01.1: Trompetas y clases de verano.

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“TROMPETAS Y CLASES DE VERANO”

Van dos días desde que Heigh-Ho dejó de escucharse en su habitación por las mañanas. Ahora, Avery despierta con el sonido estruendoso y nada rítmico de la vieja y poco usada trompeta de Jude Jones-Rise que, con poca experiencia, insistió en ser la alarma para los niños Yves apenas la noche pasada.

Se levanta de la cama con una molestia intensa en el cuerpo. Su torso y brazos duelen por las clases de gimnasia y otras varias que toma por obligación en el colegio de tipo escocés y, pese al dolor, se permite estirar para no tener el cuerpo más agarrotado durante el día. Recorre la habitación hasta la ventana, abierta para dejar escapar los malos sueños, y logra divisar a Jude recorriendo el jardín hasta la casa de Sebastian.

La finca de los Yves nunca ha sido de su agrado, ni siquiera en esas mañanas donde despierta y quiere aferrarse a algo. Le gusta la vista, el clima y el territorio, que le da la libertad de caminar por los alrededores con Octavio, su pez, y con Sirius y Octavio Patas, sus perros. Pero se siente solo, pese a que las casas están cerca y los desayunos que hace Jude una a los menores todas las mañanas; se siente frío, pese a que los elfos domésticos que no ha podido ver nunca, mantengan las chimeneas encendidas esas terribles noches; y no se siente en casa, pese a que viva ahí desde su nacimiento.

—Avery —la voz de su padre traspasa la puerta y hace que camine rápidamente hasta ella, para alcanzarlo y tratar de retenerlo con ella. Abre la puerta de golpe y el hombre, vestido con túnica y cargando un maletín a simple vista pesado, le da el pensamiento de que realmente no podrá retenerlo con ella aunque sea un rato—, ¿Dormiste bien, Ave?

—Sí —miente. Siente una punzada de culpabilidad y la tentación de decirle la verdad la recorre, preguntándose si así él consideraría quedarse en casa, pero se niega, porque su trabajo es importante y le da un techo sobre sí y de esa manera ayudan a sus abuelas. No es correcto, se dice, y sus pesadillas no son más que temores de niños—. ¿Y tú?, aún es muy temprano para ir a trabajar, ¿No? Llegaste ayer.

—Me alegro, Ave —sonríe, bastante cansado. No ve a su madre por ahí, tampoco percibe el sonido de su presencia; entiende que su padre debe estar escondiendo ese hecho, por la manera en que cubre el umbral de la puerta—. Sé que llegué ayer, pero me necesitan en San Mungo de nuevo... Ya sabes cómo son las cosas. Trataré de llegar antes de que vayamos a Londres por tu hermana.

Asiente, disgustada, más no haciéndolo visible; o, sino, siendo ignorada con destreza—. ¿Y mamá...? Dijo que me llevaría a la biblioteca después de clase para ver el tablero de las clases de verano.

Su padre sonríe con tristeza. Mala señal. La señal de que debe sonreír y asentir en acuerdo aunque no lo esté, porque sabe el esfuerzo que deben hacer día con día para la comunidad mágica; a la que ella no pertenece. Aún así, sonríe y ladea la cabeza, resignada.

—Sabes cómo son los aurores... —ahí está la razón que temía; ni siquiera se trata de su madre decidiendo por primera vez en lo que va del año, hacer las compras o hacer pedidos para una cena que compensará todo el tiempo fuera—, mandaron una lechuza en la madrugada. Tú madre llegará antes de que hagamos el recuadro familiar.

Vuelve a asentir—. Está bien —no lo está, pero mejora cuando su padre le da un beso en la frente y en sus ojos parece haber un atisbo de promesa para un futuro prometedor—, cuídate.

—También tu, Avery. Te amo —si antes estaba disgustada, todo se disipa tan pronto pronuncia aquello. Luego, podría quejarse de ser tan susceptible—. Pídele a Jude tu desayuno, cariño; que te vaya bien en tu último día.

