Un beso en la oscuridad

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¿Alguna vez te sentiste fuera de lugar?
Así me sentía yo esa noche, como un extranjero en una tierra extraña. Paseando a través de amplios pasillos pintados de blanco, pisos de mármol  y una luz clara dando una impresión de infinidad al ambiente. Recorrí lentamente esos pasillos, en una procesión de murmullos y rostros de asombro, mientras todos veían con atención las pinturas que colgaban de los muros escandalosamente blancos.

Algunos permanecían varios minutos frente al mismo cuadro conversando con aire de grandes sabios con su acompañante de la profundidad del retrato.  Era más divertido ver las caras de fingido asombro de las chicas, o el ocasional gesto aburrimiento de alguna que escuchaba a su pareja "un gran conocedor del arte" explayarse en un discurso de belleza artística.

Era incapaz de comprender todo lo que ellos decían que veían en las pinturas, paisajes impresionistas de cielos rojos, montañas moradas, Lagos violetas o árboles naranja. Eran agradables a la vista, algunos hasta hermosos pero después de un minuto solo querías pasar al siguiente e irte.

En mi camino a través de la exposición de arte me paré frente a un cuadro de, en él había un bosque en pleno otoño, en medio del atardecer, repleto de colores rojos, naranjas y dorados y en medio un joven de cabellos negros, piel pálida,  con los ojos cerrados y manos extendidas, vistiendo un traje azul pálido.

—¿Qué te parece? —preguntó una voz masculina a mi lado.
Al voltear me encontré con el hombro de un muchacho alto, vestido íntegramente de negro,  usaba un traje que se ajustaba perfectamente a asi cuerpo, la tela, casi inmaculada, Lucía perfectos pliegues producto del intenso cuidado de la plancha. Sus zapatos negros brillaban bajo la intensa luz Blanca y al levantar mi mirada buscando su rostro, casi puedo deslumbrada por la intensa luz blanca reflejada en la piel cetrina del muchacho, sus labios eran delgados y rojos en contraste con esa piel de mármol, su cabello perfectamente peinado con una línea a un costado y frente a sus ojos que permanecían fijos en la pintura, unos lentes oscuros. Me parecía bastante tonto usar lentes así bajo techo, especialmente para ver pinturas, pero la verdad, toda la luz y paredes blancas casi me producía migraña.

—Es bonito —contesté después de un rato viéndolo y voltee rápidamente a ver el cuadro, incomoda.

—¿Solo bonito? —insistió.

Seguro era uno de esos muchachos con ínfulas de grandeza, ese aire prepotente que tienen los hombres que siempre han tenido dinero y afán de impresionar a todos con su supuesto conocimiento artístico.

—¿qué te parece a ti? —devolví la pregunta, con un sentimiento de incomodidad y deseos de irme que apenas contener.

—Yo pregunté primero — dijo sin verme, tras soltar una sonrisa divertida—. ¿No sabes mucho de arte no es así?

—No realmente. —respondí hastiada, rodando los ojos.

—Dime ¿que es lo que vez? —habló sin voltear a verme, con toda su atención fija en el cuadro.

No sabía sí  era una pregunta o una orden, o solo se burlaba de mi por estar en un lugar que no me correspondía.

—Veo a un chico solo en medio del bosque. —contesté dispuesta a irme.

—Seguro puedes ver mucho más —dijo con tono firme tomándome por al muñeca, antes de que pudiera irme. Aún veía el cuadro y ni siquiera volteaba hacia mi, quizás no valía la pena.

—Dime, ¿qué debo ver? —espeté sarcásticamente, comenzaba a molestarme.

—¿Le preguntas a un ciego que debes ver? —respondió con una sonrisa y por fin volteó hacia mi y se quitó los lentes.

No entendía sus palabras, quizás una metáfora de que el tampoco sabía de arte. Por un instante quedé cautivada por el aroma que exudaba aquel muchacho, un aroma cítrico y embriagador, combinado con el aroma dulce del vino que emanaba de su sonrisa, que revelaba una fina hilera de dientes perfectos. Era una sonrisa demasiado encantadora, y sus labios eran demasiado tentadores. Su nariz perfecta, sus cejas como espadas, coronando unos ojos color cielo tan intenso que Temia que albergarán dentro de si una galaxia entera. Sus largas pestañas a penas se movían, me veía con tal intensidad que no pude evitar sonrojarme y consciente de eso desvíe la mirada e intenté soltarme de su agarre, a pesar de la suavidad y la sensación electrizante que producía al contacto con mi piel, pero al moverme sus ojos no me siguieron, ni aflojó su agarre. Voltee en dirección al cuadro note un bastón apoyado en la pared, entonces lo entendí, sus ojos me veían sin verme, el muchacho en verdad era ciego.

