Capítulo V

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Lysandro despertó sobresaltado, se había quedado dormido. Miró la hora en su teléfono y marcaba casi las ocho de la mañana.

—¡Mierda, mierda! ¡La universidad!

Luego recordó que ese día no iría a clases porque debía acudir con el doctor Viggo al control, así que se relajó un poco. Salió de su habitación y se encontró la casa desierta. Era una mañana atípica, por lo general él se levantaba muy temprano y preparaba su desayuno y el de Cordelia. Luego, ambos tomaban el transporte y viajaban juntos hasta que ella se bajaba antes, cerca del colegio donde estudiaba, y Lysandro continuaba hasta la parada donde tomaba otro bus que lo llevaba a la Facultad.

Esa mañana, sin embargo, las cosas eran distintas. Brianna, que era un ángel, el mejor ser humano que conocía, se quedó con ellos y se encargó de Cordelia.

—Tengo que comprarle algo lindo —se dijo a sí mismo entrando al baño—. O tal vez pueda invitarla a comer en ese restaurante al aire libre que le gusta.

Tomó la crema dental y el cepillo de dientes, entró en la pequeña ducha y abrió el grifo, el agua fría le cayó en la cara, le hizo dar un grito y pegar un brinco hacia atrás.

—Algún día tendré suficiente dinero para poner agua caliente.

Tomó aire y se metió bajo el agua. Su pensamiento regresó con Brianna mientras se echaba el champú en el largo cabello negro. Buscaría una forma de agradecerle que no implicara dinero. Lo que tenía en la cuenta apenas si le alcanzaba para llegar a final de mes y de su siguiente sueldo tendría que destinar una gran parte para pagar la factura de la clínica.

Lysandro terminó de lavarse el pelo y el cuerpo. Tomo el cepillo de dientes y echó el dentífrico. Como un rayo, la sonrisa blanca y radiante del médico invadió su mente.

La noche anterior había sido la más extraña por mucho que había vivido. ¿Por qué quisieron drogarlo? Y lo más raro de todo: Karel. Escupió la crema y se enjuagó la boca. Era un tipo raro el médico, aunque también apuesto y amable.

«Quería que sonrieras» le había dicho antes de despedirse con esa mirada dulce en los ojos entre ámbar y verdes.

—Tengo que reconocer que es lindo —se dijo a sí mismo mientras se secaba el pelo—. Lindo y raro.

Luego pensó en la deuda que tenía con él y suspiró haciendo cuentas mentales.

—¡Está del asco ser pobre! —se dijo y se envolvió la toalla alrededor de la cintura—. Debo encontrar otro empleo para los días en los que no estoy en el Dragón de fuego.

El muchacho se vistió con ropa holgada: camiseta y pantalón chándal, se ató el cabello en una cola suelta, tomó una cazadora con capucha, el bolso y salió del departamento rumbo a La Arboleda.

En el transporte público llamó a su amigo Jakob.

—¡Ey, bro! ¡'Tas vivo! —le contestó Jakob con voz risueña.

—De milagro —le respondió sin sonreír—. Brianna me dijo que tuviste un problema con tu auto.

—Bro, perdóname por no haberte ido a buscar, siento que es mi culpa lo que te pasó.

—No seas estúpido, no me pasó nada y no es tu culpa, demasiado haces yendo a buscarme. ¿Pero qué te sucedió?

—Algo con el motor. No sé bien, el coche está en el taller. Hermano, no podré ir por ti hoy y quizá mañana tampoco.

—Descuida, tomaré un taxi. Hablamos luego y me cuentas bien lo que te digan en el taller, tengo que irme.

Lysandro colgó la llamada y descendió del transporte una cuadra antes del Centro médico.

La Arboleda era un barrio de gente pudiente al norte de la ciudad, Lysandro jamás había estado en ese sector. A esa hora del día, la clínica lucía más opulenta, con personas elegantes que caminaban de un lado a otro y que no aparentaban tener ninguna dolencia. Parecía que la enfermedad de los ricos era diferente a la de los pobres: mientras estos continuaban perfumándose y conservando el glamour en aquellos, la pestilencia se agravaba.

Mientras caminaba, Lysandro miraba a uno y otro lado, tal vez en alguno de esos corredores se encontraba Karel, el médico raro. Si llegaba a tropezárselo le invitaría un café. Sentados frente a frente le confirmaría su intención de pagarle hasta el último centavo de la deuda, no quería que continuara creyendo que tenía intención de evadir su responsabilidad.

Pasó frente al restaurante de la clínica. Tal vez tendría que dejar esa invitación para otro día, seguramente hasta respirar ahí dentro sería carísimo.

Continuó recorriendo pasillos iluminados con luz fría, buscando el consultorio del doctor Viggo. Cuando al fin lo encontró lo invadieron los nervios. Los médicos no le gustaban, siempre le hacían recordar la enfermedad de su madre. Se desató el cabello y lo peinó con los dedos, volvió a recogérselo, exhaló para calmarse y se anunció con la secretaria. Unos minutos después lo hicieron pasar.

