|Capítulo 6: Acercamiento|

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Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

El bosque despertaba con los primeros tonos del alba.

Una ligera neblina se aferraba a los troncos húmedos, mientras que un tenue resplandor dorado atravesaba las copas de los árboles. Los olores de la tierra mojada y de la madera fresca llenaban el aire, mezclándose con el sutil perfume de las flores que apenas empezaban a despertarse para brindar su danza a los mortales. A su vez, el canto de los pájaros rompía el silencio que generaba las respiraciones de quienes aún dormían entre las mantas.

Dante observaba las mariposas que revoloteaban, buscando la calidez de unos suaves pétalos que esperaban su llegada.

Se encontraba inmerso en sus propios pensamientos. Repasaba más de una vez los acontecimientos pasados y el fruncimiento del entrecejo delataba la molesto por haber decaído de tal manera. Era consciente que no podía controlar los temblores que lo asfixiaba, menos cuando estos eran intensos, pero se reprochaba.

Debió resistir un poco más.

No estaban en condiciones para retrasarse o dejar al aire sus debilidades.

En ese momento, las manos le ardían y le inmovilizaría el uso adecuado de la espada. Empero, necesitaba entrenar a Pouri, así que de nuevo tendría que ocultar el dolor.

Soltó un vaho de aliento antes de levantarse.

Se dirigió hasta los Nacidos de las Nubes, alegando que los ayudaría a realizar algunas tareas para conseguir más carne —pescado, en este caso—. Así que, durante un par de horas, se mantuvo entrenando a los guerreros y debatiendo diversas estrategias de combate.

Una vez que regresó con los brazos llenos de bolsas de alimentos, los colocó a un lado y prosiguió con la elaboración de estos.

Debido al constante ruido que el moreno provocaba con las ollas de barro, a Pouri se le complicó continuar con el descanso. Despertó antes que Virav y Syoxi, quienes aún respiraban de forma pausada entre sueños. Permaneció tendido en la manta por unos instantes. Después de incorporarse, atisbó de soslayo los movimientos del Guardián; la súbita necesidad de acercarse, de estar más cerca de aquel hombre que hasta hacía poco tiempo no había sido más que una figura distante, lo impulsó a tomar su camisa.

Vaciló por un soplo efímero, pero, a pesar de ello, se decidió y caminó hacia él.

Pouri se encontró a sí mismo examinando cada detalle: los músculos de los hombros de Dante tensándose bajo la camisa y cómo sus dedos ágiles se movían sobre los granos con cuidado.

—Buenos días —saludó con voz ronca, tras detenerse a escasos pasos de distancia—. ¿Necesitas ayuda?

Dante detuvo el meneo del arroz con el fin de contemplar al albino.

Por un instante que se prolongó, se miraron en silencio.

Al fijarse en ese rostro, Dante contuvo el aliento. La piel blanca que este ostentaba lo cautivaba hasta el punto de querer sumergirse en el tono violáceo de aquellos ojos que lo observaron con una intensidad que lo hizo sentir expuesto, vulnerable. Era una mirada que parecía atravesarlo, como si estuviera buscando algo que ni él mismo comprendía a plenitud. El cabello largo y blanco caía sobre sus hombros, y Dante tuvo que reprimir el impulso de estirar la mano y tocarlo, tan solo para comprobar si era tan suave como parecía.

Escudriñó cada parte de Pouri, como si tratara de entenderlo.

Cuando recapacitó que había demorado en responder, sacudió la cabeza de manera imperceptible, regresando la atención a la preparación del almuerzo.

—Buenos días —contestó del mismo modo—. No es necesaria su ayuda.

La respuesta no molestó ni incomodó a Pouri; asintió en silencio. Se mantuvo cerca, con una mano detrás de su espalda y la vista fija en dirección al resto del grupo. Sin embargo, de vez en cuando, sus ojos se desviaban, atraídos como por un imán hacia el moreno, observándolo con discreción. Mientras tanto, Dante cocinó el hongo del maíz y los frijoles, además de más verduras. A pesar de su indiferencia, notó la presencia de Pouri a su lado. Picó fruta y sirvió infusiones.

Minutos posteriores, de a poco, sirvió un cuenco para cada uno, procurando no ensuciar nada más que lo necesario.

