Capítulo VI

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Era viernes y esa noche, cuando salió a la pequeña plataforma, el Dragón de Fuego estaba a reventar. No podía negar que se sentía nervioso, deslizó la mirada por los rostros de las personas que aguardaban su presentación, con el temor de ver entre esas caras expectantes la del hombre de la flor que lo había drogado. No vio bien su rostro, pero recordaba los ojos cafés y la expresión entre confiada y ansiosa con la que lo miró todo el tiempo.

Por fortuna, no lo halló entre los asistentes, así que se relajó y bailó lo mejor que pudo.

Cuando terminó la presentación, Ivar, uno de los cantineros, lo abordó antes de que entrara en la trastienda, donde se encontraba el pequeño cuartito que él y el resto de los artistas que ahí se presentaban usaban como camerino.

—Lysandro, espera.

—Dime —le respondió cortante.

Ivar no era alguien con quien quisiera hablar, tenía la impresión de que él no era de su agrado. Más de una vez el cantinero lo había mirado con desprecio y en algunas oportunidades lanzó indirectas desagradables que Lysandro sabía, iban dirigidas hacia él. Por eso lo trataba poco y evitaba cualquier contacto frontal.

—Hum, parece que estás de mal humor. Bueno, en realidad, siempre parece que estás de mal humor.

—Solamente estoy cansado —respondió Lysandro—. ¿Quieres decirme algo o era solo criticar mi estado de ánimo?

—¿Siempre eres así, tan amargo?

Lysandro se dio la vuelta, dispuesto a no continuar la estúpida conversación, pero Ivar de nuevo lo llamó.

—¡Oye, no te he dicho lo que quería! Me enteré de lo que te pasó anoche, Sluarg me contó. —El cantinero lo observó un instante en silencio, luego tomó uno de los mechones de cabello que se le habían salido de la cola y se lo llevó detrás de la oreja—. Debes tener muchas deudas, Sluarg dijo que te llevaron a un hospital privado.

Lysandro frunció el ceño. «¡Maldito Sluarg!» Pensó. «¿Por qué tenía que andar por ahí yéndose de la lengua?» Fijó los ojos en Ivar que lo miraba con una sonrisita. No entendía a donde quería llegar el cantinero, pero no le gustaba el tono bajo que empleaba para hablarle, mucho menos lo cerca que estaba de él.

—Tengo un acuerdo de pago con los médicos que me atendieron —le contestó el joven, dando un paso hacia atrás.

—Ya. Mira, no vayas a ofenderte, ¿sí? —Ivar cambió la actitud acosadora por otra de relajada camaradería—. Varios tipos me preguntan a menudo por ti. Algunos quieren conocerte, hablar contigo, nada más. Pero eres tan esquivo y amargado que apenas terminas tu baile, te vas. Nunca compartes con nadie.

—No me apetece estar en el Dragón de fuego, no me gusta la música, ni el ambiente. No tengo obligación de compartir con los clientes.

—Lo sé, lo sé —Ivar le colocó una mano en el hombro y se acercó de nuevo—, no está mal, tampoco. Has creado a tu alrededor un aura de misterio a la que tal vez puedas sacarle provecho.

—No te entiendo —dijo Lysandro quitándole la mano del hombro—. Habla claro, ¿quieres?

—Mira, hombre, lo que digo es que podrías sacar dinero de tu atractivo. La mayoría de esos tipos me preguntan cómo pueden hacer para hablarte, te quieren conocer, me han ofrecido dinero para que te convenza de recibirlos, así que yo podría ser como tu secretario, ¿qué dices? Les cobro una cantidad de dinero y les hago ver que es dificilísimo que tú los atiendas y luego nos repartimos la plata, ¿qué te parece?

Lysandro apretó la mandíbula, luego masculló, enojado:

—No soy un chapero, Ivar.

El joven se dio la vuelta para alejarse del cantinero.

