𝗜𝗜𝗜. ━ Hunting Grounds.

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♛ 𝗜𝗜𝗜. TERRENOS DE CAZA ♛
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( 274 d.C. )







El AMOR es una decisión, es una promesa que ni la muerte puede romper... Al menos, de eso hablaban las criadas mientras la arreglaban para la mañana. En un momento trajeron a colación la imagen de Briella en un futuro día de bodas, de cómo sería cuidar un pequeño cachorro de la leona, y todas se derritieron al unísono. Todas Sean mujeres mayores y conocían a Briella desde que era una pequeña al cuidado de Tywin Lannister... pero no la conocían lo suficiente para saber que ella aborrecía las charlas sobre el amor.

El amor genuino era rara vez un espacio donde las necesidades se satisfacían al instante, donde los sentimientos gobiernan al corazón... Soñar que el amor resolvería los problemas o regalaría un estado de dicha solo por los sentimientos involucrados era una fantasía. Si el amor fuera solo un sentimiento, no habría base para la promesa del amor eterno, pues los sentimientos vienen y van. ¿Cómo puede una leona asegurarse de que algo como el amor sería eterno, cuando los actos de amor no implican una decisión unánime?

¿Qué podía esperar Eddard Stark de Briella, que no fuera amor, durante los breves intervalos de tiempo que compartirían en el torneo?

El lobo solo obtendría una horrible agudeza sobre los sentimientos, ocultas tras una sonrisa que la leona perfeccionó desde que Tywin le enseñó a mentir. Conseguiría un breve vistazo de una mente afilada que la condenaba a la astucia. Y de regalo, una inusitada capacidad del discurso optimista que lo mantendría entretenido.

—Estamos teniendo un lindo día, ¿no?

—Si, el cielo se encuentra despejado.

—A pesar de las palabras de vuestra casa, os sienta muy bien el verano.

—No tengo muchos conjuntos en este estilo...

Briella estaba intentando sugerir algo de charla para hacer de la salida un momento menos incómodo del que ya era. Eddard Stark solo daba silencio, y de vez en cuando una vaga respuesta, pero siempre la estaba escuchando y la miraba a los ojos con sus atentos ojos grises.

A veces, los animales jugaban con sus víctimas, y era lo más cercano a la compasión que podían ofrecer dada su naturaleza. A veces, Briella temía que fuera más animal que mujer, pero eso estaba bien cuando se estaba en un mundo donde solo los fuertes sobrevivían.

—Espero que el ambiente del torneo esté siendo de vuestro agrado —volvió a presionar a la charla—. He visto a mi cuñado y vuestro amigo Robert, parecen disfrutar de las prácticas antes del combate cuerpo a cuerpo.

—Así es Robert —suspiró—. Siempre listo para estampar su cabeza contra cualquiera.

—Son muy buenos amigos.

—Lo conozco de toda la vida. Es un hermano.

Eran un par tan disparejo como ellos dos. Si su compromiso hubiera sido con el Baratheon, quizá no tendría la misma paciencia para compartir tiempo con él. Eddard era más suave en temperamento, y no le hubiera gustado que fuera de otra manera. Briella no sabía mucho acerca de Robert, pero lucía audaz, exuberante, un guerrero hábil y apuesto... lo último concluido solo porque en el transcurso de pocos días lo vio disfrutando de mucha atención por diferentes mujeres. Robert era lo que Poniente admiraba en un joven señor, y tal vez más. Como cabeza de la Casa Baratheon desde que Lord Steffon Baratheon y Lady Cassana Estermont fallecieron en la Bahía de los Naufragios hace un par de meses, no se esperaba una actitud diferente de él.

¿Quién era Briella para juzgar cuando se trataba de manejar el dolor de una pérdida?

Ella era un genio de la tristeza, desenredando sus hilos hasta que no había nudos a la vista. ¿Quién podría recordarla llorando tras el destierro de su hermano Terrowin o la muerte de Joanna? Nadie. No había recuerdos de algo que nunca sucedió. No existía un intervalo para la debilidad cuando se dejaba atrás a tres niños sin madre y un padre destrozado por la pérdida.

