Quiero un nieto

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Doña Carmen siempre fue una mujer inusual. Extremadamente católica y conservadora al extremo, razones principales por las que su esposo, un ex general del ejército peruano, la dejo por otra mujer tras negarse muchas veces a tener intimidad con él, solo habiéndolo hecho para tener hijo bajo su visión de familia tradicional.

Su única compañía, aunque a regañadientes, eran sus dos hijos, Samuel y Valeria.

Ambos se veían obligados a soportar a su madre, junto a todas las cosas que siempre les decía sobre su vida personal, como que les hacía bajo su visión particular del mundo.

Samuel era arquitecto, cosa que su madre criticaba hasta el hartazgo, recalcando que se volvería extremadamente avaro y se olvidaría de ella, pese a que esa era su principal fuente de sustento en aquella vieja y lúgubre casa.

Siempre que Samuel quería iniciar un proyecto, sea diseñándolo en planos o reuniéndose con sus compañeros de trabajo para ver si era viable o no, tenía que hacerlo fuera de su hogar. Pues su madre llegaba al punto de echarle agua a sus planos, como en romperlos simplemente, o incluso dárselos al perro, uno chascoso y descuidado pero altamente agresivo que tenían, y que solo la mujer era capaz de calmar.

Del mismo modo, su madre espantaba a sus compañeros de trabajo, sobre todo a sus compañeras, para evitar que su hijo fornicara. Al joven le molestaba que su madre siempre lo revisara tras llegar de las estresantes reuniones, buscando olor a alcohol, cigarro o droga en él, como preservativos que podría tener ocultos, aunque no tuviera ninguno pese a la insistencia de su progenitora.

Sin embargo, Valeria era la que más platos rotos pagaba. La joven trabajaba como ingeniera industrial, siempre diciéndole la mujer que se olvidara de eso y fuera un ama de casa, e incluso que lo seria tarde o temprano. Pero lo peor era por su larga soltería. Doña Carmen siempre le exigía, sin descanso alguno, incluido los feriados, que encontrara un marido ideal que la llenara de nietos, siempre y cuando lo hiciera casada. Por esto mismo, espantaba a todo muchacho que su hija intentara traer al hogar, aunque en realidad por razones de trabajo. Del mismo modo, hacía que Valeria se alejara de modos cuando le tocaba la regla.

Su obsesión por mantener la virginidad de su hija la llevaba a espantar, y vigilar como un águila asechando a su presa con sus garras, desde su ventana con el fusil estropeado de su ex esposo, a cualquier muchacho que pasara por la vereda de su casa, pese a que ninguno de ellos en realidad conociera a la familia, solo pasara para llegar a su destino, o simplemente hubiera tomado la calle como atajo.

Esa era la razón principal por la que casi nadie tomaba esa calle como atajo, salvo los no residentes cercanos o transeúntes ocasionales que no estaban enterados de lo que sucedía en aquella casa.

Tener varios nietos siempre había sido su principal sueño, y más si todos eran hombres. Era otra cosa con la que también molestaba siempre que podía a Samuel, aunque no al nivel del que hacía con Valeria.

Varias veces ambos hermanos pensaron en internarla en un asilo de ancianos, como en simplemente irse de la casa e iniciar de nuevo dejándola tirada a su suerte, sea juntos o por su cuenta. Lo único que los detenía era el, a pesar de todo, amor por su madre, pese a que literalmente les hacia la vida imposible desde su nacimiento, habiendo sido, hasta el día en que se fue, su padre el único que los protegía y defendía siempre.

Lo que causo el distanciamiento definitivo fue un hecho tanto oscuro como siniestro, que ambos desean olvidar siempre que lo recuerdan cuando suelen juntarse. Tal hecho demostró no solo el nivel de fanatismo de Doña Carmen, sino su nivel de maldad.

Fue un día que se creyó en un principio como cualquier otro. Samuel y Valeria salieron a trabajar como siempre, dejando a su madre rezando casi incansablemente el rosario, frente a una figura de cerámica de miniatura de Santa Rosa de Lima, santa de su devoción principal.

En medio de sus plegarias, se le ocurrió una idea de cómo su hija le daría su esperado nieto al fin.

Vestida con velo negro y con falda blanca hasta el tope, Doña Carmen salió de su hogar por primera vez en años. Se dirigió a un bar de mala muerte cercano que conocía por las veces que descubrió a su ex marido en ese lugar, sea apostando con sus amigos, mayoría militares retirados, o bebiendo y fumando tabaco, donde negocio con tres muchachos que se encontraban jugando a las cartas como bebiendo alcohol hasta el tope. Tras darles todos sus ahorros, que sus hijos ni siquiera sabían que tenía, pactaron en que los tres jóvenes ultrajarían a su hija al regresar a su hogar.

Lo que la mujer no pensó, era que Samuel regresaría temprano al hogar, al haberse olvidado su portafolios. Fue que vio a su madre regresar de tal bar, cosa que le pareció inmediatamente extraña conociendo su actitud. Ocultándose de ella tras un poste, esperando que se metiera al hogar, fue al bar a ver para que había ido su progenitora. Ahí, escucho, nuevamente escondido asomado en la pared derecha de la entrada, la conversación de los jóvenes respecto a su hermana, y como tanto se forrarían y disfrutarían lo que harían.

Inmediatamente, tras alejarse en silencio del bar, llamó a la policía contando todo, como luego a su hermana, diciendo que se quedara allí para recogerla el mismo.

La policía llego pronto al bar. Acorralados, los jóvenes solo confesaron todo y dieron información de quien les ordeno hacer eso.

Doña Carmen fue arrestada esa misma tarde, en medio de gritos y ataques verbales como físicos que llamaron la atención de todo el que transitaba como de los vecinos, tanto con sus manos como con una escoba vieja, a los policías que tuvieron que sacarla de su hogar tras acuartelarse. Más de diez policías, llegados como refuerzo, tuvieron que ser empleados para sacarla y meterle en el patrullero. Su perro mascota también tuvo que ser sedado por su nivel de agresividad ante los extraños, pese a su pequeño tamaño.

-¡Solo quería un nieto!-Fueron sus palabras ante la corte.

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