Navidad

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La temporada navideña nunca le gustó realmente.
Demasiada comida, demasiados postres, demasiado ruido, demasiada familia reunida en un lugar ridículamente pequeño.

Demasiado de todo.

O al menos así eran las navidades cuando vivía en casa de sus padres, ahora completamente solo en su apartamento, la soledad en vez de resultarle cómoda, le traía recuerdos nostálgicos y ahora que lo pensaba, su hermanito jamás tuvo la oportunidad de disfrutar de una navidad en familia, falleció antes de que el invierno azotara la ciudad, con su frío y vientos helados, sin embargo, algo bueno de pasar las fiestas el solo era que no debía estar cuidando a nadie de caer en algún tipo de intoxicación por el alcohol de dudosa procedencia y támpoco debía soportar convivir con su númerosa familia o tener un montón de niños desconocidos durmiendo en su cama y en el suelo de su habitación. Ya que cuando acontecian ese tipo de festividades, a su familia le gustaba festejar en grande, de pronto llegaban tías, tíos y primos del pueblo natal de su madre y padre, no sabía de donde salían tantas personas y como es que todas cabían en la vecindad donde vivía. Y aunque sus padres se quejaran todo el tiempo sobre el dinero y la carencia del mismo, de alguna forma cooperaban entre todos para armar una enorme fiesta.

Ahora todo le parecía ridículo.
Y ahora todo era distinto...muy muy distinto.

Podría pasar la noche de navidad y año nuevo durmiendo todo el día, sin ser molestado.

Mientras analizaba su deprimente forma de pasar las festividades en completa soledad, estacionó su motocicleta en la entrada de la preparatoria del Instituto Wilde.
Ese era el último día de clases en la institución y a su novia (no podía terminar de creer que ya podía llamarla así), le pareció buena idea que él fuera a recogerla al final de la jornada escolar. No es que le molestara, realmente le gustaba la idea, pero al mirar los autos caros de algunos padres esperando a sus hijos se sintió intimidado y hasta algo juzgado, pues su moto ya era algo vieja, pasada de moda y a veces tenía algunas fallas en el motor. Tal vez esa era la razón por la que no paraba de mirar algunos mensajes entre él y Helena, enviados esa misma mañana.

"Estás segura de que quieres que yo vaya por ti?"

"Claro que si, estoy muy emocionada.
¿Por qué no querría?"

"Helena...yo no tengo un carro bonito..."

"Y eso qué tiene?"

"No te va a dar vergüenza que tus amigos te vean conmigo? 😟"

"???
Claro que no, eres mi novio y yo quiero que vengas por mi, así no tuvieras ni si quiera la moto, y tuviéramos que irnos caminando, yo estaría muy feliz, porque me importas tú, no el carro que tengas o el dinero que hagas"

"A lo mejor si tuviera más dinero..."

"El dinero no me importa, Adrián...a mi me gustas tú, y nada más tú ❤️"

Terminó de leer ese último mensaje y lo llenó de valor. Pues aunque no entendía las razones de esa chica para amarlo, debía decir que era afortunado, esperaba que siendo hija de quien era, se portara mucho más exigente y probablemente lo ocultara de todos por la vergüenza que significaba salir con alguien que no tenía recursos monetarios tan significativos como el resto de su círculo social.

Pero no era así, ella no era así.

La vio salir de la escuela, buscándolo con la mirada hasta que finalmente lo encontró estacionado un metro más allá de la puerta de entrada, ella sonrió y corrió a abrazarlo, emocionada, como si volviera a ser esa niña a la que le brillan los ojos y se le ponían las mejillas rojas con tn solo verlo. Prácticamente se aventó a sus brazos y el la atrapó, antes de darle un beso húmedo en los labios. Alcanzó a percibir las miradas curiosas por parte de algunos estudiantes de la preparatoria, se le antojaban tan presumidos, con sus uniformes costosos y sus zapatos de charol bien pulidos, los miraban como quien observa por primera vez a un animal raro en el zoológico, entendía muy bien que las diferencias eran bastante notables entre ellos, pero no soportaba que los observaraban así juzgandolos, aunque también podía ser que realmente no fuera esa la razón específica de su curiosidad, si no, que era evidente la diferencia de esas y no es que Adrián se viera notablemente viejo por decirlo de alguna forma, pero Helena si aparentaba mucha menos edad de la que tenía, pronta a cumplir los dieciocho años, seguía pareciendo de catorce si no fuera por su cuerpo entrenado, cualquiera podría jurar a que todavía estaba cursando la secundaria. Y al ser una escuela tan pequeña, de niños tan bien portados, probablemente era una novedad que Helena estuviera saliendo con alguien que ya estuviera en edad de cursar la universidad, quizás eso le daba algo de prestigio a su novia.

