Problemas en el paraíso pt1

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Esa tarde no tenía ganas de hacer nada.
Cuando llegó a casa no fue recibida por las palabras cariñosas de su mamá, más bien fueron los gritos lo que la obligaron a escapar a su habitación tan pronto como cruzó la puerta de la sala , últimamente ya era algo cotidiano, se dejó caer en su cama como un trapo antes de tomar su teléfono y revisar si alguien le había enviado un mensaje.

Nada. Ni siquiera Camila o Helena.

Camila estaba en su práctica de fútbol ahora mismo, Helena...no sabía bien que tanto hacía en las tardes, que no le daba tiempo de terminar su tarea y siempre llegaba con ojeras a la escuela, no quería molestar a ninguna de las dos.

—¡Tú me engañaste, porque esa niña no es mi hija!—otra vez con eso, su padre gritaba como loco, pero su voz sonaba ahogada, gracias a Dios, a pesar de que dolía mucho seguía soportandolo sin decir nada, porque a pesar de todo ninguno de los dos adultos allá abajo iba a escucharla, seguían diciendo que eran puras tonterías, que no tendría que afectarle y es que ese era un dilema familiar que llevaban años sin resolver. La primera vez que lo escucho tenía siete años, y claramente comenzó a preguntarse si era verdad, aunque era pequeña supo que se referían a ella, también se preguntó en cuántas cosas más le habían mentido.
El pecho le dolía cada vez que lo pensaba, sin embargo su mamá seguía sosteniendo que compartía lazos de sangre con ese hombre, pero él seguía sin creerlo.

Ahora que lo pensaba, no recordaba mucho sobre como era la vida en familia antes de los gritos y los reclamos, claro que hubo una época en la alguna vez su familia fue feliz, sin embargo a los pocos años de su llegada todo se volvió turbio como el agua estancada. Sus hermanos le habían contado que sus padres creyeron que un hijo nuevo les traería más felicidad de la que ya tenían hace algunos años, que los uniría más y aunque al principio así fue claramente las cosas cambiaron poco a poco.
Cuando era niña su papá solía cargarla sobre sus hombros, al ser la más pequeña se convirtió en su adoración, pero actualmente simplemente le hablaba con palabras cortantes y su madre a veces lo imitaba, solo a veces.

¿Lo peor?, estaba sola, sus hermanos solo tuvieron que soportarlo un tiempo, Iván podía salir cuántas veces quisiera, iba a la universidad y después se desaparecía por las tardes, su hermana trabaja y estaba volviéndose independiente a su ritmo, y estaba segura de que en algún momento dejaría la casa, se irían y solo quedaría ella para aguantar todo aquello.
Un estruendo la hizo saltar en su cama, seguido de pesados pisotones por todo el pasillo de la planta superior de la casa, iban directamente a su cuarto. La puerta se abrió y su mamá apareció tras de ella.
Maldita sea, estaba enojada, muy molesta y ella seguía con el uniforme de la escuela tirada sobre la cama, con el teléfono en la mano, y para acabar de echarle leña al fuego no estaba haciendo nada.

Lo que vino después le ocasionó una mezcla de enojo y tristeza...tal vez odio hacia sus padres, su madre le dijo muchas cosas horribles, como que era una tonta y una inútil que no hacía nada de provecho; Irene recordaba ese tipo de comentarios, cuándo solía enojarse con sus padres ellos rompían cualquier argumento respondiendo que vivía en SU casa, se alimentaba del trabajo duro de SUS padres y aún así se atrevía a levantarles la voz. De cierta forma tenían razón, mucha razón, sin embargo no entendía el porque tuvieron una tercera hija si iban a recriminarle por todo lo que habían gastado en su persona, incluyendo los servicios básicos que (se supone) cada ser humano debía tener. Pero como siempre, supuso que no lo entendería hasta que fuera una adulta y tuviera a sus propios hijos, sin embargo, ahora mismo no quería tenerlos, no si tendría que soportar un matrimonio como el de sus padres, no si no podría amarlos como se supone todos los padres debían amar a su descendencia.

