|Capítulo 7: La flor azul|

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Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

—¿Tienen idea de cómo pudieron llegar aquí? —preguntó el mayor de los Mestizos a los habitantes del Na'Farko.

—En realidad, no —respondió Virav en dicha oportunidad—. Estábamos en medio de un enfrentamiento.

—Luego de que Jiiuen murió, sucedió algo extraño. Apareció una especie de portal, cuya esencia era inestable —complementó Syoxi, sin terminar lo que tenía en el cuenco. Se colocó de pie y exhaló—. Con permiso, ya que es de lo que me diste, Dante —enfatizó, dándole un vistazo distante al aludido—, lo compartiré con el señor Azael.

Dante no se molestó en responderle. La observó por escasos segundos y regresó la atención a sus propios alimentos.

—¿Después de un enfrentamiento? —preguntó Gael. Llevó una mano al mentón e ignoró la tensión entre la mujer y su protegido. De inmediato, extrajo de su bolsa el libro y una pluma—. Quizás exista una conexión. Verán, la única manera de abrir el portal desde Nebesky Les —sustrajo un mapa del territorio—, es mediante el choque de energías demasiado poderosas y opuestas. Positiva y negativa.

Interesado y curioso, Pouri se inclinó para apreciar los detalles trazados en aquella superficie textil.

—¿Choque de energías opuestas? Mmm... —Pouri esbozó una ligera mueca—. Tal vez así funcione su energía, pero el Ha no es negativo o positivo, solo es Ha —aclaró en un tono apacible—. Entonces, ¿cómo aplicaría eso a nosotros?

Antes de que Gael respondiera, Virav intervino:

—Es posible que la contaminación de los Oscuros tenga cierto comportamiento similar a ello.

—Mmm... —Pouri acentuó la mueca—. Es una posibilidad a considerar, mas sigue sin explicar que estemos aquí. Strateny Les no está en el Na'Farko. ¿Por qué sería de esa forma?

—Me temo que no lo sé —respondió el Aventurero.

—No todo tiene una razón de ser —expuso Virav—. Ya estamos aquí, así que debemos buscar la forma de regresar en lugar de preocuparnos por la forma en la que llegamos.

—Así es. He reunido información a lo largo de los años. —Gael señaló su libro con anotaciones y dibujos—. Entre todos, podemos descifrar los datos que no he conseguido por mi cuenta, y descubrir la salida.

Pouri se conservó en mutismos. Tal vez debía confiar en que lograrían hallar la forma de regresar a donde pertenecían. No obstante, tenía la ligera impresión de que conllevaría más tiempo del que les gustaría.

Al terminar de almorzar, Dante se encargó de limpiar los cuencos utilizados y de guardar las mantas antes de indicar que debían seguir el trayecto. En respuesta, Gael asintió con la cabeza y ayudó a Azael a incorporarse, quien soltó un alarido debido a la molestia de la herida. Sin embargo, el Aventurero no se apaciguó de él y lo jaló, provocando que el Demonio emitiera un casquillo.

Azael se sacudió la tierra del pantalón y se apresuró a llegar a la altura de Syoxi.

—No era necesario el alimento, señorita. Pero se lo agradezco. —Ejerció una reverencia en su dirección.

—Todos lo necesitan —respondió ella con una expresión apacible.

Dante se mantuvo hasta el frente, siendo acompañado por Akna en todo momento. Detrás de él, Gael procuraba conservar un ritmo pausado mientras conversaba con sus invitados, esbozando sonrisas y tratando de explicar cómo se manejaban las actividades dentro del Klan. Tanto Virav como Syoxi se mostraban interesados y entusiasmados en las palabras que el Aventurero pronunciaba.

A medida que se adentraban al centro del bosque, se percibía —desde una distancia prudente— los susurros de los habitantes de aquel Klan.

Cada tanto, el Guardián Dante pasaba los dedos impregnados de energía por el manto verdoso bajo sus pies o la corteza áspera de los árboles aledaños, detectando la aglomeración de esas personas. Cada tramo abarcaba, la pesadez era mayor. Una punzada en el pecho provocaba que arrugara la frente y los temblores en las manos hacían que quisiera retroceder; huir de ese lugar.

