Zacharias Brown y La Cacería

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Zacharias Brown y La Cacería

(***)

Recordaba haber vuelto a casa a través del bosque junto a una Tatiana más alegre, un Archie más hablador y... con Damián siendo él mismo a pesar de haberse bebido unas cuantas cervezas. Sobre Poe no supe nada después de que salimos de la pista de baile. Se había perdido del mapa, y los que quedamos nos habíamos dedicado a seguir bebiendo lo que podíamos pedir a cuenta de él.

De ese modo fue que pude conocer un poco más a la manada.

Archie resultó ser como una enciclopedia friki. Lo sabía todo sobre superhéroes, mitología, ciencia ficción, videojuegos y números. Era impresionante la manera en la que de repente hacía cálculos que no tenían que ver con la conversación. Y Tatiana lo escuchaba fascinada, o, mejor dicho, enamorada, porque ella era incluso más agradable que los demás. Mucho más que el propio Damián quien se pasó la noche con una expresión amarga en el rostro y no articuló palabra alguna sino hasta que me dejó frente a mi casa y con su tono huraño dijo:

-Hasta luego.

-Te veo mañana -había respondido yo.

Luego me había dejado caer en mi cama y al día siguiente había despertado con una descomunal resaca que amenazaba con estremecer mi suelo todo el día. Eso junto a un mensaje de Eris diciendo que me esperaba en su casa para conversar sobre el tema.

El tema, por supuesto, era el de los asesinos. Así que al mediodía me encontré tocando a su puerta con la cabeza dándome vueltas. Mi única protección contra el mundo era unas gafas oscuras que disminuían cualquier tipo de luz y ocultaban los círculos violáceos bajo mis ojos.

-Vamos, sube -dijo la pelirroja apenas abrió-. Descubrí algo.

Tenía los rizos recogidos en un moño y sus ojos verdes detrás de las gafas de pasta que usaba para leer, tenían un brillo de entusiasmo.

Corrimos escaleras arriba y entramos en una habitación que si comparábamos con la mía era totalmente opuesta pues todo con Eris siempre era más simple, casi sobrio. A ella le gustaba lo minimalista y detestaba los excesos.

Se sentó de golpe en la cama sobre la que tenía un montón de libros de tapa dura y de aire antaño, y no tardé en tomar asiento frente a ella.

-Saqué estos de la biblioteca -dijo, y su voz confirmó lo que sus ojos decían: estaba algo emocionada-. Busqué primero el asunto de los mitos y las leyendas dentro de la historia de Asfil. Por supuesto, aparece la advertencia de no cruzar el lago ni el viejo roble, y oh amiga, es sumamente perversa.

-¿Qué tanto?

-Lo suficiente como para que, si se la cuentan completa a un niño, no duerma por una semana -respondió, y entonces empezó la reveló-: El viejo roble en realidad es llamado el «árbol de los colgados» porque fue escenario de una terrible masacre. Nunca se supo cómo, ni se supo quién fue, pero la tarde del nueve de septiembre de un año que no figura en ningún lado, aparecieron más de cincuenta cuerpos colgados de las ramas, todos con distintas heridas. Más allá, en el lago, también se encontraron otros veinte cadáveres totalmente desangrados flotando sobre un agua teñida de rojo. El crimen nunca fue resuelto y por esa razón se convirtió en un mito cuando la mayoría de las personas no tuvieron más que atribuírselo a espíritus malignos, brujería...

-Y en realidad fueron ellos. ¡Fueron los novenos! -exclamé, totalmente sorprendida por la información-. Pero, ¿por qué nunca nos contaron esa historia?

-Me parece que pocos la saben porque solo hay un libro que habla de ella y no explica casi nada. Aunque en internet hay cierta información con la que podríamos complementar, no es demasiada. Se reporta que el incidente salió en noticieros nacionales, pero después fue olvidado. Nadie volvió a mencionarlo.

-Y jamás pasó algo así en Asfil de nuevo, ¿cierto?

-No, luego de eso no hubo más crímenes tan espantosos, por lo que, y aquí llego a la mejor parte, un hombre graduado de la Universidad Central, un tal Zacharias Brown decidió investigar más sobre el tema y hace unos treinta años publicó un artículo en el periódico con sus descubrimientos. Intenté encontrar el artículo, pero no está por ningún lado, es como si hubiera desaparecido... sin embargo, di con que Zacharias vive actualmente en el Asilo de Asfil.

-Entonces hay que hacerle una visita al señor Brown, porque esto definitivamente no se trata de espíritus. Anoche descubrí que la cabaña es mucho más que el vestíbulo que te describí. Tatiana me dio un recorrido y es tan grande que tiene otras secciones. Además, me habló de unas personas iguales a ellos que poseen una habilidad muy extraña. Se llaman andróginos y tienen la capacidad de seducir y atraer a la gente, a las cuales por cierto les dicen «presas».

-¿Una habilidad especial? -inquirió Eris en tono curioso. Apartó un par de libros de la cama, tomó uno que estaba debajo de todos ellos y lo abrió en donde tenía una página marcada. No comprendí de qué era-. Apenas me lo contaste todo, mi primera teoría fue...

-Que estamos hablando de especímenes -completé. Ella asintió con afán y estudió la información en la página del texto.

-Naturaleza misma, nada del otro mundo.

-Definitivamente no sobrenatural -agregué.

-No, algo tan real y explicable como... como nuestros genes, podría ser.

-¿Qué crees que esté ligado a esto? -pregunté, inclinándome hacia adelante para ver lo que leía, pero ella cerró el libro de golpe.

-Lo que tengo son solo conjeturas, no lo sé. Estoy en el mismo punto, Padme. Sé desde dónde partir, pero no hacía donde, ¿me entiendes? Debemos averiguar más.

-Pues vayamos al Asilo de Asfil.

Usamos su auto para ir al asilo. A mí nunca me habían comprado un auto porque por alguna razón mis padres no consideraban que tuviera la responsabilidad para mantener uno. Pero con el de ella era suficiente, así que mientras íbamos de camino aproveché para contarle lo pasado la noche anterior sin olvidar mencionar la Ambrosía. También quedamos en averiguar sobre ello debido a lo fascinante que era, y después nuestro tema de conversación murió cuando aparcamos frente a lo que sin dudas era mejor llamar una casa hogar.

Era como una gran casona y por fuera se veía bien conservada. Estaba rodeada de áreas verdes y, gracias al cielo, no lucía deplorable.

