El poder de la Ambrosía

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El poder de la Ambrosía

(***)


Después de haberle contado a Eris una parte del asunto, tuvimos que esperar a que Alicia se fuera a su casa para poder hablar del tema.

No lo mencionamos de inmediato. Desayunamos con total normalidad, como si no hubiera habido una gran confesión al pie de las escaleras. Y cuando la rubia nos dejó asegurando que nos mandaría un mensaje luego, salimos al jardín con la excusa de regar las plantas que mamá tenía por puro pasatiempo.

Fue ahí en donde solté el resto, en donde pude decir cuánto miedo tenía. Todavía estaba metida en un grave asunto, sí, pero al menos tenía con quien hablarlo. De modo que después de descargarme sentí que me había quitado un peso de encima, aunque seguía pareciéndome que, como Atlas en ese cuento mitológico griego, estaba condenada a cargar con todo un mundo sobre mis hombros.

En cuanto a la manera en la que Eris lo había tomado, no podía quejarme. Su reacción había sido impecable, calmada, con tan solo un débil asomo de miedo en algún punto escandaloso de la historia. ¡Y ojalá yo hubiera podido procesar el asunto así! Ojalá no hubiera reaccionado tan abruptamente, como si entrar en pánico fuera una de mis mejores cualidades, como si lo único que supiera hacer fuera huir ante cada cosa que me sucedía.

Yo era más que eso, pero no lo había demostrado.

—Debes ir al bosque esta noche y reunirte con ellos —dijo ella, finalmente, utilizando un tono de voz muy bajo mientras regaba un conjunto de florecillas blancas—. Lo primordial es poner a todos a salvo.

—Sí, es solo que creo que temo perder... —intenté decir, pero me interrumpió y dijo:

—Lo único que debes temer perder es la vida, no la forma en que vives. ¿Qué es lo que tienes miedo de perder justo ahora? ¿El andar de fiesta en fiesta? ¿La innecesaria popularidad en el instituto? ¿El absurdo privilegio de juntarte con cualquier cabeza hueca que hay en él? ¿No poder usar un vestido de flores? Nada de eso constituye tu vida.

—No. Temo perderlas a ustedes —aclaré, dándome cuenta de que todo lo que había mencionado realmente no me era necesario para continuar.

Los labios de Eris formaron una fina línea, quizás en un gesto de pesar.

—Nadie va a perder a nadie. Debemos alejar a Alicia de esto, es demasiado inestable como para soportarlo. Ella simplemente no lo entendería, así que podemos hacerlo.

—Tú también debes alejarte, es muy peligroso —señalé, pero Eris negó con la cabeza.

—Nadie sabe que me lo has contado, ¿cierto? Además, Damián te dijo que podías juntarte conmigo, ¿no es así? Mantendré a Alicia alejada de ti, y tú y yo nos reuniremos ocasionalmente para conversar. Podemos mensajearnos a cada momento, pero evitaremos juntarnos en público. Ahora lo importante es que esta noche te reúnas con ellos para que sepan que puedes guardar su secreto y que quieres seguir viviendo. Tienes que seguir viviendo, Padme.

—Lo sé, pero esto es demasiado extraño, Eris —solté. Tenía puestos los guantes de jardinería, así que me dediqué a examinar los tallos de las flores en busca de bichos que pudieran dañarlas—. ¿Nacen el nueve del nueve y por eso son asesinos? Podría pensar que es una jodida broma muy bien montada de no ser porque yo misma vi a un tipo acuchillar a otro. Y luego toda esa gente en esa cabaña... ¿sabías que ese es el misterio al cruzar el viejo roble? Bueno, eso creo, ¿qué más podría ser?

Eris dejó a un lado la regadera y miró con curiosidad el grupo de flores que yo estaba inspeccionando. Justo después de apartar unas cuantas, curiosamente, había una cuyos pétalos, que se movían suavemente al compás del viento, habían adquirido un color rosáceo. Todas en el conjunto eran puramente blancas, pero aquella era distinta.

Ambas nos miramos porque recordábamos a mamá decir que ese tipo de flores no brotaban de otro color.

—Una variación... —murmuró Eris, pensativa, y luego dijo algo que parecía no tener relación con las flores—. Lo que das a entender es que necesitas una explicación lógica para poder creer que Damián es así como dice ser.

—Dime, ¿tú te lo crees del todo? ¿Tú, la Eris que desde los seis años peleaba con Alicia porque ella creía firmemente en el hada de los dientes, pero a ti te parecía puro marketing como el día de San Valentín?

—Sí, me lo creo, ¿y sabes por qué? Porque sé que tiene que haber una explicación. No puede ser solo cuestión de que un día en específico intervenga sobre la naturaleza humana, y sé que piensas lo mismo.

—¿Y cómo daría con esa explicación? No creo que Damián quiera decirme exactamente por qué son asesinos.