Era la primera vez que estaba tan alejado de Gother y Hakim.

Esas ausencias le afectaban. Aunque trataba de no pensar en ello, esperaba toparse con la silueta de un lobo blanco entre los arbustos o despertaba durante el canto de las estrellas que añoraba sentir la calidez de un cuerpo que ahora solo persistía en su recuerdo. Akna lo ayudaba a distraerse con sus ronroneos y la suavidad de su pelaje, pero el nudo en la garganta que se le formaba nada más incrementaba.

Le resultaba imposible frenar la molestia que le envolvía el corazón.

En el preciso momento que Dante supo que se hallaba a pocos pasos de toparse con los Nacidos de las Nubes, frenó su andar. Elevó una mano a la altura de la tigresa, acarició esas orejas que disminuían los estremecimientos de sus extremidades.

Resistió el impulso de voltear a sus espaldas para buscar los ojos rojos de su lobo, y respiró en profundidad. Colocó en el rostro la indiferencia que lo caracterizaba, levantó el mentón con soberbia y posó la diestra en la empuñadura de la espada.

De esa manera, aterrizó en la periferia de los Nacidos de las Nubes, donde las estructuras de las viviendas les dieron la bienvenida.

La combinación de piedra grisácea en las paredes, adornadas con dibujos de nubes y lobos, además del tallado de flores en las puertas de madera, deslumbró a Dante, quien abrió de forma imperceptible los ojos, cuyo color recorrió el material. Los suelos del Klan estaban tapizados por flores de algodón que, a perspectiva del moreno, estos parecían delicados, si era posible que él pudiera utilizar aquella palabra. Creía que miraba las Lágrimas congeladas de Gaia que flotaban en el viento, siendo sostenidas por tallos azules translúcidos.

Dante deseaba acercarse, comprobar si esa textura se derretiría entre los dedos. Sus ojos destellaban brillantez, una que pasaba desapercibida por los Nacidos de las Nubes, quienes detenían sus actividades para concentrarse en la piel morena del Guardián. Los cabellos blancos de aquellas personas danzaban al compás del aire, atrayendo su atención.

En ese soplo, se percató que lo contemplaban unas perlas blancas o de un azul tan claro que se confundía con el primer color.

Pouri trató de conservar su usual semblante inexpresivo, fue inevitable que sus ojos y labios se abrieran con ligereza. Pese a que antes atisbó a alguien con rasgos similares a los suyos, contemplar a tantos de ellos en un mismo espacio, era distinto. Entretanto, Syoxi parecía entusiasmada por las estructuras que también diferían de Vorxeis y Liafer.

Gael se trasladó al frente, recibido por leves inclinaciones por los habitantes del Klan. En el idioma de la Madre Naturaleza, expresó —y señaló— que ellos eran sus invitados y que estaría agradecido si se mostraban corteses ante su presencia. Para eso, los Nacidos de las Nubes atisbaron de arriba hacia abajo los cuerpos de los nombrados antes de aceptar la petición y continuar con sus actividades.

—Por favor, síganme —anunció Gael a Pouri y compañía.

Los árboles se alzaban altos y elegantes, alardeaban de unos troncos tan finos como retorcidos que parecían estar hechos con hilos plateados. En lugar de hojas, las ramas eran cubiertas por pétalos en forma de nubes, blancos y suaves. Estos flotaban con ligereza con cada brisa, creaba una sensación de calma. El suelo por el que caminaban, para llegar a la cabaña de Gael, estaba plagado por un manto espeso de flores algodón, cuyo color variaba desde un tono blanco hasta uno rosa.

Cada paso que se daban, Dante pensaba sobre una suavidad que lo arropaba hasta el punto de anhelar acostarse entre los campos. Había un toque de olor a vainilla que disfrutó y deslizó una sutil sonrisa.

—Es un lugar hermoso —comentó Virav en esa oportunidad, yendo tras el Mestizo.

—Lo es —dijo Gael con una gentil expresión en el rostro.

El Aventurero los condujo alrededor de veinte minutos, tiempo en el que los Nacidos de las nubes dejaban de entrenar, platicar, bailar o cualquier actividad para contemplarlos con curiosidad. Los ojos blancos no reflejaban repulsión o rechazo, solo gratificación de ver otras pieles. Solían saludarlos con sutiles reverencias antes de regresar a sus labores.