Entramos y nos detuvimos en el recibidor. El lugar olía a casa de abuela, como si años y años de historias y vivencias pudieran mezclarse con el ambiente. Detrás del largo y bonito escritorio de madera se encontraba una mujer vestida como enfermera, y algunos ancianos deambulaban por el sitio haciendo no más que mover las piernas.

-Buenas tardes -le saludé. La enfermera que debía tener más de cuarenta años, intentó esbozar una sonrisa, pero su boca se extendió en un gesto poco agradable-. Venimos a ver a Zacharias Brown.

-¿Ustedes son familiares? -inquirió en un tono que juraría me sonó a reproche.

-No, somos estudiantes de la Universidad Central y estamos haciendo algunas entrevistas -se apresuró a decir Eris con mucha calma.

-Ah -emitió la mujer y pareció relajarse un poco-. Pensé que finalmente aparecería alguien de su familia. Intentamos contactarlos, pero no dio resultado. Me temo que no podrán verlo porque el señor Brown murió hace un par de meses.

Eris y yo evitamos mirarnos sin demostrar nuestra sorpresa.

-¿Cuántos años tenía? ¿Estaba enfermo? -pregunté, algo frustrada.

-Tenía sesenta y siete años, y se suicidó.

-¡Ah! -solté. Aquello sí que no me lo había esperado-. Bueno, supongo que...

-¿Sabe usted si el señor Brown dejó aquí algunas de sus investigaciones? Tengo entendido que escribía artículos, ¿habrá alguno? Nos serviría mucho para nuestra tesis -me interrumpió Eris, dirigiéndose a la enfermera que negó con la cabeza.

-Echamos a la basura todo lo que no era ropa, no quedó nada.

-De acuerdo -asintió Eris y me puso una mano en el hombro para que caminara hacia la salida-. Gracias por su tiempo, y lamentamos mucho lo del señor Brown.

-Hasta luego.

Salimos del asilo y avanzamos por el caminillo flanqueado por pasto. El sol estaba alto y el calor producía ligeros picores sobre la piel.

-¿Se suicidó? -inquirió Eris, frunciendo el ceño-. ¿Por qué lo haría?

-Si el articulo no aparece por ningún lado, ¿crees que revelaba algo importante? Si es así, quizás no fue...

Un siseo nos obligó a detenernos en medio de la acera. Ambas nos giramos para ver qué era, y entre arbustos y árboles observamos muy cerca de la esquina de la estructura del asilo un rostro que, semi oculto, emitía un sonido con la lengua y los labios para llamar nuestra atención. Eris y yo nos miramos, desconcertadas, y luego acudimos sin pensarlo dos veces.

Cuando nos acercamos lo suficiente, notamos que era una anciana rechoncha de espeso cabello gris. Nos observó de pie a cabeza y luego se llevó un dedo tembloroso a los labios para que entendiéramos que no había que hacer mucho ruido.

-Buscaban a Zacharias, ¿cierto? -murmuró. Su voz era senil, casi como un trémulo chasquido-. Nadie había venido a verlo nunca. Nadie como ustedes.

-Eh, sí, nosotras solo le queríamos hacer una visita. ¿Usted lo conocía? -le preguntó Eris utilizando el mismo volumen de su voz.

La anciana nos estudió por un momento con una mirada desconfiada hasta que finalmente asintió y su semblante dejó de lucir receloso.

-¿Sabe por qué se suicidó? -inquirí, pero ella negó con la cabeza esa vez.

-¡No se suicidó, lo mataron! -exclamó en un tono bajo-. No tenía razones para quitarse la vida. Excepto claro... aunque igual me lo habría dicho. Pero yo se lo expliqué a la policía y descartaron mi declaración. Sé que lo asesinaron.

-Eso es muy grave. ¿Cree que alguien, digamos del asilo, tenía razones para matar al señor Brown? -indagó Eris, embriagada de curiosidad.

-¡No! Todos lo adorábamos. Siempre escuchábamos sus historias. Era gentil, un gran hombre. ¡Estaba más cuerdo que cualquiera! Tenía muy buena salud... -respondió con una expresión de aflicción, llevándose las manos al pecho.

-¿Le habló alguna vez sobre sus artículos? -susurré y observé a nuestro alrededor por si alguien estaba cerca, pero no había nadie.

-¡Todo el tiempo! Escribía sin parar. Escribía hasta que le dolían las manos. Escribía muy bonito...

-¿Y de casualidad mencionó algo acerca de un artículo referente al árbol de los colgados?

La anciana se llevó las temblorosas y manchadas manos a la boca y ahogó un grito.

-¿Por eso vinieron a buscarlo? -musitó, paralizada por algo que podía ser sorpresa o temor.

-Vinimos porque necesitamos encontrar ese artículo -le aclaró Eris con detenimiento, pero la anciana solo cerró con fuerza los ojos y movió la cabeza de un lado a otro-. Queremos saber qué fue lo que descubrió el señor Brown sobre el suceso del nueve de septiembre.

-El... el articulo... -masculló ella, ya con lo que era un pánico indiscutible-. Él no hablaba de eso. No con los demás, pero sí conmigo. Y por esa razón lo asesinaron.

-¿Por lo que escribió?

-Creo que... sí. Decía que lo encontrarían. Decía que de nada le había servido esconderse entre la podredumbre de la vejez. Decía que como él lo sabía, no tardarían en silenciarlo.

-¿Qué sabía? ¿Usted lo sabe? -insistí.

-¡Lo que ustedes saben! -exclamó. Se puso las manos en la cabeza y la sacudió en forma de negación-. ¡Lo que yo sé! ¡Y como Zacharias me lo dijo también me matarán a mí! ¡No he pegado un ojo en todo el mes! ¡Me sacarán la lengua! ¡Me cortarán las venas! ¡Me obligarán a ahorcarme! ¡Y todos creerán que me suicidé!

-Señora, señora, escuche por favor, ¿sabe en dónde podemos encontrar el artículo? -le preguntó Eris sin alzar mucho la voz.

La anciana parecía muy angustiada y sus manos habían comenzado a temblar más.

-¡Dijo que lo enterrarían con su verdad, porque esa verdad era su mayor descubrimiento y era muy peligrosa!

-¿Peligrosa? ¿Qué tan peligrosa? ¿Sabe usted lo que decía el artículo?

-¡El peligro ha estado aquí desde hace un siglo! ¡Están entre nosotros! -gritó.

-¿Margaret?

Una voz nueva rompió la conversación. Un enfermero salió de la parte trasera del asilo y nos observó dándonos a entender que no debíamos estar allí. La anciana volteó con violencia hacia él y después volvió a mirarnos. Se fijó entonces en Eris como si apenas notara su presencia, abrió mucho los ojos y la señaló con el dedo índice.

