Primera parte

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Poplar, Londres, marzo 2020.

**Día 1**

Estaba mirándola mientras ella guardaba los instrumentos esterilizados en un armario. Los contaba, luego hacía memoria mirando al techo, contando con sus dedos, y volvía a contar los del armario, verificando que no faltara ninguno.

Se veía chistosa haciendo eso.

De pronto estornudó. Una, dos, tres veces.

–Hermana, creo que se ha resfriado. –se acercó a ella, sacando un paquete de pañuelos del bolsillo y ofreciéndole uno.

–Gracias. –sonrió, tomando uno y sonándose la nariz–Definitivamente la tormenta de anoche está haciendo efecto.

–Le ofrecí llevarla en mi auto hasta Nonnatus. –la miró levantando una ceja, ella sonrió avergonzada, sonándose la nariz otra vez.

–No pensé que llovería tanto, me empapé. La próxima vez aceptaré su oferta.

Estornudó nuevamente. Se preocupó, siempre lo hacía con ella. Le dio otro pañuelo.

–Esa oferta será hoy, no dejaré que vaya en bicicleta tomando aire frío. Además está a punto de llover.

La hermana Bernadette estornudó otra vez.

–¡Dios! –se quejó, haciendo un bollo con los pañuelos y arrojándolos al cesto de basura con fuerza–Enfermarme es lo peor que podría pasarme ahora, quería terminar una especialización y tengo exámenes la semana que vie...

Otro estornudo. Patrick no pudo evitar reírse al ver su cara llena de furia.

–¡Alguien que nos ayude!

Se miraron. El grito venía desde la puerta del pequeño hospital en el que trabajaban.

–¡Auxilio!

Corrieron y abrieron la puerta. Allí estaba un hombre abrazando a una mujer con lágrimas y sollozos.

–¡El bebé! –exclamó el hombre, señalando a la mujer–¡Bebé, allí!

–Tranquilos, está todo bien. –la hermana Bernadette sonrió, haciéndolos pasar–Él es médico y yo enfermera, los atenderemos enseguida.

La mujer seguía quejándose mientras Patrick la ayudaba a sentarse en una silla de ruedas y la empujaba a la sala de partos.

–Doctor, estaré ahí en un momento, trataré de calmar al padre y llamaré a más enfermeras.

Patrick asintió y llevó a la mujer rápidamente, mientras se quejaba en un idioma incomprensible que suponía que sería chino. Sabía algunas palabras en ese idioma, su hijo Timothy aprendía mucho de sus compañeros de escuela orientales, pero temía pronunciarlas mal y empeorar las cosas.

***

La tormenta arreciaba afuera, y el padre solo le repetía palabras que ella no entendía.

–Lo siento señor, no le entiendo. Su esposa estará muy bien, no se preocupe. –la hermana Bernadette marcó otra vez el número de Nonnatus mientras con la otra mano marcaba el número de Cynthia en su teléfono celular.

El hombre estornudó.

–Oh, estamos iguales, yo también estoy resfriada. Le haré un té así entra en calor.

Al no poder ubicar a ninguna enfermera, dejó los teléfonos. Parecía bastante cruel hacerlas salir con un clima así. Ella y el doctor Turner se arreglarían muy bien.

Sonrió al pensar en él.

**Día 2**

Ambos miraron al pequeño bebé. Ya tenía varias horas de nacido, era fuerte y saludable y dormía tranquilamente después de tomar su leche. Su madre ya no estaba asustada y con paciencia leía un diccionario en inglés.

–Ciertamente anoche fue una prueba de las peores. –Patrick miró a la hermana Bernadette, que parecía a punto de quedarse dormida de pie.

–Sí. Aún no entiendo cómo todo se complicó tanto, ni cómo lo logramos resolver.

–No hubiera sido posible sin usted.