Al concluir, extendió una manta en el suelo, sentándose en el lugar.

Pouri no dudó en acercarse y sentarse frente a él. De alguna forma, la mera cercanía con Dante, despertaba un sentimiento familiar en su pecho; una sensación reconfortante. Era una emoción que aún no podía nombrar. Sacudió la cabeza de forma imperceptible, tratando de descartar esos pensamientos, mas era difícil ignorar el encanto innegable de Dante.

Después de unos instantes, apareció Gael junto a una sonrisa, quien se encargó de despertar a Virav y Syoxi. Al momento de acomodarse cerca de su protegido, le agradeció con gentileza el gesto y empezó a comer con el mutismo que los envolvía.

Los otros dos no demoraron en acompañarlos, dándole las gracias al Guardián de los Híbridos, detrás de ellos apareció el Demonio, que notó la ausencia de un cuenco para él. Sin atreverse a preguntar por su porción, optó por soltar un resoplido.

Atento a sus acciones, Gael decidió actuar por cortesía.

—¿Preparaste algo para el Guardián Supremo, Dante? —cuestionó Gael.

—No me interesa alimentarlo —contestó este con aversión.

Virav y Syoxi intercambiaron breves miradas, pero se abstuvieron de comentar. En cambio, Gael dibujó una mueca de disconformidad, tampoco intentó ofrecerle comida al Guardián Supremo. Por lo pronto, se mantendría al margen de las decisiones de Dante, al menos hasta que considerara que fuera necesario intervenir. Al fin y al cabo, fingía que no experimentaba desagrado hacia Gael para no causar incomodidad con la convivencia.

—Pou, ¿no comerás? —preguntó Syoxi, tratando de disipar la extraña tensión que impregnaba el aire.

El hombre desvió la mirada hacia ellos y dudó por un instante. El hambre apremiaba, sí, mas no acostumbraba a esa dieta rica en verduras que era común en ese mundo. Con un movimiento lento y calculado, negó.

—Tal vez luego —susurró.

El Guardián tensó la mandíbula y arqueó el entrecejo.

—La comida no se desperdicia —articuló. Dejó su cuenco y se dirigió con paso decidido hacia una de las bolsas. Extrajo unas hojas frescas, utilizadas tradicionalmente para envolver los alimentos, y regresó con la intención de recoger lo que el albino había decidido dejar—. No le faltes al respeto a Gaia, tirando lo que nos regaló.

Pouri arqueó una ceja. Inhaló hondo; esa afirmación le parecía excesiva, una reacción casi desproporcionada por una simple preferencia personal no expuesta. Optó por evitar una discusión abierta, así que se alejó del grupo a paso certero.

Ante la reacción de su compañero, Syoxi se encogió en su sitio.

Por un breve soplo, Dante experimentó una punzada en el pecho.

Vio cómo el albino se alejaba y tal molestia incrementó. Sus manos temblaron de forma imperceptible, con un ligero estremecimiento que, al principio, intentó ignorar como si no fuera más que una reacción pasajera. No se iba a retractar de su actuar. La despreocupación con la que algunos humanos manejaban los valiosos recursos que su Diosa les daba, dejando que los alimentos se pudrieran por el simple hecho de no tener apetito, le resultaba detestable.

No eran para ser desperdiciados a la ligera.

—No creo que él haya querido faltarle el respeto a Gaia —susurró Syoxi luego de unos instantes, con un tono medido. Al finalizar su parte, se colocó de pie con prisa—. Aún estamos tratando de adaptarnos a sus costumbres. Así que, por favor, no hagas suposiciones de lo que desconoces, Dante.

—Guardián Dante —respondió este desde su sitio, con la atención puesta en otra parte.

Syoxi frunció el ceño y se negó a pronunciar aquellas palabras.

—Señorita Syoxi —intervino Gael con una gentil sonrisa—, ¿le informaría al joven Pouri que cuando tenga hambre le ofreceremos hortalizas sin cocer? No nos gusta arriesgarnos a que esta ya no sirva, en caso de que pasen varias horas de no comer. Lo que dejó, se lo daremos a alguien más para evitar un desperdicio.