Nunca dejaría de llorar a su tía Joanna porque nunca dejaría de amar la tía cariñosa que era. Todo lo que podía hacer era amarla y emularla, viviendo con audacia, espíritu y alegría. El amor familiar era todo lo que Briella había conocido, todo lo que Joanna Lannister valoraba.

A diferencia del amor, el dolor era para siempre. No desaparece; se vuelve parte de la gente, paso a paso, aliento a aliento, y se tiene que vivir con ello.

Quizá Robert, en el fondo de todas las mujeres y los barriles de cerveza, también lo sabía.

Lo que aparentemente no sabía era de discreción y darle espacio a su gran amigo Ned.

Robert Baratheon intervino entre ellos minutos después mientras divagaban por los terrenos del torneo. Su gran espalda actuó como una pared que logró cubrir el cuerpo del Stark casi por completo. La rubia esperaba que el lobo fuera recibido con un abrazo brutal por parte del venado coronado, pero en cambio parecía que Robert tenía algo entre sus brazos que le impedía hacerlo. Como no podía ver por encima de la pared de músculos, Briella rodeó el cuerpo de Robert hasta que estuvo nuevamente junto a Eddard.

Lo que vio hizo que arrugara la nariz.

Robert sostenía entre sus brazos a su hermano bebé: Stephen Baratheon, envuelto en una manta verde bordada con venados dorados.

—Briella, que oportuna —bramó Robert con un tono poderoso que la puso enferma.

—Yo lo llamaría conveniencia si llegáis después que yo —se cruzó de brazos y levantó una ceja.

—Verás, me dirigía a la carpa donde están las mujeres para ver si alguna tendría el gusto de cuidar a este hermoso muchachito —explicó mientras mostraba al bebé. Briella ya estaba molesta por la fachada de saberlo todo a la que apuntaba la narración—. Pero ya que estás aquí...

Y Briella podía predecir adónde quería llegar.

—¿Qué hay de vuestros hermanos?

—No me gustaría que Stephen adoptará el ceño de Stannis —argumentó Robert—. Y Renly es muy pequeño, lo dejaría como a un juguete.

—Robert, no creo... —intentó hablar el norteño, pero fue interrumpido bruscamente.

—¡Disparates! Es su deber, ella es...

"¿Señora de Colmillo Dorado, la Leona del Alba, última Domadora de Bestias?", ninguno de esos títulos surgiría de la respuesta.

—¡Lady Briella, Domadora de Bestias!

—Gracias a los siete —la rubia dejó escapar un suspiro que pronto camufló al carraspear, buscando el origen del llamado. Era el mayordomo de Colmillo Dorado—. ¿Qué sucede?

—Son los Leones de la Roca, mi señora —informó el mayordomo jadeante que acababa de desplazarse entre el ajetreo en busca de su señora—. Las bestias están hambrientas y la partida de caza se encuentra con las manos llenas al tener que alimentar a todos los invitados del torneo.

—Pensé que el día de ayer se resolvió el asunto —refutó con la cabeza ladeada, incrédula.

—El rey no deseó esperar y pidió que su familia se alimentara con esa carne.

—Ya veo... Lo solucionaré. Puedes retirarte.

Cada día le surgirán nuevos motivos para aborrecer a la familia real.

A pesar de que su cabello estaba trenzado en una cómoda trenza, el resto de su atuendo carecía de suavidad; mostraba poder y regencia en la espera de que se presentara un imprevisto. Un corsé de cuero marrón hacía juego con sus pantalones, sus costados decorados con espirales dorados, presionando sobre una blusa color amarillo pálido con mangas largas y botas preparadas para caminar sobre el barro. Con su vestido rasgado el día anterior, tuvo cuidado de dejar sus mejores prendas para las justas, el baile y la cena final en Roca Casterly.

Una vez se marchó el mayordomo, Eddard habló.

—¿Qué piensas hacer?