—¡¿Sabes cuál es tu maldito problema?! —gritó de pronto, Ivar a sus espaldas—. ¡Te crees mejor que todos en esta mierda y déjame decirte que no es así! ¡No eres la gran cosa por bailar ahí, Lysandro! ¡No eres una estrella, ni nada! ¡Eres igual al resto aquí: mierda! No me extraña que algún pervertido intentara drogarte. Tarde o temprano te harán algo, porque eres un maldito engreído.

Lysandro apretó los puños, tenía ganas de girarse y darle un golpe en la cara, pero en lugar de ello, continuó su camino sin responderle nada.

Entró al cuartito, se cambió de ropa, enfurecido, refunfuñando mil maldiciones y rumiando lo que le hubiera encantado decirle a Ivar. Salió del local por la puerta trasera, no tenía ninguna intención de cruzarse de nuevo con el maldito cantinero busca pleito. No terminaba de entender cuál era su problema con él, por qué lo odiaba tanto.

El viento cargado de presagios de tormenta le alborotó el pelo y le abrió el abrigo negro de par en par.

—Maldita sea, lo único que me falta es que me caiga un aguacero encima.

Se abotonó el abrigo y apuró el paso, Ivar lo había retrasado y ya era más de medianoche. Por delante del Dragón de fuego había mayor afluencia de personas, pero en el sitio en el que se encontraba, detrás del local, la calle yacía desolada. La luz de uno de los postes del alumbrado fallaba. El joven giró la cabeza y miró a ambos lados de la calle, los faros de un auto se aproximaban. Lysandro se mordió el labio y caminó más rápido.

Muy a su pesar sintió miedo, no quería volver a pasar por lo de la noche anterior. Las palabras de Ivar se repitieron en su cabeza, esas donde le decía que tarde o temprano alguien le haría daño porque él era un engreído.

El auto pasó y siguió de largo, Lysandro exhaló aliviado. ¿Realmente era un engreído? ¿Pero de qué podía presumir? Lo único que tenía eran deudas, estrés y ansiedad.

El suave ronroneo de un motor que no sintió aproximarse hasta que estuvo muy cerca, lo hizo girar. Un motorizado. Se le hizo familiar la chaqueta de cuero negra.

—Lysandro, ¡qué sorpresa! —dijo el motorizado y se quitó el casco. Tal como lo supuso, era el médico sonrisa de dentífrico.

—Hola —contestó el bailarín en voz baja.

—¿Te llevo?

—No, gracias. Caminaré.

—¿Estás seguro? Va a llover —dijo el médico, echando a andar la motocicleta a baja velocidad.

—Sí, estoy bien, gracias.

Karel se puso otra vez el casco. Lysandro creyó que iba a escuchar el arranque del motor, pero no sucedió.

—¿Qué haces? —preguntó desconcertado el bailarín, con el ceño fruncido, al ver que el médico lo seguía a marcha lenta—. ¿Por qué me sigues?

—No quieres que te lleve —contestó con sencillez Karel, como si su respuesta explicara a la perfección la conducta peculiar, luego preguntó con inocencia—: ¿No te gusta mi moto?

—En general no me gustan las motos.

Un relámpago iluminó el cielo seguido por un trueno, la tormenta era inminente. El joven bailarín apuró el paso. Imaginó que la amenaza de lluvia sería suficiente para que el médico acelerara y se fuera, pero continuó a su lado.

—Va a llover —dijo Lysandro sin dejar de andar.

—Será una tormenta.

—Si no te apuras vas a mojarte.

—Eso parece —contestó Karel.

—¡Oye ya, en serio! —El joven bailarín se detuvo y lo encaró—. ¿Por qué continúas siguiéndome? Lo que estás haciendo fue exactamente lo que hizo el tipo de la flor. Me abordó, me invitó a salir y cuando no acepté me dio la flor. ¿También vas a drogarme?

Lysandro lo miró, Karel perdió la sonrisa ante sus palabras. Era cierto que era un hombre atractivo, pero eso no evitaba que continuara pensando que todo lo que hacía era raro y que tenía una segunda intención. ¿Por qué lo seguía con tanta insistencia? ¿Por qué había pagado sus gastos? Si pensaba con frialdad en su proceder, era inevitable que sintiera desconfianza y más luego de lo que le había pasado.