Su madre parecía cansada...de gritar tal vez, y cuando por fin detuvo su sermón del porque ella era la peor hija del mundo y si no fuera por su misma existencia y la de sus hermanos no tendría que haber mantenido tantos años un matrimonio que en algún momento se volvió inestable y tortuoso, sin embargo no le encontró mucho sentido, después de todo, ya tenía dos hijos adultos y a ella le faltaban pocos años para alcanzar la mayoría de edad.
Era como sí tratará de justificar el hecho de que probablemente seguía esperando que algo dentro de ese amor ya marchito cambiará aunque a decir verdad...todos en esa casa ya sabían que nunca iba a pasar. No tenía coherencia, simplemente no encontraba una razón válida; pero aún así Irene no tenía derecho a opinar y no se sentía capaz de hacerlo, en realidad siempre fue así, al parecer nunca la habían tomado en cuenta realmente.

—Irene...tienes que entender que yo hago mucho por ti—dijo la mujer sentandose junto a su hija en la orilla de la cama—Soporte tanto para que tú y tus hermanos tuvieran todo, más de lo que yo pude tener por lo menos...—Irene no se atrevía a mirarla, no quería hacerlo, porque tenía muchas ganas de llorar, pero por alguna razón su instinto le decía que solo alteraría mas las cosas, trago en seco, tratando de hacer caso omiso a su mamá—Por eso es que a veces estoy tan... cansada, perdóname, no tendría que estarte diciendo esto a ti—probablemente era verdad, pero aún así se descargaba con ella siempre que peleaba con su esposo, a veces no le gritaba, solo se sentaba a llorar por horas quejándose del porque su marido ya no era el mismo chico que conoció en la preparatoria, preguntándose porque ya no la sacaba a bailar en las fiestas familiares o a cenar ellos solos como cuando eran novios.
Irene se limitó a callar y a escuchar como ya era costumbre, después de todo no sabía que decir aún si pudiera reprochar algo.

—¿Por qué no se separan?—al instante se arrepintió de haber abierto la boca, ya sabía la respuesta claramente, pero quería escucharlo de la boca de su mamá para confirmar su teoría. La mujer la miró como si acabará de decir algo repulsivo.
—Estas mal Irene, ¿cómo me voy a separar de tu papá?—no fue nada de lo que esperaba, al menos le gustaría escuchar una razón válida, no una respuesta tan vanal, pero por el tono de voz que utilizó su madre decidió ya no decir nada. En cambio la mujer antes mencionada se puso de pie y camino para salir de la habitación, probablemente estaba molesta por la pregunta y es que casi siempre estaba así de sensible cuando ocurría una pelea, se irritaba con facilidad y en algunas ocasiones era terriblemente molestó para Irene, ya que era ella la que tenía que soportar su mal humor toda la tarde.

Y ese era uno de esos días.
Quería salir de esa casa, la tarea podía irse al diablo, ya no le importaba, ¿para qué hacerla si seguramente terminaría igual que ella?, porque ya le habían dejado bien en claro que jamás sería tan inteligente como Sara o tan independiente como Iván, a comparación de ellos no era nada, se limitaba a ser la hija estúpida que siempre tendía a fallar en todo, si eso es lo que pensaba su propia familia entonces seguramente era verdad...había caído en un agujero muy profundo desde hace tiempo y seguía callendo...ya no quería esforzarse por salir de ahí si todo iba a ser en vano por años aunque lo intentará con todas sus fuerzas. Porque ahora que lo pensaba y mirando hacia atrás su adolescencia estaba siendo realmente aburrida, recordaba que a su edad sus hermanos ya salían con amigos, tenían pareja y se divertían. Ella en cambio... bueno, en realidad era de esperarse, no tenía la carisma de Iván, ni la cara de Sara. A veces se miraba al espejo y tendía a odiarse, era tímida para absolutamente todo, no se atrevía a hablarle a otras chicas además de Camila y Helena por miedo, aunque en realidad siempre tuvo la sensación de que las personas disfrutaban de ignorar su simple existencia, tampoco era lista, tenía que leer una y otra vez las actividades escolares para poder llevarlas a cabo y ni hablar de matemáticas, mucho menos podría llamarse así misma bonita, odiaba cada parte de su cuerpo, no era delgadito y finito, más bien ancho, envidiaba a esas chicas surcoreanas que salían en las revistas, con sus cinturas finas y rostro en forma de óvalo, hasta su cabello era feo, siempre enredado y sin forma.

