ㅤㅤㅤ O5. LA CITA

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   Anastasia no pensó que debía preocuparse sobre el o los nómades que atacaron en el Condado Mason. No lo parecía pero en verdad los nómades por esa zona no eran una gran extrañeza, estaban pegados a Canadá, básicamente eran una parada de paso. Sobre todo teniendo también a Seattle a tan corta distancia.

Ella estaba más preocupada por su "cita" con Charlie Swan. Sabía que ambos habían afirmado que era una cita, pero no creía que el castaño estuviera muy cómodo con el término así que procuraba no repetirlo demasiado. Además, eso hacía que su cerebro y corazón se calmaran un poco, aunque también se decepcionaban.

¿En verdad qué estaba haciendo? ¿Qué habían pasado con todas sus promesas a sí misma sobre mantener la distancia?

Había intentado con todas sus fuerza no amarlo, sabiendo las carentes posibilidades de que una relación romántica surja entre ellos, pero fue imposible. Ella no quería meterse en la cabeza del hombre porque eso conllevaría a que él se convirtiera si la amaba, y eso no era bueno para Swan.

Y siendo sincera, Ana no quería que Charlie fuera como ella.

―¿Algún día me dejaras escuchar tus pensamientos?

La mujer miró con aburrimiento al joven.

―¿Algún día dejaras de preguntar sobre el tema? Sabes de memoria la respuesta ―le respondió con fastidio y Edward resopló.

La Cullen mayor amaba a su sobrino, por supuesto, pero es verdad que el chico podía comportarse muy infantilmente para tener casi cien años. Y no solo hablaba de las muchas insistencias del menor sobre sus pensamientos.

Para Anastasia fue muy fácil descubrir su don de escudo, aunque no se comparaba con el escudo personal de su amigo Aro, el suyo era incluso superior al del Volturi. No solo era un escudo físico, sino mental y hasta emocional. Ni siquiera el "inofensivo" don de Jasper podía penetrar su "armadura", como muchos la llamaban.

Al principio los pensamientos de la rubia eran difícil de comprender para el cobrizo, por supuesto eso fue un incentivo para que su tía desarrollara más su don hasta alejarlo por completo.

―Si son tan aburridos como dices, ¿por qué no me dejas leerlos? ―se quejó caprichosamente.

Ni siquiera se trataba de los pensamientos como tal, sino de que le fastidiaba de sobremanera no poder escucharlos haciendo ruido en una habitación vacía.

―¿Para qué quieres leer cosas aburridas y, sobre todo, no de tu incumbencia? ―se cruzó de brazos, con un gesto serio, y Edward procuró dejar el tema, momentáneamente.

Ana se encontraba junto a su sobrino en la oficina del hospital de Carlisle. Había asuntos que los hombres debían discutir, posiblemente sobre cierta humana castaña. La rubia no entendía porque su hermano quería que supervise al chico hasta que se dio cuenta que él estaba ansioso, además de en extremo irritante.

El pequeño chasquido de la cerradura abriéndose fue suficiente para que tía y sobrino miraran la puerta casi con suplica. Carlisle se asomó con su típica aura serena y amable, contrastando con la tensión que había nacido en la oficina.

Pareció sonreír a modo de disculpas por la irritación que irradiaba su hijo a su hermana menor.

Anastasia no era necesariamente muy tolerable.

—Gracias por hacer este favor por mí, Anastasia. Ya puedes retirarte ―la mujer puso los ojos en blanco.

―Al fin ―respondió llena de dramatismo y se dirigió a la puerta. ―Me voy, no me extrañen mucho, y si lo hacen, no me llamen ―abrió la puerta y salió. ―En serio, no me llamen.

Con eso, y escuchando la leve risa de su hermano, cerró la puerta y se dispuso a irse del hospital.

No habían pasado muchas horas de su llegada, pero la morgue estaba vacía y ella tenía permitido una hora de almuerzo. Por una vez en toda su estadía en el pueblo, le iba a dar un buen uso a esa hora.

Ana se acercó a Mónica en la recepción pero la mujer habló antes.

―¿A dónde vas? ―interrogó y la miró con sospecha. La Cullen siempre iba con su bata blanca, incluso si salía, esa vez no y eso era suficiente sospecha para la pelinegra.

―A almorzar ―respondió con un encogimiento de hombros, tratando que su compañera de trabajo no le de mucha importancia al hecho.

―¿A almorzar? ―repitió con una ceja alzada. La rubia asintió. ―No irás a tener esa cita con el jefe Swan, ¿o sí?