—No hay mucho que pueda hacer al respecto —respondió sin más, apoyando una mano contra su mejilla al no encontrar otra solución que no fuese la más obvia—. Necesitan comer. Ellos cazarán su comida conmigo o sin mí.

—¿No eres la Domadora? ¿No puedes decirles que se aguanten al almuerzo? —inquirió el venado.

El comentario de Robert fue tan imprevisto que el propio bebé pareció callarse para contemplar la barbaridad dicha por su hermano mayor.

—Me tengo que ir —Briella se giró hacia su prometido, restándole importancia al Baratheon y la criatura entre sus brazos. Cualquiera pensaría que lamentaba irse... Su expresión de tragedia y la forma afectiva en la que tomó la mano de Eddard entre la suya darían la impresión indicada.

Empero, se trataba de la excusa perfecta. Nunca había evadido sus responsabilidades, pero si se presentaba una mayor que ponía en riesgo a los invitados de la alta clase... Tywin no podría alegarle su fuga al bosque.

La tristeza en el exterior, la felicidad en su interior; ambas emociones equilibradas se desvanecieron con la implicada caballerosidad del Stark al ofrecer ir de caza por los alimentos de sus leones. Cubrió su mano con la de él y no preguntó: el lobo hizo una promesa que derrumbó su balance. Antes de poder alegar cuando él se desprendió de sus garras, sintió un nuevo peso entre sus brazos.

Un escalofrío corrió por su columna cuando los ojos diminutos de Stephen quedaron fijos en ella. Se tensó: un movimiento en falso y lo dejaría caer. El cervatillo tenía el cabello negro como sus hermanos y reflejos gris decoraban las ventanas de sus ojos, sin una coloración particular por ahora. Aunque deseara quitarse el peso de los brazos, a su alrededor ya no había quien lo recibiera. Lord Baratheon y el segundo hijo de los Stark ya estaban buscando sus caballos, mientras Briella apenas con un brazo libre logró chiflar por sus leones. Loren y Lann nunca estaban lejos de ella.

—¡Estaremos de vuelta prontamente! —exclamó Robert, acompañado de un guiño que dirigió a su amigo quien rodó los ojos en respuesta.

—Realmente no hay necesidad de que hagáis esto —intentó intercalar Briella, pero Eddard fue demasiado rápido para Briella y ya estaba doblando la curva de su siguiente oración.

—Es mi deber aliviar vuestros problemas.

Eddard le sonrió por primera vez, su sonrisa acompañada por la risa de Robert en la lejanía.

Flanqueada por las bestias intentó seguirles el paso a ambos hasta la salida del campamento, pero en un momento dado solo pudo verlos huir. Meció al bebé que empezó a llorar al asustase por el temblor en la tierra que ocasionaron los caballos. Los leones no le dieron tanta importancia a Stephen Baratheon y ella envidiaba ese desinterés.

...Y de repente, detrás de ella, escuchó la metafísicamente abrupta llegada del príncipe dragón. Sintió que podría matarlo por irrumpirle el pensamiento donde estaba dibujando una solución. La leona volteó y lo miró con un silencio lleno de odio, tenso, su mente ya escuchaba la voz que él usaría para decirle algo aireado u otra orden. Él le sonrió desde el otro lado del campo y ella lo odió. Sus ojos de jade estaban doloridos al imaginar la imprevista continuación.

—Mi señora, radiante como siempre —saludó Rhaegar en lomos de su caballo blanco en armadura—. Gracias por la comida de hoy, dijo la Mano que vos escogisteis los jabalís.

—Dígale eso a mis leones —usó su mentón para señalar a las criaturas—. Se suponía que esa carne era comida de ellos, Alteza.

El mayordomo sabía bien: las bestias ya estaban salivando por sus alimentos.

—Parecéis angustiada —observó Arthur Dayne, su capa blanca volando sobre su espalda con la ligera brisa que lo rodeaba.

—Lo estoy —respondió—. Soy Domadora de Bestias, no de estómagos. Mi deber es alimentarlos, pero me han dejado encargada de este.