-Lo tienes, lo sabes. ¡Tú! ¡Tú lo sabes! -soltó, y en sus ojos entornados por unas firmes arrugas detecté un miedo genuino.

-¡Margaret! ¡¿De nuevo estás diciéndole cosas a los visitantes?! ¿Ya has tomado las pastillas? -bramó el enfermero, acercándose hacia nosotras-. ¡No te escaparás otra vez!

La anciana llamada Margaret nos dio un empujón para apartarnos y echó a correr por el pasto a través de los árboles. Enfundada en unos pantalones holgados y un suéter de flores, corría a una velocidad pobre, pero lo hacía con esfuerzo. Realmente quería huir, aunque ahí no había peligro alguno, ¿o sí?

El enfermero se apresuró a seguirla y justo cuando pasó por nuestro lado preguntó en tono preocupado:

-¿Las lastimó?

-Estamos bien -aseguramos, pero él negó lentamente con la cabeza.

-Cualquier cosa que Margaret les haya dicho, no es cierta. Padece esquizofrenia y se ha vuelto algo agresiva. Vendrán a buscarla para trasladarla al psiquiátrico, pero se esmera en escaparse. Lo lamento si les hizo pasar un mal rato, tengan un buen día.

Después de eso fue tras la anciana que ya se había alejado lo suficiente como para cruzar la calle.

Eris y yo entonces nos miramos sin poder pronunciar palabra alguna. Sabía que estábamos pensando lo mismo: Margaret no estaba demente, solo conocía la verdad sobre los asesinos del noveno mes.

***

Una vez salimos del asilo nos fuimos al centro comercial.

Pasar un rato juntas estaría bien mientras, como había dicho Tatiana, evitara las extravagancias. Con Eris eso era posible. Éramos dos simples personas sentadas en una de las mesas fuera del McDonald's, sin escándalos ni alborotos, y todos a nuestro alrededor estaban tan ocupados en sus cosas que en ningún momento les pasaría por la mente prestarnos atención.

-Bueno, cuando creíamos que Asfil era el pueblo más aburrido del mundo, descubrimos esto -comenté, llevándome una papa frita a la boca-. Es muy obvio que los novenos mataron a Zacharias, así que no es mentira que te asesinan si sabes su secreto. Estás en peligro.

-Brown publicó un artículo y eso lo delató. Yo no ando por ahí diciéndole a todos que lo sé -dijo Eris mientras miraba su teléfono haciendo búsquedas en la web-. Estoy a salvo mientras nadie se entere.

-Ahora las cosas tienen más sentido, ¿no crees? Se supone que los novenos eliminan a cualquiera que sepa sobre su mundo para que este no se descubra. Eso quiere decir que lo que Zacharias Brown escribió en ese artículo del periódico treinta años atrás, no es más que la explicación y la revelación de la existencia de los asesinos del noveno mes.

Eris elevó las cejas como si hubiera tenido un gran develamiento y sus ojos centellearon de emoción.

-Y por eso no aparece ni siquiera una copia. Se encargaron de hacer como si nunca hubiera sido escrito. Dentro de todos los artículos publicados por Brown, no hay ninguno que se refiera a los asesinos, pero, ¿quieres saber sobre qué hablan los otros? -Ella alzó la mirada y yo asentí-: ciencia.

-¿Zacharias era científico?

-Era graduado en astrofísica y se destacó por proponer teorías sobre multiversos -susurró la pelirroja, inclinándose hacia adelante para que sus palabras fueran tan solo murmullos.

-Necesito que lo expliques mejor porque en este momento tanta información deja mi cabeza como la de Alicia: incapaz de entender algo a la primera.

-Mira, «multiverso» es un término usado para definir los múltiples universos existentes. ¿Has escuchado sobre «otras dimensiones» o «mundos paralelos»? Se trata de esto. Esos eran los temas que estudiaba Brown, ¿te dice algo?

-¿Brown pudo haber explicado la existencia de los novenos con bases científicas? -inquirí, completamente asombrada.

-Es lo que creo -asintió, relamiéndose los labios-. Si es así, ¿entiendes lo importante que es esto, Padme? Lo mataron porque descubrió algo grande, algo controversial.

-¿Y habrá tenido la oportunidad de unirse a ese mundo? -comenté, pensativa.

-Si la tuvo la rechazó, pero no lo creo. La oportunidad que Damián te dio es única.

-A ti te parece fascinante, claro -resoplé, girando los ojos.

Eris se reacomodó en la silla, un poco más relajada.

-¿Y a ti aún no? Ya no tienes tanto miedo, es notable.

-No -confesé, porque no había detenido a considerar aquello-. Si mis padres están a salvo, yo estoy bien. Además... creo que desde anoche empecé a verlo todo muy distinto.

-Me parece buenísimo, porque eso no te iba a conducir a ningún lado. El miedo impide vivir, lo arruina todo; es siempre la más grande piedra en el camino.

-Por supuesto, y si ya no tenemos que preocuparnos por que nos maten, debemos concentrarnos en hallar el artículo -expresé.

Como si estuviera haciendo un análisis rápido, recordé cada una de las palabras que había dicho la anciana en el asilo. Estaba muy alterada, tanto que había dicho algunas cosas sin sentido, y manifestaba un gran miedo porque ella sabía absolutamente todo.

-Margaret sabe qué dice exactamente el artículo, pero se la llevarán al psiquiátrico -dije-. Hacer visitas allí es más complicado.

-No podemos contar con ella, no nos lo dirá. -Eris suspiró-. Hay que seguir investigando. Puedo ir a la biblioteca y revisar los registros, y tú puedes hacer el intento de preguntarle a Damián qué ha ocurrido antes con las personas que descubren el secreto.

-Bueno, es claro que están muertas -respondí con obviedad.

-Sí, pero, ¿también tuvieron dos opciones? A lo mejor hubo algún escándalo, y a lo mejor fue el de Brown. Hay que indagar.

-De acuerdo -acepté y me dediqué a comer el resto de las papas que quedaban. Un momento después advertí que Eris se me había quedado mirando fijamente, y con la boca llena pronuncié-: ¿Qué?

-¿Tatiana no te dijo que no era necesario que vistieras como un cuervo? -me preguntó, entornando los ojos.

Sí, llevaba unos jeans negros y un suéter oscuro.

-Ajá, ¿y qué pasa? -contesté con un dejo de indiferencia.

-Que no sé qué esperas para comprar ropa nueva. Ese no es tu estilo y si lo sigues usando tu madre definitivamente notará que pasa algo. Pareces un espíritu que falleció trágicamente en un accidente y aun no nota que está muerto.

