Conocí a mi hijo cuando este tenía cinco años, el jovencito me mostros los ojos más grandes que había visto en mi vida, sonrientes, alegres y llenos de vida, mantenía las mejillas sonrosadas, un cabello castaño alborotado, escaso de dientes superiores detrás de un sonrisa cuadrada, nariz respingada y cejas pobladas.

—Señor quiero una choco-malteada.

Para serles sincero yo había ignorado garrafalmente al niño por haber quedando prendado de su padre, quien se encontraba detrás del menor, apenas había visto a ese hombre tan atractivo entrar por la puerta de mi local.

—¿Una qué?— pregunté distraído manteniendo mi vista en la persona frente a mi, tan bello como un cisne, el hombre más guapo del mundo y él me sonreía de forma tímida, sus ojos con un brillo especial.

Fue como amor a primera vista, una conexión inexplicable, como si esa persona fuera a la que había estado buscando toda mi vida, jamás había sentido algo similar ni de cerca. Esto tenía que eso llamado destino.

—Ajá— seguí ignorando al menor, no era mi culpa, era culpa del hombre guapo.

—Quiero una choco-malteada.

El niño me miró a mí, luego a su padre, luego de nuevo a mi y de nuevo a su padre. Se sorprendió e hizo un puchero molesto e irritado.

—¡Mío!— gritó, luego me dio una patada en la espinilla y tomó la mano de su padre de la mano para sacarlo de mi pequeño negocio. Esperaba volverlo a ver.

Hello querida lectora o lector?
Primero que nada quiero darte la bienvenida a esta pequeña historia y segundo pedirte que si vez alguna falta de ortografía, palabra sin sentido u algo que no entiendes no dudes en hacérmelo saber.

Gracias.

Te amo.