—¿El bebé? —Habló Arthur.

—Si. Este —obvió Briella sin entender dónde se había equivocado o porqué el caballero compartió una sonrisa con el príncipe—. Es mucho más fácil encontrar a un animal en el bosque que a alguien de confianza para cuidarlo. Si algo le llegara a pasar, cae en mi la responsabilidad.

—Entonces permitidnos acompañarla en la cacería —sugirió Rhaegar. Luego miró a Ser Arthur—. ¿Estamos ocupados, Ser?

—¿Hoy? ¿Cuándo en unos días tendrá lugar la justa en la que participará y por ende necesita reponer sus fuerzas del viaje? No, para nada, mi señor —contestó Ser Arthur Dayne.

—Está decidido.

—No puedo aceptar vuestra ayuda, Alteza...

—Bueno, como bien dijisteis, no somos amigos... —recapacitó en voz alta—. Entonces será una orden dejar que le ayudemos, Lady Lannister.

Un último vistazo a sus leones hambrientos fue lo necesario para ceder su orgullo y aceptar una orden del príncipe dragón.

Rhaegar Targaryen recibió a Stephen en brazos en lo que Briella se montaba atrás del corcel. El animal estaba mejor vestido que ella en ese momento, con armadura negra, rubies decorando las riendas y una pechera con el dragón tricéfalo. Ilusamente no esperaba que Stephen acabara otra vez en sus brazos, pero así fue cuando Rhaegar retomó las riendas. Su gestó de recibimiento debió ser brusco pues los hombres de la capital volvieron a reírse antes de incitar al galope.

La distancia cambiaba por completo cuando se recorría el mundo a pie, por lo que estar detrás del príncipe a caballo hizo que las millas de bosque de su infancia se sintieran como una brisa.

El mundo era enorme de manera que solo ella y el pueblo del oeste podían apreciar la historia de la tierra. El día que nació Briella, las bestias indómitas que reclamaban esos bosques hicieron ríos de sangre en su honor. ¿Podían sus leones sentir esa sangre derramada mientras corrían en la vanguardia del grupo?

Sin embargo, la vida también adquiría una pulcra simplicidad cuando se estaba en bosques como ese. El tiempo dejaba de tener sentido. Compromisos, obligaciones o deberes; sin ambiciones especiales y solo los deseos más pequeños y menos complejos; era un tedio tranquilo, serenamente más allá del alcance de la exasperación.

No tenía sentido apresurarse porque en realidad no iban a ninguna parte. Mientras hubiera algo que cazar, ese era su camino. Por lejos o por mucho tiempo, siempre estarían en el mismo lugar: el bosque. Los bosques tenían una singularidad sin límites. Cada curva en el camino presentaba una perspectiva indistinguible de cualquier otra, cada vistazo a los árboles era la misma masa enredada. Por lo que sabían, su ruta podría describir un círculo muy grande y sin sentido.

—¿Cómo va el pequeño Baratheon? —El peliplata miró por encima de su hombro. Rhaegar no presionó la pregunta al no recibir respuesta, contemplando a Briella estar tan inmersa en el paso de los árboles a su alrededor. Cuando se percató de él, Rhaegar repitió la pregunta y añadió—. No me gustaría que se mareara. Mi hermano Viserys sufre mucho las distancias largas.

Stephen parecía bien, aunque el príncipe instauró un nuevo miedo de verse envuelta en el vómito del infante. Era curioso cómo un bebé podía poner en marcha las cosas, como podía dirigirlos sin haber desarrollado el habla, cambiando la dirección de tres jóvenes adultos que abarcan más títulos que la mayoría de los individuos.

—Yo lo veo tranquilo.

—¿Y usted, Lady Lannister? —inquirió Ser Arthur—. ¿Se encuentra bien?

—¿Ustedes están viendo al frente o me están viendo a mí? —espetó Briella.

—Yo solo estoy cabalgando hasta que me digan que pare —se defendió con buena actitud.

—Yo te estaba siguiendo a ti —alegó el dragón con el mismo humor sereno.