-¡Primero que no llame la atención y luego que tampoco sea tan simple! ¿Cuál es el jodido problema con este mundo? -bufé, llevándome de golpe las papas a la boca como si tuvieran la culpa de algo.

-No lo sé, pero si en verdad quieres mantener a raya a tu madre debes buscar un punto neutro, un equilibrio, y así pensará que todo está normal -comentó y se encogió de hombros. Luego esbozó una sonrisa de esas que reflejaba cuando se le ocurría algo-. Y si me dejas ayudarte, tengo el estilo perfecto para ti.

Lo pensé por un momento. Sí, los novenos tampoco iban por la vida pareciendo emos a punto de suicidarse. Tenían muy buen aspecto, ¿por qué yo no podía tenerlo también? Jamás había sido tan desinteresada con mi apariencia y si existía la posibilidad de mejorarlo...

-¡Bien! Gastemos mis ahorros en esto.

Recorrimos la mayoría de las tiendas del centro comercial en busca de la ropa adecuada. Eris lo tenía bien claro pero yo no, y el asunto de comprar se volvió nuevo para mí, incluso cuando ya lo había hecho muchísimas veces antes. Pero en ese momento cualquier cosa se sentía como una nueva experiencia, como si apenas llegara al mundo y tuviera que aprender las costumbres.

Me encontré con muchos vestidos que usaría, pero los dejé atrás. Sustituimos los colores vibrantes por tonos más neutros, más elegantes, y después de un par de horas ya tenía lo que Eris asumía que era suficiente para empezar. Eso hasta que recibí un mensaje de texto de Damián que me avisaba que se reunirían en la cabaña a las seis para pasar un rato, y la pelirroja consideró que aún no estábamos listas para dejar de comprar.

Ella me aconsejó entonces vestirme de una vez porque no faltaba más que media hora para que dieran las seis e ir a mi casa a cambiarme sería una pérdida de tiempo. De manera que nos quedamos en una de las tiendas y dentro del probador me puse algo que ella misma había escogido.

-Creo que se parece a lo que usaban en la película Grease -comenté desde el interior del probador, metiéndome en el pantalón-. ¿Sabes? Cuando ella dejó de ser una buena chica y empezó a cantar que necesitaba un hombre...

-No me digas que vas a cantar que necesitas a Damián -soltó ella desde afuera entre algunas risas-. Ya sal, déjame mirarte.

-Bien.

Cuando aparté la cortina y me contemplé en el gran espejo que había afuera, me sorprendí. La tela del pantalón era de cuero y solo había usado algo tan ajustado una vez en una fiesta retro de la secundaria que me había hecho sentir capaz de resaltar tanto como Alicia, pero eso no podía compararse con la ropa elegida por Eris.

Con el conjunto me sentí atractiva y decidida, y admití que lucía como la mayoría de las mujeres que había visto en la cabaña: imponente, fuerte, lista para manejar cualquier complicad asunto que se me presentara.

-Sí, definitivamente puedes ser una novena con estilo -dijo Eris, examinándome con una amplia sonrisa en el rostro-. Es sexy y moderado. Pero... has dicho que casi todos usan gabardinas, ¿no? Así que falta una -añadió y cogió algo que reposaba a su lado sobre la butaca de espera. No supe qué era hasta que lo extendió: una larga y elegante gabardina color vinotinto con grandes botones negros-. Con esto todo combinará a la perfección. Si te la dejas puesta lucirás aristocrática, pero si te da calor y te la quitas, lucirás como si pudieras cortar cuellos en un segundo.

-Es maravillosa, en serio, ¿te he dicho ya que eres increíble con esto? -solté, mirando la prenda de arriba abajo.

-Sí, pero podrías repetirlo más a menudo -bromeó mientras me ayudaba a ponerme la gabardina.

Una vez terminado con eso no supe en qué momento los escogió, pero apreció con un par de botas negras que me hacían recordar a esos rudos motociclistas que salían en las películas. Claro que esas eran una versión femenina y se amarraban y se ajustaban al pie sin verse enormes, y concertaban con todo lo demás.

Para finalizar dejé que Eris hiciera con mi rostro lo que considerara adecuado. Normalmente usaba maquillaje, algo modesto como un simple brillo labial; así que cuando la pelirroja me avisó que había terminado y miré mi reflejo, demasiadas cosas me cruzaron por la mente: ¿esa persona había estado siempre en mí? ¿esa con ojos ahumados, labios cincelados de un ligero color rosáceo y con el largo cabello negro recogido en una perfecta coleta que otorgaba elegancia y protagonismo? Esa era una Padme distinta, sí, pero, ¿era la que había salido de una vida normal para entrar en otra muy diferente?

Sí, era una Padme sin miedo.

Era una Padme con valor.

Y podía verme formando parte de los asesinos. Podía adaptarme y poner límites. Ya ni siquiera veía necesario pensarlo demasiado: viviría de acuerdo a las reglas de los novenos, las cuales ya no parecían tan drásticas.

-Te ves maravillosa, definitivamente no como una chica buena -comentó Eris detrás de mí, adoptando la pose de un pintor al mirar su obra reflejada en el gran espejo.

-¿Tú crees...?

-¿Que a Damián le guste? -completó con cierta picardía-. Mira, ese hombre sentirá hoy lo que nunca ha sentido por ningún cadáver.

-¡Si lo dices así parece todo muy repugnante!

Ella soltó una carcajada.

-¿Qué? ¿Todavía no podemos hacer bromas sobre todo esto? ¿Es muy pronto? Bueno, ya tenía preparadas algunas -expresó y se encogió de hombros.

-No tiene que gustarle a él -resoplé mientras me reajustaba la gabardina frente al espejo-. Con que me guste a mí y sea adecuado para los novenos, es suficiente.

-Sí, ¿y con qué cara me piensas negar que no te gustaría que Damián te dijera que estás hermosa? -soltó ella, mirándome con una expresión divertida y curiosa.

-Con ninguna, porque no me lo imagino diciendo algo así. Creo que primero se corta un testículo antes de decir algo agradable.

-Bien, esperemos que no llegue a tales extremos -comentó, reprimiendo una risa. Luego miró la hora en su celular-. Ya son las seis, puedo dejarte cerca del bosque porque me pasaré un rato por la biblioteca. Tengo pase para quedarme hasta tarde.

-De acuerdo. Ten mucho cuidado y no hagas preguntas ni siquiera a la bibliotecaria. Recuerda que la persona que menos creemos puede ser un asesino del noveno mes.

