Capítulo 3. Unidos hasta el último día.

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¡Hola, amores! Le dedico este cap a Angela-MG. ¡Muchísimas gracias por los preciosos edits que nos has hecho a Cristy y a mí para esta historia!

¡¡Aquí viene la esperada boda de Draco y Hermione!! (Omg, es la primera vez que escribo una boda entre ellos!!) Hoy tenéis que leer mi parte primero y, una vez la hayáis terminado, id a visitar a cristy811994 para saber qué sucede a continuación. :)


*Capítulo 3. Unidos hasta el último día*

(Orden de lectura: 1º)


Me pareció toda una hazaña acudir sobrio a mi propia boda. Todo el mundo admiraba a la princesa Hermione y la elogiaba hasta por saber atarse los zapatos. ¿Dónde estaba mi maldito reconocimiento, mi premio por haber conseguido vestirme ese día y salir de mis aposentos sin lanzarme por la ventana de mi torre?

El patio trasero del castillo había sido perfectamente acondicionado para nuestra boda, yo jamás había visto algo tan hermoso y elegante: un sinfín de sillas de madera blanca se extendían por toda la superficie de hierba fresca y un techado de cristal mágico envolvía toda la escena, protegiendo la ceremonia del frío como si fuera un palacio de vidrio. Flores blancas flotaban entre los asientos destinados para nuestros invitados y un pequeño altar blanco, tan hermoso que quitaba el aliento, se me antojó demasiado similar a una horca.

Todos los invitados se encontraban allí ya: ministros, políticos, celebridades... y, frente al altar, elegantes y sofisticados, se encontraban los cuatro reyes de Inglaterra: mis padres y los de la princesa Hermione.

Ella aún no había llegado. Era yo quien tenía que esperarla en el altar y cada segundo se me hizo eterno cuando llegué allí y me coloqué, como si fuera un muñeco, en el espacio destinado al novio. Rogué a las estrellas que, por favor, la joven se hubiera arrepentido en el último momento. Pedí al cielo que no apareciera.

Pero Hermione Granger siempre hacía lo que se esperaba de ella, yo no podía olvidarme de eso.

Parado frente al altar, a solo unos metros del anciano mago que oficiaría nuestra boda, todos los invitados se giraron a la vez y dirigieron sus miradas al castillo. Supe que ella era la razón, pero me negué a mirarla, no caería en la tentación y la curiosidad.

Una pequeña bruja rubia que apenas aparentaba doce o trece años, tocaba el violín con una maestría envidiable y las notas abandonaban el instrumento, creando una melodía que tan solo me provocó tristeza. Quizás yo era muy joven para estar tan deprimido... o quizás ese era el peor día de mi vida.

Supe que había entrado al pabellón de cristal, el silencio era tal que podía escuchar los pasos de Hermione. Sus zapatos sonaban tenuemente en el suelo de tierra de un modo que me molestaba, pero no alcé la mirada, no quise verla. No necesitaba observar la escena, de todos modos, podía imaginarla con claridad en mi cabeza: Granger estaría acercándose a sus padres, saludándolos y despidiéndose de ellos al mismo tiempo, sabiendo que cuando saliéramos de ese hermoso pabellón de cristal, ella ya no sería la misma joven de antes.

La reina muggle parecía más afectada de lo habitual, o al menos eso había pensado yo al verla esa mañana. Al contrario de lo que dictaban las normas sociales, esa mujer ni siquiera me había saludado y se encontraba tensa y abstraída. Seguramente no aprobaba mi matrimonio, pero, ¿cómo podía culparla? Tampoco yo lo aceptaba.

Supe que Hermione también se acercaba a mis padres, no me hizo falta mirarla, pues casi podía sentir el abrazo de mi madre en esa extraña y el tacto firme de mi padre en la espalda de la joven.

Cuando los zapatos de la princesa volvieron a resonar, supe que llegaría a mí en solo un instante. Apreté los dientes, sin poder postergarlo más, y por fin alcé mi mirada poco a poco. Pude contemplar sus zapatos primero: blancos y con un sinfín de lazos y adornos ridículos. Por un instante deseé que la princesa Hermione luciera mal, que su maquillaje fuera demasiado exagerado, su vestido muy recargado o su cabello cayera sobre su rostro de forma grotesca. Lo deseé con todas mis fuerzas, lo juro, pero simplemente no fue así.

Su imagen me robó el aliento y me golpeó más fuerte que ninguna otra imagen en toda mi vida, ni siquiera el recuerdo de la primera reunión de la Disidencia a la que había acudido. Eso se convertía en cenizas si lo comparaba con la impresionante visión que tenía delante.