Al llegar a la morada, con un ademán de mano, Gael los invitó a pasar.

La habitación principal consistía de una mesa de roble, adornada en el centro por nubes —cojines blancos—. También había un horno de piedra, baúles y un hoyo para la fogata. Algo que caracterizaba ese hogar eran las paredes, cuyas superficies se encontraban llenas de dibujos. Y siempre era el mismo: una niña de ojos morados con dulce sonrisa. En unos pliegues reía, otras entrenaba, jugaba o mostraba seriedad en su rostro infantil. Tendía a estar acompañada por un lobo u otro niño de ojos azules.

Los trazos abarcaban desde su nacimiento hasta el día que Gael se alejó de ella.

Aunque Pouri se percibía casi igual de maravillado que Virav y Syoxi ante el panorama —pese a que pensaba que era bastante rudimentario para lo que acostumbraba—, se limitó a no emular las acciones de sus acompañantes. Quienes contemplaban cada línea esbozada con fascinación y un brillo peculiar en sus luceros.

Del otro lado, la respiración de Dante se tornó más dificultosa.

Mirar cada dibujo, representaba un dolor de cabeza. Le hacía recordar el grito desesperado de Izel, tratando de retenerlo a toda costa. Carraspeó, evitando que se notara el nudo en su garganta. Respiró hondo, queriendo eliminar los ligeros temblores en las manos.

Giró en dirección a Gael.

Lo siento —expresó en un susurro, en el idioma antiguo. No sabía por qué se disculpaba. Quizá se despreciaba por hacer llorar a Izel, la hija del hombre que le brindó un hogar cuando no le quedaba nada en ese mundo.

Gael abrió los labios, pero los cerró al instante. Visualizó un dibujo en específico, donde su hija tenía las mejillas teñidas de un tono carmesí mientras reía y abrazaba a un niño de mirada inexpresiva. No, nunca lo podría culpar.

Relajó los hombros, deslizó una expresión de cariño y se aproximó a él. Depositó una mano sobre el hombro ajeno.

Jamás te juzgaré —dijo con dulzura—. No te disculpes.

El Guardián asintió con la cabeza. Se apresuró a tomar asiento, cogió una tela junto al carbón y se apresuró a dibujar. Ante esto, una sonrisa se ensanchó en las comisuras del mayor, quien, antes de regresar el rostro hacia los habitantes del Na'Farko, pensó: «Gracias, Dante».

—¿Quieren descansar? —preguntó.

—Sí, por favor —respondió Virav casi al instante.

En cambio, Syoxi continuaba admirando a detalle el lugar que la rodeaba.

—De acuerdo, ven.

El Aventurero llevó a Virav a su propia habitación. Allí, también había dibujos de Izel cubriendo las paredes. El lecho estaba compuesto por mantas de algodón y plumas. Baúles con sus pertenencias y armas recargadas, desde espadas hasta arcos. El joven Aisur quedó ensimismado por lo acogedor que se exhibía la morada. Le agradeció a Gael con una ligera expresión e inclinación.

Entretanto, en la habitación principal, Syoxi no cesaba su inspección.

Contenía el aliento por breves fracciones de tiempo cuando, con reverencia y suma delicadeza, sus dedos palpaban los pliegues donde se plasmaba aquella niña. El corazón se encogió en su pecho. Sin darse cuenta, sus ojos heterocromáticos se cristalizaron, distorsionando su visión. Presionó los labios, inspiró hondo y luego desvió la atención hacia el resto de los presentes allí. En eso, percibió que Pouri también admiraba los retratos con un brillo peculiar en esas perlas violáceas, cuyo pecho subía y bajaba a una cadencia irregular.

Sabía lo que eso significaba: le hacía recordar a Niarys...

Los pasos que resonaron en la habitación indicaron el regreso de Gael, quien emitió un fuerte suspiro.

—Señorita, Syoxi y Joven Pouri, ¿descansarán? —preguntó mientras se sentaba en la mesa.

Syoxi se sobresaltó en su sitio.

—Preferiría bañarme, si no es mucha molestia.

En cambio, Pouri no respondió, manteniendo la inspección.