—Mi dulce, guapo, y tierno Adrián—musito la chica, mientras se colgaba de su nuca y pegaba su cuerpo al de él, completamente entregada al calor que emanaba de su piel—Estaba emocionada por verte—recargo su cabeza en el pecho del chico, para ella, la sensación era reconfortante.
—¿Por qué nos miran tanto?—susurro, esperando no ser escuchado, Helena levantó la cabeza para verlo y una sonrisa maliciosa apareció en sus labios.
—Porque me la pase presumiendote desde que me pediste ser tu novia.
—¿C-cómo?—no entendía, porque ninguna de sus anteriores parejas hablaba de él con tanto orgullo, no como lo hacía Helena.
—Les dije que eras muy trabajador y que vas a comenzar la universidad en Enero, que haces taekwondo y vives solo—nada de eso era mentira, pero ahora que ya no estaba con su familia ya no lo veía realmente como un logro. Era muy común que todos o al menos la mayoría fueran a la universidad, el vivir solo...tal vez su era un mérito pero prácticamente apenas y alcanzaba a sobrevivir—Eres inteligente, guapo, alto, independiente, ¿qué más podría pedir?—la chica se puso de puntitas y le plantó un beso en la punta de la nariz antes de pedirle su casco para que pudieran emprender el camino hasta su hogar.

Y por un momento Adrián se sintió abrumado.
¿Así lo veía ella?, definitivamente estaba subiendolo en un pedestal al cual claramente todavía no pertenecía.

—Al final de todo, termine siendo obrero como mis papás...—dijo en un hilillo de voz cuando ambos estuvieron encima de la motocicleta.
—Por ahora...—susurro ella de vuelta—No quiere decir que esa será toda tu vida, yo confío en que puedes lograr mucho más de lo que tu mismo te imaginas. Yo creo en ti—esa última frase lo dejo pasmado por unos minutos.

Nadie jamás había apostado tanto por él.

Ni siquiera su madre.

El hecho de que Helena lo alentara tanto a seguir adelante y a no rendirse le ocasiona una enorme felicidad y al mismo tiempo un miedo intenso.
No quería decepcionarla. No a ella...

Arrancó y no hablaron durante el resto del camino, hasta bien llegaron a la residencia de los padres de Helena, aunque ese día lo invitaron a comer, aún no regresaban de la oficina, así que podría decirse que prácticamente tenían la casa para ellos solos y es que solo era un decir porque los trabajadores habituales de la casa se encontraban ahí, para hacer de chaperones en su cita con la princesa de la casa, Lalo todavía estaba en la universidad, al parecer le cambiaron un poco el horario y no regresaba a la casa hasta bien entradas las siete de la noche.

La pareja se sentó en el salóncito de invitados y pidieron un poco de café antes de que los dueños de la casa llegaran para comenzar con la comida de manera oficial.

Helena se encargó de hacerle saber muy bien cuales eran sus planes para esas vacaciones de invierno y también le contó lo mucho que extrañaría a sus amigas esos días, lo que hizo en aquella última tarde de clases que básicamente se resumida a anotar tareas que debería entregar en Enero y muchas quejas sobre los temas que estaba viendo en matemáticas, ya que nunca fue una gran alumna en esa materia. Sin embargo, Adrián la escuchaba con atención, él no tenía nada mejor que decir y le gustaba el sonido de su voz, colo movía las manos para explicar ciertas cosas, como sus pestañas parecían revolotear en su rostro cada vez que parpadeaba y en el color rosado de sus labios.

Era preciosa, de eso lo cabía duda.

El café llegó pronto y Helena se encargó de prepararselo, todavía no conocía a del todo los gustos de Adrián.

Era algo difícil...acostumbrada a la forma de ser de Gabriel, sabía bastante bien como le gustaban a él las cosas, que odiaba el sabor a chocolate a excepción del blanco, no le gustaba el café en realidad, si no el té y siempre debía ir endulzado con seis o más cucharadas de azúcar y combinado con leche entera. Se sorprendió bastante cuando Adrián le dijo que a él no le gustaba el azúcar en dicha bebida caliente, prefería los sabores tan amargos como fuertes.