Ella asintió totalmente consciente de que debíamos ser muy cuidadosas, porque como había dicho Margaret: ellos estaban entre nosotros.

***

Esa vez atravesé el bosque con ayuda de la linterna de mi celular, pues la noche estaba más oscura que nunca. Y no sucedió nada de lo que mis absurdos temores me habían hecho creer que podía pasar, por lo que ya sentía que le comenzaba a agarrar confianza al caminillo. Claramente no olvidaba el asesinato, pero me esmeraba por apartar las imágenes de mi mente que en ocasiones se presentaban de manera furtiva con intención de perturbarme.

Llegué a la cabaña y en el vestíbulo principal la gente estaba congregada. Apenas se veía el escenario con el telón arriba y el podio en el centro, lo cual daba la impresión de que alguien se pararía allí y que todos estaban esperando. Pero no tenía idea de quién podría ser, o si en verdad pasaría eso.

Me dediqué entonces a buscar a alguien de la manada y me abrí paso entre la multitud mirando rostros, ropas y tratando de reconocer alguno. Había demasiadas gabardinas, demasiadas bufandas, demasiadas chaquetas y ninguna era de cuero como las que Damián usaba. Intenté pues dirigirme hacia las estancias para comenzar a buscar allí, pero me quedé helada en cuanto lo vi.

Aquellos ojos azules, aquel cabello perfectamente peinado, aquel rostro... el asesino de la gabardina violeta: Nicolas.

-La última vez que te vi lucías muy diferente -dijo.

Estaba frente a mí y sonreía como si le hablara a un compañero de siempre, como si no hubiera matado nunca en su vida, y esa profunda tranquilidad me inquietó.

-Sí, yo... compré ropa nueva -logré decir.

Intenté no titubear, pero la garganta comenzó a arderme.

¡No me falles ahora, cerebro!

-¿Cómo es que te llamas? Por más que intento recordar si hemos hablado con anterioridad, no puedo. Sería absurdo no habernos presentado antes, ¿no crees? -comentó. Su voz era muy clara y tenía un tono peculiar, profundo, distinguido.

-Fue hace mucho tiempo, la verdad. Muchísimo tiempo que nos conocimos -mentí. Él asintió.

-Entiendo. Y bien...

-¿Qué? -solté con dificultad, como si tuviera algo atorado en la garganta.

-Tu nombre, ¿cuál es? -repitió con detenimiento.

-Ah, sí, es Pad...

-¡Pastelito! -La voz de Poe llegó a mis oídos como coro de ángeles. Se acercó y con un brazo rodeó mi cintura, situándose a mi lado. En ese momento su contacto fue un alivio. Sonrió ampliamente, miró al asesino como si apenas notara su presencia y le dijo-: ¡Ah, Nicolas! ¿No estarás soplándome el bistec? ¿Eh?

-¿Qué clase de expresión es esa? -preguntó Nicolas algo confundido.

Poe soltó una risa muy moderada.

-Que si no estarás coqueteando con mi chica -aclaró el rubio.

-¿Sales con ella? -inquirió el asesino con un gesto divertido.

-Bueno, yo diría que es más que salir juntos -expuso Poe, aproximando su rostro al mío. No me moví porque sabía que debía seguirle el juego. Él entonces me observó con deseo como si yo fuera un exquisito platillo, y luego se volvió hacia Nicolas-. No sabría cómo explicártelo, pero esta preciosidad me pertenece. Eso no lo dudes.

-Está dicho -asintió Nicolas y nos echó una mirada curiosa antes de decir-: Los veo luego.

-Gracias -susurré cuando el asesino se perdió de vista.

Pensé que Poe iba a soltarme, pero no lo hizo; todo lo contrario, me apretó la cintura y acercó sus labios a mi oreja.

-No fue un acto de bondad, pastelito. Nicolas es un sanguinario y tú muy obvia. ¿Sabes lo mucho que me molesta que otro se encargue de lo que a mí me llama la atención? Una vez alguien asesinó a una chica que a mí me fascinaba, y eso me molestó demasiado porque quería ser yo el que viera la vida escaparse de sus ojos, el que la viera gemir de dolor... -susurró con aquel tono perverso que podía caracterizarlo.

Le di un disimulado empujón y me aparté en cuanto pude.

-Qué asco, Poe, de verdad, qué asco. Pensaré que lo que acabas de hacer fue un buen acto porque somos de la misma manada, ¿sí? -solté, reacomodándome la ropa.

Él me observó de arriba abajo y yo le respondí con una mirada severa. Viéndolo bien, esa noche parecía más que nunca un tipo al que no le faltaba absolutamente nada, pues llevaba un traje muy informal como si apenas hubiera salido de su importante trabajo de empresario en una gran corporación.

Me pregunté entonces cómo se mantenía, ¿a punta de apuestas? ¿o en verdad tenía un empleo? Sin dudas era un par de años mayor que Damián, pero lucía igual de joven, extremadamente guapo con su cabello dorado despeinado a la perfección.

-Me gustaba ese aire inocente que tenías ayer, pero debo decir que este te queda... magistral -opinó, guiñándome un ojo tan gris que semejaba al cielo nublado-. ¿Cuál es la razón de este súbito cambio?

-Ninguna, es solo para acoplarme mejor. -Me encogí de hombros-. Mejor dime, ¿en dónde están los demás?

-Nos están esperando, así que permíteme guiarte -contestó entre risas y extendió su brazo derecho hacia mí para que pudiera tomarlo. Lo dudé por un instante, pero luego terminé por engancharme a él, ¿qué más daba?

Avanzamos hacia una de las estancias que estaban a cada lado de la sala. No supe si era la misma del día anterior porque todas eran iguales, y porque cuando había una mayor concentración de personas todo parecía cambiar.

Una vez llegado, Archie y Tatiana estaban allí sentados en el gran sofá. Damián estaba más hacia la esquina, absorto mirando el vacío, y no me notó sino hasta que Poe soltó:

-¡Miren lo que trajo la marea!

Y me obligó a dar una vuelta para que la manada me observara. Damián no lo disimuló, me inspeccionó de pie a cabeza y por un instante pareció desconcertado, hasta que finalmente relajó el rostro y volvió a lucir impasible.

-Me encanta tu gabardina -comentó Tatiana, sonriendo con satisfacción.

-Sí, bueno, tomé consejo -confesé.

-Damián, aquí tienes a tu dama, la acabo de salvar de un zamuro llamado Nicolas -le dijo Poe, y entonces volvió a hacer de las suyas.