Karel frenó la motocicleta.

—Oye, no quiero que pienses eso. Mi intención no es acosarte o hacerte daño, me disculpo si te he hecho sentir incómodo.

Karel lo miraba apenado. No había sido la intención de Lysandro hacerlo sentir mal, pero en realidad no terminaba de entender por qué actuaba de esa forma.

—Es muy tarde, la calle está sola —empezó a explicar el médico—. Si algo te sucediera me sentiría muy culpable. Si no quieres subir a mi moto, está bien, no tienes por qué hacerlo, no voy a obligarte, pero tampoco voy a dejarte andando solo a estas horas y bajo esta oscuridad con amenaza de tormenta. No subas si no quieres, pero yo continuaré a tu lado hasta que llegues a tu casa.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué te empeñas en cuidarme? No me conoces.

Karel guardó silencio un instante, parecía reflexionar.

—Es cierto que nos conocemos desde hace poco, sin embargo, siento que no es así. Ni yo mismo lo entiendo, pero es como si tuviera mucho tiempo conociéndote, Lysandro.

El bailarín parpadeó varias veces desconcertado.

—Perdóname, ¿sí?, pero no voy a dejarte, continuaré siendo tu escolta.

Lysandro entrecerró los ojos. Toda la situación era muy rara y no dejaba de confundirlo.

—¿Mi escolta? ¿Entonces me «escoltarás» hasta mi casa? —preguntó el joven, haciendo las comillas con los dedos y enarcando las cejas. Karel asintió—. Gastarás más gasolina si vas tan lento.

—Lo asumiré. —La mirada de Karel se volvió intensa, el verde de sus ojos brillaba radiante mientras hablaba.

Las mejillas de Lysandro se tornaron calientes ante la forma en que lo observaba. Agachó el rostro para que el otro no notara el sonrojo que seguramente las cubría. «¿Por qué me estoy ruborizando?» Se preguntó. «Es un desconocido. Este tipo me pone bien estúpido».

—Y... ¿Qué haces por aquí? —preguntó el joven bailarín para cambiar el tema—. ¿Vives cerca?

Lysandro empezó a caminar de nuevo y el médico echó a andar la moto.

—No —respondió Karel con voz cantarina.

—¿Asuntos de trabajo?

—De nuevo no.

La brisa sopló con fuerza, el cabello de Lysandro se alzó en todas direcciones.

—¿Visitabas a alguien? —Lysandro se acomodó el pelo detrás de las orejas, por el rabillo del ojo observó la sonrisa blanca de Karel.

—Ahora sí acertaste. Visitaba a alguien.

El que hubiera atinado le produjo un leve malestar, sintió la imperiosa necesidad de averiguar a quién visitaba y por qué ¿Tendría pareja?

—¿A tu novia? —preguntó casi sin pensar y sin mirarlo a la cara. De inmediato, se arrepintió, pero antes de que pudiera hacer algo para remediar la osadía, el médico contestó.

—No tengo novia, pero estás cerca.

—¿Cerca? ¿A un amigo?

El médico negó manteniendo la sonrisa en el rostro.

—¿Visitabas a alguien que te gusta?

El médico sonrió más, con algo que a Lysandro le pareció picardía. En ese momento un relámpago iluminó el cielo y le siguió el correspondiente trueno.

—Ven, sube, no seas terco. —le propuso de nuevo Karel, mientras detenía la motocicleta—. Realmente no quisiera mojarme. Juro que mi intención no es dañarte, si eso quisiera lo hubiera hecho ayer mientras estabas inconsciente.

Otro trueno. Lysandro lo observó un rato mientras comenzaba a lloviznar. Era cierto, fue el médico quien espantó al hombre de la flor y llamó a la ambulancia. Tal vez le había salvado la vida al hacerlo. Pagó sus gastos médicos y lo llevó a su casa, siempre comportándose de una forma amable.