Al mirar sobre el hombro de Rhagear, Lann ya se encontraban en posición de caza.

Con un gesto de su dedo índice sobre sus labios les indicó que guardaran silencio. De la misma manera en que Briella montó el caballo, desmontó, pero esta vez no pudo hacerse responsable de Stephen. Como su leona, Lann esperaba que Briella estuviera cazando a su lado.

En cuclillas caminó al lado del león con la melena clara. Mientras permanecía agachado, su cola se movía como un metrónomo y sus garras recogieron la tierra al sentir la aprobación de Briella con una caricia sobre su melena. La zona frente a ellos tenía un aro de luz casi perfecto sobre sus cabezas, creado por los árboles que extendían sus ramas entre ellos intentando alcanzarse. El aro de luz ponía en evidencia a una manada de ciervos.

Tras soltar su caricia del león, Lann salió disparado de entre los arbustos y dispersó a gran parte de la manada. De un salto se coló sobre la grupa de una cierva y se agarró de donde podía con garras y las dagas afiladas que tenía por colmillos. Poco a poco fue escalado hasta alcanzarla del cuello, donde la puñalada fue tan voraz que la presa dejó de resistir y se arrojó al suelo. Una vez forcejeando sin tantas bestias alrededor, Briella vio su oportunidad. Se puso unos guantes de cuero que guardaba en su bolsillo y caminó en cuclillas.

Estando delante sacó una daga dorada de su bota que usó para rematar el cuello de la cierva.

Lann el Astuto seguía aferrándose con fuerza a la presa, pero Briella le gruñó —de la forma animal que debía hacerlo, desde la garganta—, para apartarlo. Lann fue obediente y retrocedió unos pasos, relamiendo la sangre en su hocico.

La leona permaneció ahí un momento, observando a la presa y restregando su mano alrededor para impregnarla de su olor. Se levantó y retrocedió unos pasos para indicar que ya había acabado. Lann no aguardó más y empezó a comer. Briella se permitió sonreír al quitarse los guantes.

¿Dónde estaba Loren?

Mientras Lann se daba un banquete, Rhaegar y Ser Arthur llegaron a su lado. Ninguno de los dos pareció asqueado.

—Fue increíble —aplaudió el príncipe. Briella jamás lo había visto tan emocionado, sus cejas hasta arriba y boca en una curvatura sonriente mientras examinaba al león—. Es muy bueno.

—A diferencia de las hembras, los machos están acostumbrados a cazar por su cuenta. Pueden fallar, pero Lann nunca lo hace —respondió.

—Como Lann el Astuto, ¿no?

Briella asintió como una madre orgullosa.

—Nada mal —añadió Arthur—. Yo pensaba que solo los tenías para jugar con una bola de estambre.

—Me alegra haber apaciguado vuestra curiosidad.

El Targaryen tomó una bocanada de aire antes de volver a entregarle a Stephen.

—Esto es perfecto. Cualquier mancha de luz solar en un bosque te mostrará algo sobre el sol que nunca podrías obtener leyendo sobre astronomía.

Rhaegar suspiró profundamente y se arrojó —una pasión en sus movimientos que merecía la palabra— sobre la tierra al pie un roble partícipe de donde se filtraba el sol por las hojas. Amaba, debajo de toda la transitoriedad, sentir la columna vertebral de la tierra debajo de él.

Briella se quedó allí, mirando al príncipe. En sus brazos, Stephen todavía estaba bien. No mucho después dirigió su mirada hacia Ser Arthur sin cambiar su expresión de extrañes.

—¿Siempre es así?

—Te acostumbras —le contestó.

El caballero tenía más que razón, aunque no lo supiera. Parte de la tarea que le encomendó Tywin Lannister era hacerle a la idea, de acostumbrarse a él, meterse bajo su piel y provocar su locura. Pero cuanto más miraba, más comprendía lo que Arthur quería decir. Había algo tan mágico y pacífico en Rhaegar que invitaba a la tranquilidad y la reflexión sobre la vida misma.

