29. Cuando me cantás la posta

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

 —¿Pero qué es esto? ¿Qué mierda me diste, gil?

El argentino dejó la taza con un golpe, salpicando de café la mesa. El hombre se levantó de un salto, con enojo, y se dirigió hacia el mostrador. Alexis, que estaba concentrado preparando una media luna rellena, levantó la cabeza al oír tal arrebato.

—¿Pero vos sos pelotudo o te hacés? ¡Te pedí un café negro, no cortado!

El muchacho dudó. Estaba seguro que le había entregado el café correspondiente, sin embargo los ojos iracundos del hombre le decían lo contrario.

—Perdoná, señor, ya me encargo.

—¡Y yo no voy a pagar una mierda! Vos te tenés que hacer cargo y darme el café sin costo, ¿me entendiste?

—No creo que pueda hacer eso, tendría...

El argentino golpeó el mostrador con la mano abierta. Alexis sintió la ira burbujeando en es estómago y cerró los dedos sobre el borde de la mesita donde preparaban los sándwiches.

—Vos me vas a preparar ese café ahora, gil. Dale —le urgió el hombre, mordiéndose el labio inferior y señalándole la cafetera con el mentón.

Alexis apretó los dientes, los sintió rechinar. Se estaba conteniendo más de lo que podía soportar, con la mirada clavada en los ojos furibundos del argentino que lo desafiaban. Tomó una taza, con ganas de partirle la cabeza con ella, pero sintió la mano de Eugenia en su brazo. Le murmuró "yo me encargo" y se giró hacia el hombre con una sonrisa coqueta.

Le temblaba todo el cuerpo, el corazón le golpeaba rápido y con fuerza y sentía que la cara le hervía de enojo y frustración. Se dejó caer sentado en el suelo así que el argentino volvió a su mesa, respirando de forma irregular y no pudiendo controlarse. Apenas sintió que su compañera se ponía en cuclillas a su lado, con la expresión llena de preocupación. Le quitó unos mechones de pelo de la cara y le acarició el hombro para llamarle la atención.

—Che, andá al baño, Le. Estás pálido. Lavate la cara.

Él apenas asintió, sintiendo la boca seca. Se levantó con torpeza y se fue trotando sin mirar atrás, por si el hombre le decía algo. Sentía las náuseas en la garganta, tenía ganas de esfumarse, de desaparecer, y la cabeza se le nubló por completo.

Estaba ordenando con cuidado los champús y acondicionadores en la estantería cuando el vibrador del celular insistió un par de veces. No quería sacarlo hasta que llegara su hora de comer, pero la insistencia hizo que se detuviera a ver de quién se trataba. Cuando vio en la pantalla que se trataba de una llamada María Eugenia no dudó en atender.

—Darío, Alexis tuvo una pelea fea con un cliente y creo que no se siente bien. Lo mandé al baño, ¿pero te animás a ir a ver que esté bien?

—Sí, sí —respondió vacilante, preocupado por el tono de voz de la muchacha.

Cortó y fue directo con su encargado y le comentó lo que ocurría. Le insistió que volvería pronto y él le permitió diciéndole que tomaría esos minutos de su descanso, a lo que Darío aceptó con un cabeceo.

Para no esperar la parsimonia de las escaleras mecánicas, subió las comunes de dos en dos hasta llegar al tercer piso jadeando. Por fortuna los baños estaban justo al lado, por lo que se metió y llamó por Alexis. No obtuvo respuesta, por lo que se giró para irse, pensando en ir hasta la cafetería, hasta que la puerta de unos de los cubículos se abrió.

—¿Qué hacés acá, mijo? ¿Me buscabas para un rapidín en el baño? —La voz ahogada anuló por completo el intento de chiste.

Darío se metió dentro del cubículo con él y cerró la puerta, quedando ambos frente a frente con el retrete entre los dos.

—¿Qué pasó, eh? —preguntó en un susurro mientras le limpiaba las lágrimas de la cara. Alexis esbozó una mueca triste y dejó caer los hombros.

—Un porteño de mierda...

No pudo terminar la frase, con un nudo enorme en la garganta. Le seguía temblando el cuerpo y Darío se estiró para abrazarlo, para envolverlo y contenerlo. Alexis se aferró a él soltando el llanto en el que se estaba ahogando.

—Ale, creo que deberías buscar ayuda.

Alexis se soltó de golpe con el ceño fruncido.

—¿Me estás diciendo que querés que me empastillen?

—Estás aguantando demasiado y no es bueno, eh. Te estás consumiendo en vida.

—La mierda, Darío —soltó molesto. Desvió la mirada y se mordió el labio.

Aún le temblaba el cuerpo, pero no quería parecer tan débil delante de su primo, no cuando le estaba sugiriendo que estaba mal de la cabeza. Sorbió por la nariz y salió del cubículo tirando de la puerta con fuerza. Le dio la espalda mientras se tiraba agua en la cara y se fue sin decirle nada más.

Darío se quedó un par de minutos dentro del cubículo, con las manos en la cara y la preocupación comiéndole las entrañas.

Habían apagado las escaleras mecánicas y subirlas era como escalar una montaña con pesas en los pies. Darío llegó jadeando al tercer piso y divisó la cafetería desde la distancia, al final del pasillo lleno de tiendas que ya habían cerrado. Una limpiadora que estaba lavando los pisos le dedicó una mirada molesta mientras él caminaba de puntillas junto a la baranda para no ensuciar lo limpio.