Me soltó y me dio un empujón que me llevó a caer sentada sobre Damián. Sus manos inmediatamente me tomaron por la cintura para que no perdiera el equilibrio y, sorprendentemente, una corriente extraña me recorrió el cuerpo. Me quedé rígida por un momento y no por el hecho de estar encima de él, tampoco por el hecho de que su agarre fuera firme o porque estuviéramos tan cerca que podía percibir su esencia masculina, sino porque su expresión en ese instante fue nueva, casi de confusión, como si tener a otra persona de ese modo fuera algo novedoso para él.

¿Qué acaso jamás había sostenido a una chica?

Para mi sorpresa Damián frunció el ceño de repente, me hizo a un lado y me dejó caer en el sofá. Quedé algo aturdida y escudriñé su rostro en busca de alguna aclaración, pero volvía a ser inescrutable. ¿Le molestaba tenerme cerca o qué? ¿Tanto le desagradaba?

La risa de Poe se escuchó burlona y me sacó de mis suposiciones.

-¡A ver si para la próxima la cuidas tú! -exclamó y señaló a Damián-. O me lo tomaré como que está disponible para alguien más.

Acompañó lo dicho con un guiño en mi dirección.

-Yo no estoy disponible para...

El rubio me interrumpió, se pasó la mano por el cabello y luego llamó a una de las meseras vestidas de purpura.

-Trae una botella de Champagne y cinco copas -le ordenó cuando la mujer se acercó con apuro, viéndolo como si quisiera desnudarlo en ese preciso momento-. Ya sabes a cuenta de quién.

-¿Y qué vamos a celebrar? -preguntó Damián, hermético.

-Que ya no somos cuatro sino cinco -respondió Poe, tomando asiento y esbozando una sonrisa de completo orgullo-. ¡Que el pastelito oficialmente es Padme Gray, nacida el nueve del nueve!

-¿Padme Gray? ¿Tú escogiste el apellido? -inquirí. No sonaba mal, pero sin dudas era muy diferente a mi apellido anterior.

-Sí, ¿qué puedo decir? Soy un gran admirador del personaje de Oscar Wilde, Dorian Gray -contestó él, encogiéndose de hombros.

-No entiendo cómo lo haces -comentó Archie, reajustándose las gafas que hacían juego con la camisa de Spiderman que llevaba-. ¿No se supone que los registros están vigilados?

-Sí, los vigilan para que ningún extraño meta las narices en donde nadie los llama, pero he ahí el punto mi querido amigo: yo no soy un extraño.

-Solo se acuesta con la dirigente -soltó Damián, delatándolo.

-Pero, aunque no me acostara con ella, maldito amargado, tengo contactos e influencia -aclaró Poe, echándole una dura mirada a su compañero, pero Damián solo giró los ojos y se dedicó a mirar hacia otro lado.

-¿Con Gea? ¿No te da miedo ella... en la cama? Es tan intimidante -expresó Tatiana, haciendo un gesto de desagrado.

Poe levantó un dedo y negó con la cabeza.

-Mira, yo soy el que da miedo en la cama, ¿de acuerdo? -le dijo con sumo detenimiento-. ¿A ti no te da miedo Archie con todas esas alergias y esos mocos que le cuelgan de la nariz cada vez que estornuda?

-¡Ya no tengo tantas alergias! -refutó Archie, exaltado, y miró a su novia buscando apoyo-: ¿Verdad que no?

-No, mi héroe, ya no -le consoló Tatiana, y cuando él dejó de mirarla complacido, ella me susurró-: Sigue teniendo muchas.

Reprimimos las risas y de repente una voz femenina se oyó en todo el vestíbulo. Alguien había hablado y unos altavoces ubicados en alguna parte permitían que todos le escucháramos. Alcé la cabeza buscando el origen del sonido y lo hallé al fondo, en la tarima.

Una mujer estaba posicionada detrás del podio. Su rostro era nuevo para mí. Era hermosa. No, más que eso era magnífica. Tenía una ondulada y voluminosa cabellera rubia como el sol; una piel tersa y morena, y un porte elegante. Desde mi posición podía observarla muy bien y lucía imponente gracias al vestido que se le ceñía al cuerpo.

-¿Quién es ella? -pregunté, esperando que alguien respondiera.

-Es Gea -contestó Tatiana, dedicándole una mirada suspicaz-. La dirigente.

-¿Dirigente? -inquirí, atando cabos-. ¿La dirigente con la que Poe...?

-Sí, sí, es ella. No necesitas hacerlo público -intervino el rubio, girando los ojos.

-¿Y qué hace la dirigente exactamente? -pregunté, tratando de no sonar demasiado curiosa.

-Es una líder -explicó Archie, contento de proporcionarme alguna información, no importa sobre qué fuera-. Existen cuatro superiores y una dirigente. Los superiores se encargan de este lugar, de los registros, del control de acciones por parte de los novenos, y la dirigente se ocupa de dar las ordenes. Se cambia cada cinco años y no cualquiera puede llegar a ser dirigente, es algo así como una monarquía hereditaria. Todos los que han sido dirigentes provienen de la misma familia. Es una de las pocas reglas establecidas para mantener una sólida base de liderazgo. No hay nadie por encima de Gea que pueda manipular este mundo, y por eso se le debe respeto.

-¡Ah! Tienen hasta un presidente -murmuré.

La mujer entonces volvió a hablar y el lugar se silenció por completo. Toda la atención recayó sobre ella y su voz sonó imponente cuando comenzó a pronunciar lo que parecía ser un gran anuncio:

-Como ya sabemos se acerca nuestro cumpleaños y haremos la maravillosa Cacería. Me complace entonces anunciarles que este año será diferente. -Hizo una pausa muy corta y luego elevó las comisuras para formar una sonrisa templada-. Estamos acostumbrados a celebrar la Cacería aquí en Asfil de forma independiente, cada quien por su lado hace lo que mejor le parezca y luego presenta su comprobante de cumplimiento, pero gracias a nuestros semejantes y socios este año la disfrutaremos en conjunto. Nuestros ancestros solían organizar una gran Cacería cada año en la que todos debían participar, pero dichas costumbres tuvieron que cambiarse por el riesgo que corrían de ser descubiertos. Desde que fui nombrada dirigente he querido retomar esta tradición sin que haya peligro alguno para nosotros, y hoy puedo decir que he logrado organizar un magno evento. La convocatoria, bien, es en general. El siete de septiembre viajaremos a la espléndida mansión Hanson en donde la Cacería se llevará a cabo tal y como solían hacerla antes, y estará disponible no solo para nosotros, sino para todos aquellos que en el mundo hayan nacido el noveno día del noveno mes. Pondremos a su disposición el cronograma de viaje, los requisitos y las pautas. Verificaremos asistencia y de no ser posible su ida, deberá ser bien justificada. Espero así que consigan magnificas presas y que la celebración sea grata para todos ustedes.