—Le diré —confirmó la joven con un tono suave, aunque sin desviar la atención de Dante. Inhaló hondo y se retiró de igual forma.

Luego, Dante se dedicó a entrenar con Virav. A diferencia de la joven Daivat, quien solía desglosar los movimientos en explicaciones detalladas, el Guardián se enfocaba en que soportara sus embestidas o al menos lograra frenarlo en su avance. Virav se esforzaba por seguirle el ritmo, pero resultaba complicado.

Un par de horas posteriores, el Aisur terminó agotado y se dejó caer en el suelo con la respiración agitada.

—Va mejorando... lento —informó el Guardián mientras envainaba la espada—. Se equivocó en varias posiciones, así que las repetirá durante más tiempo, mañana.

—Claro... —respondió Virav—. ¿Nos entrenará a Pouri y a mí desde mañana?

Dante, que ya estaba en proceso de girar sobre sus talones, se detuvo al escuchar la pregunta.

—A menos que usted prefiera a su compañera, lo haré.

Virav asintió despacio. No podía negar que prefería a Syoxi, al menos ella le explicaba algunas posiciones.

Con la decisión tomada, Dante alzó el mentón con orgullo y se dirigió hacia el lugar en el que se hallaba Pouri junto a Syoxi. Ella charlaba entre risas, apoyada en el hombro ajeno. De vez en cuando, el albino le respondía o le dedicaba una apacible sonrisa. Pronto, las zancadas del Guardián resonaron en el viento e interrumpiendo la conversación. Las miradas ajenas se posaron en él cuando se posicionó frente a ellos, extendiendo la espada frente a Pouri.

—Entrenamiento —manifestó en un tono neutral —. Ya lo hizo el joven Virav.

Syoxi cesó su risa de inmediato y tomó distancia de su compañero. Sin embargo, este arqueó una ceja ante la evidente orden que el moreno le daba.

—Iré en unos minutos —respondió Pouri, tomando el arma.

Dante asintió con la cabeza. Visualizó de arriba hacia abajo al hombre que, de cierta manera, lo hacía contemplar tales facciones de una forma inusitada, como si estos demandaran una contemplación más prolongada. Desvió la mirada antes de retirarse y encaminarse hacia Gael para practicar artes marciales en lo que esperaba a Pouri. Durante ese tiempo, el mayor de los Mestizos aprovechó para «llamarle» la atención a Dante, diciendo que debía aprender a medir el modo en que se expresaba. Enfatizó que debía comprender la situación de los habitantes del Na'Farko, quienes todavía se adaptaban a las normas y costumbres de las tierras de Gaia.

El Guardián arrugó la frente y guardó silencio.

Al cabo de algunos minutos, Pouri se acercó a la zona en la que los Mestizos se encontraban. Ante la proximidad, Dante lo atisbó de reojo. Cuando regresó la atención a su protector, lo empujó con una patada, quien cayó de espaldas y liberó un quejido. Dante se inclinó para ofrecer una mano a Gael, ayudándolo a levantarse. Luego, tomó distancia. El Aventurero le palmeó el hombro tres veces y le regaló una sonrisa. Saludó al albino antes de alejarse.

Acto seguido, el moreno observó a Pouri durante un soplo, sopesando las palabras del Aventurero. Suspiró.

—¿Todavía no tiene hambre? —cuestionó Dante con una ceja alzada a la par que desenvainaba la espada en un ágil movimiento.

Pouri no se había percatado que se quedó observando el abdomen ajeno hasta que percibió el reflejo de la hoja filosa. Entonces, desvió la mirada al rostro del Guardián.

—Tengo hambre —confirmó en un tono bajo, sujetando su propia arma.

Dante bajó la guardia. Volvió a respirar hondo.

—¿Qué le gustaría comer?

Pouri arqueó una ceja y elevó una de sus comisuras con sutileza. A la vez, emuló la acción del Mestizo.

—¿Me preguntas para hacerme lo que me guste? —preguntó con un tono divertido.

El moreno, que aún sostenía la espada con una firmeza que desmentía cualquier apariencia de relajación, tensó la quijada. La tentación de responder como solía hacerlo lo invadió; no obstante, aseguraba que Gael lo miraba con detenimiento y no quería volver a oír más de sus sermones. Al menos, por lo que restaba de día.