—Podrías intentar preguntarle —dijo, encogiéndose de hombros.

—Podría, pero, ¿ya te conté que parece que no le agrado mucho? —murmuré—. Y no es para menos. Por mi culpa está metido en un gran lío, y por mi culpa podría morir. Es entendible que me deteste y no quiera ni escuchar mi voz.

—Mira, si en verdad te detestara, te habría matado, ¿no? Es un asesino, no le habría costado mucho. Pero no te dañó, todo lo contrario, te presentó dos opciones —puntualizó mientras se sacudía las manos de cualquier residuo de tierra—. ¿Sabes algo? Siempre supe que él era distinto, no solo por su actitud y su aspecto, sino porque te atraía de una forma bastante... intensa. No fuiste a buscarlo por impulso, quizás eso debía pasar y pienso que, aunque no es precisamente lo que llamamos una buena persona, no te pasará nada si estás a su lado. Y si necesitamos darle una explicación a todo esto, podemos buscarla nosotras mismas, ¿no es así? Nada más hay que ver por dónde empezar...

—¡Sé por dónde comenzar! —exclamé y me saqué los guantes—. Por aquello que nos aleja del bosque: la advertencia de no cruzar el lago y el viejo roble. Debe tener alta relación con la cabaña, ¿no crees?

—Sí, tienes razón. Entonces, asegúrate de que vean que quieres estar a salvo, y mientras tanto, empezaremos a averiguar la verdad sobre la naturaleza de Damián. —Tomó mis manos y les dio un suave apretón a mis dedos en un gesto de apoyo—. Si tenemos suerte podríamos encontrar otras opciones que Damián no sabe para escapar de esto. Así que me encargaré de que Alicia se ocupe en unas cuantas cosas para que no venga a tu casa hoy, y tú ve al bosque. Todo estará bien.

Luego de que nos despedimos con normalidad como si nada sucediera, me quedé sola en casa porque mamá tenía que hacer algunas compras con papá.

Ya no me sentía tan asustada y eso se debía a que, como tenía a Eris de mi lado, no parecía estar tan sola dentro del lío. Además, ella tenía razón. No debía temer perder la forma en la que había estado viviendo, sino el poder vivir. Morir había entrado en mis planes por un segundo, solo para que mi familia estuviera a salvo; pero Damián había asegurado que ellos estarían bien si nadie se enteraba de la verdad. De modo que, si todo se trataba de sostener una mentira, era capaz de esforzarme por lograrlo.

Me uniría al mundo de Damián.

Y es que eso había deseado durante mucho tiempo, ¿no? Entender su universo, entenderlo a él, saber por qué razón evitaba las relaciones sociales, saber por qué parecía ser tan diferente; y ahora que tenía las respuestas a todas mis dudas, ahora que podía ser parte de su entorno, no veía como mejor opción dejarme llevar por el miedo.

Así que si le ponía empeño en hacerle entender a todo un grupo que yo también era una asesina, las cosas podrían tomar un buen curso. Podía vestirme diferente, dejar de ir a fiestas, hablar mucho menos, reír en silencio y encontrarme en pocas ocasiones con Eris y Alicia. Podía hacer lo que sea, menos matar.

Ese sería mi único límite. Iría al bosque, fingiría ser parte de ellos, pero no me convertiría en una asesina.

Esa tarde me paré frente a mi armario y comencé a sacar toda la ropa colorida que tenía.

Definitivamente tendría que hacer nuevas compras para una nueva vida.

***

Dadas las seis de la tarde ya tenía toda la ropa apilada sobre la cama, lista para ser embolsada y enviada al centro de beneficencia de Asfil. No pretendía solo lanzarla a la basura, y aunque no sabía si también se incumplía alguna regla dentro del mundo de Damián al hacer caridad, estaba decidida a que la vestimenta pasara a manos de alguna persona que la necesitara.

En cuanto a lo que usaría para ir al bosque, terminé por escoger un suéter oscuro y unos vaqueros que recordaba haber usado en el funeral de una tía de Alicia. Así que no solo me veía distinta, sino que tenía ese aire fúnebre que me parecía que se había quedado atrapado en la vestimenta que había aguardado en el fondo del armario desde aquella vez.

Bueno, la idea era no resaltar de ninguna manera. Y vestida así, con el cabello oscuro cayéndome hasta la espalda, sin una pincelada de maquillaje en el rostro, y con el suéter haciéndome parecer un saco de papas, podía pasar desapercibida en cualquier lugar.

Objetivo: acabar completamente con mi estilo.

Estado: cumplido.

Antes de irme bajé a cenar con mis padres como era de costumbre. Cuando puse un pie dentro de la cocina, la mirada que me echó mi madre fue de extrema curiosidad. Mi padre, en cambio, apartó la vista de unos papeles que tenía sobre el mesón para examinarme rápidamente, y luego, como si nada, volvió a lo suyo.