No dice más, porque lo podría retrasar. Su padre le da una última mirada y se va, con el maletín causando una leve inclinación hacia la derecha. Cierra la puerta y decide ir a bañarse para ese bendito último día en que irá a la escuela.

Tarda poco dándose un baño, porque no le gusta tener retardos; aunque, ciertamente, no está en su poder controlar los horarios de su primo Sebastian y su prima Morgana, que no se preocupan demasiado si van tarde al colegio. El uniforme es aburrido y anticuado: consta de una blusa color crema de mangas bombachas y largas, con las muñecas adornadas de olanes y cerrada hasta el cuello, y de una falda gris hasta los tobillos, con estampado a cuadros pequeños. Por supuesto que si quiere darle color, únicamente cuenta con el abrigo, que es un suéter de lana a botones color verde bosque que le recuerda a los que usa su abuela Mary.

Se coloca los botines negros dando zancadas y toma su maletín del escritorio junto a la puerta. La casa está en silencio total, lo que le causa ansiedad. A Avery nunca le ha gustado el silencio, ni la tranquilidad entera, hasta ha de decir que preferiría estar en el establo a permanecer ahí –que es decir mucho, porque no le gusta el olor que éste despide ni los pelos de los animales en su ropa, o el heno, que le causa además picazón.

Da un golpe suave al colgante de cristales que hay en el pasillo, para acompañar su salida con sonido, que es rápida para no distraerse y así evitar estar más tiempo ahí del necesario. Al salir, divisa a Jude entrando a la edificación principal de la finca, en donde desayunan siempre.

Camina rápido hasta allá donde, nuevamente, reina el silencio, señal de que ni Morgana ni Sebastian están listos. Se dirige al comedor dando pequeños golpes a las paredes con su puño, tratando de hacer sonido conforme camina. Al llegar, Jude Jones-Rise está colocando los platos y los cubiertos en la mesa, con los auriculares de su Discman puestos; desde el umbral del salón, Avery distingue el sonido de su música.

No es hasta que Avery ha tomado asiento enfrente de donde ha puesto un plato, que el joven rubio repara en su presencia, con un sobresalto. Jude se quita los auriculares, dejándolos alrededor de su cuello. Aún puede escuchar la música.

—Me vas a matar un día de estos, Avery —dice, llevando su mano derecha al pecho, con tranquilidad. Lo ha asustado solo un poco, por lo que se limita a sonreír con inocencia—. ¿Dormiste bien?

Encoge los hombros. Jude sabe que no es de muchas palabras y que, cuando habla, no es explícita; no obstante, el hombre sigue insistiendo, como siempre que está con ella:

—Yo no comprendo las señas, Ave, tendrás que explicarme.

Avery suelta un suspiro—. No tuve pesadillas, pero tampoco tuve sueños bonitos —su mano agarra el tenedor que está en el espacio y comienza a jugar con él. Jude pausa su Discman y recarga los brazos en la silla, viéndola con atención—. No sé, eso solo... Me hizo despertar varias veces.

—En la cena te haré un té para ayudarte a relajar, ¿Qué te parece? —Avery le sonríe, agradecida y entusiasta con la idea, y asiente—, bien, trato hecho. Ahora, los elfos no tardan en traer el desayuno... Les pedí panqueques con moras, para terminar bien la escuela.

—Al fin algo bueno —confiesa. Jude enarca las cejas ante sus palabras, invitándola a explicarle—: mamá no me llevará a la biblioteca a ver el tablero de clases de verano. Tiene trabajo, al igual que papá.

El marcado tono triste y rencoroso le estruja el corazón.

—¡Ah, eso! Pues... —intenta encontrar algo que decirle, para animarla, pero no halla las palabras adecuadas. Tras unos minutos viendo la mueca que intenta ocultar su tristeza, da un aplauso que la hace sobresaltar por el escándalo repentino—. ¿Qué te parece si yo te llevo?

—Siempre eres tú el que nos lleva a todos lados —murmura, con su mano sosteniendo su cabeza, en un gesto de cansancio por el hecho.