Viendolo así no tenía salvación, ningún chico la voltearia a ver ni podría crecer como persona gracias a sus pocas habilidades; estaba perdida y se sentía abrumada, sentía un nudo en la garganta raspando dolorosamente.

Finalmente se soltó a sollozar en su cama , ahogando uno que otro grito de enojo, no le gustaba sentirse así, pero no tenía de otra. Seguramente se terminaría acostumbrando también a esa sensación. Entre el cansancio por haber llorado a mares, Morfeo comenzó a acunarla en sus brazos, sentía como sus ojos se negaban a mantenerse abiertos, decidió darles gusto por esa ocasión.

Pero el sonido de una llamada llegó a sus oídos.

Uno ya no puede deprimirse a gusto

Pensó bastante molesta, antes de mirar la pantalla del celular más por costumbre que porque de verdad quisiera atender, ya que muy seguramente se trataba de uno de sus hermanos.
Sin embargo, el texto reflejado en la pantalla distaba mucho de lo que pensaba.

Era Helena.

Y ahora estaba llamandola por alguna extraña razón, con las manos temblorosas atendió la llamada, deslizó uno de sus dedos hacía el lado derecho del teléfono y finalmente pudo escucharla.

—¿Bueno?—dijo casi en un hilillo de voz, no quería que la escuchara llorar...o que dedujera qué estaba llorando debido a su voz ahogada por el llanto.
—Hola Irene, ¿cómo estás?—la chica de quedo en silencio un momento antes de responder, tenía que calmarse o explicarle a Helena porque se encontraba llorando a las cinco de la tarde. O más bien podría inventarse algo, pero ella no era buena con las mentiras—Ammm...¿Estás bien?, si estás ocupada puedo llamarte más tarde...
—¡No!—dijo casi en un chillido qué sonó un poco desesperado, inmediatamente se llevó una mano a la boca, no quería que sucediera así.
—Sonaste como un cuyo—escucho una risita al otro lado de la línea y le alegro que ella no se molestara por haberle casi gritado—No te preocupes, mira, Camila y yo vamos a hacer algo el viernes en mi casa, ¿Quieres venir?—no había ido a la casa de una amiga desde la primaria, en secundaria todos parecían pasar ella, así que esto era emocionante y no iba a decir que no, después de todo también era una oportunidad para no estar en su casa ya que los días posteriores a una pelea de sus padres, la situación en casa era altamente...tóxica e incómoda.
—Si, si quiero, solo, tengo que pedir permiso a mi mamá—aunque no sabía si sería fácil conseguirlo.
—Bien, entonces, te veo mañana en la escuela—tras eso, ella colgó. Irene despegó el oído del teléfono y se dejó caer en la cama.

Se encontraba emocionada y de inmediato pensó que debería elegir que ropa ponerse, ella no era mucho de arreglarse...bueno más bien de ponerse vestidos o ese estilo de cosas, no porque no le gustaran...simplemente no le gustaba como se veían en ella.

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Helena trató de controlar su respiración, jalo aire y lo sacó lentamente, sentía las piernas acalambradas y no importaba qué tanto oxígeno intentara llevar a sus pulmones, nunca era suficiente, al menos no en ese momento, le dolía el abdomen y sus piernas ya no respondían como antes, sabía que estaba llegando a su límite y eso...le lleno el cuerpo entero de una sensación electrizante que solo podía llegar a compararla cuando entrelazo sus dedos con los de Gabriel.
Estaba exhausta, si, pero tenía que seguir, debía hacerlo si quería alcanzar su meta, la cual estaba bastante clara desde hace un par de años.

