Capítulo 4. La renuncia.

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Hola, amores!! Aquí traemos el capítulo 4 de nuestro fic. Si estáis aquí, eso significa que ya habéis leído la parte escrita por cristy811994 en su historia "De odio, amor y tragedias". ¡Espero que os guste el capítulo!


*Capítulo 4. La renuncia.*

(Orden de lectura: 2º)


La princesa Hermione conseguía molestarme de un modo que nadie había logrado alcanzar antes. Ahora... ¡ahora me decía que era capaz de hacer magia!

No la tomaba por una mujer desequilibrada, al menos no lo había hecho hasta ese momento y... y de pronto me venía con esas. Ella era muggle, desde luego que no podía hacer magia. Quizás la muerte de su madre le hubiera sentado tan mal como para que ahora estuviera desquiciada.

En cierto modo me daba pena su estado. Mi madre era la persona más importante para mí, la única persona importante, en realidad. Apenas llegaba a imaginarme cómo sería para la princesa Hermione experimentar algo como eso: su madre no solo había muerto, sino que se había suicidado. ¿Por qué se suicidaría una reina? El mero pensamiento conseguía hacer que me estremeciera.

No podía ser hipócrita ni fingir que sentía su muerte: no la conocía y tampoco había tenido ninguna intención de conocerla... pero era una mujer cuya mano había tenido que estrechar en esos días, a quien había mirado a los ojos, a quien había imaginado como una parte (lejana e indeseada) de mi familia a partir de ese momento. Y ahora estaba muerta.

Según sus palabras en esa carta que le había escrito a la princesa Hermione, la reina parecía consciente de que había más riesgos rodeándolas de los que se había hecho creer a todo el mundo. La paz entre el mundo mágico y el mundo muggle estaba restablecida en apariencia... pero la Disidencia seguía tejiendo sus planes en las sombras.

—¡Estoy segura de lo que vi! ¡De lo que hice! ¡Sé que esto tiene algo que ver conmigo y pienso llegar al fondo de todo el asunto, con o sin tu ayuda!

La voz de la princesa Hermione tan solo consiguió irritarme aún más. ¿De verdad seguía con eso? ¿Aún era capaz de afirmar que podía hacer magia? Ese tipo de afirmaciones tan solo conseguirían ponerla en peligro, ¡acabaría muerta también!

—Entonces conseguirás que te maten — le gruñí.

—¡Pues que lo hagan! Mejor para todos, ¿no? Yo escapo de ti y tú te libras de mí, ¿acaso no es eso lo que más anhelas en el mundo?

Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar. Quise detenerla antes de que se marchara, quise mirar a Hermione a los ojos y gritarle que despertara de una vez, que eso que me decía no era posible. Pero ni siquiera tuve la oportunidad de intentarlo.

En solo un momento, ante mi mirada atónita, una figura oscura se materializó frente a mis ojos en cuanto ella abrió la puerta. La princesa Hermione aún no se había marchado y la figura no nos dio un solo segundo para reaccionar. Extendió la palma de su mano frente a su máscara oscura, que dejaba a la vista unos labios finos y rosados. Entreabrió los labios, soplando algo que yo no llegué a distinguir y un sinfín de polvos oscuros golpearon el rostro de Hermione. Un momento más tarde la princesa se desplomó a mis pies sin siquiera dejar escapar un gemido.

¿Estaba...?

La figura vestida de negro me tendió un sobre en ese momento. En él se distinguía el elegante trazo de una «D» que solamente podía tener un remitente: La Disidencia.

Apenas alcancé a tomar el sobre entre mis dedos cuando esa figura desapareció con un chasquido. Lo último que alcancé a ver fue una sonrisa siniestra dibujada en sus labios, la única parte humana que podía distinguirse en esa máscara veneciana. ¿Cómo demonios había llegado la Disidencia a colarse en el castillo de los reyes muggles?

—¡Maldición! —exclamé.

Guardé el sobre con la carta en el bolsillo de mi chaleco y caí de rodillas al momento, tomando el cuerpo de Hermione entre mis brazos. Por Merlín, ¡eso no podía estar pasando! Si Hermione moría ahora, yo... yo...

—¡Ayuda! —grité—, ¡necesita ayuda!

Mi mente iba a una velocidad increíble en ese momento. Si la princesa Hermione moría, muchas personas podrían pensar que yo la había matado. Mi reputación no era mala del todo, pero se había hablado de mí y la desconfianza existía. Si la acusación contra mí se hacía firme, eso podría desencadenar en otra guerra y yo, como príncipe, no podía permitirlo. Su muerte sería arriesgar demasiadas cosas.