—Estoy probando cosas nuevas —dije ante el silencio que se extendió en la cocina.

—Pero esa ropa es vieja —dijo mamá mientras proseguía a colocar los platos sobre la mesa—. Sebastian, cariño, ¿verdad que lo es?

Mi padre de nuevo alzó la mirada como si lo estuvieran obligando y entonces me dedicó una sonrisa de las mejores, de esas que parecían de complicidad y reconforte al mismo tiempo. No podía imaginar un mundo sin ese gesto paternal o sin las exageradas reacciones de mi madre. No podía imaginarme sin ellos, por lo que mi decisión de formar parte del mundo de Damián pareció la correcta.

Si bien me entristecía el hecho de tener que alejarme de Alicia y un poco más de Eris, podía soportarlo por su seguridad, pero pensar en que mis padres estarían en un gran peligro si yo no lograba mantener la mentira, me enfundaba un miedo terrible.

—¿No se supone que es mejor usar la ropa hasta que deje de quedarle? No importa si es nueva o vieja —opinó él con cierto desinterés.

—¡Claro, cuando son niños, Sebastian! —exclamó mi madre en un tono agudo, negando con la cabeza—. Padme casi es adulta.

—Solo pienso cambiar de estilo, mamá, así que compraré ropa nueva —añadí y tomé asiento en la mesa.

—Compraste ropa hace un mes —se quejó ella, yendo a buscar los tazones con ensaladas—. No te daré dinero para eso.

—Tengo ahorros, los usaré. Me he estado vistiendo como una niña, y tú misma lo has dicho, ya no lo soy.

—Déjala, es totalmente sano que no se estanque en un solo gusto, significa que está madurando —dijo papá, y, para mi suerte, eso pareció calmarla.

Después de la cena tuve que mentir diciendo que iría a casa de Eris y que probablemente pasaría la noche allá. Ninguno protestó ante eso, así que solo salí de casa rumbo al bosque con nada más que una gran incertidumbre por cómo sería el resto del grupo de Damián y por cómo empezaríamos a resolver todo este embrollo.

***

Por las noches, Asfil era tan tranquilo que podía parecer un pueblo fantasma.

Los únicos lugares en donde la gente solía reunirse un sábado eran Ginger Café, el campus de la Universidad Central y una que otra discoteca, de modo que todo lo demás no era de interés y eso dejaba algunas calles vacías como, por ejemplo, esa por la que transitaba. Pero jamás había considerado que la noche fuera tan peligrosa como ahora que sabía que los asesinos del noveno mes se mezclaban con la gente.

Hundí las manos en los bolsillos del suéter para disimular la inquietud y crucé el mismo camino por el que había seguido a Damián. Cuando el asfalto desapareció y algunas hojas crujieron bajo mis pasos, vi las luces del pueblo quedarse atrás. Inmediatamente evoqué el asesinato, pero aparté el recuerdo tan pronto como apareció y decidí concentrarme únicamente en seguir el camino penumbroso hacia el interior del bosque.

Lucía sombrío a esas horas, sobre todo porque la poca luz que me permitía ver por dónde iba, era la de la luna. Consideré usar la linterna de mi celular para iluminar el camino, pero no quise llama la atención, y más porque sabía que otras personas tomaban esa ruta para llegar a la cabaña. Así que avancé con cuidado tratando de recordar mis pasos, pero noté que había una parte del trayecto que no podía identificar, y era esa que me había pasado por alto al huir del asesino.

Un par de minutos después pensé que estaba perdida, pero entonces vislumbré unos círculos de luz provenientes de algunas linternas y con ellas a un grupo de personas reunidas junto al tronco de un gran árbol.

Eran ellos. Lo supe porque, aunque estaban de espaldas, era imposible no reconocer Damián. Así que tomé aire, continué y también me dije a mí misma que esa era la decisión correcta incluso cuando por otro lado consideraba que había un cincuenta por ciento de probabilidades de que algo saliera mal, de que alguien notara que yo no pertenecía a ellos o que los mismos amigos de Damián me rechazaran. Ante aquellas dudas intenté trazar un plan, pero no se me ocurrió nada concreto y para cuando me di cuenta ya estaba a tan solo un par de metros del grupo.

Comencé a detallar algunos rostros cuando advirtieron mi llegada. Ahí estaba Poe, a quien ya conocía y que no se molestaba en echarme otra mirada que no fuera tan obscena —si es que así podía llamársele—; y junto a él se encontraban otras dos personas que debían ser Tatiana y Archie.

A medida que me acercaba noté que ambos cumplían con lo que podía llamar «el estilo de los del noveno mes». Según había visto, verse mal no parecía una opción para ninguno, ni siquiera para el asesino llamado Nicolás. Entonces, Tatiana y Archie no eran la excepción. Llevaban bufandas e incluso guantes y se veían magníficos tomados de la mano como si fueran una pareja modernamente aristocrática, si es que se podía hacer esa combinación.

