Aún recuerdo cuando sonreíste y cerraste los ojos y se escuchó el maldito pitido típico de las películas, pero esto se estaba volviendo una de terror para mí.
Lloré, Lucy, lloré cuando el pitido dejó de escucharse, lloré en tu pecho y dejé caricias por tu cabello, lloré observando tu rostro.
Tuve tantas ganas de sacudirte y despertarte, te tomé por los hombros y lo hice. No despertaste.
Anhelaba que despertaras, que me dijeras que estabas a salvo y de regreso. Lo anhelé. Y un grito desgarrador resonó en la habitación junto con mi llanto y mis lágrimas que inundaban mis ojos.
Te amé, Lucy, aún con todos esos moretones y heridas, aún con tu palidez en tu lecho de muerte, aún al ver que dejaste de respirar y tus ojos se cerraron buscando la luz. Te amé aún en ese último momento de tu vida donde mi corazón murió contigo, fue arrancado, aún desde mis entrañas quería despertarte, te llené de besos en esa cama de ese hospital, lo hice para no llorar por tu pérdida, pero ardía tanto.
Recuerdo que me rasguñé las muñecas, que sufrí un ataque de pánico y los médicos del lugar me calmaron con medicamentos.