Pasó la tarde pensando si fue muy brusco, si lo había lastimado sin querer, o si él estaba renegando su propias heridas. No le contestó los mensajes y lo ignoró por completo en lo que quedó de la jornada.

Alexis lo vio llegar mientras juntaba las cosas y dejaba todo pronto para el día siguiente, pero le dio vuelta la cara. María Eugenia lo saludó con un murmullo, señalando con disimulo a su compañero con la cabeza. Hizo un ademán como diciéndole que no seguía bien.

El silencio, tenso y molesto, se hizo cada vez más denso.

—Dejá que yo termino, Le. Andate —dijo Eugenia, sacándole a Alexis las tazas que estaba guardando—. Mi padre ya llega.

Él chasqueó la lengua, pero aceptó. Agarró su mochila del mueble, se la colgó de un hombro y pasó por la puerta de vaivén con el mentón en algo y los labios apretados. Siquiera le dirigió una mirada a Darío. Su primo soltó un suspiro mientras miraba a María Eugenia. Ella le respondió con un rodeo de ojos y le hizo señas para que lo siguiera.

Lo alcanzó en la escalera mecánica, la del otro extremo del pasillo, que sí estaba funcionando aún.

—Che, Ale.

Se paró un escalón más arriba. Alexis se giró hacia él, con la expresión enfurruñada.

—¿Qué querés?

—Pará, bajá un cambio. Parecés el viejo Alexis gruñón que conocí.

El aludido respondió con un bufido y se giró hacia adelante para salir de la escalera. Siguió caminando hacia el estacionamiento con Darío detrás de él y cuando llegaron hasta la moto, se miraron con duda. Quien solía conducir era Alexis, pero parecía demasiado molesto y Darío no tenía las llaves consigo como para tomar la iniciativa.

Alexis chasqueó la lengua y se subió. Le tendió de mala gana el casco a su compañero y Darío subió, con los pies cansados y deseando llegar a casa. Temía que su primo se enojara si se sujetaba de él, pero tampoco quería seguir dándole vueltas al asunto. Le envolvió el torso con ambas manos y apoyó su cuerpo sobre su espalda. Él no se negó y arrancó.

Llegaron cerca de quince minutos después. El silencio seguía siendo una presencia agobiante entre los dos mientras se turnaron para ducharse —Alexis fue el primero— y devoraban las empanadas que Julieta les preparó antes de ir a trabajar al hospital.

Héctor estaba mirando una película en el living mientras tomaba una botella de cerveza del pico. Los observó varias veces mientras los veía moverse por la casa callados, algo muy fuera de común de los dos. Solían hablar, a veces en voz alta desde una habitación a otra mientras se preparaban para dormir, pero esta vez parecía que se habían peleado.

—Darío, dejaste tu mochila acá —se quejó el hombre, sin quitar la mirada de la pantalla en un momento crucial de la película.

El muchacho, ya con su pijama puesto, regresó al living y tomó su bolso sin cuidado. Lo agarró de la parte de abajo y se abrió, esparciendo su billetera, llaves, estuche de los lentes y preservativos por todo el suelo, junto a los pies de su padre. Héctor ayudó a juntar y los condones terminaron en sus manos más rápido de lo que Darío pudo ocultarlos.

—Tomá, guardalos —dijo su padre con una sonrisa cómplice mientras le entregaba el paquete—. No vaya a ser que me hagas abuelo pronto... O peor, que te apestes.

No supo qué decir, rojo de la vergüenza. Si supiera que los usaba ahí mismo, con su primo. Y que se volviera abuelo iba a ser un poco difícil, incluso sin preservativos. Pareció que Héctor se quedó esperando una respuesta, quizá contarle con quién estaba saliendo, pero estaba demasiado consternado para pensar.

El miedo a que su padre descubría que era gay y que se estaba comiendo a su primo se hacía latente, como si pudiera leerlo de su cabeza. No tenía idea cómo podría reaccionar a esa verdad y temía las consecuencias.

Alexis, quien se estaba cepillando los dientes mirándose en el espejo del pasillo, se giró al escuchar a su tío.

—Son míos —exclamó, con la boca llena de pasta. En unos segundos fue al baño a enjuagarse la boca y volvió casi corriendo. Le sacó los condones de la mano a Darío y se los mostró a su tío con una sonrisa forzada—. Salen más barato en la tienda —explicó.

Héctor solo respondió con una risa, sacudiendo la cabeza. Alexis le echó una mirada rápida a su primo y se fue al dormitorio a guardarlos.

—Seguí el ejemplo de tu primo y cuidate vos también cuando andes por ahí con una muchachita —añadió el hombre, señalando a su hijo con la mano que sostenía la botella.

Darío tragó grueso.

—No está en mis planes tener novia pronto.

Ni pronto ni nunca, pensó con pesar. 

Nota importante: si bien la expresión de Alexis que usó para referirse al cliente argentino sonó bastante xenófoba, recuerden que él no está bien. 

Por otra parte, ¡actualización doble porque estamos cerca del final!

Quiero compartirles también la ilustración de los muchachos que le comisioné a Sadclown_ (pueden encontrar su perfil en IG sad_clown666 )

¿A qué no están muy bellos? ❤️

Gracias por leer, los quiero ❤️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro