|Capítulo 4: Entrenamiento|

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Stratený Les, Oeste del mundo, entre el Klan de los Nacidos de las Nubes.

Cuando la primera luz del alba apartó el manto oscuro y las frías temperaturas del viento se alzaron, Dante despertó junto a los animales que comenzaban a ejercer sus actividades cotidianas.

Tardó largos segundos en abrir los ojos, los cuales aún punzaban sus sienes con ímpetu, aunque no se comparaba al malestar que tenía antes de desmoronarse. Amortiguó el gemido que podría delatar su agotamiento, condujo las manos al rostro para frotarse los ojos, mientras un suspiro se le escapaba de los labios.

No quería levantarse, pero debía hacerlo; no estaban a salvo.

Con dificultad, y un agudo dolor apoderándose de sus músculos, retiró las mantas y se puso de pie. Cogió la espada y avanzó escasos metros, procurando no despertar a los demás con su habitual entrenamiento.

Colocó los brazos y pies en las posiciones requeridas. Sus movimientos eran como si estuviera danzando junto a un dragón, imitando su baile con destreza. Cada estocada, cada giro del arma, dibujaba una sombra de hielo en el suelo, marcando la fuerza y la precisión de su arte. Cortaba el viento en un mutismo singular. Luego de completar su rutina, se preparó para continuar con su práctica de artes marciales. Su cuerpo, aunque agotado, seguía respondiendo a la disciplina.

Más adelante, al concluir, regresó con el resto cuando el sol ya había salido por completo.

Gael recogía las pertenencias, debían marcharse pronto. Una vez que tuvo todo guardado en las bolsas de piel, miró a los extranjeros que aún estaban dispersos y en su mayoría dormidos. Carraspeó para sacarlos de su letargo.

—Considero que lo más apropiado es irnos antes de que sea tarde —dijo.

Pouri fue el primero en reaccionar. Se talló los párpados despacio antes de dar un fugaz vistazo a los alrededores.

Por un efímero instante, había olvidado en donde se localizaba hasta que sus luceros violáceos se toparon con las figuras de aquellos individuos. Inhaló hondo y visualizó a sus dos acompañantes, inmóviles en el suelo, sin señales de que pensaran levantarse pronto. Sabía que el sueño de ellos era profundo, así que los zarandeó con fuerza calculada para sacarlos del estado de somnolencia, pero sin llegar a ser brusco.

En respuesta, Virav se sobresaltó con el corazón latiendo desbocado contra el pecho. Sus ojos recorrieron el lugar por breves segundos, desconcertado. Él también había esperado que estar lejos del Na'Farko se tratara de un mal sueño. Sin perder tiempo, estiró los músculos rígidos, realizando movimientos que desterraron el cansancio y prepararon su cuerpo para las largas horas de travesía que tenían por delante. Por último, Syoxi soltó varios quejidos adormilados y se removió antes de incorporarse por completo. Bostezó y se desperezó al darse algunas palmadas en el rostro.

Todavía somnolienta, también se colocó de pie.

—Es momento de seguir —pronunció Pouri con voz enronquecida, mientras se ataviaba la camisa del uniforme que había usado de soporte para la cabeza.

—Todavía quedan semillas, pastas y carne por si quieren comer —manifestó Gael, colocando las hojas en el suelo.

—¡Oh, muchas gracias! —dijo Syoxi, espantando el sueño al instante. Acto seguido, se apresuró a tomar algunas de estas y engullirlas.

Virav emuló sus movimientos y gestos en silencio. Todavía pensaba en lo que les faltaba para llegar a donde vivía Gael y luego en que deberían preocuparse por hallar una forma de regresar al Na'Farko. Por ello, su semblante se exhibía ensombrecido.

—Quisiera hablar con ustedes —articuló Gael, sentándose a un lado de Dante, quien había empezado a comer algunas semillas—. ¿Saben utilizar armas?

—No —respondió Virav sin vacilar.

—Yo sí —señaló Syoxi después de tragar de forma apropiada.

Pouri permaneció mudo un poco más de tiempo. Cuando Vikeesh lo acogió bajo su protección, le enseñó el arte de manejar la espada; sin embargo, sentía una disconformidad con las armas, una aversión al emplearlas en combate. Por supuesto, en ese punto, entendía la importancia de esa habilidad.

—Solo la espada —musitó a los minutos.

Gael asintió con la cabeza en respuesta.

—Es crucial que sepan defenderse utilizándolas —manifestó en un tono calmado, contemplando a los habitantes del Na'Farko—. Como lo habrán notado, si quieren andar en este mundo, deben ser capaces de salvar sus vidas.

Virav fue el único en limitarse a asentir.

El grupo continuó su comida en silencio, interrumpido solo por el ocasional canto de las aves que volaban en círculos por los perímetros y la sinfonía del viento que acariciaba los árboles.

Al paso de los minutos, tanto Gael como Dante se pusieron de pie. El Guardián no hizo el menor esfuerzo por guiarlos con palabras; en lugar de eso, avanzó hacia Azael. Lo agarró del brazo con una fuerza que hizo crujir los huesos del herido, levantándolo sin consideración por los gemidos de dolor que escapaban de sus labios. Lo arrastró hacia la ruta señalada por el Aventurero, quien le dedicó una sonrisa a los demás y les hizo una señal clara.

Era una indicación de que debían seguirlo.

Gael anduvo a un ritmo más lento que el de su protegido. Una mano descansaba en la empuñadura de la espada y con la otra la usaba para sostenerse de Akna, que se movía a su lado. De soslayo, contempló los rostros de Pouri y compañía.

—Una vez que atraviesen las puertas de piedra del Klan, es probable que le nieguen la salida si no demuestran que saben defenderse.

—Existe una diferencia entre no saber defenderse y no saber emplear un arma —respondió Pouri en un tono apacible, caminando junto a Syoxi que le propinó un codazo en las costillas.

—Eso significa que deberán entrenar para ello, ¿verdad? —inquirió la joven de ojos heterocromáticos casi al instante—. Puedo elaborar armas y ayudarlos en eso.

Gael la observó unos segundos, sopesaba la alternativa ofrecida.

—No dudo de que pueda defenderse, joven Pouri —argumentó Gael en el mismo tono, sin borrar la sonrisa de los labios—. Pero le recuerdo que hay Afym que absorben magia y sin un arma, es como decir que no pueden defenderse. —Hizo una pausa para respirar hondo—. Si cree que solamente se enfrentará a dos como el día de ayer, en todo momento, temo informarle que no podrá sobrevivir a este mundo, menos siendo imprudentes.

»Además, ¿cómo funciona su magia con exactitud?

»Aquí, hay leyes que deben ser respetadas. —Se detuvo unos instantes para mirar a Syoxi y agradecerle el gesto—. Dígame, señorita, ¿tiene experiencia combatiendo con seres similares a los Afym o solo con seres humanos?

»Insisto, no desconfío de sus capacidades, pero quiero dejar claro las diferencias. —Su expresión gentil se desvaneció para mostrarles una seriedad en el rostro—. No subestimen a los nidos. Su peligrosidad seres no debe tomarse a la ligera.

—Pues... —Syoxi se tomó un breve momento para recordar algunas de sus contiendas al servicio de la soberana de su reino—. He combatido con Oscuros...

—No son tan iguales a los Afym —interrumpió Pouri, mantenía una mano tras la espalda mientras continuaba caminando—. Siguen siendo humanos en esencia, aunque distorsionados por su Ha.

—¡Pero absorben Ha y son repulsivos! —exclamó ella para recalcar su punto, dándole una severa mirada al albino. Luego, regresó la atención a Gael—. También he combatido con Titanes. Son cerca de doce metros de alto, más o menos —dijo antes de soltar una apacible carcajada—. La mayoría de las razas en el Na'Farko son humanas, así que es complicado combatir con quienes no lo sean.

»Escuche, señor Gael, sé que no estamos capacitados para sobrevivir en este lugar —enfatizó con un tono suave—, y a lo mejor no podamos hacer mucho contra esas criaturas que absorban magia, pero nuestro Ha sigue tratando de recuperarse... Y sin una Fuente de Vida, es complicado.