Ella sonrió apenas, luego bostezó. Patrick miró la hora, eran casi las 6, en un rato llegarían todas las enfermeras. Se sentó en una silla, la mujer china le sonrió agradecida. Quizás podría practicar las palabras que Timothy le había enseñado, la mujer lo podría corregir. Iba a hablarle cuando tuvo un acceso de tos. Debió ponerse de pie y buscar un vaso de agua.

***

–¿Él está bien? –preguntó la mujer.

–¿El doctor? Sí, claro, es sólo tos. –la hermana Bernadette se mantuvo a una distancia prudente. Ya no estornudaba pero se sentía mal, y no quería contagiar a la mujer ni a su bebé.

–¿Dónde está mi esposo?

–Fue a descansar a su casa, estaba muy cansado. También dijo que llamaría a su familia para avisarles sobre el bebé.

–Ha estado cansado desde que llegamos de China. –la mujer sonrió–Todos los preparativos y los nervios lo estresaron más que a mí.

Asintió, tratando de sonreír. Ella también se sentía cansada, de una manera extraña.

Escuchó que golpearon la puerta, así que fue a abrir, seguramente serían las enfermeras. Se encontró con la hermana Julienne, un barbijo tapaba su boca.

–¿Hermana, le pasó algo?

–Lo siento. –dijo la monja mayor, y un grupo de personas vestidas con trajes blancos y máscaras entraron. Ella los siguió, pero uno de ellos le hizo señas de que se mantuviera en la puerta.

–¿Qué está pasando? –el doctor Turner apareció, mirando a todos.

–Necesitamos saber quiénes estuvieron en contacto con Zhang Min. Está en el hospital, aislado. Fue allí porque se sentía mal y es positivo para coronavirus. Nos dijo que anoche su esposa tuvo a su bebé aquí.

–¿Positivo para qué? ¡Pero esa enfermedad sólo está en China!

–¿Y de dónde cree que vinieron los Zhang, señor?

–¡Téngale más respeto al doctor Turner!

El hombre miró a la hermana Bernadette, le dio un barbijo.

–Hermana, ¿usted estuvo con el señor Zhang?

–Sí, estuve toda la noche con él. ¡Esperen, no pueden pasar allí, hay una mujer con su bebé!

–Hermana, tiene que estar tranquila. –la Hermana Julienne quiso acercarse, pero un hombre la apartó.

–Yo también estuve con la familia china.–dijo el doctor Turner–No había nadie más, llegaron cuando ya habíamos cerrado, nosotros dos atendimos el parto.

Le dieron un barbijo y él se lo puso.

**Día 3**

–¡Esto es ridículo!

La miró desde el sofá, cruzado de brazos. Se sentía tranquilo, todo lo contrario a ella, que caminaba de aquí para allá como un tigre enjaulado.

–No es tan malo, hermana.

Ella se giró y él se arrepintió de haber dicho eso. Hubiera querido decirle que no era tan malo estar encerrado solo con ella en Nonnatus House por dos semanas, pero debía comportarse. Sería una prueba difícil, sólo ellos dos aislados en el único lugar que pudieron darles para que no estuvieran ocupando camas del hospital colapsado. Llevaba meses disfrutando demasiado de su compañía durante las interminables horas de trabajo. Algunas veces deseó vivir con ella, pero era imposible. Era una monja, no debía mirarla de otra manera. Además él le llevaba más de una década de edad, ella parecía una niña y él un viejo acosador.

Su deseo se había cumplido, de una manera extraña y preocupante. Ambos tenían la enfermedad, en un grado leve pero que no admitía permanecer en sus casas con otras personas.

–Estoy aburrida. –ella se dejó caer en un sillón frente a él–¡No puedo estar sin hacer nada!

–Hermana llevamos sólo un día aquí. ¿No tiene algo para leer? ¿O para tejer? Quizás...¿cocinar algo? A propósito, ¿cuál es la clave del wifi? Usaré mi tiempo para ponerme al día con la serie que comencé hace cinco meses.