—Al norte de aquí, encontrará un riachuelo. Ahí conseguirá agua y, hasta el fondo de la cabaña, está la bañera —informó el Aventurero a la mujer—. No olvide pedir permiso.

La joven Daivat le aseguró que no lo olvidaría antes de abandonar la cabaña.

Gael se levantó para acercarse al albino. Frente a él, señaló un dibujo en el que estaba Izel, abrazando un fénix.

—Aquí fue donde mi hija consiguió su Soul —comentó en un tono suave y afectuoso, recordando el momento. Enseguida, apuntó otro, donde estaba puesto el niño de una mirada distante, con las vestimentas manchadas—. Aquí fue cuando encontré a Dante y decidí cuidarlo. Él e Izel se hicieron muy cercanos.

Ante las palabras ajenas, Pouri asintió con una lentitud casi imperceptible.

—¿Hace cuánto que no la ve? —cuestionó en un tono bajo, tras escasos minutos de silencio.

Gael exhaló despacio. Tragó saliva y se esforzó para no derramar una solitaria lágrima.

—Hace trece años —murmuró en un tono quebrado y débil.

Pouri contuvo el aliento.

—Ha de haber sido una época difícil para ambos —musitó, aunque era más un pensamiento para sí mismo.

—Pensé que me odiaba —confesó el hombre con una amargura plasmada en la voz, pasando los dedos por un dibujo—. Sin embargo, Dante me dijo que ella nunca dejó de buscarme y él no miente. Puede ser tosco, pero jamás miente.

Por un instante, Pouri dirigió el interés a Dante, atisbándolo por encima del hombro. Con rapidez, volvió al frente.

—Entonces hay mucho por hacer —dijo—. Es increíble que haya pasado tanto tiempo lejos de su hija, no estoy seguro de si yo podría tolerarlo.

—Las apariencias engañan, joven Pouri —pronunció en medio de una suave risa—. Habrá quienes disfrazan su frágil corazón en una fachada de indiferencia para no volver a romperse. Aunque no lo parezca, me duele despertar otro día aquí. Pero debo seguir adelante, y con ustedes, quiero creer que saldremos. Estaré en deuda por la eternidad si lo logramos.

—Es una ayuda mutua —le recordó, dándole un vistazo a los alrededores para darle a entender su punto.

En esa ocasión, Gael mencionó que saldría por unos momentos y que podría usar cualquier cosa de su cabaña.

El silencio los rodeó, roto por el golpeteo del carbón al rozar la tela del Guardián. Con una pizca de curiosidad, Pouri recorrió la estancia a pasos medidos hasta que se aproximó a Dante, contemplando sus movimientos con interés. Al poco tiempo, él solo llevaba la mitad del rostro de Izel en el dibujo, pues también quería poner a Gother y a Zyanya.

De pronto, a la cabaña ingresó Azael, quien caminó a una de las paredes con una curiosidad plasmada en una sonrisa ladeada.

—¡Oh!, así que Gael es el padre de la Guardiana de los Híbridos, tu compañera —manifestó este, atisbando de reojo al Mestizo—. ¿De verdad él te protegió luego de que masacré tu Clan junto a tus padres? Por eso sobreviviste.

«Ese es el motivo de tanta hostilidad», recapacitó Pouri con una ceja arqueada.

El cuerpo de Dante se tensó al instante. Su respiración se tornó errática, pero la controló a tiempo. Empujó el dibujo a un lado, se levantó y desenvainó la espada para encajarla en la pierna del Demonio antes de huir al exterior. Pronto, se oyeron las carcajadas de Azael, quien derramaba lágrimas y buscaba detener la hemorragia.

Pouri desvió la atención al retrato sin finalizar. No iba a negar que no consentiría tales reacciones, mas prefería no ser testigo de ellas.

Durante ese tiempo, Azael reía, como si le divirtiera la situación. Otras tantas lloraba al recordar los errores que llegó a cometer a lo largo de su existencia.

—Tengo hambre. ¿Se demorará el Guardián Dante? Él se encarga de cocinar y la señorita Syoxi me dará de su parte —bufó el Guardián Supremo.

Pouri le dirigió una mirada severa, aunque la suavizó casi al instante. Una parte de él no podía evitar sentir lástima por Azael. En cierta medida, le hacía recordar a Tahi.