—Sigo sin entender lo que es el Ha y como funciona, aunque, lo que trato de decir con todo esto es que necesito que aprendan a utilizar un arma —explicó el mayor, volviendo a su expresión serena—. Dante puede ayudarles en eso. Es un Guardián, el mejor combatiente de su Clan. —Detuvo sus palabras para suspirar y llevó los dedos al tabique de la nariz para darse un leve masaje—. Es la única manera que tengo en mente para que nos acompañen. Quizá Dante y yo tengamos experiencia, pero no crean que él no es invencible.

Syoxi asintió despacio; no le insistiría en que ella ya sabía utilizar varias armas. Por otro lado, mientras que Pouri mostraba un claro desinterés hacia el tema, Virav estaba reticente a la idea de tener que emplear un arte con el que no estaba cómodo en absoluto.

—Si no existe otra forma, no hay problema —confirmó Pouri al percatarse del semblante ensombrecido del Aisur.

Gael les regaló una sonrisa y levantó la mano en señal de espera. Se dirigió con pasos firmes hacia Dante, quien se hallaba en la parte delantera del grupo. Cuando llegó hasta él, el intercambio fue breve, donde el Guardián se mantuvo en silencio, su expresión indiferente.

—Mi protegido les ayudará a partir de mañana, antes de que el sol salga —informó Gael al regresar—. Me disculpo de antemano si tiene una actitud hostil. Y es más seguro que les pida que lo llamen Guardián. Como les dije, es un líder de un Clan. Me imagino que debe haber algo así en su mundo.

Mientras que Pouri no se inmutó, Syoxi y Virav afirmaron con vehemencia.

—He de suponer que sería igual que un Raaja o una Raanee —le susurró Syoxi a Pouri, tomándolo del brazo y colocándose de puntitas.

Mmm... —Fue la única respuesta que recibió, un sonido grave y evasivo.

Pasó alrededor de una hora hasta que Dante se encargó de guiar al grupo hacia el Klan. Vigilaba los perímetros para prevenir la aparición de otro nido. A un costado suyo, Akna lo seguía con la cola meneándose de alegría, demasiado contenta de estar junto a él. Detrás, Gael caminaba al mismo ritmo que sus invitados. Cada tanto, se fijaba en ellos, dispuesto a detenerse en cualquier momento si percibía el más mínimo desfallecimiento.

A pesar del cansancio, ellos mantenían el paso firme.

Tras varias horas de marcha, en las que el cielo comenzó a teñirse de un azul profundo, Gael se volvió hacia el grupo y les dijo que podían descansar unos instantes. El alivio en el rostro de Virav fue casi palpable, quien se encontraba más agotado. De nuevo, el Aventurero extrajo de la bolsa los mismos alimentos y se los ofreció a los del Na'Farko, quienes —agradecidos—, y sin decir una palabra, los aceptaron y se dispusieron a comer.

—Quisiera hablar con ustedes de algo importante. —Gael tosió por lo bajo mientras observaba a Dante de reojo, quien empujaba a Azael para que se sentara a un lado suyo.

—¿Sobre qué? —cuestionó Pouri en un tono bajo y con la mirada fija en el Mestizo.

—En Stratený Les, para nosotros, la Diosa es la Madre Naturaleza, y es una devoción respetar la naturaleza —dijo Gael, viéndolos con cierta seriedad—. No podemos hacer algo que la perjudique.

—No pueden matar a un animal para conseguir carne durante tantos días —sentenció Dante, mientras sus dedos callosos se enredaban en el pelaje de Akna, que descansaba entre sus piernas.

Las reacciones entre los visitantes fueron diversas: la sagacidad de Pouri se evidenció en su semblante impasible —puesto que lo supuso ante los alimentos ofrecidos en el trayecto—, una ceja enarcada dejaba entrever el claro descontento por la forma de expresarse del Guardián de los Híbridos hacia ellos. A pesar de todo, se guardó sus opiniones. En contraste, Virav y Syoxi no se mostraban preocupados en absoluto. De hecho, la última asintió varias veces en señal de compresión.

—No habrá problemas con adaptarnos a eso, ¿cierto?

—Así es —confirmó Virav, rascándose la nuca.

—También es requerido pedir permiso a Gaia para adquirir lo que ella ofrece: agua, hortalizas, madera y flores —recalcó Dante en un tono menos hostil, más neutral.

—¿Pedir permiso? —inquirió Virav con cierta curiosidad.