El consultorio era, como el resto del centro clínico, elegante, moderno y de aspecto costoso. El médico lo recibió con una sonrisa y le estrechó la mano.

—¿Cómo has estado, Lysandro?

El joven se sentó y contestó el saludo. Charlaron algunas trivialidades antes de que el doctor comenzara con las preguntas de rutina. Luego el médico lo examinó y por fortuna, le dijo que todo estaba en orden, le dio nuevas indicaciones y su número de teléfono para que lo llamara en caso de que se le presentara algún malestar. Lysandro agradeció la amabilidad y se marchó de regreso a su casa, más tranquilo y un poco decepcionado por no haberse encontrado con el médico rarito.

Esa mañana la dedicó a buscar empleo, envió varias hojas de vida por correo. Por la tarde recogió a Cordelia en el colegio, preparó el almuerzo e invitó a Brianna a comer. No era lo que hubiera querido, pero se prometió que cuando su situación económica mejorara, le agradecería a su amiga de mejor manera.

El resto de la tarde él y Cordelia miraron series en televisión. De vez en cuando, su pensamiento regresaba al miedo y la desesperación que vivió la noche anterior. Continuaba sin comprender qué intención había tenido el hombre de la flor al drogarlo. Había sido una verdadera suerte la aparición de Karel, de no haber sido por él, quien sabe lo que le hubiera ocurrido.

El médico era raro, sí, pero también interesante, con ese pelo castaño despeinado, los ojos brillantes y la sonrisa de propaganda de clínica odontológica. Se acordó de que tenía su número de teléfono grabado en el celular, en lo que tuviera un poco de dinero ahorrado, lo llamaría y le invitaría el café. Ojalá lograra conseguir otro empleo pronto.

Por la noche, Brianna regresó para cuidar de la niña.

—¿Jakob te buscará hoy? —preguntó Brianna desde el umbral del baño.

—No, su coche continúa descompuesto —le contestó Lysandro, quien se peinaba frente al espejo.

—¿Qué harás, entonces? ¿Tomarás un taxi?

Por un instante, Lysandro consideró decirle la verdad, que regresaría caminando porque el dinero no le alcanzaba y no podía malgastarlo pagando taxis todas las noches que fuera al Dragón de fuego. Sin embargo, desechó la idea, sabía que ella se preocuparía y no quería eso.

—Sí, en el Dragón de fuego hay varios de confianza, hablaré con Sluarg y le pediré el número de alguno.

Lysandro terminó de atarse el cabello y salió del baño. No había por qué preocuparse. Lo que le pasó fue debido a su imprudencia, bajó la guardia y se confió del hombre de la flor, pero estaría más alerta de ahora en adelante. Que le sucediera una vez, no quería decir que cada noche alguien lo estuviera esperando afuera del local para drogarlo y secuestrarlo. Era descabellado pensar en algo así.

—De acuerdo —contestó la joven caminando detrás de él, de regreso a la pequeña salita—. Llámame en cuanto subas al taxi, ¿sí?

—Sí, sí —Lysandro le sujetó ambas mejillas y le besó la frente—. ¡Quédate tranquila, voy a estar bien!

Después fue hasta Cordelia, que dibujaba en la mesa de la sala.

—¿Qué estás haciendo? —Le besó la sien.

La jovencita le mostró su obra: un dibujo a lápiz de una sirena.

—Es para una compañera de clases, no sabe dibujar y me ofrecí a hacérselo.

—¡Hum, qué bonito!

—Sí, me va a pagar bastante por él.

—¿Qué?

Cordelia rio un poco.

—Sí, mira. —La jovencita abrió un tarro que tenía al lado y le mostró varios billetes que guardaba adentro—. Ya he hecho varios por pedido.

Lysandro enarcó las cejas, luego se llevó una mano a la frente, consternado.

—¡Dios, Cordelia! ¡No deberías estar haciendo eso!

—¿Por qué no? —lo enfrentó ella—. No tiene nada de malo, son solo dibujos.

—Sí, pero... —Lysandro pensó un momento en la razón por la que estaba mal y añadió creyéndose dueño de la razón—: ¡Ganar dinero no es responsabilidad tuya, sino mía!

—¿Por qué eres tan tonto? —le preguntó ella con una sonrisa divertida—. Tú puedes seguir trabajando y ganando dinero mientras yo impulso mi negocio. Pronto crecerá, ya verás.

—¡Dios! —exclamó Lysandro y volvió a apreciar el dibujo que estaba muy bien ejecutado, luego miró a su amiga buscando apoyo—. ¡Brianna, dile algo!

La muchacha rio divertida.

—¿Qué voy a decirle? Siempre que no descuide sus estudios, está bien.

—¡Exacto! —exclamó Lysandro—. ¡No descuides tus estudios!

Cordelia volvió a reír, negó un par de veces con la cabeza y volvió a su trabajo.

El joven tomó el abrigo negro del perchero y antes de salir se giró y le dio una última recomendación a su hermana.

—No te duermas tarde por estar dibujando, ¿vale?

—Vale. —La chica le envió un beso y Lysandro lo atrapó en el aire, después salió del departamento.

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