Ahora mismo se encontraba ante un reto: continuar el entrenamiento con la misma intensidad o ceder ante el cansancio y en definitiva la segunda opción no era para ella.

El silbato sonó y supo que era hora, se puso de pie con velocidad, brinco un par de veces con las rodillas pegadas al pecho, se sentía como si estuviera haciendo los saltos más altos de su vida y al parecer era así, a juzgar por la expresión de todos para después, continuar con el pateo que su entrenador les había explicado hace un momento, dos patadas con el empeine a la altura del estómago y dos más con salto, lo que sumaba un total de cuatro patadas en total.
Apretó los músculos de sus piernas y trato de hacerlo lo más rápido que pudo, finalmente termino, se dejó caer en el suelo y notó como el resto de sus compañeros no habían acabado, tan solo unos segundos los separaban, pero eso, para ella, indicaba que cada día no hacía más que mejorar.

Finalmente su profesor les indicó a todos que tomarán agua y la mayoría soltó una clase de suspiro colectivo, estaban igual de cansados y empapados en sudor. Helena se acercó a su entrenador para preguntarle algo.

—¿Nos ponemos el equipo?—el hombre la miró un momento, como analizando el cansancio en el rostro de su sobrina antes de hablar otra vez.
—Si, ¡todos por favor pónganse el equipo de protección!—los chicos sin rechistar caminaron hasta los vestidores donde guardaban todas las pertenencias que necesitaban para entrenar, se apresuraron a sacar las maletas y comenzaron a armarse—Háganlo con calma, en lo que se recuperan para comenzar con los combates—Helena le sonrió y se marchó alistarse también.

Los entrenamientos solían ser muy duros, especialmente a esa hora de la noche, su clase estaba conformada en su mayoría de cintas negras que ern lo suficientemente hábiles como para ser temidos, claro que también había algunas cintas menores entre ellos, sin embargo, también debían ser bastante buenos para soportar aquellos entrenamientos. En pocas palabras, en ese horario, podías encontrar a los mejores competidores de la institución, todos los alumnos querían estar ahí, pero solamente un grupo selecto podía hacerlo y Helena se encontraba ahí, no por ser la sobrina del profesor o porque la escuela fuera propiedad de su familia.

No.

Estaba ahí por mérito propio, porque era buena y tenía las agallas suficientes de pelear con personas más grandes y pesadas debido a que por su complexión era raro encontrar a un contrincante adecuado.

Pero eso no le molestaba.

Se apresuró a beber un par de tragos de agua para después comenzar a ponerse su equipo, siempre empezaba por las coderas, las empeineras, espinilleras y al último sus guantes, siempre en el mismo orden. Se puso de pie con su peto en mano y camino hacía Gabriel, el chico estaba terminando de colocarse los guantes cuando notó su presencia. No necesitaron hablar mucho, se miraron unos segundos y Helena se coloco de espaldas frente a él, ya con el peto acomodado sobre su torso, el chico entendió al instante y se aseguro de ayudarle a su compañera a terminar de ponerse el equipo.