Quise apartarme, como si me cegara, pero fui capaz de mantenerme quieto, sin mover ni un solo músculo. Ese vestido blanco se adaptaba a cada curva, a cada una de las formas del cuerpo de Hermione Granger y lo hacía como si se tratara de una tela húmeda. Ese vestido, elegante y recatado al mismo tiempo, envolvía su cuerpo de un modo extraordinariamente sensual. El corsé remarcaba una cintura estrecha y el escote era revelador, más de lo que habría esperado encontrar en una princesa, pero no resultaba inmoral. Su cuello de piel clara y suave quedaba al descubierto y su rostro parecía el de una muñeca: perfecta e inexpresiva. Los ojos de Hermione estaban vacíos, carentes de vida, cuando me miró. Yo me fijé en su cabello, recogido con gran gusto en un moño elaborado, pero no demasiado llamativo.

Sabía que debería tomar su mano y besarla, era lo que se esperaba de mí, pero no lo hice. Tan solo asentí con la cabeza ligeramente antes de girarme hacia el mago que nos casaría ese día, el mismo hombre que iba a firmar mi sentencia de muerte en vida.

—¿Emocionada? —pregunté en un susurro imperceptible.

Recibí un bufido por respuesta y eso, no supe por qué, me hizo sentir mejor.

—Preferiría casarme con Yago —me respondió entre dientes.

¿Con quién? Enarqué una ceja. Una vez más: no entendía de qué demonios me estaba hablando.

—¿Te has golpeado la cabeza, princesa? ¿De qué hablas?

—¿Alguna vez has cogido un libro en toda tu vida? —contestó, exasperada—. Deberías leer a Shakespeare, te ayudaría a abrir tu mente.

Mi mente ya estaba abierta, ¡muy abierta, de hecho! Pero decidí no caer en su provocación. Prefería no discutir más con ella y acabar con esa farsa cuanto antes. Además, seguro que ese tal Yago no era tan mal tipo.

La música del violín se detuvo y por fin, el anciano mago alzó las manos al tiempo que compuso una sonrisa desdentada.

—Nos hemos reunido aquí, damas y caballeros, para unir en matrimonio a dos seres excepcionales, dos de las personas más relevantes en este país.

Oh, por Merlín. YO sí era relevante, Hermione Granger era... me giré hacia ella, tratando de mantener mi expresión de disgusto, pero me volví a quedar congelado al ver lo extraordinariamente bella que estaba. Puse los ojos en blanco, molesto conmigo mismo por encontrarla atractiva. Como si pudiera compararla con bellezas como Pansy Parkinson o Astoria Greengrass.

—Su unión significa mucho para Inglaterra y para el mundo; su unión representa un nuevo comienzo.

El viejo se puso a enumerar un sinfín de cualidades que ni yo —ni, ciertamente, Hermione— poseíamos. Yo traté de pensar en otra cosa, en que a partir de esa noche tendría que dormir junto a ella, por ejemplo. Un escalofrío me recorrió al pensarlo. Lo habitual sería que no tardáramos demasiado en anunciar un embarazo, yo estaba seguro de que todo el mundo a nuestro alrededor esperaría que la princesa estuviera embarazada en menos de dos meses...

Pero para que ella estuviera embarazada, yo tenía que tocarla.

Sabía que tendría que hacerlo, antes o después. Si pasado un tiempo no dábamos la noticia de haber concebido un heredero, mis padres tendrían que pasar por el amargo trago de asegurarse de que Hermione Granger y yo consumábamos nuestro ridículo matrimonio y Merlín sabía que yo no quería tener que llegar a eso.

—¿Crees que es una señal? —me preguntó ella en voz baja.

El anciano siguió oficiando la ceremonia, sin siquiera mirarnos a nosotros. Hermione y yo éramos lo menos importante en esa boda, en realidad, lo único que contaba allí era el acto que estábamos realizando.

—¿Qué quieres decir? —respondí con cara de pocos amigos.

Entonces ella alzó un delicado dedo hacia arriba y yo seguí su gesto con la mirada. El vidrio mágico actuaba como protección ante la fría lluvia que caía fuera de ese hermoso palacio transparente.

—Lleva todo el día lloviendo. Eso significa mala suerte, ¿crees que es una señal para nosotros?

Y yo no lo había interpretado así, ni siquiera me había dado cuenta hasta ese momento de que Hermione tenía razón, no había dejado de llover ni un solo segundo en las últimas seis horas. La observé un instante antes de negar con la cabeza.

—Creo que la mala suerte nos acompaña desde antes, mucho antes de este día —susurré.