Cuando me detuve frente a ellos solté todo el aire que había estado conteniendo. Damián me examinó de pie a cabeza y después dijo:

—Me alegra que hayas venido, Padme.

—¿Te alegra? —solté, algo sorprendida.

—¡Por supuesto que le alegra, pastelito! —intervino Poe, entusiasmado—. Míralo, está contentísimo —añadió y señaló el rostro de Damián que se mantenía completamente serio. Hice un mohín de duda pues no parecía muy feliz—. No te dejes engañar, él es como el Grinch. Por fuera parece no sentir nada, ni siquiera frío, pero por dentro está floreciendo su corazón. ¿Verdad que sí? Sé que hay algo más dentro de ese hoyo negro en tu pecho, amigo.

Damián frunció ligeramente el ceño y me dio la impresión de que trataba de reunir mucha tolerancia.

—Ella es Tatiana y él es Archie —dijo, omitiendo las palabras de Poe.

Señaló entonces a la muchacha de cabello en punta teñido de verde y azul, y, posteriormente, al muchacho de cabello castaño, gafas cuadradas de pasta gruesa y expresión vivaz. A simple vista, ¿quién adivinaría que ambos eran asesinos? Había que hacer un profundo análisis a sus mentes para poder averiguarlo, porque ni siquiera despertaban la sospecha.

—Es un placer conocerte, Padme —comentó Tatiana.

—Igual para mí —me limité a decir, ofreciéndoles una sonrisa afable.

—Bien, ya terminadas las presentaciones, quiero que recuerden que esto es un secreto —mencionó Damián, paseando su vista sobre cada presente—. Ya saben lo que pasaría si alguien más se entera. No sólo matarían a Padme, también a nosotros por ocultarlo.

—Me encantan los secretos —murmuró Archie entre risas bastante extrañas. Tatiana le propinó un codazo y él dejó de reír—. Aunque este es peligroso, pero el peligro está bien...

—Tú debes hacer todo lo posible por mezclarte. Debes ser como una esponja y absorber lo que veas. También trata de no hablar demasiado. En este mundo, ser callado es lo más común. ¿Entendiste? —me dijo Damián. Asentí con la cabeza.

—Ella entendió y nosotros entendimos hace rato que es un gran secreto, que la situación es peligrosa y que Padme tiene que poner de su parte para que nadie sospeche nada. Así que, ¿nos podemos ir ya? La luz de la luna suele tener ciertos efectos... eróticos en mí, y son cosas que no puedo resolver estando aquí parado —habló Poe, mordiéndose el labio inferior al decir lo último.

Emprendieron la marcha por petición de Poe, y yo les seguí un tanto nerviosa. Una cosa era reunirme con la pequeña manada de Damián, pero otra muy distinta era entrar de nuevo a aquella cueva de asesinos en donde todo había iniciado. La sola idea de volver a ver a Nicolas el asesino de la gabardina violeta, me hizo temblar, pero me apoye en el hecho de que estaría segura con el grupo. Porque eso había dicho Damián, ¿no? que ellos me protegerían. Y aunque no les estaba confiando del todo mi seguridad, era reconfortante saber que con su ayuda al menos podría salvarme en caso de que algo saliera mal.

Quizás, lo que necesitaba para finalmente dejar de temer era tener un poquito de confianza en que todo saldría bien. Pero, ¿podía confiar en ellos? ¿realmente podía confiar en él?

Llegamos a la cabaña más rápido de lo que habría deseado. Viéndola por fuera, nadie podría imaginar que en su interior hubiera algo más que madera y muebles viejos, pero si se era muy detallista era posible notar que las formaciones rocosas que la rodeaban y que parecían tenerla atrapada, servían como muros para separar y esconder la grandeza y la amplitud del sorprendente e inexplicable «mundo» que había adentro. ¿Quién había diseñado aquello? ¿Cuándo? ¿De qué manera? Eso era justo lo que debía descubrir con Eris: un origen, una explicación.

Atravesamos la chirriante puerta principal y nos encontramos ante la inhóspita sala. Seguidamente, cruzamos la única puerta al fondo y entonces el silencio se rompió ante el sonido de otras voces.

Me sorprendió tener otra visión del interior. No había tanta gente como la primera vez, lo cual me permitió descubrir que el lugar era mucho más grande de lo que había creído. La sala no era tan solo un escenario rectangular, sino que tenía al fondo una magnífica tarima, como si estuviéramos dentro de un enorme teatro sin ninguna butaca. Adicional a eso, metros de tela roja decoraban las columnas y los bordes, y a los lados se veían filas de estancias semejantes a esa a donde me había arrastrado Damián para decirme la verdad, con el telón elevado anulando la privacidad para que se viera absolutamente todo tanto desde afuera como desde adentro. Y para dejar en claro que el sitio no se resumía solo a ser un gran vestíbulo, un par de arcos a cada extremo de la tarima marcaban el inicio de algunos pasillos que se extendían a quien sabía dónde.