Los ojos verdes lo miraban esperando una respuesta, la lluvia poco a poco arreciaba. Terminó por aceptar. Pasó una pierna alrededor del sillín y Karel le entregó el otro casco que colgaba del manubrio. Arrancó imprimiendo velocidad a la moto.

No habían avanzado mucho cuando el torrencial se desató. Gruesas gotas de lluvia caían con fuerza, los relámpagos iluminaban el cielo y los truenos no dejaban de sucederse unos tras otros.

—Vamos a guarecernos allí —propuso Karel señalando el espacio entre dos calles.

El médico dirigió la moto al callejón que, por los grandes alerones de los balcones, ofrecía algo de protección contra el aguacero.

Ambos descendieron de la moto y se pegaron de la pared para que las gotas los mojaran lo menos posible. Allí la luz de los postes en la avenida no llegaba con tanta fuerza, por tanto, había más que todo sombras que aumentaban o disminuían según aparecieran los relámpagos de la tormenta.

El abrigo de paño de Lysandro estaba empapado al igual que su cabello que goteaba, se abrazó a sí mismo para calmar un poco el frío.

—Lo siento —se lamentó el joven bailarín frotándose los brazos.

—¿Qué? —preguntó Karel un poco distraído.

—Es que ahora estamos aquí, empapados. Te mojaste y es mi culpa.

A veces, o tal vez todo el tiempo, Lysandro sobrepensaba las cosas.

Karel se rio antes de hablar.

—No sabía que tenías el poder de hacer llover.

Lysandro sonrió apesadumbrado.

—Es que si hubiese aceptado desde un principio que me llevaras, no nos habríamos mojado. Soy un tonto.

—No lo eres.

La voz de Karel se había tornado más profunda. Lysandro, que se mantenía con la cabeza gacha, no soportó la tentación de mirarlo. El médico tenía el rostro vuelto hacia él, pero la oscuridad del callejón no le permitía distinguir la expresión de sus ojos.

—Es cierto que estamos empapados, pero todo pasa por una razón y tal vez existe alguna para que tú y yo compartamos este momento.

Un relámpago iluminó el cielo y también los ojos verdes de Karel, en ese instante le parecieron más diáfanos, más brillantes, más hermosos.

—Estás temblando —dijo el médico, sin dejar de mirarlo.

Lysandro parpadeó. No entendía qué le pasaba con Karel, él no era así. Había descartado el hecho de que tal vez fuera un psicópata y aceptaba la innegable evidencia de que le gustaba. Lo cual era mas raro todavía que el médico. Él nunca se sentía atraído hacia las personas con tanta facilidad, mucho menos por un desconocido. De hecho, hacía años que no mantenía una relación romántica con nadie.

—Es que tengo frío.

No podía verlo con claridad, pero sabía que él lo estaba observando. Karel se quitó la chaqueta.

—Quítate tu abrigo y ponte esta, por dentro está seca.

—¿Y tú? Si me la das, entonces serás quien tenga frío.

Otro relámpago y la sonrisa radiante quedó a la vista.

—Nos turnaremos hasta que deje de llover.

Lysandro exhaló un suspiro, se quitó el abrigo empapado y lo dejó sobre el sillín de la motocicleta. La chaqueta de cuero de Karel le quedaba algo grande, pero era cierto, estaba seca y conservaba el calor de su cuerpo, también su perfume, que olía a menta y sándalo. Iba a agradecer cuando el teléfono sonó dentro del bolso que llevaba cruzado en el pecho.

—Lys, ¿dónde estás? —preguntó la voz angustiada de Brianna del otro lado de la línea.

—Brianna, disculpa, olvidé llamarte. Estoy esperando que cese un poco el aguacero para ir a casa.

—Es muy tarde ya, Lys.

—Descuida, pronto estaré en casa. ¿Cómo está la niña?

—Dormida desde temprano.

—Muy bien, —Lysandro sonrió—. Les envío un beso a ambas.

El joven cerró la llamada. De reojo observó al médico. Karel miraba al frente, ensimismado en sus pensamientos, ya no sonreía. Lysandro se preguntó si tal vez pensaba en la persona que le gustaba y a quien había ido a visitar.