En menos de lo esperado, ingresó Gael, cargando entre las manos diversos alimentos. Cuando se detuvo frente a Pouri, arqueó una ceja ante la nueva herida de Azael y la ausencia de Dante en la cabaña. Emitió un suspiro y negó con la cabeza.

—Supongo que me tocará a mí preparar la cena y lo mucho que me gusta la comida de Dante.

—Puedo ayudarlo si gusta.

—No es necesario, descanse —contestó el mayor de los Mestizos, concentrado en disponer de los troncos necesarios en el hoyo para encender la fogata.

Pouri aceptó las palabras ajenas y se sentó a la mesa en silencio.

Stratený Les, Oeste del mundo, Klan de los Nacidos de las Nubes.

Cuando Dante volvió, recargó la espada —todavía estaba manchada de sangre— en una pared y, sin saludar a Gael o dedicarle una mirada cuando este le habló, extrajo harina. La llevó a la mesa y la amasó con tanta fuerza que movía la superficie. Posterior a ello, la metió en el horno y picó verdura.

Una vez que concluyó, depositó los cuencos en la mesa, omitiendo el de Azael.

Para ese punto, Syoxi y Virav se unieron a ellos. La joven Daivat se sentó a un costado de Pouri con una amplia curvatura.

—Muchas gracias por la comida.

Gael, Dante y Virav acompañaron a la joven a degustar los alimentos, mientras que Pouri había agarrado un cuenco, aunque se mantuvo contemplándolos en silencio.

—¿Sucede algo, joven Pouri? —preguntó Gael al percatarse, en un tono de preocupación.

—No —susurró y, casi de inmediato, probó el primer bocado.

—Es una mala costumbre que tiene —aclaró Syoxi, divertida, luego de tragar de forma apropiada—. Hace eso siempre, no se preocupe.

El Aventurero asintió junto a una tenue sonrisa.

Cuando finalizaron, Gael se dispuso a limpiar la mesa para colocar en la superficie los libros que tenían información recaudada de sus expediciones. Al momento de abrir una de sus páginas, recalcó que a Gaia le gustaba disfrazar los mensajes mediante metáforas, leyendas o canciones. Existía una posibilidad de que les hubiera ocultado el modo de salir de Stratený Les en un simple cuento.

—Dante y yo estamos familiarizados con ciertos términos —dijo Gael, apuntando algunos párrafos a la par que de nuevo se sentaba—, pero puede que ustedes logren notar algo que nosotros no.

—¿Me permite? —preguntó Pouri, extendiendo una mano hacia los libros ajenos.

—Adelante —accedió este, pasándole uno.

Al instante, el hombre de cabellos albos sostuvo el objeto y lo ojeó con un brillo particular en sus luceros. Entre las páginas, se relataban los orígenes de Nebesky Les, cuya información era guardada entre los archiveros de los Clanes.

Pouri leyó cómo Gaia llegó a esas tierras:

«Gaia vivía entre los mortales, aquellos que se hacían llamar seres humanos. Adoraba verlos jugar entre las montañas, le encantaba experimentar la molestia en su estómago después de reír a carcajadas. Pero su alegría se esfumó cuando observó como esos seres a quienes admiraba, comenzaron a masacrar a los animales por miedo a morir bajo el manto de la nieve.

Era tanto su crueldad que sus oídos se volvieron sordos, no escucharon a la Madre Naturaleza al gritarles que se detuvieran. Sus lamentos eran trasladados a la tierra con truenos y rayos, pero ningún humano se detuvo.

Fue rodeada por los gemidos alaridos de los animales.

Sostuvo entre sus brazos la sangre que se escurría entre el agua.

Gritó. Condujo sus manos al pecho, una parte del cuerpo que se apretaba y la asfixiaba. Gritaba con impotencia, desgarrando la garganta.

¿Cómo fue que permitió que sucediera eso?

Los cielos se agrietaron y los mares se azotaron contra los acantilados. Sus lágrimas empapaba las tierras rojas, deseando eliminar el olor de la destrucción y crueldad. El rocío que bajaba por sus mejillas inundaron los lagos hasta el punto que estos fueron incapaces de retener el dolor de su Diosa y se desbordaron.