Sin la bruma de la multitud y la angustia del miedo, fue como ver el interior por primera vez. Y la impresión que me llevé en ese momento superó a la anterior por mucho. El lugar era asombroso, no podía negarlo.

Damián hizo un movimiento con la cabeza para que los siguiera, pero entonces Tatiana me tomó del brazo y le dijo:

—Llevaré a Padme a conocer el sitio. Ustedes pónganse cómodos. No tardamos.

Damián estuvo de acuerdo con la idea y yo también porque ahora estaba intrigada. La cabaña obviamente era pieza fundamental de ese mundo de asesinos, por lo que saber más sobre ella podría ayudarme a entenderlo mejor.

Seguí a Tatiana hasta las entradas del fondo que flanqueaban la tarima, y cuando atravesamos una, un pequeño pasillo nos dio paso a un enorme salón repleto de otras secciones con un buen concepto abierto. Es decir, la persona que había diseñado el interior posiblemente se había inspirado tanto en lo moderno como en lo clásico. El resultado de su ingenio estaba proyectado en un punto de encuentro fresco, acogedor y semejante a un exclusivo club de muy alto costo.

Había escaleras en forma de caracol con barandales y peldaños relucientes que reflejaban cualquiera cosa; y divisiones en un piso superior que se podía ver desde abajo y en donde la gente se encontraba en grupo, hablando y tomando algo. Unas cuantas personas sostenían copas bastante llamativas que por un instante me parecieron hechas de diamante pues la textura en forma de rombo, repartida como mosaico, relucía con cada luz que les daba debido a los movimientos de las manos que las sostenían con elegancia. Por otro lado, el resto de la gente tenía copas de vidrio bastante comunes o botellas de cervezas que cualquiera conocía.

También había una larga barra al fondo iluminada por luces que alternaban entre colores violeta, rosa y azul. Y detrás de ellas reposaban filas y filas de estantes repletos de botellas de todas las formas y tamaños.

—Este lugar es enorme —comenté, mirando cada cosa que encontraba.

—Y tan solo has visto el vestíbulo principal —dijo Tatiana, asintiendo—. Este es el bar. Puedes venir, pedir una mesa y tomar cualquier cosa que se te antoje, y cuando digo cualquier cosa créeme que puede ser de todo. Allá arriba también está la sección VIP. Digamos que tienes algunos privilegios si puedes pagar más, pero eso es para los más exigentes. Ah, por allá la gente baila. Lo que más gusta es el tecno pero a veces...

Volví a echar un vistazo a la barra y sentí que me alejaba del mundo. Alcancé a ver a un barman de rostro andrógino vestido totalmente de purpura, y tanto la música de fondo como la voz de Tatiana parecieron desaparecer para destacarlo únicamente a él. Su chaleco era de tela brillante y el largo cabello plateado le caía sobre uno de los hombros mientras preparaba una bebida con movimientos muy ágiles y perfectos. Parecía casi hipnotizadora la forma en la que sus manos, adornadas con un par de anillos, elevaban la botella al mismo tiempo que el líquido caía en un chorro impecable. Estaba concentrado en lo suyo, pero por un segundo levantó la vista y advirtió que lo estaba mirando. No aparté mis ojos de los suyos sino hasta que Tatiana soltó un: «Hey!», tiró de mi brazo y negó con la cabeza con apremio.

—¡¿Qué haces?! —exclamó. Enganchó su brazo al mío, comenzó a caminar a mi lado como si fuéramos las mejores amigas y me alejó de allí.

—¿Ah? —emití, saliendo del embeleso. Fue como si de repente me dieran un gran tirón hacia la realidad.

—Damián no te explicó nada, ¿verdad? —soltó en un tono de voz más confidencial.

—Depende. ¿Qué tenía que explicarme exactamente? No habló mucho de este sitio.

—Bueno, primero que no debes quedarte viendo a los bármanes. Suelen tener efectos peculiares en la gente. Sobre las «presas», es decir, sobre las personas que no son del noveno mes...

—Espera, ¿llaman «presas» a los que no son como ustedes?

—Como nosotros, Padme, nosotros —me corrigió detenidamente en un susurro—. Tú también eres del noveno mes, y sí, así les decimos. Bueno, como decía, los andróginos son muy atractivos y seductores porque así embelesan a las presas para atraerlas y poder matarlas. Un poco más y él habría notado que tú... —Tatiana advirtió mi cara de consternación y suspiró—. Los novenos somos todos muy diferentes, ¿de acuerdo? Algunos comparten características semejantes, pero otros tienen ciertas cualidades que los benefician. Justo así como los andróginos. Nosotros no podemos hacer eso, aunque dicen que es algo que se aprende, pero parece muy difícil... Solo evita mirarlos demasiado. No son confiables.