—¡Ooooh! Pero yo nunca te llevé a la biblioteca —replica, sin perder el ánimo por la negativa de la niña, viendo de reojo cómo la comida llega a la mesa por obra de algo invisible: magia, por supuesto, ese algo que nunca verá—, además, lo mío viene con oferta: te llevo y me anoto contigo a la clase que quieras.

A Avery se le escapa una risa que rápido oculta—. ¿Y si decido entrar a ballet? —lo reta.

—Pues te sorprenderá, pero siempre quise ir a ballet —responde, con una sonrisa altiva—. Aún así, es imposible que escojas ballet, porque no te gusta bailar y menos te gusta convivir.

—Bien, entonces acompáñame —acepta, más alegre—, pero, por favor, no llegues tarde... —lo último es pronunciado como con súplica, porque no quiere una –otra, cancelación.

Coloca tres panqueques en su plato y más moras de un cuenco sobre ellos. Jude alcanza la miel de maple por ella y le agradece en voz baja. Si antes estaba disgustada y triste, ahora Avery tiene un sentimiento cálido en el pecho.

—¡El último en llegar hace la tarea del otro! —grita, indudablemente, su prima Morgana. El fuerte ruido de sus pasos se escucha al instante y luego un golpe sordo; Morgana es quien se asoma primero en el comedor—, ¡Ja...! ¡Aye, panqueques!

Segundos después, es Sebastian el que entra. Tiene una mano sobre la boca, que sugiere que se ha golpeado en la zona. Jude los mira con reprobación, a la vez que niega múltiples veces con la cabeza.

—Si el fantasma de Elena Yves le llega a decir a sus abuelas que estaban armando alboroto, están muertos —los apunta con su dedo, amenazando. Morgana y Sebastian asienten, pero todos en el fondo saben que tarde o temprano harán algo y que Jude Jones-Rise tendrá que dar la cara por ser su responsabilidad cuidarlos—. Así que apurense a comer... No habrá retardos el día de hoy conmigo como vigilante.

Jude llega al colegio a tiempo para recoger a los niños Yves. Aún así, se sorprende un poco al ver a los tres chicos compartiendo una banca a las afueras del edificio. Ellos se levantan en el instante en que se acerca a la acera, no dándole tiempo de siquiera apagar el automóvil para cuando ellos ya han entrado, en silencio.

La pequeña de los tres es quien gana el asiento delantero, aunque duda que lo haya ganado porque los mayores no parecen con ganas de pelearle el lugar. Al rostro de la castaña lo adorna una sonrisa, por lo que intuye que su último día ha ido mejor de lo que pronosticó por el ánimo que se cargaba en la mañana; en cambio, es Sebastian y Morgana los que lucen disgustados y molestos.

—¿Y a ustedes qué bicho les picó? —inquiere, sorprendido de que el silencio haya durado tanto, ya cuando están de camino a la biblioteca y no falta mucho por llegar.

Los mira de reojo por el retrovisor al darse cuenta de que ninguno tiene la iniciativa de hablar: tienen los brazos cruzados y no se miran entre ellos, Morgana teniendo cincelada en su rostro porcelana la horrible mueca de alguien aguantando el llanto. Después ve a Avery, en espera de que ella diga algo, pero solo responde lo que temía:

—Yo no lo sé. Están así desde que me pasaron a recoger a mi aula —encoge los hombros, borrando su sonrisa y formando una mueca.

Suspira pesado, preparándose mentalmente—. ¿Quién comienza a hablar, eh? Pero rápido, porque quiero saber qué les pasa antes de bajar a la biblioteca y no voy a dejar que hagan algo mientras tanto si siguen así.

Por primera vez, Sebastian y Morgana se miran. Es, sin embargo, la pelirroja quien explota primero, más molesta de lo que aparenta y con lágrimas al fin escapando de sus cuencas.