Al borde del colapso, en el que se jalaba los cabellos y exclamaba, se abrió un portal a otro mundo. Al principio, dudó en atravesarlo, en abandonar a los humanos. Sin embargo, cambió de idea cuando se percató que ellos jamás iban a ver a los animales como iguales.

Se fue.

En medio de unas tierras que desconocían la calidez de un lobo o las caricias de una mariposa, se desgarró el rostro con las uñas para que su propia sangre formara el agua de un nuevo mar. La piel de su cara la puso en el suelo, donde nacieron flores y vegetación.

Se arrancó los órganos para crear las montañas, árboles y ríos.

Con su último aliento, antes de refugiarse en un bosque para sanar sus heridas, llamó a los primeros guardianes de la naturaleza: el Espíritu de los Abedules, las serpientes emplumadas, la Flor que Reía y el Lobo Blanco.

Así nació Nebesky Les».

Pouri mantuvo un semblante inexpresivo. Al finalizar esa primera parte, entendiendo que sólo contenía el origen del lugar del que provenían Gael, Dante y Azael, elevó la vista a los Mestizos por escasas fracciones de segundo.

Cerró el libro y tomó otro, en el cual se narraban los motivos por los habitantes de Nebesky Les debían portar un Soul. Se rumoreaba que Gaia necesitaba comprobar que sus hijos en verdad amaban la naturaleza, que no cometerían el error de los humanos. Los obligaba a estar unidos a un Alma, una que en su anterior vida fue parte de Nebesky Les, un mortal que ahora le tocaba guiar a su otra mitad al Bosque de las Almas.

Aquellos que estuvieran alejados de sus Soul, se debilitarían y sangrarían.

En una sección de las páginas, subrayado, aclaraba que Gaia les negaba la entrada a su hogar y los convertía en Afym si cometían algún pecado.

Ante la información, Pouri arqueó una ceja. Sin embargo, una vez más, apartó el libro y volvió a tomar otro:

«En un día, en que las aguas cristalinas danzaban al ritmo de la música de sus hijos, Gaia

tuvo la ocurrencia de plantar la adoración en un montículo de tierra: unos pétalos delgados,

melancólicos, transparentes y bañados en sus lágrimas por la eternidad.

La flor bailaría durante miles de años para atraer felicidad a los espectadores.

Su esencia será capaz de purificar hasta el alma más profanada, solo necesitaba ser amada con sinceridad».

Tras tomar una profunda bocanada de aire, extendió el libro y apuntó el dato.

—Quizás esto sea de ayuda.

Gael se acercó y leyó el párrafo indicado. Levantó una ceja con incredulidad.

—He viajado por todo Stratený Les y Las lágrimas de Gaia han bañado las flores y no ha pasado nada —mencionó, confundido.

—¿No se trata de una flor en específica? —continuó Pouri, sin apartar la mirada de las páginas—. No estoy seguro de cómo sea en este mundo, pero en Oge hay flores que solo se dan en ciertas estaciones y lugares.

—Mmm... —El Aventurero se tocó la nariz con el dedo un par de veces. Trataba de recordar esas características en particulares. Sin embargo, no lograba evocar algún dato parecido. En eso, sus ojos se abrieron cuando se le cruzó en mente cierta información y dibujó una sonrisa—. Existe una flor que se dice que ayuda a eliminar la oscuridad del corazón. Está en el Templo del Lobo. Pero no brilla ni llora. Es posible que no que sea.

—¿Y no existe la posibilidad de que lo haga? —intervino Syoxi en esa ocasión.

Gael emitió un suspiro y se cruzó de brazos, haciendo una mueca.

—Uno solo puede entrar al Templo del Lobo por tres razones: obtener un Soul, entregar a los muertos y recibir algún castigo si se traiciona Sus deseos. No hay tal información de que alguien haya comprobado ese rumor.

—Supongo que tendremos que seguir buscando —dijo Pouri, volviendo a acercar el libro a él para proseguir con la lectura.

—Antes de eso... —Gael apoyó los antebrazos en la mesa—, ¿recuerdan cómo adquirimos los alimentos?

Pouri y Syoxi asintieron con firmeza.