—Adrián no vino hoy—comentó en tono burlón sin dejar de concentrarse en su tarea.
—Ha estado llegando tarde últimamente, quizás si venga—Gabriel bufó, antes de tirar con fuerza de los listones para apretar el amarre, todo para hacer que se ajustara a su cuerpo lo mejor posible, ella no se quejo.
—Le tienes demasiadas esperanzas a un tipo como él—cuando hizo el nudo final, Gabriel también le dió la espalda a su amiga y ella procedió a también ayudarlo.
—¿A un tipo como él?—inquirio, levantando una de sus delgadas cejas, el comentario le había sonado algo jocoso—¿Qué quieres decir con eso?
—Mmm, ya sabes...
—No, no sé a que te refieres—Gabriel carraspeo la garganta, era como si supiera que su comentario estaba mal pero aún se esforzara por creer que no era así.
—Helena, sus papás ni siquiera pudieron pagar la ficha del selectivo estatal hace un año—alegó en un susurro—¿Por qué crees que no fue?—Helena había terminado su trabajo, así que pudo pararse frente a Gabriel para encararlo—¿No se te hace un poco triste?
—Támpoco es motivo para burlarse de esa forma—dijo ella, cruzandose de brazos, sosteniendole la mirada a su amigo, no podía creer que estuviera juzgando a Adrián por ese tipo de cosas.
—No me estoy burlando—Gabriel comenzó a caminar en dirección al lugar donde hace unos momentos se encontraba ejecutando sus ejercicios de pateo—Solamente hablo con la verdad, bien sabes que este es un deporte caro, ¿crees que alguien como él va a poder pagarlo?—no sabía porque, pero siempre que se mencionaba ese tema le ponía un poco de malas que se expresaran así de Adrián, a pesar de que no eran nada.

Helena gustaba del chico desde que era niña y él había estado demasiado presente en su vida quizás, después de todo, era el mejor amigo de sus hermanos mayores. Años antes Adrián solía pasar mucho tiempo en su casa, y en ese lapso tuvo la oportunidad de conocerlo más y crear una especie de lazo, bien sabía que esa relación jamás escalaría a más, pues su diferencia de cuatro años podría llegar a sonar muy alarmante y bien sabía que él jamás traicionaría a sus hermanos de esa manera.
Era imposible que en algún momento fuera verla como algo más que la hermanita menor de sus amigos.
Pero aún así, ella le quería...le gustaba y guardaba la esperanza ferviente de que quizás cuando ella dejara de ser una niña...podría confesarle sus sentimientos.

—Él tiene talento nato—eso no sonaba como un argumento razonable, aunque fuera cierto. Gabriel le sonrió con burla y levantó los hombros restándole importancia al asunto.
—Pues...eso no se ha visto en los últimos torneos—lo peor es que tenía razón, últimamente no le estaba yendo muy bien en las competencias y las medallas de primeros lugares se vieron reducidas a únicamente terceros, no sabía que le estaba pasando.

Sin embargo, cuando ya estaban formados y listos para seguir las indicaciones de su entrenador, la puerta principal del gimnasio fue abierta, por curiosidad todos voltearon y ahí estaba él. Con el uniforme blanco puesto, su equipo de protección en la mano y el sudor recorriendole la frente.

Solo había una cosa que podía distraer a Helena durante el entrenamiento y eso era aquel muchacho, trago saliva y una sonrisa de felicidad genuina se dibujo en su rostro, buscó a Gabriel con la mirada y le saco la lengua a modo de burla, él si había llegado...tarde pero estaba ahí, dispuesto a seguir dando todo de si a pesar de las circunstancias.

—Llegas veinticinco minutos tarde—dijo el profesor, clavando sus grandes ojos marrones en el muchacho que respiraba agitado.
—Lo siento, lo siento es que...—Adrián no era de los que ponía excusas, así que simplemente se quedo callado a la mitad de la oración antes de volver a hablar, sin la voz temblorosa esta vez—Perdón, no volverá a pasar—Helena observó a su tío, con ojos suplicantes, como si por medio de la mente pudiera decirle que se compadeciera de él, y al parecer dió resultado.
—Es la cuarta vez en este mes—Adrián pareció hacerse pequeño en su lugar tras escuchar aquella recriminación—Y será la última, pasa ponte el equipo de protección—él no dijo nada más, simplemente acató las ordenes y entro a los vestidores bajo la mirada atenta de Helena, claro que el muchacho estaba más concentrado en no hacer enojar más a su maestro que en prestarle atención a una niña de dieciséis años.