—Enfrentar a alguien débil va en contra de mis principios —prefirió responder.

Pouri le dedicó una rápida ojeada de pies a cabeza. Casi de inmediato, dejó escapar un vaho de aliento y retomó una posición relajada.

—No te preocupes por mí, Guardián Dante —respondió—. Puedo tolerar no comer y mantenerme bien.

—¿Qué le gustaría comer? —repitió la pregunta. Guardó la espada en su vaina.

—Carne —respondió Pouri sin dudar, guardando el arma de igual manera—. Aunque también podría probar algún platillo con pescado...

El Guardián no comentó nada sobre la solicitud hecha. En su lugar, tomó distancia y recorrió el tramo que los separaba de la fogata en la que todavía reposaba la olla de barro. De los sacos, sustrajo unos de los pescados secos que acompañó con una porción de arroz. Preparado el platillo, adicionando pocas hortalizas fritas, y se lo extendió al hombre de piel pálida.

—No se atreva a desperdiciar nada. Es considerado un acto imperdonable —articuló en un tono neutral.

Pouri tomó el cuenco, rozando sus dedos con los ajenos de forma intencionada. Asintió despacio ante sus palabras y se retiró a una distancia prudente para ingerir los alimentos. Mientras tanto, el Mestizo aprovechó para empacar las pertenencias regadas con sumo cuidado. Doblaba las mantas de manera meticulosa, asegurándose de que no tuvieran ninguna arruga. Prosiguió con los alimentos y el resto de provisiones. Pouri no demoró en finalizar y regresar con Dante a los segundos.

—Gracias —expresó en un tono apacible—. Aunque no era necesario.

—Lo era para Gael —contestó. Todavía le daba la espalda—. Soy su Guardián y lo protejo. Él quiere que ustedes estén bien.

Pouri recorrió la figura de Dante antes de acercarse más para entregarle el cuenco, limpio. Decidió no pronunciar más palabras en ese instante. A fin de cuentas, entendía lo que quería decir.

Después de aquella conversación, Gael indicó que era necesario partir. Por su parte, Dante se apresuró a cargar con las bolsas e ir por Azael. Durante el camino, trató de tomar distancia más de lo acostumbrado. Procuró no oír la voz de Gael, quien buscaba entretener a sus invitados con conversaciones triviales, contando los distintos minerales que había llegado a encontrar en sus largas expediciones.

—En mi cabaña hay dos habitaciones —comenzó a decir Gael a Pouri y compañía—. La señorita Syoxi puede quedarse en una y ustedes dos en la otra. Dante y yo podremos estar en la habitación principal sin inconvenientes.

—Gracias, señor Gael —pronunció Virav, realizando una ligera inclinación.

—Pero no tengo problema en compartir habitación con ellos —dijo Syoxi casi al instante—. No es necesario que nos dé tantas comodidades, es su hogar.

—Bueno. —Gael tosió a la vez que se rascaba la nariz—. Pensaba en su comodidad, señorita. Estoy acostumbrado a estar sin un lecho y mi protegido no necesita de las mejores atenciones. Digo... —Desvió el rostro para ver la espalda de Dante, quien cada tanto acariciaba las orejas de la tigresa y esta se restregaba en sus piernas—. Puede ser un Guardián, pero estamos entrenados para estar en cualquier lugar. No le molestará.

Por un instante, los otros tres también fijaron su atención en Dante, aunque Virav y Syoxi la volvieron con rapidez a Gael.

—¿Está seguro? —inquirió la joven. No quería mostrar su incredulidad ante tales palabras—. Además, solo será para descansar. Estaremos bien así, ¿verdad?

Virav soltó una suave risa, sin intenciones de afirmar o negar. Por su parte, Pouri seguía con la atención puesta en la figura del Guardián.

—Como sabrá, tengo una hija. Una mujer debe tener su propio espacio —insistió el Mestizo a Syoxi—. A Izel, de niña, le encantaba dormir con Dante. —Esbozó una melancólica sonrisa, recordando los pucheros que hacía ella cuando le comentó que no era recomendable seguir en el mismo espacio que el moreno—. Pero a medida que fueron creciendo, me recomendaron que lo hicieran por separado.