—Lo siento —dije apenada aún presa de su agarre.

Él se limitó a sonreír y volteó  a la pared.

—Puedes compensarlo siendo mi guía esta noche. —ordenó  llevando mi mano a su codo, y acercándome a él —. Dime lo que ves.

Quedé atónita, mi corazón latía con demasiada fuerza y no me sentía capaz de dejarlo solo.

—Hay un bosque con hojas naranjas, en otoño, un atardecer y un macho vestido de azul con los ojos cerrados. —conteste nerviosa, luego recordé que si era ciego probablemente no sirviera de nada decirle los colores.

—¿Como dirías que es el otoño? —preguntó con una sonrisa impregnada de nostalgia.

—En el cuadro... es cálido, muy cálido, las hojas secas caen a la tierra y traen un aroma dulce a tierra mojada, el piso es suave, cubierta de una alfombra de hojas, casi podrías caminar descalzo en ellas. También hay aves volando al horizonte, frente a la luz del sol, su canto debe ser muy agradable, seguro así se oye la libertad. —describí sin saber en verdad si era lo que quería oír.

—Es hermoso —rompió el silencio con una sonrisa casi enternecida que con la que pude respirar tranquila—. ¿Cómo es el chico?

Por alguna razón la pregunta me puso aún más nerviosa y traté de ver con más atención al muchacho de la pintura.

—Esta solo, hay viento a su alrededor, su piel es pálida, parece tener frío. Sus ojos están cerrados y su boca entre abierta, parece en paz, pero también  triste. Como si esperara algo. Quizás reza —traté de describir al  muchacho y la sensación de vacio y soledad que me inspiraba su rostro,  que ama tarde entendí que se parecía mucho a él.

—¿Por qué  tiene frío si esta rodeado  de calor?  —cuestionó con el seño ligeramente fruncido.

—Quizás porque esta solo —. Contesté volteando a verlo. Y me pareció ver en su rostro un reflejo casi exacto de la pintura.

Quise decir algo pero un par de chicos me interrumpieron, parecían ebrios, ambos eran altos, aún más que mi compañero,  con ropa deportiva de marca, denotaban gran fuerza. Se acercaron alegremente  y uno le dio una palmada con una fuerza excesiva  en su espalda.

—¿Te diviertes topo? ¿Quién es tu amiguita? ¿Porque no nos presentas?  —sonrió  al verme en una mueca que imaginó intento ser galante y empujó  a mi acompañante a quien me aferre tomándolo por el brazo.

—Será mejor que nos vayamos —dije ignorando al fortachón e intentando llevarme al muchacho.

—Aléjate de ella Luis, viene conmigo. —ordeno elevando un poco la voz con el seño fruncido.

Vi como volteó hacia su voz pero el grandulon se movió sarandenadolo con pequeñas palmadas en su espalda.

—No se seas así Topo, ¿qué haces con una chica tan guapa? Es más ¡¿qué hace un ciego en una galería de arte?! —gritó  en tono burlesco al tiempo que su amigo que tomaba por la cintura.

—¡Aléjese! —grite enojada.

El guardia que veía el barullo se acercó.

—¡¿Qué sucede aquí?! Calmense o tendré que pedirles que se vayan.

—nos reprendió el guardiá mientras los grandulones reían.

—Estos hombres nos están molestando —expliqué al guardia, que al verlos ebrios les pidió que se vayan.

—Como sea, quiero ver como llegas a casa Topo, ¡feliz cumpleaños! —escupió entre risas y salió de la galería.

El guardia se disculpó y también se fue, mientras el muchacho alquiló ue aún tomaba del brazo permanecía en silencio. Su cuerpo había dejado de temblar, era un temblor tan ligero que apenas lo había notado antes de que cesara. Quizás de enojo, quizás de impotencia.

—¿Es tu cumpleaños? —pregunte con una sonrisa que el no veía tratando de romper el silencio.

—Interesante regalo de cumpleaños, ¿no lo crees? Dijeron que iríamos de fiesta y  que me presentarían a una amiga, "una cita a ciegas" —dijo lo último con una sonrisa amarga.

—Son unos idiotas. —replique enojada.