El resto del entrenamiento no le presto mucha atención, y esas dos horas se pasaron con una ligereza qué Helena no había experimentado en mucho tiempo, ese era un buen día, había peleado con Gabriel y logró conectar con facilidad unas tres patadas a la cara, aunque sospechaba que su amigo se había dejado golpear a propósito y ella no sabía cómo tomarlo, porque en definitiva no la estaba ayudando poniéndole las cosa así de fáciles. Su siguiente contrincante fue su propio hermano mayor: Lalo.

Lalo a igual que su hermano mayor Samuel habían entrenado desde el preescolar, lo cuál los convertía en quizás los más fuertes de la clase. Eran gemelos idénticos y verlos pelear era todo un espectáculo en otros tiempos, antes de que Samuel decidiera de la noche a la mañana que quería ser militar y servir a su país, ahora él se encontraba a muchos kilómetros de distancia formándose como piloto en el Colegio del Aire, hace meses que no lo veía y támpoco respondía a sus mensajes.
Por su parte, Lalo estaba en la universidad, hubiera sido un gran atleta pero al parecer su hermano tenía otras cosas en mente, lo que él quería era heredar la empresa de su bisabuelo y trabajar en conjunto con sus padres para volverla una empresa internacional. Así que con todas estas cosas, Helena era la única que quedaba.
Y ella, si quería ser una atleta completa.

Su madre fue medallista Nacional cuando tenía diecisiete años y su padre igualmente lo fue pero por varios años consecutivos y quizás...ella tenía la ferviente idea de que como hija menor traía todos los genes necesarios para alcanzar a sus padres o superarlos.

Pero volviendo a la realidad, la fuerza de su hermano mayor la paralizó en un descuido y terminó cayendo de espaldas cuando recibió de forma directa una patada con giro incluido.
Claro que su hermano se disculpó aunque ella no esperaba que lo hiciera, estaban entrenando y eran ese tipo de cosas a las que se arriesgaba en un deporte de contacto.
Trató de tranquilizarse, después de todo le habían sacado el aire y lo peor que podía hacer era ponerse tensa o intentar llorar, hace años aprendió de primera mano lo que ocurría si optaba por alguna de las anteriores opciones: un desmayo.
Y la verdad sería una verdadera vergüenza que le sucediera eso en un día común, así que se relajo y poco a poco el aire regreso a su cuerpo, le indicó a Lalo qué estaba bien y para la próxima tendría más cuidado.

Justo cuando se encontró con que Adrián era el siguiente en pelear con ella, su corazón saltó dentro de su caja torácica, no por miedo a recibir un mal golpe como hace un momento, si no más bien por otro sentimiento.

No podía decir que era amor...pero si que él le gustaba en verdad mucho. Le gustaba todo de él.

Que fuera realmente alto.
Su complexión física delgada, un poco más allá de lo aceptable pero a ella le gustaba.
Sus piernas y brazos largos.
Su cabello negro como la noche.
Las pestañas prominentes que bordeaban sus ojos incluso más oscuros que los de ella.
Los labios grandes.
Su piel morena.
Las manos largas y grandes.

Oh Dios sus manos, como de pianista.

Muchos decían que Adrián no era guapo o atractivo.
Y Helena debía admitir que no era guapo en lo absoluto.

Pero a ella le gustaba.

Sin embargo, justo en ese momento, cuando estaba a punto de hacer algún tipo de contacto físico con él aunque fuera meramente gracias al combate, el entrenamiento llegó a su final. Les indicaron que se quitaran todas las protecciones y Helena no podía estar más molesta, por supuesto que no lo demostró, eso sería darle armas a Gabriel para molestarla y que Adrián pensara que era solo un mocosa berrinchuda.

Ahora que lo pensaba quizás Camila no estaba tan alejada de lo que dijo hace unos días en el receso de la escuela, ya que debido a su estatura era casi casi obligatorio acercarse lo más que le fuera posible al cuerpo de Adrián. Aunque sus pensamientos no eran tan libidinosos, si disfrutaba del contacto físico con él, aunque fuera únicamente debido al entrenamiento.

