompañantes gruñeron.

—Qué asco —dijo Karaki, con voz nasal que revelaba haberse tapado la nariz.

Trechiv repitió el proceso tres veces hasta que por fin controló las ganas de seguir vomitando. Ya no le quedaba nada dentro.

—Todos hemos pasado por lo mismo —musitó con voz débil—. Dime, ¿acaso tú no?

—Pero no delante de otros.

—Alguna vez tu madre igual debió limpiarte el trasero —decir eso hizo pensar a Trechiv que volvía a ser el adolescente gruñón y prepotente que una vez fue.

—Una buena respuesta —aprobó Klatein, con tono divertido—. Me imagino a tu madre limpiando tu mierda y diciendo, "ay, que pastel más..."

—¡Cállate! Ya entendí —evidentemente, la mujer estaba avergonzada. Eso era satisfactorio.

Trechiv se limpió con el interior de su chaqueta. Siempre era incómoda la sensación ácida posterior al vómito, y en ese momento habría agradecido contar con un poco de agua para diluir el repugnante sabor.

—¿Te sientes mejor? —murmuró el egnarano con su voz suave y tranquila, tal como sonaba Dunai.

—Creo.

De ahí en adelante caminaron largo rato por el pasillo, sin dar con nada fuera de lo normal, o de lo que se podía considerar normal en ese entonces. Estar a oscuras no era normal, ¿sabes? De pronto las cosas se invertían.

El transcurso del tiempo hizo entrar en desesperación a los tres. La Coraza cubría toda la extensión de Terunai, por lo que podrían pasar días dando vueltas sin llegar a ningún lado. Estaban perdidos quien sabe dónde.

No se percibía un alma cerca, y el humo del incendio hace rato había sido dejado atrás. A momentos, Trechiv sentía que la oscuridad se volvía demasiado densa, tanto que hasta le parecía ser capaz de tocarla con la yema de sus dedos.

Todos los pasillos por los que habían avanzado eran similares al tacto: las paredes eran rígidas y heladas, líneas verticales sin protuberancias a parte de las lámparas ancladas en la parte superior; y el suelo emitía un sonido ahuecado y metálico, revelando con los pasos, que seguía siendo esa malla que transparentaba las retorcidas cañerías bajo sus pies.

Trechiv se tropezó.

—Cuidado —advirtió Klatein.

Menos mal no se había caído, solo se trató de un desbalance. Al tantear el área, Trechiv notó que la habitación había cambiado. Sus manos acariciaron un marco metálico curvo, el cual al seguir revisando un poco más adelante, se replicó. Dio por hecho que era un patrón que se repetía.

Se trataba de una especie de bóveda.

«Me pregunto si será buena idea seguir por aquí», pensó con creciente nerviosismo.

—Vamos, que me estoy desesperando —soltó una molesta Karaki, una vez más.

—No seas histérica. Este pasillo no es igual al que veníamos recorriendo.

—¿Y eso qué significa?

—No lo sé... pero creo que podríamos estar yendo a un sector más resguardado —el suelo también había cambiado, ahora se trataba de uno liso y macizo.

Lo seguían llamando desde algún lugar. Trechiv sentía que su mente estaba anclada con algo sobrenatural, y ese algo, en cierto momento le había estado indicando ir por una dirección. No era por donde iba actualmente, pues el camino solo conducía en un único sentido. Tampoco confiaba en cómo percibía el fenómeno, pero ante no saber nada, prefería creer que quizá Dios se había apiadado de su alma.

Debía seguirla. La línea de su mente era su guía.

—Entonces volvamos, tal vez haya otro camino que nos lleve hacia un área menos peligrosa.

—No —Trechiv negó con la cabeza, notándose un poco estúpido ya que Klatein no lo veía gesticular—. Seguimos directo.

Uno de ellos suspiró, luego no hubo respuesta, así que hicieron lo que dijo.

Ellos le habían dicho que, los recuerdos volverían a su mente luego de los primeros momentos en que fuera puesta la marca. Trechiv comenzaba a pensar que estaba cercano a ese tiempo. Pero, ¿qué era lo que había olvidado?

No estaba preparado para eso todavía. Tenía miedo de enfrentarse a la realidad.

El corredor los llevó a doblar de una esquina a otra, obligándolos a elegir entre cruces que se repartían hacia la derecha y la izquierda. Podrían muy bien haber estado yendo hacia un laberinto sin fin, pero las decisiones de Trechiv no fueron al azar, estaba siendo guiado por su única "luz". Claro, el egnarano dijo que también lo sentía.

—Oye, ¿puedes oír que algo te llama? Como decías antes, esa especie de susurro.

—Ahora no. Me pasa en cualquier momento, pero es raro. ¿Por qué lo dices?

—La estoy siguiendo ahora. Me llama.