—Despierta, princesa —le dije, posando mis manos en sus mejillas pálidas—, ¡princesa!

Su piel estaba fría. Saqué mi varita y apunté a su pecho con ella, dudando sobre qué conjuro elegir.

Rennervate —susurré.

Pero el hechizo no hizo efecto, la princesa no se movió. Por todos los cielos, ¿qué debía hacer? A mi alrededor comenzó a formarse un tumulto y varias jóvenes del servicio doméstico se quedaron mirándonos, horrorizadas. Yo estaba bloqueado, no conseguía moverme, no sabía cómo proceder...

Hasta que unos pasos firmes resonaron en ese suelo de piedra y los sirvientes se apartaron, dejando paso a la reina Narcissa. No dudó un solo instante y no pareció ponerse nerviosa en absoluto, sino que se inclinó con toda la calma que tanto la caracterizaba y se dirigió al servicio con elegancia y educación.

—Dejadnos solos, por favor —pidió.

No tuvo que repetir esas palabras, no fue necesario. Todos y cada uno de los integrantes de nuestro público se alejó de nosotros, regresando a sus tareas. Mi madre me miró un instante, pero no dijo nada.

—No sé qué... —balbuceé.

—No te preocupes, Draco —dijo ella, pero su voz no fue tranquilizadora. Sus palabras fueron más bien como una orden seca y concisa.

Mi madre tomó su varita negra con destellos plateados y la sujetó entre sus dedos. Ni siquiera tuvo que hablar, sino que ejecutó de forma magistral un hechizo no verbal.

Al instante siguiente, la princesa Hermione tosió y trató de incorporarse. Mi madre la observaba, aliviada, y posó su mano sobre su frente como si fuera su propia hija. Si tengo que ser sincero, admitiré que sentí celos del modo en el que mi madre la tocaba, de cómo le hablaba en susurros para no alterarla.

—¿Recuerdas qué ha sucedido? —preguntó mi madre.

La princesa Hermione no fue capaz de explicarlo, quizás porque no lo recordaba de verdad... o quizás porque no quería preocupar a mi madre. Negó con la cabeza mientras se incorporaba, ayudándose de la reina. Narcissa tan solo tuvo que dirigir una mirada en mi dirección y yo salté como un resorte, corrí a ayudar a la princesa y la sujeté con mi cuerpo una vez se mantuvo en pie. Ese era mi deber.

—Draco, estoy convencida de que tu esposa necesita tomar aire fresco.

—Desde luego.

Le ofrecí mi brazo a la princesa, que estaba pálida como una hoja de papel. Sus labios aún presentaban un tono azulado que me había preocupado, pero poco a poco volvieron a adquirir su tono rosado habitual. Hermione estaba tensa caminando de mi brazo, pero no se apartó de mí... quizás porque tenía miedo de que sus piernas no se hubieran recuperado aún y temía caerse si caminaba sola.

El aire limpio y frío del patio nos recibió cuando ambos salimos. Ella cerró los ojos un momento y yo pude distinguir con claridad cómo la sangre corría por dentro de sus mejillas por fin, tiñéndolas de un color mucho más saludable.

—¿Quién ha sido? —fue lo único que preguntó ella.

Estábamos solos. Completamente solos.

Hermione se aseguró de que ya podía mantenerse en pie por sí misma y se apartó de mí, pero no lo hizo con un gesto grosero sino más bien como si solamente necesitara recuperar su independencia para poder observarme bien y estudiar mi rostro.

No vi la necesidad de mentirle, en realidad, aunque podría haberlo intentado. Pero ella no iba a creerme, Hermione comenzaba a conocerme, aunque no me gustara admitirlo. Quizás la culpa era mía por haberme mostrado tan abiertamente desagradable con ella desde el principio, ahora ella era capaz de saber cuándo yo estaba siendo sincero y cuándo no.

—No lo sé —respondí. Y no era mentira; no tenía ni la más remota idea de quién podía esconderse detrás de esa máscara—. Podría haber sido cualquiera.

—Vestía de negro y llevaba una máscara —dijo ella, pensativa— y su intención no era matarme, ¿me equivoco?

—¿Cómo voy yo a saber cuál era su intención?