—Oh... Sí, pero... —Syoxi presionó los labios unos segundos. No deseaba admitir que, desde que conoció a Pouri, se había acostumbrado a no dormir sola en el mismo espacio—. En verdad no hay problema, no se preocupe.

Gael suspiró y decidió no continuar con el tema.

Avanzaron por varias horas, hasta que Dante recomendó descansar, puesto que el anochecer ya los alcanzaba. Enseguida, empujó a Azael al suelo, ignorando los quejidos de su parte. Lo miró con total desprecio antes de elaborar la fogata. Entretanto, el Aventurero lo ayudó a sacar los alimentos que prepararían.

—¿Les gustaría algo en especial? —preguntó en un tono dócil a los demás.

—No —respondió Pouri en esa oportunidad.

Gael elaboró el platillo favorito de su hija. Condimentó las verduras con chile y salas, asimismo, bañó el arroz en una salsa roja. Hirvió agua para, posteriormente, adicionar la flor ras que proporcionaba un ligero dulzor en el paladar. En lo que ellos se encargaban de la comida, Virav y Syoxi conversaban sobre la hija del primero, y Pouri mantenía la mirada puesta en los Mestizos. Sin embargo, el comentario de la Daivat provocó que desviara su atención a ella:

—A Niarys le encantaría conocerla, ¿verdad, Pou?

Pouri asintió despacio. Sus luceros morados tomaron un leve brillo. Para ese punto, la extrañaba más de lo habitual y se preocupaba de que ella interpretara su ausencia como un abandono.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por Dante, quien extendió las mantas cerca para llevar los respectivos cuencos. Puso cinco en total, repletos de los alimentos que desprendían humo y el aroma a salsa. También colocó los vasos y por último los cubiertos. Una vez que terminó, hizo un movimiento de cabeza en dirección a los «extranjeros» y se sentó, comenzando a comer en silencio. Por su parte, Gael les dedicó una extensa sonrisa. Sus ojos morados brillaban ante la expectativa de verlos gozar lo que a Izel adoraba probar. Se situó al lado de su protegido y alzó un cuenco.

—Hoy... —Carraspeó la garganta para despejar la voz ronca, provocado por un nudo que se formaba—, hace veintiocho años mi hija nació. Nosotros nunca celebramos el día que llegamos al mundo, pero lo he hecho desde que no estoy con ella. Por favor. —Señaló el banquete—. Disfruten.

Virav y Syoxi agradecieron con gestos apacibles y una tenue inclinación, último gesto que Pouri también emuló y comenzó a comer poco después que el resto.

—¡Mmm, esto está delicioso! —expresó Syoxi tras tragar de forma apropiada—. Realmente le agradecemos mucho su hospitalidad, señor Gael.

Virav asintió con vehemencia, saboreando cada bocado.

—Fui recibido en Stratený Les con los brazos abiertos cuando crucé el portal —dijo Gael con una voz cariñosa—. Es lo menos que puedo hacer por ustedes.

—Por cierto... ¿No le darán comida a...? —Syoxi apuntó a Azael sin disimulo.

—No le voy a preparar nada —respondió Dante con un bufido y una mueca—. Conseguí estos alimentos al trabajar.

Gael apretó los labios, negándose a contestar al respecto. No sabía qué pensar sobre el Guardián Supremo de los Demonios. Una parte de él, deseaba tenderle la mano, aferrándose a su creencia de que el pasado no definía a nadie. Sin embargo, cada vez que veía esos ojos rojos, recordaba el rostro de su amada. Evocaba el atardecer en el que no pudo llegar a tiempo al Clan para protegerla, a su esposa, que tenía cinco meses de embarazo.

Azael fue el responsable de la muerte de la mujer que más amó en esa vida, el culpable de que su segundo hijo no naciera. En ese entonces, había mandado a atacar al bosque, el lugar que protegía Dante, en busca de declarar una guerra; y ella estuvo involucrada. Así que, otra parte de él, lo detestaba.

No permitiría que Dante manchara sus manos de sangre, quería evitar que Gaia lo castigara. Pero tampoco lo detendría si este optaba por herirlo o no darle de comer.

No era de su incumbencia.

¡Gracias por leer!

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