—Déjame ayudarte con él —de repente, el caballero estaba tomando al bebé de sus brazos. Arthur tuvo cuidado de no hacerlo llorar, asegurándose de que sus frías huellas permanecieran sobre la manta para evitar el contacto directo. Arthur se sentó junto a Rhaegar y colocó al bebé Baratheon en el césped donde podía observarlo—. Descansemos un poco, pequeño Señor.

Stephen extendió sus diminutas manos para alcanzar el sol que escapaba entre las hojas.

Bajo la luz del alba, no parecía tan tedioso.

Ninguno de ellos lo parecía.

—Lady Briella —llamó el Targaryen—. Le ordeno que disfrute un momento con nosotros.

Con la misma cautela a la que se acercaba a cualquier situación, Briella Lannister se acostó al otro lado de Rhaegar. Apoyó sus manos contra su vientre en un intento de relajarse. Una profunda bocanada de aire la llevó a cerrar sus ojos.

Le dolían los brazos por los recuerdos. El último bebé que sostuvo entre sus brazos se trató de su primo Tyrion. Nadie en Roca Casterly estaba dispuesto a tomarlo, ni siquiera su propio padre. Briella adoptó la responsabilidad de sostenerlo cada día y noche sin descanso. Tyrion tardó mucho más que cualquier otro bebé en levantarse por su cuenta debido al tardío desarrollo de sus piernas. Con el tiempo, sus brazos se entumecían, pero tenía que seguir. Después de la experiencia nunca más quiso volver a cargar un bebé.

—No tienes que hacerlo todo por tu cuenta —la voz de Rhaegar la sacó de sus pensamientos. Era cálida, comprensiva. Nunca imaginó que vería su rostro reflejado en una mirada tan compasiva—. Si necesitas ayuda solo tienes que pedirla.

—¿Pedir ayuda a quién? —mofó—. ¿Al príncipe en su torre de marfil?

—De hecho, es piedra roja pálida.

Después de eso, ella le lanzó una sonrisa que el dragón encontró sorprendentemente entrañable y encantadora con la cantidad justa de vergüenza.

Era sorprendente lo bien que ambos herederos podían contener las emociones incluso en los momentos más oscuros del dolor. Pero entonces llegaba un gesto amable, el hallazgo de una flor que apenas brotó el día anterior; de repente los muros se derrumbaban. La leona subestimaba el impacto de incluso los más pequeños actos de bondad, como un toque, una sonrisa, una palabra amable, un oído atento o un cumplido genuino, que con demasiada frecuencia tenían la capacidad de cambiar la vida para siempre.

—Nunca pensé que conocería a alguien como tú...

Las palabras de Rhaegar fueron un susurro, interrumpido antes de que Briella se perdiera en ellas por el rugido de un león.

—¡Suelta el jabalí, animal del demonio! —exclamó una voz conocida.

El trío se puso de pie rápidamente, al igual que las orejas de Lann. Sin embargo, no tuvieron que irse a ningún lado pues las quejas e insultos se acercaban a ellos. La Espada del Alba tomó al bebé y le cubrió los oídos. Así, en el instante que de entre los matorrales apareciera Robert Baratheon jugando al tira y afloja contra Loren el Valiente, el escándalo fuera menor. Eddard emergió de entre los mismos arbustos con más calma. El Stark estaba regañando a Robert al llamarlo necio y terco por pelearse contra uno de los leones de Briella.

Loren estaba ganando la batalla contra Robert, usando toda la fuerza de su mandíbula para jalar al jabalí en la dirección donde se encontraba su leona. Llegados a sus pies, soltó el agarre, haciendo que el Baratheon se desestabilizará y quedara en frente de una irritada Lannister.

—Tengo algo que te pertenece —le reclamó de frente, su ceño fruncido.

Empero, le cedió a Stephen con delicadeza.

Igual que su homologo, Loren aguardo las órdenes de Briella para empezar a comer.