Syoxi atisbó cómo la expresión de Pouri se crispó por un breve segundo antes de desviar el rostro en otra dirección, evitando el encuentro visual con los demás.

—¿Hay que rezarle o algo así? —preguntó la Daivat—. ¿O cómo le pediríamos permiso?

—Respetar la vida —explicó Gael a la vez que acariciaba con suavidad el pasto—. No es obligatorio que ustedes crean en nuestra Diosa o en lo que ella nos regala. Solo les pedimos que respeten nuestra creencia y lo que amamos. Que no lastimen lo que para nosotros es lo más valioso.

Syoxi asintió despacio, captando la importancia de la petición, y se permitió esbozar una sonrisa tranquilizadora

—No habrá problema con eso, se lo prometemos —aseguró.

—Se los agradezco. —Gael desplegó una curvatura en los labios y ejerció una reverencia.

A medida que el sol fue cayendo, Dante les recordó que necesitaban seguir avanzando hasta que cayera el anochecer. Él agarró a Azael del brazo y lo arrastró hacia adelante, diciéndoles al resto que se encargaría de registrar los alrededores en caso de otro hubiera ataque del enemigo. Por su parte, Gael no se alejó de Pouri y de sus acompañantes.

Cada tanto, revelaba datos de Stratený Les, detalles que captaban la atención de los tres en diferentes medidas, incluso, en un momento, comentó que era una falta de respeto obligar a un animal a cargar con alguien cuando las piernas estaban en perfecto estado.

Stratený Les, Oeste del mundo, entre el Klan de los Nacidos de las Nubes.

Cuando los vestigios del quebrar el alba aparecieron en esas tierras, Dante le pidió de favor a Akna que lo ayudara a despertar a los de Oge. Ella primero fue hacia Virav, pero no alcanzó a acercarse cuando huyó de él, asustada y desconfiada por el aura que emanaba de él. Ante esto, el moreno arrugó la frente, aunque no le tomó importancia a aquel detalle —al menos, pretendió ignorarlo y evitar desconfiar—.

Más adelante, la tigresa pasó su húmeda nariz por el rostro de Pouri y luego de Syoxi.

El tenue cosquilleo de los bigotes de Akna en el rostro, provocó que el hombre de largos cabellos albos frunciera el ceño antes de abrir los ojos. Atisbó al Soul en silencio antes de bostezar y desperezarse. En contraste, Syoxi solo soltó algunas risas antes de cubrirse con la manta, a lo que Pouri resopló.

Para él, era habitual que la joven se negara a levantarse antes del mediodía. En otra ocasión, la dejaría dormir, mas le dio un suave empujón con el pie antes de ir a despertar a Virav, quien no demoró en hacerlo.

—Ah, extraño la comodidad de una cama —musitó el Aisur, al mismo tiempo en que se masajeaba el cuello adolorido—. Y un buen baño...

El comentario arrancó una risa ronca de Pouri, que se colocaba la camisa.

A pesar de no expresar sus pensamientos en voz alta, compartía el sentimiento de Virav, deseando esa comodidad que habían dejado atrás. Ese sutil sonido penetró en el silencio, provocando un ligero estremecimiento en Dante, casi imperceptible, pero lo suficiente como para que su corazón diera un vuelco y la sensación de calidez lo envolviera por breves soplos.

Por un momento, vaciló. Permitió que la idea se asentara en su mente, como si su cuerpo estuviera tratando de decirle algo que él no estaba dispuesto a aceptar: le gustaba esa risa. Sin embargo, el Ángel lo descartó en cuestión de segundos. Podría tratarse de una equivocación.

—Les enseñaré a usar armas y las técnicas de combate para combatir contra los Afym —manifestó el Guardián de los Híbridos en un tono monótono, casi desprovisto de emoción, pero con una pizca de indiferencia que rozaba la frialdad. Enseguida, le tendió una espada a Pouri—. Usted dijo que sabe emplear una, así que peleará conmigo para saber su dominio.

Sin prisa alguna, Pouri la sostuvo; sus dedos rozaron los ajenos en cuestión de segundos. Ese contacto fugaz dejó una impresión cálida en sus dedos.