Ana hizo una mueca, no lo parecía pero Mónica estaba más atenta de su alrededor que otras enfermeras, comprensible teniendo en cuenta que algunas llevaban diez horas en el mismo edificio.

―¿Tal vez? ―la mujer dio un saltó cuando la otra emitió un fuerte chirrido.

―¡¿E irás así?! ―cuestionó casi histérica y Cullen frunció el ceño para ver su vestimenta.

Era uno de sus típicos conjuntos, nada muy llamativo. Pantalón recto de color café, camisa blanca y un innecesario abrigo largo del mismo color que su pantalón. No había nada anormal en su manera de vestir ese día.

―Mm, sí. ¿Por qué? ―la miró con confusión entretanto la mujer ponía los ojos en blanco.

―Son tal para cual ―murmuró, sin ser consiente que eso no importaba porque para Ana todo era audible. ―Nada, no importa. Ya vete ―con las manos le hizo gestos para que se vaya.

Ana se encogió de hombros, sin entender mucho de la actitud de Mónica, y salió por las puertas de cristal de la entrada. Había unas grandes nubes grises en el cielo pero según el pronóstico no iba a llover.

Ella confiaba en que lo meteorólogos estuvieran equivocados, lo cual de hecho pasaba más seguido de lo que uno creía.

El hospital y la estación de policía estaban a una muy corta distancia una de la otra. En menos de cinco minutos ya se encontraba en la estación y no tuvo muchos conflictos al entrar, no era la primera vez que estaba por ahí, pero tampoco era algo muy cotidiano.

Una gran sonrisa creció en el rostro de Mark al verla llegar a su escritorio.

―¡Doctora Cullen! Es bueno verla, ¿cómo está? ―Ana imitó la sonrisa del pelirrojo.

―Hola, Mark. Yo estoy bien, ¿y tú? ¿Cómo se siente tu esposa? ―el hombre rio risueño.

―Bien, y mi esposa está perfectamente gracias a tu hermano. Envíale saludos de nuestra parte ―ella asintió.

―Sí, lo hare ―respondió con sus ojos dorados vagando por el lugar. Pudo sentir en la nariz el leve rastro a vainilla y café dulce. ―¿Y Steve? ―preguntó, tratando de desinteresarse un poco por su compañero.

―Haciendo rondas, ¿por qué? ¿Lo necesitabas?

―De hecho vengo a ver al jefe Swan ―dijo y volvió a centrar su atención en el oficial.

―Eso me imaginaba, yo te guio ―el de ojos azules se puso de pie y la mujer no se tardó en seguirlo. ―Charlie dice que te invitó a una cita. Por favor, dime que no lo hizo porque aposté cien contra Steve ―la rubia soltó una carcajada.

―Me temó que le debes cien a Steve ―respondió con burla y Mark maldijo en voz baja mientras se detenía.

Las palabras "Jefe Swan" escritas en letras doradas fueron suficiente evidente de a quien le pertenecía esa oficina.

―Aquí es. Nos vemos, doctora. Debó pagarle a mi compañero ―refunfuñó y Ana se rio entretanto lo veía alejarse con un nuevo mal humor.

Dio un largo suspiro después de unos segundos para luego reusarse a volver a respirar. El olor de Charlie era tan intenso que sabía que una vez entrara a esa habitación la iba a invadir de pies a cabeza. Por más que amara el aroma, resultaba ser abrumador y tenía que ser precavida.

Cerró la mano en un puño y con los nudillos le dio unos cuantos golpes suaves a la puerta.

―¡Adelante! ―ella se mordió brevemente el labio inferior antes de abrir la puerta y entrar.

Una sonrisa se posó en sus labios al ver la decoración de la oficina. Iba muy acorde a la personalidad del hombre, colores oscuros y desorganización. Sus ojos dieron un corto recorrido en el lugar y se detuvo al ver al castaño sentado detrás del escritorio. Había más desorganización con los papeles por todas partes y el descuido era tanto que ni siquiera se percató de su presencia.

―Hola, jefe Swan ―saludó con burla y cerró la puerta detrás suyo.

Charlie se sobresaltó y miró con los ojos muy abiertos a la rubia parada en el centro de la habitación con aires muy despreocupados, como si fuera normal que estuviera allí. Es cierto que no era ajena a la estación, pero sí a la oficina del más alto.