—Estábamos cazando cuando de repente apareció el león —habló Eddard tras colocarse al lado de su prometida—. Intenté decirle a Robert que se trataba de uno de sus leones, pero es demasiado terco cuando quiere ir de caza.

—Tiene la melena más espesa y oscura, además que sus músculos son más grandes —Rhaegar se agachó para detallar a la criatura comer—. Es más terco que Lann, de seguro.

—¿Sabe distinguir a mis Leones de la Roca?

—Por supuesto. Son importantes para vos.

—Alteza —saludó Eddard Stark. Por educación, Robert imitó el gesto. Entre tanta gente no se sintió cómodo para dirigir al grupo, entonces le habló solo a Briella—. Es hora de que regresemos, la gente debe estar preocupada con nuestra ausencia.

Al regreso, Briella compartió montura con Eddard, pero ir detrás del dúo de Desembarco del Rey no sació su curiosidad con respecto al príncipe. ¿Lo había entristecido su decisión?

El campamento no cambió desde que se fueron, pero los caminos de todos volvieron a dispersarse.

—Gracias por intentar cazar para mis leones, Eddard —agradeció—. Fue un gesto noble.

—¿Podrías... podrías llamarme Ned?

—Está bien. Hasta mañana, Ned —se río.

Briella pensó que los problemas se desvanecerían por el día cuando llegó a su alcoba... Como siempre, era mucho pedir. Los leones se abalanzaron sobre los amplios almohadones en el suelo, pero a Briella la detuvo un llanto que venía de la puerta adyacente: la habitación de Cersei. Entró con cautela, y de camino hasta la cama donde lloraba su prima pisó un dibujo. Podía tratarse la reina Alysanne y el rey Jaehaerys Targaryen montados en un dragón, pero tras un análisis fugaz y minúsculo comprendió que se trataba de Cersei detrás de Rhaegar.

Cuando apenas era una niña, Lord Tywin le había prometido a Cersei que se casaría con Rhaegar. Ella no tendría más de seis o siete años. Ahora tenía dieciséis y se trató de una promesa que ni todo el oro de Roca Casterly podía cumplir.

Al parecer, su tío Tywin ya le había contado que el rey rechazó la propuesta del compromiso.

—Sécate esas lágrimas. ¿Alguna vez has visto a una leona llorrar? —habló Briella al sentarse al borde de la cama—. Tu padre te buscará otro hombre y será mucho mejor que Rhaegar.

—¡Lo sabias y no me dijiste nada! ¡Debí parecer una ilusa, una niña! —chilló, arrojando una almohada contra la pared e irrumpiendo a puños otra—. ¡Yo no quiero a otro hombre! ¡Lo quiero a él! ¡Solo a él para ser una reina! Ahora no tendré doncella ni marido.

—Detente, Cersei. ¿A qué te refieres? —interrogó, agarrándola con fuerza de la muñeca para que dejara de forcejear contra su alcoba.

Ante la impotencia, Cersei se echó a llorar más fuerte. No lágrimas delicadas y femeninas, sino una explosión de sollozos desordenados con la cara roja. Los sentimientos de libertad más terribles, hermosos y sorprendentes que experimentaba siempre eran bajo el cuidado de Briella.

Briella secó la cara de la menor con su manga, manteniendo a Cersei envuelta en un abrazo.

—Dime qué sucedió, Cersei.

—A Melara la ha matado una bruja... —lloró.







NOTA DE AUTORA:

Voy a volver a invernar 😂🤙🏻 Consejo de escritora: no se amarren a una idea porque así dejan de actualizar la historia. En un principio planeé que fueran todos juntos de cacería, pero era mejor fragmentarlos de esta manera.

Me gustaría comentar algo, pero siento que son muchas cosas que decir... ¡Entonces díganme que les pareció el capítulo, con confianza!

En el siguiente empieza el Torneo 🎉

Cualquier voto 🌟 comentario 💬 es apreciado 💌 ¡Digan NO a los lectores fantasma 👻 para mantener esta historia actualizándose 💛

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PUBLICADO: 10 / 09 / 2022

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