Tragué saliva. Esa joven era inteligente, demasiado. No se equivocaba en absoluto. La intención de esa sombra negra era entregarme un mensaje; una carta que me quemaba dentro del bolsillo como si estuviera hecha de fuego. Necesitaba abrirla, leerla y averiguar su contenido... pero no podía hacerlo aún.

—Porque creo, Draco, que su intención era darnos un aviso. Un aviso de algo. —Hermione apretó los labios y dejó escapar un suspiro, después me miró, mortificada—. ¿Qué es un disidente?

Me tensé al instante. Pronunció esa palabra de un modo que me estremeció y me alteró al mismo tiempo. No pude apartar la mirada de ella y tardé varios segundos más en entornar los ojos.

—¿Dónde has escuchado esa palabra?

—¿Qué es? —repitió—. Y no me des la definición que yo ya conozco: «una persona que no está de acuerdo con el sistema impuesto». Quiero que me digas qué significa la palabra disidente en tu mundo.

Sus ojos oscuros me observaban, inquisidores. Supe que, si no se lo contaba yo, Hermione cometería alguna estupidez: quizás se le ocurriera formular esa misma maldita pregunta a mis padres, o a alguien peligroso. Yo era su marido, yo era con quien debía hablar, quien había de dar la cara por ella.

—Es una organización de magos. No... no se sabe mucho de ellos, pero están en contra del nuevo gobierno unitario de muggles y magos. —Guardé silencio un instante más antes de hablar—. Son peligrosos.

Ella asintió con la cabeza, como si quisiera retener toda la información que yo acababa de darle y además necesitara buscar explicaciones y conexiones. Supe que estaba pensando en la muerte de su madre.

—¿Crees que ellos la mataron? —dijo la princesa de pronto, asustada.

No, no lo veía factible. La Disidencia era un grupo complicado y, definitivamente, detestaban a la monarquía muggle... pero no serían capaces de matar a la reina y mucho menos lo habrían hecho pasar por un suicidio.

—No, Hermione. Tu madre... se quitó la vida ella sola —respondí, convencido de mis palabras—. Y, además, te dejó muy claro que no quería que tú hicieras más averiguaciones al respecto.

—¡Pero tengo que hacerlas, Draco! —exclamó la princesa, agitándose de nuevo, como en la discusión que habíamos tenido esa misma tarde—. Compréndelo, ¡por el amor de Dios! Mi madre se suicidó justo después de que yo le dijera que conseguí hacer magia. ¡Se suicidó por mí!

Un escalofrío me recorrió de nuevo al escuchar esas palabras. Por un momento tuve miedo, pensé en tenderle mi propia varita, dejar que ella la empuñara... pero ella no podía hacer magia. ¡Claro que no! Era muggle. ¿Cómo iba a hacerlo?

—Te ayudaré a investigar por qué se suicidó tu madre —dije de repente, sorprendiéndome a mí mismo—. Pero quiero que dejes de lado esa invención de que eres capaz de hacer magia. ¿De acuerdo? Ese es el trato que te ofrezco.

Supe que se debatía entre aceptar o no mi oferta. Porque ella se empeñaba en creer un imposible. Tendría que salir de su error por ella misma.

—¿Cómo vamos a hacerlo?

—¿Con quién pudo hablar tu madre antes de morir? Escribió esa carta para ti, pero... ¿crees que le contó a alguien lo que planeaba hacer?

—No, no lo creo —me respondió Hermione, dudando—. Mi padre parecía tan destrozado y sorprendido como yo y mi tía no llegó al castillo hasta... —Se quedó callada de pronto.

El silencio se extendió durante varios segundos y yo hablé de nuevo.

—¿Qué sucede? —la insté. Me había dejado esperando el final de esa oración.

—Mi tía. Mi tía Amanda vino aquí, ella... me dijo que mi madre me había mentido. Cuando le eché en cara que no hubiera hablado con mi madre en veinte años, ella me dijo: «¿es eso lo que te contó?», como si la versión que yo conozco no fuera la verdad.

A decir verdad, eso podía ser una buena pista. ¿Una hermana con quien la reina no había hablado en dos décadas? Como mínimo era sospechoso.

—Está bien, hablaremos con tu tía. Pero ahora debemos ir a dormir, es muy tarde y ha sido un maldito día terrible. Para todos.

Estaba seguro de que Hermione pretendía ir a buscar a su tía en ese mismo instante, sin importarle la hora que fuera ni que alguien acabara de provocarle un horrible desmayo que ni siquiera yo había sido capaz de solucionar. Necesitaba leer la maldita carta de una vez, pero para eso tenía que librarme de la princesa por esa noche.

