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Érase una vez, en un rincón del universo donde el tiempo se detenía y los recuerdos cobraban vida, vivía una persona especial. Su presencia era un rayo de sol en un día nublado, una melodía suave en una noche tranquila. Todos los que la conocieron sabían que su luz era única, y cuando esa luz se apagó, el mundo perdió un brillo irremplazable.

Desde aquel día en que partió hacia el cielo, el mundo de aquellos que la amaban cambió para siempre. Las mañanas ya no eran las mismas, y las noches parecían eternas. Cada rincón de la casa, cada objeto, cada rincón del alma guardaba un pedazo de su esencia. La nostalgia se convirtió en una constante compañera, recordando los momentos compartidos, las risas, los abrazos y la calidez que solo ella podía ofrecer.

Había alguien en particular que sentía esta ausencia como un hueco en el corazón. Cada día, esta persona se sentaba en la ventana, mirando hacia el cielo, buscando algún signo, algún destello que le indicara que ella estaba cerca, cuidándola desde las estrellas. Cerraba los ojos y podía casi sentir su presencia, escuchando su risa en el susurro del viento, sintiendo su abrazo en el calor del sol.

Las noches eran especialmente difíciles. El silencio de la casa se volvía abrumador, y las sombras parecían susurrar los recuerdos de los tiempos felices. A veces, las lágrimas caían sin control, reflejando el dolor de un amor perdido pero nunca olvidado. Sin embargo, en medio de esta tristeza, también había una sensación de paz. La certeza de que ella estaba en un lugar mejor, libre de dolor y sufrimiento, traía consuelo.

Los días pasaban, y la vida seguía su curso, pero la persona nunca dejó de recordar. En cada flor que florecía, en cada estrella que brillaba, veía un pedazo de ella. Sabía que en la vastedad del universo y en las profundidades del océano, su amor seguía presente. Que, así como las estrellas brillan en la inmensidad del cosmos y las olas del mar siguen su danza eterna, así también su memoria perduraría, inmortal y luminosa.

Sabía que algún día, más allá del horizonte de esta vida, volverían a encontrarse. Y en ese pensamiento, encontraba la fuerza para seguir adelante. Imaginaba que, en algún rincón del universo, ella también miraba hacia la Tierra, y que en lo profundo del océano, las corrientes llevaban sus mensajes de amor y añoranza.

Así, con el corazón lleno de amor y tristeza, esta persona vivió con la esperanza de que, algún día, las distancias se acortarían y podría volver a abrazarla, decirle cuánto la había extrañado, y sentir nuevamente la calidez de su presencia. Hasta entonces, viviría con los recuerdos, atesorando cada uno de ellos, mientras miraba al cielo y enviaba un silencioso “Te amo”.

Y así, en ese rincón del universo donde los recuerdos se entrelazaban con los sueños, la historia de ella y de quien la amaba seguía viva, eterna e inmortal, más allá del tiempo y del espacio. Como las estrellas en el cielo y las profundidades del océano, su amor y su memoria nunca se desvanecerían.




Texto escrito por Svtlana_566

Muchas gracias por participar en esta aventura, amo tu forma de pensar y escribir ❤️

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