El silencio entre ellos marcaba la distancia y hacía evidente que no eran más que un par de extraños unidos por simples casualidades.

Las grandes gotas caían en los charcos y salpicaban formando ondas más pequeñas. En la calle desierta, solo estaban ellos dos debajo de esos aleros, cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Lysandro pensaba en el médico, en su comportamiento extraño y también en lo que le hacía sentir. Karel seguramente dedicaba los suyos a la misteriosa persona de quien estaba enamorado.

Lysandro se recriminó. Era muy tonto, por su parte, interesarse en alguien que ya estaba comprometido. Ese sentimiento que empezaba a nacer debía arrancarlo de raíz. Se quitó la chaqueta para devolvérsela. Cuando se la entregó, Karel por fin volvió a hablar.

—¿Qué edad tiene tu hija?

Lysandro frunció el ceño al escuchar la descabellada pregunta.

—¿Qué?

—Disculpa, no pude evitar escuchar la conversación con tu esposa.

Lysandro cada vez se desconcertaba más. De pronto lo entendió y se echó a reír.

—¿Te refieres a Brianna? —preguntó todavía riendo—. No es mi esposa, es mi vecina. Por las noches cuida de mi hermanita mientras yo trabajo.

—¡Ah! ¡Tu hermanita! —exclamó Karel y también rio un poco avergonzado—. ¡Qué alivio! Ya me parecía extraño que alguien tan joven estuviera casado y con hijos.

—No estoy casado. Si me cuesta llegar a fin de mes, imagina si tuviera esposa e hijos. —Lysandro encontró la oportunidad perfecta para saber más del médico—. Tú sí estás comprometido, ¿verdad?

—¿Comprometido? —Karel frunció el ceño.

Lysandro lo miró y luego apartó los ojos con rapidez.

—Sí, con la persona a la que visitabas antes de que nos encontráramos.

Karel rio con ganas, como si lo que acababa de decir fuera la cosa más chistosa del mundo. Cuando se tranquilizó respondió:

—Ojalá. ¡Qué bendición sería eso!

—Bueno, estoy seguro de que si insistes lo conseguirás —dijo Lysandro.

Era honesto al decirlo, aunque le daba pesar o tal vez eran celos lo que sentía cada vez que imaginaba al médico con alguien más.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué lo crees?

Hacía rato que no sonaba ningún trueno y los relámpagos habían cesado, también la lluvia disminuía, sin embargo, ninguno de los dos le prestaba mayor atención al clima. Lysandro miraba los charcos en el suelo y Karel lo observaba a él.

—Pienso que eres una buena persona, ya no creo que seas un traficante de órganos.

—¡Me alegro! —exclamó entre risas, Karel— ¿De verdad suponías eso?

—Bueno, eres médico y actúas extraño, siempre apareciendo frente a mí. No sé, supuse que te habías enamorado de alguno de mis riñones.

Karel volvió a reír, tanto que se dobló sobre su cintura. Lysandro se ofendió un poco.

—¡Y me llamas extraño! —exclamó el médico cuando se tranquilizó.

—¿Qué? —Lysandro lo observó, todavía el médico reía—. Se han visto casos. Reconoce que no es normal todo lo que has hecho.

—Sí, pero no es porque esté enamorado de uno de tus riñones.

—¿A no? ¿Entonces, por qué es?

La sonrisa de Karel se congeló en su rostro, la expresión divertida que tenían sus ojos se volvió más intensa mientras lo observaba. Él se acercó y el corazón de Lysandro comenzó a latir con fuerza. A pesar de la oscuridad, apreciaba el brillo de sus iris verdes.

—Me gustan más cosas de ti que solo tus riñones.

Lysandro se mordió el labio inferior.

—¿Mis córneas? He escuchado que valen mucho en el mercado negro.

—Tus córneas son hermosas —Karel se acercó más, tanto que podía sentir el aliento tibio sobre su rostro—, todas tus partes, en realidad.