El anciano se aclaró la garganta y por fin nos miró a nosotros. Sus ojos oscuros y pequeños se clavaron en los nuestros de un modo estremecedor. El hombre hizo un gesto que tanto la princesa como yo ya conocíamos, entonces tomé la mano derecha de la joven con la mía, quedando frente a ella. El mago sacó su varita y apuntó hacia nosotros con el instrumento.

Bajo mi mano, Hermione temblaba sin poder controlarlo. Supe que odiaba que yo pudiera contemplar esa debilidad en ella, pero no había nada que hacer al respecto.

—Es el momento, pues, de pronunciar las palabras que los unirán desde el día de hoy hasta toda la eternidad. A partir de hoy, ustedes, Draco Malfoy y Hermione Granger, serán la más pura expresión del equilibrio: dos seres diferentes pero iguales. Las dos caras de una poderosa moneda —explicó el mago con toda solemnidad, después me miró a mí—. Lord Draco Malfoy, ¿acepta esta unión?

No. No. No. ¡Por supuesto que no!

—Sí, la acepto.

Lady Hermione Granger, ¿acepta esta unión?

Ella me miró, como si necesitara mi apoyo para poder pronunciar esas palabras... o quizás como si precisara de mirarme a la cara para no pronunciarlas. La sentí suspirar y ninguno de los dos se movió.

—Sí, la acepto.

El mago recitó, entonces, el hechizo de unión en voz alta, pero yo ya no lo escuchaba. Un sinfín de hilos plateados surgían de su varita y se enredaban en ese lugar en el que nuestros brazos se unían. Hermione abrió mucho los ojos, asustada. No supe por qué, pero yo la sujeté más fuerte.

—No pasa nada —la tranquilicé en un susurro—, es solo magia.

Nunca había visto a nadie asustado por la magia así que, en cierto modo, esa escena me resultó extraña.

—Demos la bienvenida, pues, a lady Hermione y lord Draco Malfoy, herederos nuestros dos mundos: la Sociedad Mágica y la Inglaterra muggle. Larga vida a ambos.

—¡Larga vida! —comenzaron a gritar los invitados.

—¡Larga vida!

Una nube de aplausos y vítores nos envolvió y, por fin, esos lazos desaparecieron, se hicieron invisibles... aunque ya habían sido creados y no podían romperse.

En el mismo instante en el que mi mano y la de la princesa Hermione se separaron, un intenso calambre me rozó, como si fuera una llama. Yo aparté la mano de ella, sintiendo que acababa de quemarme, pero no supe de dónde demonios había surgido ese fuego. La observé, frunciendo el ceño y ella abrió mucho los ojos.

—Disculpa —dijo.

Pero no había sido ella, ¿no?

No pude pensarlo dos veces, pues antes de darme cuenta, una marabunta de gente se lanzó hacia nosotros. Mi madre me abrazó y después abrazó a la princesa Hermione con el mismo cariño, hecho que me hizo apretar los labios. Yo estreché la mano de mi padre y también la del rey de Inglaterra, el padre de Hermione, que asintió con la cabeza cuando nuestros ojos se cruzaron.

Fue entonces cuando me percaté de que la princesa Hermione daba la impresión de estar buscando a alguien, alguien que no estaba allí: la reina de Inglaterra parecía haber desaparecido, como si se hubiera esfumado de un momento a otro. ¿Qué demonios le pasaba a esa señora? ¿Acaso no sabía fingir, como hacíamos todos nosotros?

—El banquete nos espera, hijos míos —nos dijo mi madre con una enorme sonrisa dibujada en su hermoso rostro.

Y solo por ver esa sonrisa, supe que había merecido la pena todo eso que acababa de hacer. Si casándome con Hermione Granger había hecho feliz a mi madre y, además, había salvado a mi pueblo de futuras y crueles guerras con la población muggle, eso era suficiente.

Caminé en dirección al castillo con pasos lentos, acompañado por mi —ahora— esposa. Hermione demostraba, una vez más, ser una auténtica princesa y sonreía a todo el mundo, expresando su gratitud ante las hermosas palabras que todos le dirigían.

Esa fue la primera vez que mi mente comenzó a aceptar una verdad inamovible: que yo acababa de casarme con ella y que eso significaba que, quisiera o no quisiera, tendría que vivir junto a Hermione Granger hasta el último día de nuestras vidas.


¡Sigue la historia en "De odio, amor y tragedias" en el perfil de Cristy! (Cristy1994 en ff y cristy811994 en Wattpad).

Mil gracias por leernos. Nos vemos el próximo domingo en esta historia y también nos vemos los martes y los viernes en "Nunca le hagas cosquillas a un Dragón herido", ¡besos!

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