—Sí, definitivamente Damián no me explicó casi nada —murmuré, acoplándome ya a ese caminar al compás del suyo—. ¿Hay algún otro peligro además de ese?

—En realidad todo a tu alrededor es peligroso si no te mezclas con ello. Puedes aprender a controlarte ante los andróginos, pero te tomará un tiempo. Justo ahora estás ofuscada por lo nuevo que es para ti todo esto, pero si quieres un buen consejo, uno alejado de la presión que de seguro Damián y Poe te causaron: mientras más te resistas a esta verdad, más rápido va a consumirte.

Las palabras se quedaron en mi mente al igual que la belleza en los ojos grises del peligroso andrógino. Dejamos atrás el bar y un pasillo lo conectó con otro salón lleno de voces, juegos de azar de todo tipo, tablas en las paredes con puntajes y pantallas con transmisiones deportivas.

—Este es el Casino. Ten mucho cuidado cuando vengas aquí sola porque cualquiera intentará convencerte de que juegues, y una vez empieces las apuestas no son únicamente por dinero —expresó con detenimiento, como si fuera una advertencia.

—Parece aún más peligroso que los andróginos —murmuré, mirando una mesa de póker en donde siete personas incluyendo un par de tipos con anillos de oro y gabardinas que a simple vista lucían costosas, echaban una partida. Sus miradas por encima de las cartas eran escaldadas y cautelosas.

—Ahora que lo dices, sí. Te cobran hasta la vida en este lugar, por eso no es de mis favoritos. A Poe sí le gusta bastante estar aquí. De hecho, es un gran apostador. Tiene demasiada suerte ese condenado.

Salimos del Casino y Tatiana me mostró una sala más. Era una biblioteca, pero no cualquiera, sino la biblioteca más grande y majestuosa que había visto en toda mi vida. Los estantes repletos de libros estaban barnizados y relucientes. El olor a páginas de antaño se concentraba en el salón, y los sofás repartidos para acomodarse a leer lucían tan suaves que provocaba dejarse caer en ellos como cualquier infante.

—¿Y qué hay más allá? —le pregunté a Tatiana cuando me di cuenta de que no tenía la intención de seguir por el pasillo que aún quedaba por delante.

—Las habitaciones para quienes pagan alojamiento, las salas de reuniones exclusivas para quienes necesitan tratar asuntos delicados, los salones privados de los superiores, la tienda de armas y las mazmorras de práctica —respondió con naturalidad.

—Prácticas asesinas, ¿no?

—Sí. Si las necesitas están disponibles a bajo costo.

—Estoy segura de que no las necesitaré.

—Me parece muy valiente lo que haces —susurró, regalándome una sonrisa. En la biblioteca no había demasiadas personas, o es que estaban ocultas por las largas filas de estantes.

—¿Afrontar las consecuencias de mis actos?

—Estar parada aquí, tranquila por fuera y estallando de miedo por dentro.

—Pues la única forma de superar el miedo es enfrentándote a él, ¿no? —dije, enderezándome como si me sintiera demasiado desubicada—. Es como... como cuando le temes al monstruo del armario, lo abres y descubres que no hay nada allí.

—Pero aquí sí están los monstruos.

—Entonces será como cuando el monstruo está frente a ti y decides luchar con tu mejor almohada.

—Ay, Padme, necesitarás mucho más que una almohada...

—Según dices lo que necesito es no mirar a los andróginos, llamar «presas» a los normales y «novenos» a los asesinos, y cuidarme del casino. ¿Lo entendí?

—Perfectamente. Ah, y no busques conversar con nadie. La gente respetará tu silencio y entenderá que no te agradan mucho las relaciones sociales. Puedes hacer eso por ahora hasta que todo te sea más fácil de manejar. Y... —Le echó un vistazo a mi ropa e hizo un mohín de desaprobación—. No necesitas vestirte como si no tuvieras alma. Mira a tu alrededor. Esto está casi lleno de discretos excesos. Pasar desapercibido no significa no tener estilo, y me da la impresión de que no eres de las que carecen de ello. Tan solo mira a Poe. Sus bufandas son más costosas que tu propia casa.

—¿Tanto dinero tiene?

—Tanto dinero gana y aun así mantiene su secreto oculto. Debes evitar lo extrovertido, pero de resto date los lujos que se te antoje. Así además obtendrás respeto. El lema favorito de muchos aquí es que alguien que se ve bien, definitivamente logra hacer las cosas bien.

—Asesinos y superficiales. Curioso... —murmuré para mí misma.