Lo miraba ahí, sentado en el sillón donde ella se sentaba junto con su mejor amigo y no podía creer que estuviera sucediendo algo así, ellos dos tenían formas muy distintas de hacer una acción tan simple como esa, Adrián se relajaba, recargando su espalda en el sofá mientras miraba su teléfono, Gabriel tendía a no tocar el respaldo y casi siempre apoyaba ambas manos en sus rodillas. También el olor era distinto.

Después de tanto tiempo conviviendo con Gabriel, esa separación se sentía casi como un divorcio...aunque bien sabía que en realidad él jamás fue suyo como le hizo creer...
Pero ahora tenía a Adrián, y eso la volvía feliz al menos por ahora, solo que, la nostalgia era un mal contra el cual aún no podía luchar del todo.

Le dió la taza de café a su nuevo novio y el chico la aceptó, a pesar de que el líquido estaba caliente, le dio un buen sorbo, Helena no acostumbraba beber cosas hirviendo, pero al parecer Adrián tenía una resistencia excelente para las altas temperaturas.

Había tantas cosas que no sabía sobre él...pero tenía ganas de conocer cada aúna de ellas, las buenas y las malas también.

Se puso de pie cuando el chico hubo terminado su café, solo para tomar asiento en el regazo del muchacho que claramente se alertó al sentir su cuerpo tan cerca del suyo en esa posición, Helena le tomo el rostro con ambas manos, solo para mirarlo más de cerca.
Sus amigas le decían constantemente desde que se volvieron pareja que Adrián no era guapo, que ella merecía algp mejor físicamente hablando, tal vez un modelo o un príncipe. Pero ella no quería eso.

Sabía que un hombre de verdad significaba mucho más que solo su apariencia física, tal vez ellas tuvieran razón, tal vez Gabriel era más guapo, pero Adrián era dulce, tierno sincero, muy inteligente y trabajador. En esos quince días que llevaban siendo pareja, varias veces lo había visto contar las pocas monedas que le quedaban en su bolsillo cuando tenía que irse a su casa en medio de la oscuridad de la noche, probablemente no le quedaba mucho dinero para la gasolina de la motocicleta, pero siempre procuraba comprarle algo a ella, un café, un bizcocho de canela, algo...él jamás llegaba con las manos vacías, o si no tenía mucho dinero, siempre le ofrecía una rosa hecha de listón, como las que le dio en su cumpleaños.
No es que estuviera romntizando la carencia de dinero o lujos, porque bien sabía que Adrián no era el tipo de hombre que se quedaría esperando a que la fortuna llegara sola. Alcanzaba a percibir algunas cortadas en sus manos debido a su trabajo, y otras tantas lo había encontrado leyendo un libro en digital, hablaba acerca de circuitos eléctricos y esas cosas que ella no entendía del todo. Varias veces hicieron video llamada por las noches y ella lo observaba anotar y anotar cosas en una vieja libreta en la mesa de su comedor, esta a estudiando y ella solo podía ver ala lejanía lo guapo que se veía haciéndolo.

Tal vez por eso le gustaba.
No había nacido en una familia de clase o algo similar, pero el estaba luchando por salir de ese mundo al cual su familia se resistía por dejar atrás. Por esa razón se fue de su casa y renunció a la seguridad de su hogar ancestral, porque él no quería esa vida.

Era valiente por salir de su zona de confort. Cualquier otro se hubiera resignado a la vida de obrero, a comer escaso y gastar en fiestas sin sentido, a fin de semanas perdidos en alcohol y partidos de fútbol llanero.
Pero él no. Él quería más.

Ahora sabía que si decidía quedarse con él de por vida, Adrián jamás tendría la poca hombría para llevarla a vivir a la casa de sus padres, amontonados con el resto de su familia, porque en primer lugar, no la arriesgaría a una vida así.

Él no.

—¿Qué pasa?—le preguntó, notablemente nervioso por la posición en la que se encontraban.
—Me gustas, me gusta tu cabello, tu piel, tus manos, tu rostro...para mi eres muy guapo—el sonrojo en sus mejillas se hizo presente, algo que a Helena se le antojo adorable, más aún cuando una sonrisita se asomo en los labios de su novio, antes de bajar la cabeza notablemente apenado.
—El afortunado soy yo—dijo él, acariciandole el cabello—...no sé que hice, para que te enamoraras de mi...—la tomó del mentón y muy lentamente se acercó hasta su rostro para besarla.

Y se quedaron así, por unos minutos, disfrutando de la compañía del otro, de sus labios y del placer que les ocasionaba compartir dichas muestras de amor.