Ambos caminamos de nuevo hacia el castillo y yo me descubrí a mí mismo mucho más cauto que de costumbre, lanzando miradas a todas partes y preguntándome si alguien nos estaría vigilando. No lo descartaba.

Entramos en nuestros aposentos en silencio y yo cerré la puerta a nuestra espalda. Era nuestra segunda noche de casados... y la primera había sido lo suficientemente mala, pues había comenzado con la muerte de Olivia Granger. Esa no podría ser mucho peor.

Me deshice del chaleco de piel oscuro que llevaba, cuidándome de que ella no viera la carta en ningún momento. Después comencé a desabrocharme la camisa.

—¿Vas a desnudarte? —me preguntó ella.

Puse los ojos en blanco.

—Esa es mi intención, sí. ¿Te molesta, princesa? ¿Prefieres que duerma vestido?

Y, para mi sorpresa, ella bufó sin decir nada más ante mi tono de voz sarcástico. Procedió a ignorarme y yo lo agradecí. Me deshice de los pantalones formales de diseño italiano y me puse unas calzas cómodas para dormir, así como una camisa de suave batista negra. Cuando me di la vuelta, convencido de que la princesa Hermione aún se dedicaría a ignorarme, me di cuenta de una innegable realidad: ella también se había desnudado y, en ese momento, envolvía su cuerpo delgado y esbelto en un camisón de tela fina y clara. Tragué grueso cuando mis ojos llegaron a ver, solo unos segundos, una espalda lisa y sensual. Su piel desnuda se me antojó muy deseable de pronto y sus piernas, bien torneadas, encendieron en mí algo que no alcancé a comprender muy bien. ¿Era excitación? ¿Por una mujer sin magia?

Hermione me miró de reojo y frunció el ceño mientras se abrochaba el camisón, pude ver la forma de sus pechos marcarse firmemente en la tela y mis ojos tardaron un poco en volver a su rostro.

—¿Se puede saber por qué me miras?

Y la respuesta estaba clara: la miraba porque me gustaba lo que estaba viendo.

Apreté los labios antes de hablar.

—Te lo dije ayer, princesa. Ciertamente no es mi deseo, pero es un deber que no podemos extender hasta el infinito. Algún día tú y yo tendremos que...

Enrojeció sin que yo tuviera que terminar de decir esas palabras. Suspiró con aire resignado, el mismo que yo mismo desprendía por los poros.

—Lo sé —susurró—. Tenemos que hacerlo.

Me imaginé que ese habría sido el peor día de toda la vida de Hermione Granger. ¿De verdad iba a tener que acabarlo acostándose conmigo? Me tensé solo de pensarlo. El sexo me causaba curiosidad, aunque nunca hubiera imaginado que mi primera vez fuera a ser con una muggle. De todas formas, en el sentido anatómico, reconocía que mi suerte podría haber sido peor. La princesa Hermione era una mujer bella, joven y con un cuerpo y un rostro que conseguirían impactar a cualquiera. No tenía magia, pero aun así era mi esposa. Y el contrato de nuestro matrimonio estaba claro: debíamos yacer juntos.

—No tiene por qué ser hoy —la tranquilicé al cabo de unos segundos.

Ella suspiró con alivio y tomó las sábanas y la colcha de la cama entre sus dedos, después se coló dentro del lecho. Al parecer, la princesa ya no tenía intención de salir corriendo a seguir con sus investigaciones. Permaneció allí, quieta, hasta que yo tomé la carta de la Disidencia y me senté frente al escritorio de madera de la estancia. Fingí que agarraba varios documentos más, como si fueran papeles que necesitaba revisar. Tan solo una luz iluminaba toda la habitación: la vela que se encontraba frente a mí, en el escritorio.

—¿No vas a acostarte? —me preguntó ella desde la cama.

—Tengo cosas que hacer antes —respondí.

No me atrevía a moverme y no me sorprendió que ella volviera a hablarme.

—Draco, ¿puedo preguntarte algo?

—Supongo.

—¿Conoces a algún disidente?

Aparté la vista de la carta, sin siquiera abrirla, y la miré a ella. Estaba a varios metros de mí y no podía verla con claridad, pero supe que me estaba mirando.

—No —respondí, de nuevo no estaba mintiendo: los miembros no nos conocíamos entre nosotros.

Tardó unos segundos más en volver a hablar.