—¿Qué? —Karaki se detuvo, o eso pareció—. ¿Estás demente?, ¿sabes lo que haces realmente o no?

—No —respondió Trechiv sin hacerse esperar—. Y no tengo una mejor opción.

La mujer chasqueó la lengua.

—Estás delirando igual que el imbécil de Klatein.

—Estoy aquí, ¿sabes?

—No me importa. O mejor dicho, sí, lo hice a propósito.

Para tratarse de una semana, ellos parecían haberse vuelto muy cercanos.

—Yo confió en el muchacho. Es mejor que haberme quedado en esa mierda de prisión, esperando ser quemado, o raptado como esos reos que no volvieron.

—¿De qué hablas? —preguntó el pelirrojo.

—Bueno. Para algo nos llevan a prisión. Siempre fue raro lo que nos hicieron, pero lo más perturbador de todo, es que dos días a la semana los guardias se llevan reos y no los vemos más. No sé qué les hacen, pero nada bueno debe salir de eso.

¿Los raptaban? Trechiv sintió que cada fibra de su cuerpo se helaba.

—¿Por qué no lo mencionaron antes?

—Nadie quiere hablar de ello, pero al final lo terminan comentando igual. Empiezan desde los más antiguos, y nuestra celda era la de los recién llegados. ¿Entiendes ahora por qué quería huir cuanto antes? No tenemos idea de cómo terminamos, y eso me aterra.

—Y la mayoría somos extranjeros. Qué coincidencia —el tono de Karaki sonó con excesiva suspicacia.

Pensando en eso, Trechiv recordó que al ser llevado hasta la prisión, el jefe de los guardias dijo que terminaría sirviendo al rey. Otro se quejó diciendo que no valía la pena.

«¿Somos sacrificios para el rey?», Trechiv abrió los ojos de sorpresa. ¿Por qué no lo había deducido antes?, ¡era demasiado obvio!

Pero... ¿qué tipo de sacrificio?, ¿para qué exactamente?

Una luz apareció delante de ellos. Se trataba de una antorcha anaranjada que iluminaba una parte de la persona que la sostenía.

—¡Corran! —susurró Klatein.

Pero antes de que cualquiera de ellos reaccionara, el hombre, cuyo rostro y complexión física lo delataba la luz, desenfundó la espada que traía en el cinto y cerró las distancias.

Trechiv se movió hacia atrás y evadió de milagro el primer corte abanicado de la espada. Saliendo de su estupor, persiguió a sus compañeros, quienes habían aprovechado para escapar.

El siniestro atacante los persiguió en silencio, hablando solo a través de su violencia. Estaba pisándoles los talones.

«Corre. Corre. Corre. Corre. Corre. Corre. Corre. Corre. Corre. Corre».

La antorcha que proyectaba las sombras delante de ellos, sirvió tanto para iluminarlos, como para indicarles que la muerte les estaba llamando. La persecución fue de un lado para otro. Primero izquierda, luego derecha. Nadie se dividió, todo el equipo estaba empeñado en ir hacia la misma dirección. Trechiv sentía terror de ir solo hacia un rincón y que el hombre lo acorralara. No quería morir, y menos en solitario.

Entonces, sucedió.

Hubo un sonido seco delante de Trechiv, una figura borrosa desplomándose. Karaki se había tropezado y cayó al suelo con un gemido de dolor. El joven no tardó en pasarla.

—¡Hey, ayúdenme! —gritó ella, poniéndose de pie como un hambriento mendigo al que le ofrecieran comida luego de años. Sin embargo, al hacerlo solo pudo quedar de espaldas contra la pared, totalmente acorralada por la silueta del verdugo, quien ya levantaba su arma.

El corazón de Trechiv se detuvo por un instante.

Como si no pudiera haber escogido un mejor momento para que culminara, ese contenedor agrietado, aquel que mantenía las aguas al otro lado de su consciencia, finalmente se rompió.

Fue como un flechazo, como una roca que le cayó con toda la fuerza en la nuca y le destrozó los huesos. La silueta del hombre que tomaría la vida de Karaki se volvió clara; aquel cabello en penumbras pasó a ser rubio, el rostro bien definido, sereno, y los ojos cobraron vida con ese amarillo velinés.

Klosik.

Y un grito desgarrador lo devolvió a la realidad.

No. Ese hombre no era su hermano mayor, era...

Trechiv la vio, a Karaki con la boca abierta hasta casi dislocársele, con los ojos a punto de salir de sus órbitas. Tenía la hoja de la espada clavada en su vientre.

El muchacho se quedó estupefacto.

El hombre deslizó su arma lentamente, abriendo un tajo horizontal que sonó húmedo con la sangre salpicando y haciendo gárgaras. Pocas veces había oído un grito así, un lamento brutalmente chillón, como el de un cerdo llevado a un matadero. La pobre mujer movía su cabeza para lado y lado enloquecida, intentando con sus frágiles y temblorosas manos retirar la espada.