Volvimos sobre nuestros pasos hasta el salón de la gran tarima. Allí nos dirigimos a una de las estancias en donde los demás estaban esperando, y tomamos lugar tal cual hubiéramos llegado a un buen club a pasar el rato.

—¿Te familiarizaste con el lugar? —me preguntó Damián con tranquilidad. Le dediqué una mirada de reproche.

—Sí, y creo que omitiste unas cuantas cosas muy importantes, ¿no? —respondí, acomodándome en el sofá—. Algo como los andróginos, por ejemplo.

Damián frunció el ceño como si no supiera de lo que estaba hablando, luego relajó el rostro y asintió.

—Ah, ellos. No lo sé, a veces algunas personas son tan irrelevantes para mí que termino por olvidar su existencia —expresó en un tono arrastrado, de puro desinterés.

—A ver si compartes el secreto para eso. A mí me pasa que estoy demasiado consciente de la presencia de los demás. Siempre hay tanta gente. Son muchas... ¿Sabían que si buscamos un número exacto hay aproximadamente 7.229.916.048 personas en el mundo? —dijo Archie con una ligera nota de nerviosismo. Tatiana a su lado colocó la mano encima de la suya y el gesto pareció tranquilizarlo un poco.

—Igual pudiste habérselo mencionado —comentó Tatiana a Damián—. Se quedó lela viendo uno.

—El efecto de los andróginos varía según la persona que lo experimenta —objetó Damián, encogiéndose de hombros—. Los que son débiles emocionalmente caen más rápido; algunos que no son tan débiles caen, pero salen de él con facilidad, y otros simplemente no sienten nada.

—De modo que como me embobé con uno, soy débil —intervine.

—No lo eres. El efecto también depende del andrógino mismo, de cuanto ha desarrollado su habilidad de atracción. Pudiste haber visto uno muy fuerte o uno muy flojo.

Poe soltó una risilla.

—Yo pensé en darte el recorrido pastelito, te habría mostrado hasta las habitaciones, pero Tatiana se me adelantó —confesó el rubio.

Entonces, una mujer con un vestido purpura de tela brillante pasó justo frente a nuestra estancia sosteniendo una bandeja plateada con una de esas relucientes copas que a mí se me atojaba hecha de diamante.

—¿Qué es eso? —pregunté, siguiendo con la mirada a la mujer que iba rumbo a otro grupo de personas. Todos voltearon a ver.

—¡Es Ambrosía! —exclamó Poe con fascinación—. Mira, existen muchísimas clases de ambrosía en el mundo, pero ese es un elixir preparado con las más puras recetas de los novenos. No hay persona como nosotros que no lo haya tomado.

—Es decir que tienes que probarlo, así serás oficialmente una novena —agregó Archie, asintiendo con la cabeza.

—¿Tengo? —pronuncié y le eché una mirada a Damián para saber qué opinaba.

—Claro, si puedes pagar una copa —dijo él con tranquilidad—. Cuesta doce mil dólares.

—¿Doce mil...? ¿Qué tiene? ¿Oro? —expresé, asombrada.

—Casi. Cada copa de cristal es echa a mano y tiene en la base unos cuantos diamantes —explicó Tatiana.

—Bueno, supongo que no seré del todo una novena —resoplé, todavía sorprendida por el costo tan alto de algo que no era demasiado grande.

—¡¿Cómo que no?! —soltó Poe, casi ofendido. Elevó una mano, chasqueó los dedos y otra mujer con un vestido purpura brillante apareció de inmediato. Sus ojos centellearon de entusiasmo cuando el rubio se inclinó para hablarle con una sonrisa deslumbrante—. Preciosa, ¿traes una ambrosía para la señorita y una botella de Macallan para nosotros cuatro? —ordenó.

—Pero creo que Padme debería primero... —intentó decir Tatiana hasta que Archie a su lado la interrumpió para exclamar:

—¡Y una bandeja de quesos! ¡Bastantes quesos!

—Yo solo quiero una cerveza —manifestó Damián con su ya usual tono glacial.

—Bien. Una ambrosía, una botella de Macallan, una cerveza y por favor tráele alguna belga, no esas porquerías baratas que saben a orina, y una bandeja de quesos para el raro fetichista que tengo aquí al lado —enunció el rubio y finalmente acompañó las palabras con un guiño—. Todo a cuenta de Poe Verne.

La mujer sonrió, se mordió ligeramente el labio y sin dejar de mirar a Poe, dijo:

—Por supuesto.

Cuando se fue, Archie suspiró y le palmeó la espalda a su compañero.

—¿He dicho que lo mejor para un pobre es tener a un amigo rico?

—En realidad, lo mejor para todos es tenerme a mí de amigo —le corrigió Poe mientras sacaba del bolsillo de su pulcro pantalón una reluciente cigarrera de metal.