—¿Tú eres un disidente?

Y lo dijo con la misma naturalidad con la que me habría cuestionado si había tomado té o no para desayunar. Me heló la sangre y supe que, si me lo estaba preguntando era porque ya lo sabía. No iba a mentirle, al fin y al cabo, no importaba nada cuál fuera mi respuesta ya que mi destino ahora era ser su marido, ser el futuro rey del Mundo Mágico.

—Lo fui.

No respondió. Se quedó callada y no habló más. Interpreté que ya no quería seguir manteniendo esa conversación, quizás ahora estaba enfadada conmigo o asustada de mí. Cualquiera de las dos opciones me dejaba a mí sin nada que hacer al respecto. Si algo no podía llamarme la princesa Hermione era mentiroso.

Rasgué el sobre de la carta, rompiendo la D impresa en el papel. Como esperaba, la nota era breve y concisa, tal y como la carta que yo había mandado a la Disidencia muy pocos días antes. Esperaba comprensión por su parte, quizás había sido demasiado ingenuo porque lo que recibí fueron las siguientes palabras.


Lamentamos anunciarle que su renuncia ha sido aceptada. Sus sentimientos y lealtades internos no son relevantes, señor Malfoy, sus acciones lo han convertido en un nuevo objetivo para la Disidencia. Su deslealtad le traerá vergüenza y muerte. No habrá más avisos ni amenazas.

Tanto usted como su esposa muggle, indigna de la corona mágica, serán próximas víctimas de la organización.

Limpiará su deshonra con su sangre, encontrará su derrota.

D.

Mis manos temblaron al leer la carta, pero fui capaz de repetir esa acción diez veces. Después la introduje de nuevo en el sobre y la acerqué a la vela de mi escritorio. Contemplé cómo el papel se quemaba, provocando una extraña reacción causada por la tinta mágica utilizada para escribir esa misiva: las llamas eran verdes, mucho más grandes que las que surgirían si quemaba una carta normal. Esperé a que se consumiera por completo, llegando a quemarme las manos en algunas ocasiones con ese fuego maldito.

Estaba muerto. Iban a matarme. Y todo por hacer lo que debía. ¡Estaba arruinado!

Me levanté de esa silla y soplé la vela, esta se apagó y por un instante todo fue oscuridad en esos aposentos, al menos hasta que mis ojos se acostumbraron y fui capaz de llegar hasta la cama con mayor facilidad. Me acosté entre las sábanas, con el corazón aún latiendo aceleradamente.

Quizás esa fue la primera vez que pensé que la Disidencia era una organización injusta. Yo siempre había sido fiel, había creído sus ideas a pies juntillas. Y ahora... ¿ahora iban a matarme? Sí, así era.

En ese caso debía prepararme para lo que fueran a hacerme. Era curioso pensar con qué facilidad había pasado de ser su amigo a convertirme en un enemigo.

Cerré los ojos, dispuesto a dormirme por fin. Fue entonces cuando lo escuché por primera vez. Un sollozo muy tenue, casi lejano... pero sonaba muy cerca. Estaba tan acostumbrado a dormir solo que tardé bastante más tiempo del esperado en percatarme de que provenía del lado derecho de la cama. Busqué el rostro de Hermione, algo sorprendido, y la luz de la luna a través de la ventana me mostró que la muchacha tenía las mejillas empapadas en lágrimas. Estaba dormida, aun así, la princesa lloraba en sueños.

Algo en esa escena me conmovió. Quizás fue el pensamiento de que no solo querían matarme a mí, sino también a ella. Hermione, desde luego, tenía menos culpa que yo. Solamente había nacido en el mundo incorrecto, había nacido defectuosa... o quizás ese era solo mi pensamiento. Ella no se sentía mal, no creía ser inferior a mí.

El sollozo se reanudó y gruesos lagrimones rodaron desde sus ojos, apretados. Supe que estaba pensando en su madre.

Suspiré. Fantástico, ahora no podría dormir por la maldita culpa de la princesa llorona. Sin pensarlo mucho me incliné hacia ella, aún tumbado en la cama, y posé mi mano en su cabello rizado y desordenado. Era más suave de lo que esperaba y sentí el calor de la princesa llegando hasta mi cuerpo. No me aparté de ella y, poco a poco, su llanto remitió hasta cesar.

Solo entonces yo también pude dormirme, había sido un día duro.


Muchas gracias por leernos <3

¡¡Nos vemos el próximo domingo, mil besos!!

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