De pronto, en Helena, surgió la necesidad de preguntarle algo que llevaba varios días rondando por su cabeza y al mismo tiempo, la atormentaba, quizás debido a su relación anterior.

—¿No lo extrañas?—preguntó ella, sin ser muy especifica.
—¿Extrañar qué?—Adrián aún sostenía el rostro femenino con una de sus manos y se encontraba demasiado sonriente como para encontrar el significado oculto tras esa pregunta. Helena tomó aire, pues, necesitaba reunir valor para preguntar algo tan...delicado.
—Tener intimidad...—Adrián levantó una ceja, pues se esperaba cualquier pregunta inocente, menos ESA, específicamente—Rompiste con Alexa hace meses, dicen que los hombres no aguantan mucho tiempo sin eso y...—el chico continuó mirándola, completamente confundido—Yo no...o sea no es que no quiera pero...
—¿Por qué crees que yo no soy virgen?—él se adelantó a todas las respuestas posibles, dejándola muda, y completamente avergonzada, así que solo pudo reír nerviosamente mientras se retorcía en el regazo del chico.
—Ay por favor, eres más grande que yo, t-tienes veintiuno y...
—¿Y?—Helena desvío la mirada, ahora se sentía terriblemente avergonzada por haber asumido algo así.
—Pensé que tu ya...—Adrián negó con la cabeza, lentamente mientras sonreía.
—No, claro que no, estuve a punto algunas veces pero siempre salí huyendo—le dijo mientras jugaba con el cabello negro, pasándolo entre sus dedos, enfocando su vista en aquella zona—Quería hacerlo por amor...—devolvió la mirada hacía ella, como si quisiera decirle que era ella a quien estuvo esperando todo ese tiempo.
—Yo también quisiera hacerlo por amor—le regresó la sonrisa, supuso qué no era importante mencionar lo de Gabriel en ese punto.

La idea de que él fuera a engañarla por falta de atención carnal se esfumo como el vapor que salía de las tazas de café aún humeantes, si aún no había experimentado esa sensación, entonces no podría sentir la necesidad de buscarlo en otro lado.

Volvieron al juego de los besos, esta vez siendo mucho más entregados el uno con el otro y ahora que el "tema" había sido tocado, pudieron soltar un poco las riendas sobre el deseo que estaban sintiendo.
Adrián llevó una de sus manos hasta las piernas de Helena, para comenzar a acariciar sus muslos de forma suave y repetida, a medida que el beso fue avanzando, aquella mano subió poco a poco por el muslo femenino, sintió a la chica estremecerse sobre él, pues sus dedos se encontraban ya bastante cerca del centro de su cuerpo, pero esa no era su intención, no todavía, la extremidad viajó, remarcando la definida cintura de la chica hasta quedar justo debajo de su pecho, él se detuvo ahí, no quería hacer nada sin su pleno consentimiento.

—¿Puedo?—le susurro, y su voz sonó profunda, varonil y hasta algo seductora, Helena asintió y musito un débil pero seguro "si". Así que Adrián no perdió mucho tiempo y colocó su palma abierta en el pecho de su acompañante, por encima de la ropa. La chica suspiro y se aferro a sus hombros con fuerza, colocando ambas piernas al lado de las de Adrián, quedando completamente frente a él, mirándolo a los ojos mientras masajeaba la zona que tenía en una de sus manos.

Era pequeño, suave, pero no es que a él le disgustara el tamaño, le gustaba así, tal cual era.

Notó la forma en la que su novia cerraba los ojos y apretaba los labios. Tal vez jamás la habían tocado...no así, quiso preguntar si a lo mejor Gabriel y ella...pero no se atrevió, una parte de él no quería averiguar si lo que dijo su madre meses atrás era verdad, en parte porque se sentiría terriblemente celoso y también porque no quería imaginar que tan salvaje y bruto debió de haber sido Gabriel con ella, seguramente no sabía cómo, tocarla, ¿la habría lastimado?, de cualquier forma él no se permitiría cometer el mismo error.
Trato de ser lo más cuidadoso posible y al parecer ella estaba de acuerdo, suspiraba y se le veía tranquila.

—¿Quieres probar algo más extremo?—la chica a penas y abrió los ojos antes de asentir con la cabeza. Por lo que ambas manos acariciaron el abdomen femenino antes de colarse por debajo del uniforme deportivo que ella llevaba puesto ese día, recorrió su piel desnudate unos centímetros más arriba hasta llegar a su pecho, esta vez sin la ropa estorbando para dar rienda suelta a sus deseos.