—Escucha multimillonario ególatra, no olvides hacer lo que acordamos —le recordó Damián, sacándolo de su aire de ostentosidad.

El rubio hizo un gesto de que no debía preocuparse demasiado, se colocó un largo cigarrillo entre los labios y le dio vida con un lujoso encendedor.

—Apenas está empezando la noche, disfrútala —dijo el rubio después de exhalar una elegante bocanada, y luego me señaló con una expresión de complicidad—: Y tú, pastelito, después de que pruebes la Ambrosía jamás volverás a ser la misma. Eso tenlo por seguro.

No tardé en confirmar las palabras de Poe. Cuando la mujer puso la copa delante de mí, todos me miraron esperando que diera el primer paso. No era ajena a eso de salir y beber, pero una vez el líquido tocó mis labios y se deslizó por mi garganta comprendí que ninguna de mis experiencias podría acercarse en lo más mínimo a probar la Ambrosía.

El primer trago fue dulce y relajante. Fue nuevo. Fue una explosión de sabores mi boca, y se sintió como si me echara un gran sorbo de felicidad. Unos segundos después necesité otro, así que volví a llevarme la copa a la boca y comencé a ver todo con nuevos ojos: el vestíbulo era más luminoso, la gente estaba contenta y definitivamente yo lo estaba disfrutando.

—¿Y qué tal, pastelito? —me preguntó Poe esbozando su más amplia y retorcida sonrisa.

—Es... es...

—¡Es una bienvenida! —exclamó él, totalmente entusiasmado—. ¡Bienvenida, Padme! Ahora eres parte de nosotros.

—Damián, esto es... —pronuncié, mirándolo.

Quería intentar decirle a todos lo deliciosa que era la Ambrosía. Quería explicárselo a él, pero no hallaba las palabras exactas, al menos no unas que fueran suficientes. ¿Cómo podía describir tan maravillosa bebida? No había manera de hacerlo, ni de comprender qué ser había inventado aquello. Ante mis titubeos, Damián alzó un poco la comisura derecha de sus labios, se inclinó a mi lado y me susurró al oído con su cálido aliento:

—Sí, así sabe la muerte, ¿no es deliciosa?

Y por un instante lo observé como si fuéramos completamente iguales. Porque, ¿cuál era la diferencia? ¿Que él asesinaba y yo no? No estaba segura de eso, pero sí de que no tenía que preocuparme por nada más que tomar lento la Ambrosía para que no se terminara tan rápido. ¡Tenía en mi mano una copa de doce mil dólares con diamantes! Alicia se habría vuelto completamente loca al enterarse.

Eché un vistazo a mi alrededor mientras Poe servía whisky de su costosa botella para Archie y Tatiana al mismo tiempo que explicaba lo exquisito que era el Macallan, y me dije que ese sería mi nuevo mundo. Si bien era imposible no recordar que todos eran asesinos, no parecía tan terrible en ese momento. ¡Nada lo parecía! Ni siquiera Damián compartiendo el mismo sofá que yo, tomando una cerveza de nombre extraño. Y tampoco el hecho de que en algún lugar de la cabaña andaba Nicolas, porque no podía hacerme nada. No podía matarme, ni él ni nadie. ¡El mundo parecía mío después de cada trago! Por lo que tampoco me pareció una mala idea la que se le ocurrió a Poe entre risas después de un buen rato cuando todos habían entrado en calor:

—¡Vamos a bailar! —exclamó elevando su vaso.

No supe cómo llegué, pero en poco tiempo me encontré en el bar, en la pista, cubierta por aquella parpadeante luz purpura y azul, rodeada de un montón de personas, bailando a un ritmo tecno completamente nuevo para mí que hacía retumbar cuanta cosa estuviera cerca. Podía ver muchos rostros llevados por la música incluyendo a Archie y a Tatiana, a mucha gente sosteniendo bebidas, muchos cuerpos moviéndose, a Poe con un cigarrillo en la mano, con algunos rizos pegados a la frente por el sudor y con el brazo enganchado a la cintura de una magnifica mujer que le pasaba la lengua por el cuello. Y, finalmente, al fondo en donde había un sofá de cuero oscuro pude ver una elegante silueta sentada, mirándome con un aire depredador.

Los ojos de Damián estaban fijos en mí, y saberlo me motivó a moverme con mayor gusto. Ahora, después de tanto tiempo, estábamos unidos por una razón y no pensaba permitir que apartara la vista ni un segundo.

En ese instante no le temía. A la mierda con su porte intimidante y su actitud glacial. A la mierda con sus amenazas y su desagrado hacia absolutamente todo. Estábamos en el mismo nivel. Había una conexión.

Él podía ser mío.

Yo podía ser suya.

Y la Ambrosía discurría por mi cuerpo, recorría mis venas activándome hasta la piel. Me hacía pensar que tenía todo el poder del mundo, incluso sobre Damián... 

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