Acto seguido, sopesó el arma y la deslizó en el aire con una mueca de disgusto; de reticencia. No era la primera vez que sostenía una espada, mas su afición por emplearlas distaba de cualquier gusto. Sin embargo, comprendía que la situación lo ameritaba.

Con una resignación silenciosa, se colocó en posición, conduciendo una mano detrás de su espalda.

Sin apartar la vista de Dante, lanzó una mirada expectante, buscando en ese rostro alguna señal, alguna indicación que no llegaría. Lo único que recibió fue el brillo acerado de la espada que el Guardián desenvainó, una hoja de cristal. Sin mediar vocablos, embistió con una estocada directa a Pouri. No buscaba herirlo, sino probarlo.

Lo llevaría al límite de sus habilidades para saber qué tan bien era capaz de defenderse.

Pouri, casi por instinto, interpuso su arma, bloqueando el ataque.

Una ceja se arqueó en su rostro, apenas perceptible. Lejos de cuestionar la acción ajena; le resultó gratificante esa certeza y agilidad que hablaba de la experiencia. Una leve curvatura adornó sus labios. Por su parte, Dante no cedió ni un ápice en su intensidad. Cada estocada buscaba desarmar a Pouri, quien seguía los movimientos ajenos con total naturalidad y calma, contemplando el segundo exacto en el que los músculos de este se tensaban y el sudor aparecía en aquella piel caoba.

Durante lo que parecieron eternos minutos, Pouri logró mantener su defensa, bloqueando cada arremetida con una precisión, hasta que, finalmente, la destreza de Dante se hizo evidente. La espada se deslizó de las manos del albino, cayendo al suelo con un sonido seco. Su respiración, antes controlada, se tornó más lenta de lo habitual, más profunda.

—Te falta más práctica —dijo Dante con total tranquilidad, sin un atisbo de cansancio—. Todos los días, a partir de hoy, pelearás conmigo.

En mutismo, Pouri se limitó a asentir antes de desviar la vista. Era consciente de la sensación que le recorría el cuerpo, una que se negaba a ser nombrada. Quería convencerse de que era debido a la tensión de no haber empuñado un arma desde la muerte de su padre, una excusa que sonaba vacía incluso para él mismo.

Mientras tanto, Virav y Syoxi no les quitaban la vista de encima. Conscientes de las miradas, el Guardián atisbó de pies a cabeza al Aisur.

—Joven Virav, se ve que nunca ha tenido que luchar con un arma —comentó con aburrimiento—. ¿Le gustaría intentar con una espada?

El referido se sobresaltó y dirigió la atención hacia Dante.

—Supongo que puedo intentar —accedió en un tono suave.

—Bien. —El Mestizo agarró otra arma, una espada ligera y bien equilibrada, y se la entregó—. ¿Podría ayudarlo, señorita Syoxi? Mencionó que no tendría problema con ello.

Cuando Virav sujetó la empuñadura con cierta torpeza, Syoxi se detuvo en su acercamiento discreto hacia Pouri. Dirigió la vista a Dante de inmediato.

—¿Yo? —Se señaló a sí misma, confundida.

Por un breve soplo, el Guardián de los Mestizos se mantuvo en silencio, contemplando con aquella cara friolenta a la mujer. No estaba del todo equivocado, ella misma se ofreció a enseñar a sus «compañeros» a utilizar algún arma para defenderse. Así que le resultaba desconcertante que estuviera preguntando. Al menos que él la hubiera malentendido.

—Se ofreció a instruir a sus compañeros en el uso de un arma —aclaró Dante con firmeza—. ¿O me equivoco?

—Oh, sí... Cierto —dijo con una suave risa.

Syoxi le dio un vistazo rápido a Pouri, quien permanecía a una corta distancia mientras que se limpiaba el sudor, antes de aproximarse a Virav con pasos medidos. Al llegar junto a él, le explicó la forma correcta en la que se debía sostener un arma. Con total calma, corrigió el agarre del Aisur y le indicó una mejor postura para adoptar.

Dante volvió a acercarse a Pouri, quien le dio una ojeada.

—¿Prefiere practicar antes de que aparezca el sol o después? —preguntó en un tono neutro—. Será un entrenamiento de varias horas y si comete algún error, las incrementaré. ¿Le parece?

—Después —respondió sin titubear.