Helena se levantó un poco antes de dejar caer su peso en el regazo de Adrián. Ahora era él quien soltó un suspiro lleno de satisfacción, al paracer no era tan inocente, sabía bien que quería lograr con aquella acción.

Y le encantó.

Continuó masajeando su pecho un rato más, mientras se besaban y Helena de vez en cuando se separaba un poco de él solo para repetir la acción anterior.

Hasta que el motor de la camioneta de los dueños de la casa se estacionó frente a la propiedad.
La chica se puso de pie y con movimientos bruscos se acomo el cabello y la ropa, antes de tomar asiento y entrelazar su mano con la de Adrián, mientras le sonreía, cómplice por lo que acababa de suceder.

Finalmente sus padres los encontraron, aparentemente manteniendo una charla sobre lo que cada uno haría en sus vacaciones de invierno, pasaron al comedor y fue ahí donde averiguaron la razón por la cual lo invitaron a comer con ellos en primer lugar.

Querían invitarlo a su cena de navidad y año nuevo en la casa de campo de los Valencia.
Ya que prácticamente estaría solo, no pudo decir que no.

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Muchas veces, y solo en libros, alcanzó a leer sobre los grandes hogares ancestrales qué solo las familias con mucho poder económico podían construir para su propia comodidad y en su mayoría se trataban de casas de campo justo como la que estaba viendo frente a sus ojos en ese momento, tuvieron que cruzar serpenteantes caminos, bajar y subir varias veces hasta que por fin llegaron al lugar donde se encontraba ubicada la gran casa.
Estaba hecha de cemento, pintada en colores vibrantes como el amarillo y naranja, resaltaba entre toda la neblina y la lluvia ahí acumulada, encima de una pequeña montaña, donde los frondoso árboles la mantenían a salvo de cualquier intruso que quisiera curiosear por los alrededores sin pertenecer a los dueños de esa imponente construcción. Fue en ese momento en el que supo que Lalo no estaba mintiendo cundo le contó la historia de su familia. En otros tiempos fueron hacendados ricos, ahora, eran empresarios con mucho dinero, y si sus actuales suegros eran pudientes, el abuelo de Helena lo era mucho más, pues según tenía entendido, la casa era de él, o al menos una de tantas.

Avanzaron por el camino de tierra, hasta quedar enfrente de la elegante puerta de madera, de la cual, emergieron un montón de personas, la familia materna de su novia para ser más exactos, entre ellos reconoció a su jefe y aunque le sorprendió verlo ahí, tuvo que preguntarle la razón de su inesperada visita, Helena rápidamente acudió en su ayuda y le explicó que en realidad, Adrián era su novio y pasaría las fechas decembrinas con ellos, también le pidió a su tío que no fueran tan crueles con él en la cena de navidad y que por favor le sugiriera los mismo a sus hijos. Su jefe estalló en risa antes de decir una frase que la señora Elaine le repitió por lo menos unas tres veces durante todo el camino.

"Si de verdad te quiere, ya se verá esta noche cuando se enfrente al interrogatorio"

Ingresaron a la casa y Helena lo guió por los pasillos hasta la que sería su habitación por esos días, no era la más grande y tal vez se encontrará en el ala más alejada de la casa, justo la más cercana al río que se encontraba unos metros más allá en la profundidad del bosque. Adrián sospechaba que la elección de tal habitación fue a drede, para mantenerlo lo más alejado posible de Helena, pues la habitación de ella se encontraba en la planta alta, cerca de la de sus abuelos, donde no hacía tanto frío y por supuesto, la mantenía alejada de los posibles peligros de la noche.

—Supongo que tienes que ponerte a día con tus primas—le dijo él, mientras tomaba asiento en la cama individual pegada a una de las paredes, otro detalle a resaltar es que no tenía televisión, y además el cuarto en sí se veía un poco abandonado, con varias cajas apiladas unas sobre otras en una esquina.
—¿Primas?—Helena levantó una ceja, completamente extrañada ante la afirmación.
—Si, ¿o no te llevas bien con ellas?—Helena sonrió antes de responderle, pero no era una sonrisa coqueta, más bien, una maliciosa.
—Mi amor, yo no tengo primas, soy la única niña—una sensación pesada le invadió el cuerpo—Todos mis primos son hombres y creo que te están esperando en la sala, ¿por qué no vas con ellos?—el pánico lo invadió, ahora entendía porque la señora Elaine le advirtió del tan famoso "interrogatorio", si todos eran hombres, eso solo querría decir que protegerian a Helena a capa y espada, él era un intruso que quería llevarse a la única sobrina, nieta, prima y hermana de la familia.