―¡Ana! ―chilló y se puso de pie bruscamente, los papeles que había sobre su regazo cayeron al suelo al igual que algunos de los que había sobre el escritorio. Eso lo hizo sonrojar mientras recogía con torpeza las hojas y la mujer evitó burlarse más de él. ―¿Qué haces aquí? ―interrogó atropelladamente.

―Lamento venir sin avisar, la próxima vez lo haré. ¿Estás muy ocupado? Puedo irme si quieres ―hizo un amargo a la puerta y dio un corto paso hacia atrás.

―¡No! ―exclamó al instante, alterado. Sus manos se movieron ansiosas, haciendo que más hojas caigan, él bufó al ver el desastre que estaba provocando y Ana se mordió la lengua para no reír. El castaño carraspeó mientras seguía juntando papeles. ―Es decir no ―murmuró suavemente. ―Siéntate, por favor ―hizo un gesto hacia las sillas frente al escritorio.

Cullen tomó asiento y admiró como Swan juntaba torpemente las hojas y las apilaba sobre la madera rojiza. Intentó con todos sus fuerzas no levantarse y ayudarlo, sabía que era muy orgulloso y que eso no le agradaría mucho.

―Espero no importunar... ―comenzó la rubia una vez el castaño se sentó frente suyo pero la interrumpió.

―Nunca eres importuna, Ana ―le mujer le sonrió. ―Es solo que... ―hizo un gesto a las hojas. ―Tengo un poco de papeleo atrasado.

―Tal vez necesites una secretaria.

―Soy policía, no empresario ―ella se encogió de hombros con una sonrisa divertida que lo hizo reír en voz baja. ―¿En qué puedo ayudarla, doctora Cullen?

―Juraría que usted me debe algo, jefe Swan ―el hombre la miró por unos largos segundos hasta que pareció darse cuenta y emitió un jadeo.

―La cita ―balbuceó, claramente sin recordarlo antes. Anastasia asintió, no sorprendida del despiste.

―Sí, la cita. No suelo tomarme la hora libre de almuerzo pero creo que hoy podía y tenía una buena excusa. Además la morgue estaba muerta, literalmente ―se rio por su propio chiste y Charlie apretó los labios para no reírse también pero sonrió. ―Pensé que podríamos ir a almorzar ―miró el papeleo. ―Si no estás muy ocupado, claro.

―Creo que es una buena idea ―dijo y una gran sonrisa se formó en los labios rosados de la mujer, haciendo que se sienta culpable. ―Es solo que... ―se frotó la nuca. ―Es fin de semana.

La expresión de la rubia cambió a un ceño fruncido, confundida.

―¿Fin de semana? ―al repetir se dio cuenta de su estupidez. ―Oh, Dios. ¡Seguro tienes planes con Isabella! ―se puso de pie de un salto. ―Que tonta, como no lo supuse ―murmuró para sí misma. ―¡Ya me voy!

―Espera, Ana. Tranquila ―se acercó rápidamente y puso sus manos en los hombros de la contraria, haciendo un poco de presión la volvió a sentar. Él esta vez se sentó a su lado y Ana no despegó la mirada de los ojos chocolates. ―Te lo decía para que fueras con nosotros ―ella frunció de nuevo el ceño.

—¿De verdad? ―cuestionó y Charlie asintió. ―¿No le molestara eso a Isabella?

―¡Claro que no! ―dijo, más seguro de lo que en verdad estaba. Entender a su hija le era muy... complicado, no importa cuanto lo intentase.

―¿Estás seguro? ―el castaño rodó los ojos, recibiendo un golpe en el hombro por haber hecho eso pero asintió. ―¿No sería descortés llegar sin avisar?

―Ana, hace solo minutos hiciste un chiste sobre la muerte, no creo que la cortesía sea tu fuerte ―comentó y se puso de pie. La mencionada hizo un mohín. ―Además, yo te estoy invitando ―le extendió la mano. ―Te lo debo ―ella hizo brevemente una mueca antes de tomar la mano y pararse. Sacó rápido su mano al recordar la diferencia de temperatura. ―Vamos. Bella nos alcanzara allá.

―Carver Café, ¿cierto? ―dijo con una sonrisa y el hombre rio.

―Sabes que sí.

Charlie abrió la puerta de la oficina y con un gesto le indicó a Ana que saliera. La mujer quería suspirar, pero si hacía eso tendría que tomar aire y eso sería peligroso dentro de esa habitación, así que se contuvo. Se limitó a hacer otro mohín, esta vez de falso enfado, y salió por la puerta con su cabellera rubia ondeándose.

Anastasia esperaba que nada saliera mal en esa cita.

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