—¿Debí haberlo sabido? ¿Qué clase de chica podría querer estar con alguien como yo? Al menos de divirtieron. —dijo amargamente tomando su bastón y disponiéndose a salir.

—A esta chica —respondí rápidamente aferrándose a su brazo, en parte temiendo lo que podría pasarle si lo dejaba solo.

—No tienes que... gracias a ti al menos disfruté una pintura. —susurro acariciando  mi mejilla.

Aquel toque me hizo estremecer y permanecí absorta en la claridad de sus ojos que no me podían ver. Su cercanía era al mismo tiempo tan placentera y aterradora. Odiaba a mi caprichoso corazón que una vez cada cierta cantidad de años latía con una fuerza arremetedora igual a la que sentía con él en ese momento.

Se supone que los hombres hacen daño, que el amor hace daño.

Cerré  los ojos en espera del toque de sus labios, como quien espera la llegada de un huracán. Pero el beso aterrizó en mi mejilla  y al abrir los ojos me encontré con una sonrisa triste y una mirada vacía.

—Debo irme. —susurro con voz cansada.

—Te acompaño a tu casa —ofrecí con una sonrisa tímida —. Realmente no tengo nada que hacer aquí.

—¿por qué estás aquí? —preguntó con esa voz suave y calmada, que a mis oídos resultaba infinitamente seductora.

—Mi mejor amiga me dejo plantada para salir con su novio.

—¿Y tú  no tienes novio?

—No, ¿y tú?

—No, definitivamente no tengo novio —respondió con una sonrisa burlona. —tampoco tengo novia.

—Entonces, quizás podemos hacernos compañía —sugerí animadamente con una amplia sonrisa.

—Suena bien para mi. —contestó con una sonrisa aún grande.

Caminamos por horas a través de la galería, viendo espléndidas pinturas, bueno, yo las veía, y el las escuchaba a través de mi. Los rostros  enmarcados, los amplios paisajes y flores difusas en los lienzos jamás se habían visto tan hermosas. Y ninguna noche de chicas frustrada me supo tan bien como aquella en la que iba del brazo de aquel apuesto muchacho de mirada tan infinita como el cielo azul.

Cuando la galería estuvo apunto de cerrar nos fuimos y acordamos compartir un taxi. Ya era bastante tarde,  las calles estaban casi vacías y comenzó a llover.

En medio de  aquella oscuridad apenas iluminada por las farolas que emitían una tenue luz naranja lo vi sonreír con confianza hacia el cielo y cerrar los ojos con un suspiro. Él me parecía la obra de arte más hermosa de todas.

Quizás, sintiendo mi miera volteó hacia mi y juraría que vi una sonrisa traviesa dibujarse en sus labios. Extendió sus manos a mi rostro acercándose cada vez más a mi. No importaba que hiciera frío, su cuerpo emitía el calor de mil soles. Recorrió con la yema de sus dedos mi rostro, palpó suavemente mis ojos cerrados, la curva de mis cejas, mis pómulos, la curva de mi nariz descendiendo hasta mis labios que recorrió lenta y tortuosa mente acercando su rostro lentamentamente, en una espera que se me hizo eterna casi pude sentir la calidez de su aliento a través de al lluvia, y la suavidad de sus labios al encontrarse con lo míos en un beso suave, tierno, cálido e infinitamente dulce, impregnado del sabor placentero y embriagador del vino. Presa de sus labios y el toque enriquecedor de sus manos que dibujaban hábilmente hasta la última curva de mi cuerpo me entregué a la humedad de aquel beso cálido, y su sensación ardiente en mis labios.

Lastimosamente llegó un taxi a recogernos. El pago sin problemas, lo acompañe hasta la puerta de una lujosa casa, cambiamos números, y nos despedimos con un último y suave beso.

Cuando llegue a casa espere su llamada pacientemente, pero no llego. Quizás tenían razón. Después de todo ¿Qué hace un ciego en una galería de arte? ¿Que hace una mujer que no cree en el amor besando a un desconocido?

La noche siguiente después del trabajo un repartidor tocó a mi puerta, y dejó un cuadro envuelto  en papel de embalar sin remitente. Al abrirlo,  encontré la pintura del bosque en pleno otoño y el muchacho de ojos cerrados. El cuadro se llamaba  "los colores del amor".

No pude contener mi alegría y comencé  a saltar de emoción. Quise colgarlo en medio de mi sala pero al levantarlo encontré tras el cuadro una tarjeta impresa.

"Tu le das color a mi vida.
¿Mismo lugar esta noche?"

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