—¡Este to-tonto se metió en una pelea y luego me me-metió a mí porque sabía que estaba perdiendo y cuando nos llamó el director a su oficina se le ocurrió decir que yo empecé —la pelirroja se toma un respiro, porque ha hablado tan rápido que se ha quedado sin aire y porque Jude ha tenido que disminuir la velocidad considerablemente para prestarle más atención y entender. Después de unos segundos, no obstante, continúa con la misma velocidad—, entonces nos enviaron deberes extras para las vacaciones y aparte tenemos que hacer servicio comunitario! ¡Nunca me había pasado algo así, es terrible! ¡Mi reputación quedó por los suelos y si tengo otro percance así perderé mis honorarios!

Avery se encoge en el asiento, abrazándose a sí misma y sin atreverse a voltear, y Jude lo comprende. Ella siempre se ha mostrado sensible a los conflictos. Aparta una mano del volante para darle un apretón en el hombro.

—¿Algo qué decir, Sebastian?

El pelinegro niega, pero suelta un largo suspiro cuando percibe la mirada insistente que le da Jude por el retrovisor.

—Lo siento, Morgana —suelta dando otro suspiro, pero hastío, al notar que la mirada sigue ahí, queriendo una explicación tanto para la chica como para él—. Es que... Ya te dije que todo fue porque el idiota de Murray junto con su hermana acorralaron a Susan en los baños y no la dejaban en paz.

—¡Eso ya lo sé, idiota, eso lo entiendo! —grita, exasperada, amenazando con llorar más fuerte. Su rostro está rojo—, ¡Lo que no entiendo es porqué me metiste a mí! ¡Yo ni siquiera estaba ahí!

—¡Porque si tú estabas involucrada no amenazarían con expulsarme, obviamente! —el llanto de Morgana cesa rápido, y lo sustituye por una clara furia que emana de cada poro—, ¡Pero ya para qué! ¡Qué me expulsen! ¡Llamaré a la escuela y explicaré todo!

—¡Exacto! ¡Ya para qué! —se cruza de brazos, volteando la cabeza—, mis honorarios ya están por los suelos gracias a ti. Ni porque llames va a ser igual.

—¡No seas dramática!

—¡Sebastian! —advierte Jude. El chico se voltea también, refunfuñando—. Morgana necesita una buena disculpa por lo que hiciste y, claramente, sí vas a llamar a la escuela apenas veas un teléfono.

—¡Pero ya me disculpé! —dice. La molestia de Jude también es evidente, así que no tiene de otra más que ceder a él. Pasan unos minutos hasta que se relaja considerablemente y entonces dice—: En verdad lo siento, Morgana. No pensé bien lo que decía.

La pelirroja se limita a asentir, quedando en silencio hasta que están a las afueras de la biblioteca. Da un vistazo a Jude

—¿Podremos salir? —inquiere, con la voz gangosa y queda.

—Sí. Pero no se alejen —Ellos son los primeros en bajar, y antes de que Avery lo haga, la detiene—. Hay que dejar esto de lado, ¿Si? Nada ha sido cosa tuya y no te quiero amargada por su culpa allá en la biblioteca.

—Bien.

Ambos se dirigen al instante en que entran, al tablero de anuncios. Avery no habla, así que la toma de la mano y le da un apretón; pero apenas están enfrente, la castaña se separa. Él, por su lado, también observa los afiches, por si encuentra alguno que sepa, puede interesarle.

Tras varios minutos viendo afiches, se da cuenta de que Avery ha dado un paso atrás y que aparenta solo esperarlo a él.

—¿No hay nada que te interese?

Ella encoge los hombros—. No, no hay. Tal vez no tome clases de verano ésta vez.

—Pues si solo ves un afiche, apuesto a que no habrá ninguno que te interese —puntualiza. La castaña suspira, cansada—. Hey, anímate, que no estabas así cuando llegué por ustedes... Vamos, no dejes que tus padres o esos idiotas te arruinen tu día. Lo que hagan o no hagan no te debe afectar, porque no por ello será el fin del mundo... Además, siempre hay alguien dispuesto a estar contigo y alegrarte, aún cuando crees que todo está mal.

—¿Cómo tú? —dice, con el atisbo de una débil sonrisa.

—Como yo —asegura—. Así que andando, que juro haber leído algo sobre unas clases de esgrima por ahí...

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