Prefirió quedarse ahí, en la oscuridad de su habitación para prepararse para la cena que aconteceria esa noche, estaba demasiado temeroso como para salir y enfrentar a todos esos familiares él solo, pues Lalo, seguía molesto con él y según tenía entendido, Samuel no llegaría hasta bien entrado año nuevo y eso aún estaba por verse.

Estudiando un poco la cronología familiar, entendía que él abuelo de su novia solo tuvo tres hijos, la señora Elaine y otros dos varones, de los cuales, dos nietos eran los hermanos de Helena, los gemelos, seguido, iban los hijos de su jefe, tres varoncitos los cuales eran más grandes que Lalo, después iban otros dos chicos, de la edad de Adrián, hijos del hermano menor de la señora Elaine.
Ahora entendía porque sintió algunas miradas hostiles al ingresar a la casa.

La familia Valencia, que en su mayoría eran hombres de negocios, decididos y estrategas, lo tenían ahora en la mira.

Oh Dios, ¿qué debía hacer?

Pero él momento de la tan esperada cena llegó y la familia entera se reunió en el comedor que era mucho más grande que el de la casa de los señores Valencia, todas las mujeres usaban vestidos e iban bien arregladas, usando joyería y todo eso, incluyendo a su novia, quien ataviada con un vestido negro, corto hasta los muslos, sus piernas estaban cubiertas por un par de medias igualmente negras, sin embargo, dejaba a la vista sus hombros blancos y frágiles, al igual que su cuello delgado, llevaba el cabello semirrecogido en una especie de media coleta qué en su opinión, lucía muy al estilo oriental.

Para él, era hermosa.

¿Qué pensaría de él?, que lo más elegante que tenía era una camisa negra y un par de jeans del mismo color.

Se sintió fuera de lugar por unos breves instantes.

Pues la mayoría de los hombres ahí reunidos, no necesitaban de prendas costosas para verse bien, ellos ya dereochaban con el simple hecho de caminar, con sus espaldas completamente eurgidas y su seguridad implacable.

De pronto recordó las fiestas decembrinas en su propio hogar. Todos iban bastante más cómodos, y aunque se encontraban algo apretados entre el espacio tan pequeño de la vecindad, siempre lograban hacer hueco para más invitados, y por su puesto para más alcohol y comida.

Le sirvieron pierna de res en adobo, acompañada con arándanos, pero también alcanzó a percibir el olor del salmón en salsa de miel y mostaza, ese, era uno de los pocos aromas que jamás podría olvidar y al parecer Helena alcanzó a percibir su emoción.

—Mi mamá lo preparó, puedo traerte un poco—le sonrió y le plantó un beso en los labios. No esperaba que se mostrará tan afectuosa, no frente a su familia, que era gente refinada, pero al parecer a ella no le importaba en lo absoluto.
—Es la primera vez que comes cosas así, me imagino—dijo uno de los chicos sentados frente a él, en la ausencia de Helena, el chico tenía el cabello rizado y corto, sus ojos verdes relucian bajo la luz del candelabro que colgaba encima de ellos.

Las palabras de su madre comenzaron a aparecer en su mente, bombardeandolo.

"Esa gente siempre nos ha visto como menos"

—¿De dónde te sacó mi prima?—dijo otro de los muchachos, supuso que serían los primos de Helena—Esperaba ver a su amigo ese el que siempre anda pegado con ella.

"Ellos están arriba y nosotros abajo"

—Ven—intervino Helena, después de aparecer con una porción de salmón, aún humeante y bien puesta en un plato extendido—Tengo que presentarte con mis abuelos, bueno con todos—lo tomó del brazo y lo obligó a ponerse de pie, como la cena aún no había comenzado oficialmente, todos les prestaron atención, al ser los únicos que se encontraban parados—Familia, muchos me han preguntado quien es este chico que tengo aquí a mi lado—comenzó el discurso, notablemente feliz y segura de sus palabras, confiada y radiante.

Jamás la había visto así, junto a Gabriel.