–Aquí no hay wifi, es un convento.

–¿Dios no da wifi gratis? Qué tacaño. –se rió de su propia broma, ella le arrojó un almohadón.

–Basta doctor. Si sigue así tan tranquilo usaré mi tiempo para asesinarlo o algo así. ¿No le desespera estar sin hacer nada? ¿No piensa en su hijo?

–Estoy tranquilo porque estuvimos con el hombre infectado y de allí nos trajeron aquí. No vi a mi hijo, Timothy está fuera de peligro y ahora está en la casa de sus tíos, e imagino que estará feliz porque suspendieron las clases. Y también estoy tranquilo porque no debo trabajar, nadie me llama por teléfono, no tengo que estar corriendo de un lado a otro, y podría ponerme al día con mi serie si tan solo hubiera wifi. ¿Si abro la ventana llegará el wifi de la plaza?

–¡No podemos abrir la ventana!

–¡Lo sé, es solo una broma!

–¡Me iré a dormir!

***

Cerró la puerta con fuerza y se arrojó sobre la cama. De inmediato comenzó a toser, así que se sentó, se tomó la temperatura, y anotó el resultado en el bloc de hojas que le habían entregado para que escribiera todo lo que su cuerpo iba experimentando.

Caminó hasta la ventana. En la plaza había poca gente, caminando apurada, manteniendo distancia del edificio al que siempre acudían buscando ayuda. Se sintió una apestada de la Edad Media. Miró la hora, aún era temprano, el día no acababa y estaba convencida de que esto era una tortura. Estaba mal enfermarse con el virus que rápidamente corría por todo el planeta, pero estaba peor tener que pasar días y días encerrada con el doctor Turner, solos, como si fueran un matrimonio.

Le hubiera gustado eso, ser un matrimonio. Pero no debía pensar esas cosas estando en la casa que compartía con sus hermanas. La distancia era lo mejor, trataría de evitarlo lo más posible. Nonnatus era un lugar lo suficientemente grande para que dos personas no se encontraran jamás.

Escuchó un golpe en la puerta de su habitación.

–¿Quién es?

–¿Y quién va a ser? Sólo somos dos aquí.

Abrió la puerta, él estaba apoyado contra el marco.

–¿Cómo sabe que esta es mi celda?

Él se encogió de hombros.

–Golpeé todas las puertas hasta que la encontré. ¿Le interesaría cocinar? Nunca pude aprender, no tuve tiempo y ahora sí. Puedo pagarle por las clases cuando salgamos de aquí.

Suspiró. Estaba firme en su decisión de mantener distancia hasta que él golpeó la puerta.

–Está bien. Vamos a la cocina.

**Día 4**

–Queda la última.

Vio que ella le daba amablemente la última galleta de las que habían cocinado el día anterior.

–¿La última? ¡Pero si hicimos muchísimas! Si sigo así saldré de esta cuarentena con veinte kilos más.

Ella rió un poco, tomando un sorbo de su té.

–Se la dejo a usted.

–Está bien. –ella la mordió–Realmente salieron muy buenas.

–¿Tengo futuro como panadero?

Ella se rió más.

–Si un día se aburre de la medicina, ya sabe qué hacer. Es la hora. –dijo mirando el reloj. Enseguida trajo una de las cajas con los antibióticos que debían tomar. Sacó dos píldoras, le dio una y la otra la tomó con lo que quedaba de su té–¿Ha tenido fiebre, doctor?

Se aclaró la garganta, pensando en la noche anterior. Fue poca fiebre, pero la suficiente para que no pudiera dormir nada. Además su teléfono no tenía más datos así que solo estuvo mirando el techo imaginando cómo sería todo si empeorara su estado. No quería morir y dejar a su hijo huérfano.

–¿Doctor? ¿Se siente bien? Lo noto decaído. Debemos informar si se siente peor.