Seguidamente se alejó del pedestal y desapareció entre la multitud de voces que ya comenzaban a escucharse más fuertes.

Lo de la celebración me dio un mal presentimiento, pero no lo tenía muy claro, aunque una pequeña idea acerca de lo que realmente se trataba me dio la impresión de que no era nada bueno.

-¿Qué es la Cacería? -inquirí.

Archie se apresuró a responder. Algo me decía que le gustaban mucho mis preguntas.

-Es lo que hacemos en nuestro cumpleaños. El primero de septiembre cada uno debe encontrar a una presa, es decir, a una persona. La retenemos hasta que llega el noveno día y la soltamos en el gran jardín junto a las presas de los demás, luego vamos por ellas y las asesinamos de la forma que deseemos -explicó con un brillo de emoción en los ojos, como si fuera algo muy natural-. Algunos son creativos y ponen trampas para que las presas caigan; otros las torturan; otros les hacen creer que podrán huir, pero en realidad ninguna presa se salva. Esa es la Cacería: una matanza maravillosa.

Automáticamente me levanté del sofá, abrumada, pero tan rápido como lo hice Damián a mí lado me sentó de un tirón en el brazo.

-¡Qué horrible! -exclamé, intentando digerir lo que había escuchado-. ¿Y eso es obligatorio? ¿Viajar es obligatorio? No creo poder ser parte de eso.

-Pero si ya eres parte de este mundo, pastelito -intervino Poe entre sus risillas siniestras.

-Sí, pero eso de matar no me va -solté-. No pueden obligarnos.

-No, no pueden, pero es una molestia tener que justificar por qué no asistirás. Te hacen un montón de preguntas y no creo que quieras comprobar cuan efectivo es un noveno para dar con la verdad -añadió Poe, completamente relajado en el sofá con los brazos extendidos y una pierna encima de otra-. Incluso creo que te vigilan por unos días para saber si todo concuerda con tu justificativo. Así que resulta ser totalmente obligatorio, y no es un problema porque nadie quiere perderse la Cacería.

-¡Para mí sí lo es, no me molestaría no ir! -exclamé.

-Ya cállate -bufó Damián como si tuviera punzante dolor de cabeza y mi voz le hiciera doler los oídos-. ¿No puedes dejar de ser tan ruidosa por un momento? Me aturdes.

-Hay un escándalo en este lugar y te aturdo yo -resoplé-. Pues no, ¡no puedo callarme!

Me alejé a zancadas de la estancia y traté de abrirme paso entre la gente para poder salir. De repente me faltó el aire y la cantidad de personas junto al sonido de todas sus voces, me abrumó. Apresuré el paso y atravesé la puerta de entrada. La realidad pareció difusa hasta que salí de la cabaña y el penumbroso bosque y su frescura nocturna me recibieron.

No comprendía cómo tomaban tan a la ligera el hecho de asesinar, y por ello el sinfín de dudas regresó a mí. Ya no estaba tranquila, ya no parecía que pudiera encajar fácilmente. ¡Volvía a parecerme una vida totalmente distinta! Porque era sencillo si solamente debía fingir ser una novena, pero, ¿matar? ¿Unirme a una masacre?

¡Eso era! Si la Cacería significaba asesinato en masa, ¿lo ocurrido en el árbol de los ahorcados había sido una? Cuerpos colgados de las ramas, cuerpos flotando en el lago... Y eso era precisamente lo que pensaban hacer para su cumpleaños -que ahora también era el mío-, unirse y matar.

Me recargué en el tronco de un árbol a esperar que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Exhalé y cerré los ojos con fuerza, tranquilizándome, atando cabos para poder explicárselo a Eris en cuanto pudiera.

Desplegué los párpados y contemplé a Damián ante mí.

¿Cómo puede moverse tan silenciosamente? Como si sus pasos fueran fantasmas...

-Ah, te gustan las salidas dramáticas -dijo.

Podia ser una broma, aunque no lo sabía por lo poco que expresaba su rostro.

-Las personas como tú, ¿no tienen sentimientos? -le pregunté herméticamente.

-Bueno, lamentablemente, los humanos tenemos sentimientos -afirmó, encogiéndose de hombros-, pero las personas como yo tenemos formas distintas de demostrarlos.

-Es que hay algo que no comprendo -espeté, negando con la cabeza-. ¿No sienten remordimiento? ¿Culpa?

-Me parece que el remordimiento es eso que experimentas cuando crees que hiciste algo malo, ¿no? -respondió, pensativo, rascándose la barbilla en un gesto inconsciente-. Sí, los novenos no pensamos que matar sea un crimen, pensamos que es lo mejor que podemos hacer, así que no lo sentimos -agregó con suma tranquilidad-. Para ti sí está mal porque las personas como tú tienen ese absurdo concepto de que alguien es «malo» si le quita la vida a otra persona, pero la vida es algo que todos pierden de cualquier modo. Seamos asesinados o no, vamos a morir.

-Así que el tener unos cuantos muertos encima no te quita el sueño -señalé, tratando de entenderlo sin abrumarme.

-A mí nada me quita el sueño, Padme. Nada. Las preocupaciones, la culpa, son sentimientos de los que estoy exento. -dijo, y luego me estudió con curiosidad-. ¿Por qué valoras tanto una vida ajena?

-Pienso que la vida de alguien es algo... importante, y mucho más si se trata de una persona inocente.

-¿Y qué te asegura que son inocentes? -inquirió. De repente, esa pregunta me dejó sin respuesta-. ¿Estás completamente segura de que la gente no tiene ni un mal pensamiento hacia alguien o que no han deseado por un instante que otra persona deje de existir? -Se acercó unos cuantos pasos a mí, como si me quisiera estudiar desde más cerca-. La inocencia es tan solo la falta de conciencia sobre algo. Creo que hay un momento de la niñez en el que todos somos inocentes porque no sabemos nada sobre la vida, pero al descubrirlo dejamos de serlo. Nadie es inocente, ni siquiera tú dentro de tu ingenuidad.

-¡Ah! ¡Ingenua! Según tú soy ridícula, tonta, débil y ahora ingenua -refuté, tratando de no perder la poca paciencia que sentía que tenía en ese momento-. ¿Te has visto a ti mismo, Damián?

-¿Qué tengo que ver de mí? -preguntó con desinterés.

-Pues creo que deberías comenzar por notar que eres un maldito asesino -bufé.