—¿Quieres descuartizarme y venderme por piezas? —preguntó en un susurro ronco. La sangre se le había vuelto un torbellino en las venas.

Lysandro sentía que le ardía la piel, tenía la garganta seca, hacía mucho que nadie le gustaba tanto.

—No, me gustas tal como estás. Con tus córneas y tus riñones en su sitio.

El médico terminó de acortar la distancia y juntó los labios con los suyos. Tan pronto como la piel suave tocó su boca, Lysandro sintió que se quemaba. Cerró los ojos y se abandonó a la sensación. ¿Cómo era posible que tuviera apenas veinticuatro horas conociéndolo y deseara tanto ese beso? No era normal, jamás le había sucedido algo así.

Las manos del médico lo sujetaron por la cintura y lo acercaron más a su cuerpo, Lysandro le rodeó el cuello con los brazos y profundizó el beso, dejó que la lengua se colara en su boca y bailara allí dentro a su antojo. Era delicioso, una sensación exquisita, miles de burbujas explotaban en su pecho y lo llenaban de calidez.

—Me gustas mucho, Lysandro —le dijo contra su boca en el breve instante en el que se separaron—. Entero, tal y como estás.

Karel volvió a besarlo y Lysandro le respondió separando los labios para darle acceso a su lengua húmeda, cálida y picante. Era increíble que un beso lo hiciera sentir así de bien. Flotaba en una nube, pero esta se deshizo en el instante en el que recordó que había alguien en la vida de Karel.

Lysandro rompió el beso y lo miró a la cara con los ojos húmedos, quería seguir disfrutando de sus labios y su calor; no obstante, se separó de él.

—¿Qué hay con esa persona con la que estás comprometido?

—¿Cuál persona? —preguntó a su vez Karel en un susurro, con los ojos fijos en su boca—. No estoy comprometido con nadie.

—Pero dijiste que habías ido a visitar a alguien que te gustaba.

Lysandro estaba desconcertado y más al verlo sonreír.

—Es cierto, fui a ver a alguien que me gustaba, pero todavía no estamos comprometidos. Ojalá me acepte.

—¡¿Qué?! —Lysandro lo empujó, no podía creer tanto descaro—. ¿Y lo dices así, después de que nos hemos besado?

—De acuerdo, lo diré de una manera diferente. —El médico le agarró ambas manos y lo miró a los ojos—. Eres tú la persona a la que visitaba, fui a verte bailar, he ido cada noche en la que has bailado durante este mes.

Lysandro frunció el ceño, no entendía lo que le decía, estaba aturdido.

—¿Cómo, cómo que soy yo?

Karel sonrió con una ternura inconcebible.

—Verás, te vi bailar por primera vez hace casi un mes y desde entonces he ido a cada una de tus presentaciones. Por eso estaba cuando te agredieron, yo salía del Dragón de fuego y te vi tirado en la acera. Hoy también fui a verte, era de ti de quien hablaba.

—¡Dios! ¡Esto es, esto es muy extraño!

Lysandro no tenía muy claro lo que debía pensar, se sentía confundido, halagado y asustado, todo al mismo tiempo.

—No es extraño —respondió Karel—, verte bailar es glorioso. ¿Cómo no iba a regresar? Dios o la providencia me dio esta oportunidad y aquí estamos. Me gustas y me haría muy feliz si me permitieras conocerte más.

Lysandro se mordió el labio inferior, miró los ojos verdes que lo observaban anhelantes, la sonrisa que ya no era tan confiada, sino más bien tímida. Las manos de Karel sostenían las suyas y de alguna forma desconocida sentía que era así cómo debía ser, que el destino los había reunido porque eso era lo correcto. Entendió lo que antes había dicho Karel, de que ellos ya se conocían o al menos era así como se sentía, en ese beso lo comprendió. Había vuelto a su hogar. 

En ese instante fue él quien lo besó y tuvo la certeza de que nunca más podría separarse de él.

***El siguiente es el último capítulo. Espero que les haya gustado esta pequeña y sencilla historia.

Besitos y gracias por leer, por sus votos y sus comentarios.

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