—Así que quiero presentarles a Adrián, mi novio—el chico miró a Helena, sorprendido, esperaba que lo presentara ante todos como un amigo nada más, tal vez por la vergüenza que podría ocasionarle, siendo bastante obvio que venían de mundos muy distintos, pero con eso, ya quedaba más que claro, que a Helena no le importaba de donde viniera, ella lo quería y lo aceptaba, aún con su pasado y su origen.
—Ay hija, ¿pero no está muy grande para ti?—comentó una de las mujeres al otro lado de la mesa, todos se soltaron a reír, incluida Helena, la pregunta había sido muy poco apropiada, pero suponía que había una persona así en cada familia, incluso en las esferas más altas.
—Para el amor no hay edad tía, si no que más muestra que mis abuelos, la abuela es más grande—la mesa estalló en risas antes de que ambos tomaran asiento nuevamente, la cena finalmente dió inicio y todos pudieron concentrarse en sus propias pláticas.
—Pensé que dirías que solo somos amigos—alegó Adrián en un susurro, agachado un poco la cabeza debido a las bastante claras diferencias de estaturas.
—¿Quieres ser mi amigo?—le preguntó, sonriéndole coquetamente.
—No, pero...
—Somos novios, quería que toda mi familia lo supiera, porque no es muy común que alguien ajeno a la familia venga, a no ser que ya estén en planes de casarse y...
—Casémonos entonces—él le tomó la mano y la apretó entre las suyas, antes de besarle los nudillos—Porque no quiero alejarme de ti, ni un segundo.

Jamás había hecho algo así.
Ninguna de sus anteriores parejas eran algo oficial por llamarlo de alguna forma, todo eso era completamente nuevo, el estar rodeado de la familia de su novia, respondiendo preguntas por acá y por allá, conviviendo, riéndose de las bromas de algunos parientes y ateniendose a burlas constantes era simplemente una experiencia llena de adrenalina. Pero por alguna razón no le disgustaba del todo, dejando de lado las miradas parcialmente inundadas por el desagrado varios integrantes de la familia, especialmente cuando tomó los cubiertos para comer y noto que todos los sostenían de manera distinta a él, o cuando llegó la hora de degustar el vino y él no supo como hacerlo del todo bien. Cuando el abuelo de Helena le preguntó por la carrera que estaba estudiando y él respondió con nada más que la verdad, nadie le tomo demasiada importancia como en su antiguo círculo social, pues cuando mencionaba algo acerca de la universidad, la mayoría se acercaba a cuestionarle todo tipo de cosas acerca del tema, ahora sabía que quizás sus intenciones no eran las mejores, pero de alguna forma lo hacían sentir un poco importante. Ahora, en esa gran casa, con personas que habían asistido a universidades de prestigio, todo eso era bastante común, ya que el ir a la universidad no representaba un lujo o una meta casi imposible de alcanzar, para esa gente, era una etapa más en la vida que debía cumplirse por obligación.

En su imaginación, todo el tiempo lo bombardearian con ataques sarcásticos, tratando de hacerlo recordar cuál era su posición social en ese mundo materialista.

Ser el de abajo, el que sirviera, el que debía estarles trayendo la comida en vez de convivir con ellos.

Sin embargo no fue así, todos parecían tan absortos en sus propias conversaciones que casi ni le prestaron atención, lo único que no se iba, eran las miradas cargadas de desprecio cuando Helena se recargaba en su hombro, cuando lo besaba o le tomaba la mano y aunque le incomodaba, tal vez entendía un poco mejor la razón de aquello, no podía esperar que lo recibieran con flores y halagos. Como hombre, lo entendía perfectamente.

Miró a su alrededor y aunque no quería hacerlo, no podía evitar comparar todo eso con su antiguo hogar. Ya que quizás por mero reflejo, aún esperaba que algún tío se peleara con su esposa, algunas tías tuvieran una discusión acalorada debido al alcohol y terminarán arremetiendo unas contra otras, o que algunos gritos interrumpieran la felicidad del momento debido a cuentas atrasadas, terrenos sin reclamar y problemas sin resolver. Sin embargo, nada de eso paso, todos reían y bebían mezcal, tequila, vino whisky y demás alcohol pero nadie se veía realmente agresivo, más bien lucían alegres y reían a grandes carcajadas, unas mujeres en una esquina de la mesa cantaban en coro, el abuelo lucia realmente divertido con aquel espectáculo, los más jóvenes charlaba entre sí y se retaban a ver quien aguantaba un poco más la borrachera de la cual ya eran presas varios, Adrián pudo observar a Lalo entre ellos y aunque buscó sonreirle y saludarlo desde su posición en la mesa, su amigo lo ignoro completamente antes de darle un gran trago a su propia copa de vino.