–Anoche no pude dormir, tuve fiebre, pero no mucha, hoy ya no tengo nada pero me siento muy cansado.

–Vaya a dormir, lo llamaré cuando tenga el almuerzo.

****

Dos hombres cubiertos con trajes y máscaras dejaron unas bolsas con alimentos en la puerta. Abrió y entró las bolsas rápidamente. Se sentía triste de que todos la evitaran así, pero las cosas debían ser de esa manera, había que proteger a todas las personas.

Comenzó a hacer la comida, prendió la radio ya que el silencio la entristecía más. Casi nunca escuchaba radio, no era algo demasiado permitido para las monjas. Todas las estaciones tenían noticias sobre la enfermedad. Cambió hasta que encontró música, lo dejó ahí y continuó preparando la comida.

Subió el volumen cuando comenzó una canción que fue su favorita cuando era pequeña. Llevaba años sin escuchar a Britney Spears, y de pronto olvidó que estaba en cuarentena y triste.

Cuando la canción terminó, apagó la cocina.

–¡Doctor! ¡Doctor, ya está la comida!

No hubo respuesta. Caminó por el pasillo hasta la habitación que le habían dado al doctor. Golpeó la puerta y tampoco contestó. Mirando a todos lados aunque sabía que nadie la veía, abrió la puerta y entró.

Estaba dormido.

Se acercó y tocó su hombro, él se despertó sobresaltado.

–¡¿Dónde estoy?!

–Doctor, está en Nonnatus.

–Ah, Dios. –se agarró la cabeza–Agg, qué mal me siento.

Instintivamente ella puso la mano sobre su frente.

–No hay fiebre.

–Son esos antibióticos, me caen muy mal.

–Le traeré la comida, no se levante.

Cuando volvió con la comida, él ya estaba sentado, agarrándose la cabeza.

–Gracias, usted es un ángel. –dijo tomando la bandeja. Ella miró para otro lado.

–Iré a comer.

–¿Por qué no come acá? No la voy a contagiar de nada que usted ya no tenga

–No puedo doctor, es su habitación.

–Pero nadie está aquí para decirle algo.

–No puedo, no insista.

No quiso sonar tan severa, pero debía hacerlo. 

Cuando terminó de comer en la cocina, fue a buscar la bandeja. Él había comido todo, sin dejar rastros de comida en el plato.

–Estaba delicioso.

–Gracias. ¿Se siente mejor?

–Sí. Estaba un poco mal, algunos medicamentos me dan pesadillas.

–Oh, a mí también. Hasta ahora no he tenido, pero en unos días nos darán otros y tengo miedo que esos me las produzcan. Siempre...sueño cuando mi mamá murió y es terrible.

Nunca le había contado eso a nadie. Dio dos pasos para irse.

–Hermana, siéntese. –el doctor señaló la cama junto a la suya.

Resignada, ella dejó la bandeja sobre el suelo y se sentó.

–Yo sueño siempre con Irak. Ya sabe, tuve que ir. Lo extraño de esta vez es que soñé cosas horribles pero escuchaba a Britney Spears.

Ella soltó una carcajada.

–Creo que tuve la radio muy fuerte, porque era yo quien estaba escuchando a Britney.

–No sabía que las monjas pueden escuchar música que no sea...¿sacra? ¿gregoriana? No tengo idea de cómo se llama esa música que ponen en las iglesias.

–No podemos escuchar música, pero ya lo mencionó usted, aquí no hay nadie para que me diga algo. ¡Sobre todo la hermana Evangelina!


My loneliness is killing meeee AAAAND IIIIII

Holis! Este es un pequeño fanfic a pedido del público (?) basado en los personajes de la serie Call The Midwife que si no viste te recomiendo que lo hagas AHORA o mejor dicho, hacelo DESPUÉS  de leer el fanfic. 

Creo que si no viste la serie, igual se entiende lo que pasa. 

Gracias por leer, feliz cuarentena y lavate bien las manos. 

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