Trechiv estaba destrozado. No se dio cuenta de que las lágrimas le estaban recorriendo las mejillas, formando una columna que caía hasta bajar por su cuello y mojarle la camisa.

Debía parar. Matar estaba mal. ¿Por qué se tenía que llegar a estos extremos?

No lo comprendía. No era capaz de entender qué provocaba que la gente actuara con tal nivel de maldad. ¿Había algo que justificara hacer esto?

El asesino por fin sacó la espada de la barriga de Karaki, quien se quedó de pie estremeciéndose, mirando hacia su herida, de la cual comenzaron a emerger sus vísceras reventadas. El suelo era un regadero de líquido negruzco.

El hedor hizo que Trechiv se enfermara otra vez, pero sabía que no tenía nada más que botar.

«Corre. Tenemos que correr», pensó, aterrizando en el mar de la racionalidad. Lo hecho, hecho estaba. Karaki había sido condenada, nada se podía hacer con eso.

Los murmullos agonizantes fueron lo último que salió de los labios de la mujer, quien convulsionó, dejándose caer de espaldas a la pared de la bóveda. Había encontrado un doloroso final, y Trechiv podría haberla seguido de no haberse largado rápidamente, como un destello.

No tenía que cometer el mismo error. El pasillo poseía protuberancias de metal en los laterales, los cuales habían propiciado la caída de la tezvirana.

Era mejor que esto. Trechiv no caería.

No caería.

No caería.

No caería.

No caería.

No caería.

No caería.

No caería.

No caería...

¿Qué era eso?, ¿otra luz?

Tuvo miedo, al punto que casi dejó de correr, pero entonces al acercarse al final del túnel, se dio cuenta de que había llegado a un lugar donde sí había iluminación.

Se adentró con cuidado. El corredor ya no era pulido en metal, con esos pilares atornillados que sostenían la roca de las paredes. Este lugar era de roca.

Antes de continuar, echó miradas hacia su retaguardia. Nadie lo perseguía. ¿Durante cuánto rato había estado corriendo? Tuvo la sensación de que no fue poco. No había noticias de Klatein.

Trechiv caminó sobre una plataforma metálica, también ahuecada, una malla como la de los corredores anteriores. Pero hablando de la arquitectura de la habitación, esta era completamente diferente a cualquier otra. Se trataba de un agujero enorme que debió ser cavado con esfuerzos titánicos. Caía verticalmente, y en medio de este, una gruesa luz azul y que producía sonidos sibilantes, como pájaros alborotados, resonaba por todas partes haciendo eco.

Cuando puso atención en el camino sobre el que estaba parado, comprendió que eran escaleras que bajaban en espiral, rodeando el monumental vacío hasta perderse abajo. El fondo no se veía, así que pensaba que eso lo llevaría al infierno.

Se le puso la piel fría. Trechiv estaba abandonado, metido en un sitio en el que de seguro no debería estar, no obstante, de alguna manera también sintió fascinación.

«Este, es el centro de La Coraza. He llegado hasta aquí, no lo puedo creer», entonces, estiró una mano hacia la línea de energía que fluía contorneándose como una serpiente. Extendió su palma, todavía muy lejos de alcanzar el cálido azul, pero conectando con ella.

«Ven a mí. Estás cerca».

Trechiv supo que los susurros lo habían traído hasta aquí. Había algo que debía hacer.

Escaneando el sector, se percató de que estaba casi en la cima del camino (aunque lo restante hasta ella era bastante, como recorrer una decena de niveles). Allí arriba había un acceso que parecía ser la salida. Se dirigió hasta ella.

Llegó hasta el pasillo abovedado avanzando con timidez, todavía sin signos de movimiento enemigo. Al salir del agujero, la nueva habitación se dividió en tres vías: una puerta a la derecha y otra a la izquierda, y otro pasillo que continuaba recto, yendo más allá del primero. Se trataba de una habitación que actuaba como cruce y que era circular, con un techo formando una cúpula, como el de una catedral. Debía tener unos cinco metros de altura, aproximadamente. Alrededor, pegadas a las paredes, las lámparas irradiaban luz azul, no amarillenta. Tal vez no era coincidencia que produjera un extraño efecto óptico, formando un símbolo anillado que deslizaba tiras de luz hasta reunirse en el punto central del techo.

Sus recuerdos. Todo había regresado. Oh, Klosik. Trechiv estaba preocupado por él, se había decidido a encontrarlo desde hace más de dos años. Tenía tanto que decirle, tanto que recuperar.

Pero el momento no era el indicado.

Voces se oyeron desde adelante, donde el corredor probablemente llevaba hacia un nivel superior, hacia la salida del castillo. Trechiv eligió una de las dos puertas que tenía a sus lados, y rezó con todas sus fuerzas a Dimatervk para que lo amparara.

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