Helena también estaba bebiendo vino y se le veía claramente feliz, tal vez por tenerlo a él a su lado, pues se encontraba abrazándolo fuertemente por uno de sus brazos, Adrián por su parte se mantenía al margen del alcohol, ingiriendo un poco de vino y queso para mantenerse sobrio, pues no deseaba dar una mala imágen ante la familia de su novia.

De pronto los chicos más jóvenes se pusieron de pie y caminaron hasta salir del comedor a algún lugar desconocido de la casa, al menos para él.

Helena se puso de pie y prácticamente lo obligó a seguirlos junto con ella. Aunque ni bien salieron del comedor, tomaron rumbos distintos, pues los chicos pretendían salir al patio mientras que la pareja, se desvío y termino subiendo las escaleras hasta la segunda planta, se desplazaron por los pasillos oscuros hasta llegar a una especie de terraza, ya que se encontraba completamente cerrada por ventanales, donde tenían colocado cuidadosamente una hamaca y varios muebles de jardín, como un sillón bastante cómodo con vista al frondoso bosque qué se extendía más allá del terreno donde se encontraban. Helena se dejó caer en el sillón, con el cuerpo completamente estirado, ofreciendole una vista bastante ventajosa a su novio, sin embargo, Adrián desvío la vista hacía el panorama nocturno frente a él.

¿Qué pretendía?

—¿Podemos bailar?—le cuestionó ella, poniéndose de pie para posicionarse frente a él, obligandolo a bajar la vista, para mirarla. Pues una canción bastante animada en la parte de abajo y se extendía por toda la casa, a pesar de apenas escucharse debido a las gruesas paredes de cemento, la melodía si era bastante clara.
—Solo sé bailar cumbias—explicó él, abrazandola por la cintura.
—Y yo no sé bailar—alcanzó a entender la indirecta.

No necesitaba ser un baile perfecto, como de salón o algo parecido.
Ella solo quería bailar con él.

Dejó una mano en su cintura y otra tomo la mano izquierda de su acompañante. Comenzaron a moverse al ritmo de la música, intentando quizás, asemejarse al vals tradicional.
A

unque el sonido rítmico de las trompetas indicaban que no era para nada un vals.

La voz del cantante comenzó a sonar y en ese momento, Adrián hizo que Helena diera una vuelta entera sobre sus talones, antes de abrazarla por la espalda, sin soltar su mano, moviendo sus caderas de un lado al otro por un rato, sintiendo únicamente la música correr por sus cuerpos, se mantuvieron así un rato. Hasta que la canción se volvió ligeramente más lenta, se desplazaron un poco hacia su izquierda en pasos largos y sincronizados, Helena volvió a dar una vuelta para quedar frente a frente con su novio y ahora juntos, caminaron por el salón, a veces girando ambos, a veces solo lo suficientemente juntos como para sentir la respiración del otro. La canción continuó y aunque no cambiaron mucho la coreografía anterior, al finalizar, Adrián atrajo a la chica hacía si mismo, antes de obligarla a inclinarse hacía atrás, él la sostuvo por la cintura y por una de sus toneladas piernas.
La canción llegó a su climax y en ese momento, unió los labios de ambos en uno solo.

Esa fue una de las pocas navidades que había pasado en paz, sin ser molestado o teniendo que calmar pleitos de borrachos, fue la primera vez que no termino dormido bajo los efectos del alcohol, acurrucado entre un montón de familiares recostados en su cama, o limpiado los estragos de ingerir alcohol barato.

Esa fue la primera vez que una chica lo presentaba abiertamente con su familia, como su novio de manera oficial.
Esa noche fue maravillosa, tranquila y sin ningún altercado de violencia, sin gritos ni empujones.

Aquella madrugada se fue a dormir a su propia recámara, sin tener que compartir la cama con nadie, tenía su propio espacio, nadie lo patearia o lo tiraría de la cama, podría dormir cómodo entre sábanas limpias.
Nadie le pregunto acerca de sus ingresos como se lo hizo creer su madre ni lo trataron mal por no tener ingresos económicos en grandes sumas, no se comentó nada al respecto, la familia de Helena fue en medida de lo posible, amigable y muy tranquila en su presencia.

Ahora ya no veía razones para volver a su antiguo mundo.
Le gustaba este y no tenía planes de irse, porque ahí se encontraba todo lo que alguna vez soñó, casas grandes, buena comida, gente amable que lo respetara solo por ser quien era y lo mejor de todo, ahí estaba Helena.

Y ella no merecía menos que eso, una familia amorosa y una vida cómoda.
Él quería dárle todo eso y más.

Ahora tenía muchas más razones y más motivación, para seguir trabajando en su futuro.

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