—Tendrán que ayudar en el Klan para recibir suministros. Dante... —Lo contempló de reojo, quien le devolvió el gesto con aburrimiento—, ya saben que eres el Guardián de los Mestizos, es posible que te pidan apoyo con las estrategias de combate.

»En cuanto a ustedes —Atisbó a los habitantes del Na'Farko—, ¿qué saben hacer?

—Sé hacer armas, ornamentos e indumentaria —respondió Syoxi, animada.

—Mmm... —Pouri hizo una leve mueca. Despegó la atención del texto y observó a Gael—. También sé hacer ornamentos e indumentaria.

—Eso no sirve —comentó Dante—. Cada Guerrero aprende a fabricar sus armas. Al menos que hagan algo único, no conseguirán nada. Preferible que combatan contra los nidos.

—También podría hacer eso —corroboró la Daivat.

En cambio, Pouri sopesó esa opción en silencio. No estaba convencido en totalidad de tener que enfrentarse contra aquellas criaturas, menos cuando el Ha no surtiera efecto. Por esa razón, no confirmó ni negó.

—Necesita mejorar la espada —articuló Dante a Pouri, interpretando su silencio como un reflejo de sus inseguridades acerca de la habilidad que se solicitaba.

Pouri le sostuvo la mirada por largos segundos y asintió de forma imperceptible.

»A la misma hora. Y cuando salgamos, se quedará detrás de mí hasta que le diga que puede estar solo —ordenó. Luego desvió el rostro a Virav—. ¿Qué hay de usted?

Ante tales palabras, Pouri arqueó una ceja con evidente disgusto.

—No tengo problema en ayudar en lo que se me pida —expresó Virav en un tono bajo.

—Entonces, eso es todo —articuló Gael, sonriente—. Pueden pasear, solo procuren no dañar la naturaleza.

—Genial, iré a dar un paseo —dijo Syoxi, levantándose del cojín. Tomó lo que dejó en el cuenco para darle a Azael y luego se giró hacia Pouri—. ¿Me acompañas, Pou?

Este negó despacio.

Gael se levantó de la mesa y le comentó que iría a asearse, quien asintió como respuesta y tomó el dibujo para retomarlo. En eso, Syoxi le pidió a Virav que fuera con ella, quien aceptó y salieron de la cabaña. En ese remanso de silencio, Pouri volvió a ojear los textos.

—¿Todos ustedes tienen Soul? —cuestionó en un tono bajo, manteniendo la vista en aquellas páginas.

Dante frenó el trazado, oteó a discreción unos segundos para después regresar la atención a la tela.

—Sí.

—¿Y el tuyo?

—No vino conmigo.

Pouri elevó la mirada con prudencia hacia el moreno. Detalló sus facciones y retuvo el aire por largos segundos. Luego, suspiró y dejó el libro a un lado. Se había acostumbrado tanto a las preguntas y juegos de Niarys que, estando en esa cabaña, le pesaba más esa ausencia.

«Tal vez solo debo descansar», pensó mientras se apoyaba en la mesa y cerraba los ojos.

Los minutos transcurrieron con lentitud, y lo único que rompía el silencio era el crepitar suave del carbón al deslizarse sobre el papel.

Cuando Dante terminó el dibujo, lo dejó a un lado y desvió su interés a Pouri. De cierta manera, le gustaba hacerlo. Había algo en él que lo atraía de una manera que no lograba comprender en totalidad. No despegó su contemplación, detalló cada facción: la nariz perfilada, las pestañas tan blancas como su cabello. Incluso captó la respiración acompasada que escapaba de esos delgados labios entreabiertos.

De repente, su corazón latió deprisa en el pecho. El calor se apoderó de sus mejillas, tiñéndolas de un sutil carmesí.

Minutos posteriores, Pouri se incorporó y se masajeó la nuca y hombros. Ante lo que el Guardián se tensó. Tan rápido como pudo, se levantó y abandonó la cabaña, dejando al albino desconcertado. Cuando reaccionó, Gael regresó y sus labios temblaron al atisbar el dibujo. Con las manos estremecidas, lo agarró y un torrente de lágrimas bañaron su cara. Pouri prefirió mantenerse en silencio.

¡Gracias por leer!

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