Pouri no tenía aversión por los entrenamientos, sino por levantarse antes que el astro solar. Tal práctica no se hallaba entre sus gustos inmediatos. Aunque no era algo que se atrevería a revelar. A fin de cuentas, en esa oportunidad, era indispensable adherirse a la rutina establecida por Gael para llegar a su destino primordial.

—Sigamos, entonces —articuló Dante.

Con gesto decidido, conforme avanzaban en el entrenamiento, el Guardián señalaba los errores que Pouri cometía. Sus indicaciones iban acompañados de correcciones. Dante no se limitaba a señalar los fallos; su mano se posaba ocasionalmente en el brazo de Pouri, guiando y ajustando su postura. Cada contacto era una mezcla de firmeza y suavidad, ajustando la inclinación de la muñeca o el ángulo de la espada con precisión, mostrándole los movimientos propios del Clan de los Híbridos.

En esos instantes en las que sus pieles se rozaban, el corazón de Pouri latía desbocado. Un ligero cosquilleo recorría las zonas palpadas, una calidez lo abrazaba.

Las horas se deslizaron con una tranquilidad casi monótona, hasta que Dante le pidió a Syoxi que fuera su adversaria. Necesitaba ver qué tan bien se movía.

La Daivat accedió con una sutil curvatura. Se despojó de uno de los anillos, el cual transformó en su espada de filigrana. La empuñó con firmeza y se colocó en una posición defensiva. Había evaluado la forma en la que Dante empleaba la espada, así que asumía que no le resultaría en extremo complicado seguirle el ritmo. Pronto, el Guardián arremetió contra ella con la misma fuerza que mantuvo en su enfrentamiento contra Pouri.

Syoxi respondió con el mismo fervor; lo bloqueó y lo empujó para luego blandir el arma en dirección de este.

Con el transcurso de los minutos, Dante conservó el ritmo del enfrentamiento. Entretanto, la Daivat sabía que esa era una oportunidad interesante, la aprovecharía para aprender. Su intuición le decía que el Guardián podría intensificar su ataque en cualquier momento, y ella no estaba dispuesta a ceder sin una lucha digna. Consciente de que el equilibrio y la resistencia eran cruciales, decidió mantener una distancia prudente. Su respiración se tornó irregular, el sudor perlaba su piel expuesta y sus músculos estaban tensos.

Al final, con una última maniobra para evadir un ataque certero, Syoxi alzó ambas manos en el aire, señalando la conclusión del combate.

—Usted también deberá practicar más horas —sentenció Dante con rigidez. Se quitó la camisa para evitar sentirse más pegajoso debido al sudor y caminó hacia Gael, con quien comenzó a pelear cuerpo a cuerpo.

Al igual que Pouri, Syoxi siguió la figura del moreno, atenta a cada movimiento que realizaba Dante. Aunque, a diferencia de la Daivat, cuyo interés se centraba en los movimientos que los Mestizos empleaban en su rutina, el enfoque del hombre de largos cabellos níveos radicaba en Dante de forma casi exclusiva: escudriñaba cómo su cuerpo se movía con una fluidez y determinación que resultaban cautivadoras. Sus músculos se contraían y relajaban, mientras que su cabello corto se movía en sincronía con su ritmo.

Había algo en él que lo atraía, algo que lo llamaba y le resultaba irresistible.

Un hilo de saliva descendió por la garganta de Pouri. En un gesto involuntario, desvió la mirada, incapaz de mantener el foco en la figura tan hipnótica frente a él. La Daivat, al notar su distracción, le propinó un codazo juguetón en la costilla, provocando que se sobresaltara con ligereza.

—Es un mandón, ¿verdad?

A pesar de sus intentos por mantener una actitud seria, Pouri soltó una apacible y ronca carcajada. Consideraba que era un comentario innegable.

»Aunque también es guapo —prosiguió Syoxi, delineando una elevación de sus comisuras.

El comentario tomó a Pouri por sorpresa, y se encontró a sí mismo sin respuesta, optando por concentrarse en eliminar el resto de sudor de su cuerpo. Sin embargo, sus ojos violáceos volvieron a buscar al Guardián de los Híbridos con cierta cautela.

«Tiene su encanto», pensó.

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