-Eso es algo que ya sé, y por como dije, no me parece que sea un defecto -expuso y le restó total importancia.

Quise estampar la cara contra un árbol. O estampar la cara de él. Lo que sucediera primero.

-¡Agh! -solté, frunciendo el ceño-. Piensas que todo lo que tú haces está bien, y lo que yo hago está mal.

-¿Y no es eso mismo lo que tú piensas respecto a mí? Solo has dicho: asesino, maldito asesino, asesinas personas, asesino. -rebatió, ya con un tono más amargo-. Si crees que repetirlo me hará sentir mal, estás equivocada porque me siento muy a gusto con mi naturaleza.

-¡Por supuesto! Tú si estás tranquilo porque este es tu mundo y yo soy la que debe acostumbrarse a él, aunque no quiera. Yo soy la que debe dejar todo atrás de la noche a la mañana sin emitir ni siquiera una queja, ¿no es así? ¡Tú si puedes dormir en paz mientras yo apenas puedo pegar un ojo por el miedo! -descargué con los puños apretados y la mandíbula tensa por el disgusto.

-¡¿Para qué me seguiste, entonces?!

-¡¿Por qué no me mataste?!

El pecho me subía y bajaba por la ira. A él también. Estaba agitado. Estábamos furiosos.

-Te di opciones, Padme, y tú... -rugió, pero le interrumpí.

-¡Dos malditas opciones que eran una peor que la otra y lo supieras si tuvieras aunque fuera un mínimo gesto de empatía! ¡Pero eres como todos los que están adentro de esa maldita cabaña, un animal!

-¡Sí! ¡Lo soy! Y ahora tú también. Métetelo en la cabeza. Que tu maldito mundo para ti esté bien y el mío no, no es mi problema -bramó. Sus ojos parecieron más oscuros, más intimidantes, pero me mantuve firme-. Deja de ser tan ingenua y acepta la realidad: las personas como tú son tan repugnantes como nosotros. Ustedes van por ahí lastimando de muchas formas, ocultándolo y luego dándose golpes de pecho. Abre los ojos y ve la hipocresía de la que estás rodeada, porque al menos estos animales no fingen ser lo que no son -gritó. Se dio vuelta mientras se pasaba las manos por el cabello. Me quedé quieta, jadeando, y permanecimos así en silencio por un minuto hasta que él, quizás más calmado, habló-: Te di una oportunidad por esto mismo. Crees que en el mundo hay personas buenas y personas malas, pero no es así. En el mundo solo hay personas y todos estamos propensos a hacer mal y bien; y creo, no, estoy seguro de que no puedes morir llevándote esa absurda idea de que esta miserable existencia está dividida en dos. Las personas como yo, tal y como lo dices, somos lo que la hipócrita humanidad no es capaz de ser libremente, pero que sí es en el interior. Somos esa necesidad oculta de dañar, esa voz en lo más profundo de la demencia, de la perversión, de todo lo que logra asquear a las mentes cuadradas. Eso, exactamente eso somos, porque la palabra «asesino» nos queda muy pequeña considerando todo lo que logramos representar. Así que no puedes juzgarnos sin saber lo que las personas como tú ocultan, porque te aseguro que no sabes absolutamente nada de lo que, en secreto, la gente «normal» piensa y hace.

No pronunció más y se dedicó a mirar hacia otro lado. Supuse que en ese instante éramos dos puntos de vista distintos, dos ideales diferentes, dos mundos opuestos. Poco a poco la ira se disipó, al menos la mía, porque él seguía luciendo disgustado.

-Crecí con la idea de que asesinar está mal, y tú con la idea de que está bien -murmuré.

-Todo está muy mal, ¿verdad? Es porque este es un mundo forjado a mentiras, a cosas que no se deben hacer pero que se hacen. ¿Es muy difícil de comprender para ti? -expresó. Me froté la cara con frustración.

-Me esfuerzo por entenderlo, pero cuando parece que lo logro, algo me dice que no, que esto es mucho más grande que fingir ser otra persona -manifesté, bajando la vista y fijándola en un grupo de ramas que había en el suelo-. Todo fue tan repentino. Pensé que podía adaptarme, pero no es sencillo ver cómo para ustedes la vida es una carnicería. -Di un paso hacia él y busqué su mirada. Sus ojos que centelleaban de molestia, cambiaron y pasaron a lucir más mansos-. Joder, Damián, para ti es fácil matar, para mí no y no deseo hacerlo. ¡Sé que no debí haberte seguido en un principio! Entiendo mi error, lo asumo, pero, ¿no comprendes tú que para mí esto es tan nuevo que asusta?

No respondió. Hundió las manos en los bolsillos de su chaqueta y dio unos cuantos pasos de un lado a otro, como meditando. Finalmente, sin mirarme dijo:

-Yo lo entendí desde un principio, pero no podía darte todo el tiempo del mundo para que lo asumieras, debíamos resolverlo de inmediato y eso hemos hecho. Poe puso tu nombre en los registros y no hay vuelta atrás. Creo que puedo encargarme de tu presa, pero tendrás que ir a la Cacería -dijo, no muy contento al pronunciar las palabras-. Y será solo esta vez que me ocuparé de lo que a ti te corresponde porque veo que intentas acostumbrarte al cambio, pero no volveré a hacerlo. Debes tenerlo claro, Padme, este ya es tu mundo y no deberías resistirte a él. -Lo oí suspirar con cansancio-. Escucha bien. No somos diferentes, aunque te esfuerces en verlo así. El problema es que no quieres caer en la realidad. Te gusta mucho tu propio mundo en el que existe la justicia, la gente buena y en donde los malos no tienen derecho a hacer nada más que pagar por sus errores. Te gusta ese mundo que no existe, ¿cierto? Bien, mientras no salgas de él tú puedes ser el mismísimo cielo si quieres, pero yo seguiré siendo el infierno y siempre estaremos en guerra.

-Voy a casa -me limité a decir.

No me detuvo, pero tampoco se alejó. Me siguió entre la oscuridad del bosque y no pronunciamos palabra pues sabíamos que estábamos enojados el uno con el otro. Pude haberle gritado más, pude haber aprovechado el momento para decir más, exigir más, pero al recordar que él pudo haberme matado y no lo hizo, comprendí que merecía mi silencio.

Sin embargo, Damián tuvo razón en algo que no había dicho directamente. Quizás no sucedía ahora, pero tarde o temprano tendría que dejar de fingir para ser completamente como él y como todos los que habían nacido el noveno mes. Tendría que llegar a eso que todos los novenos compartían: matar.

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Muchas gracias por leer mis historias.

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