La clase termino y en unos minutos ella ya estaba afuera del gimnasio, caminando rumbo a la camioneta de sus padres, sin embargo, ese día era Lalo el que la conducía, por lo que se ofreció a llevar a Adrián hasta su casa, este último se negó debido a...bueno en realidad no dió una explicación como tal, solamente se negó. Al que si debían hasta su casa era a Gabriel ya que últimamente su madre se ausentaba bastante durante la noche y cuando Helena le preguntó al chico por la razón de ese nuevo hábito un tanto extraño, Gabriel apretó la mandíbula y le respondió que se debía al nuevo novio de su mamá. No es que eso fuera nuevo, pero jamás solía ausentarse durante la noche.

El gimnasio de taekwondo se encontraba ubicado en la segunda planta de una plaza comercial medianamente grande, por lo que camino al estacionamiento se topaban todos los días con locales de comida entre otras cosas, ese día en particular estaba haciendo mucho calor, incluso durante la noche, por lo que Lalo propuso ir por algo refrescante antes de marcharse a casa. Todos se encontraban en grupo, Adrián no se había marchado aún y Gabriel debía quedarse con ellos así que se dirigieron al local.

—Tengo que contarte algo—susurró Gabriel cerca de su oreja cuando termino de pedir su helado, con frambuesa y granola—¿Sabes por qué mi mamá ha estado saliendo tanto?
—Dijiste que era por su nuevo novio—Gabriel asintió y volvió a hablar en voz baja.
—Mi papá va a casarse otra vez—Helena frunció el seño, porque ella creía que ese hombre ya estaba casado. ¿No fue esa la razón por la que se divorcio de la madre de Gabriel?, ¿para casarse con otra mujer?
—Creí que...
—Yo también, este va a ser su tercer matrimonio, mamá esta...mal
—Me lo imagino, entonces ese nuevo novio es...
—Su manera de desquitarse con él—aclaró Gabriel antes de enterrar la pequeña cuchara de plástico en su helado de yogurt.
—Ya pasaron muchos años desde que se divorciaron, creí que lo habría superado—su amigo soltó un suspiro lleno de cansancio y casi pareció desparramarse sobre la silla de plástico dónde estaba sentado.
—TODOS, creíamos eso—esa situación familiar en realidad siempre fue complicada y no es que hablaran mucho de ello, pero a veces cuando Gabriel estaba demasiado molesto o triste tendía a soltar uno que otro detalle nuevo que Helena no conocía. De esa forma poco a poco pudo hilar un poco de la historia.

Según tenía entendido, los padres de Gabriel se casaron apenas terminando la universidad y aunque su relación era bastate buena, las dificultades del matrimonio llegaron sin mucha tardanza, para cuando Gabriel nació no es que se encontraran muy bien económicamente y no tardaron más de dos años en divorciarse, el señor volvió a casarse con una mujer con la que ya llevaba una relación simultánea a su matrimonio y la madre de Gabriel no volvió a tener pareja hasta que él entro en la adolescencia. Era una historia bastante triste, existían algunos huecos por rellenar pero entendía muy bien que su amigo no quisiera tocar el tema y no es que no conociera a su papá, lo conocía y trataban de llevar un buena relación, sin embargo...quizás ese hombre pensaba que todos los días que no podía convivir con su hijo podía recompensarlo con cuestiones monetarias. Esa era la razón por la que Gabriel asistía a todos los torneos, eventos y viajes que su institución pudiera organizar.

—Quizás debería hablar con mi mamá—comentó la chica, tratando de ofrecer algún tipo de apoyo.
—Mmm, no creo que mi mamá quiera—dijo sin tapujos mientras se llevaba a la boca el helado en su cucharita de plástico—No va a aceptar consejos razonables, solamente ideas para desquitarse con él—ambos recargaron sus codos en la mesa frente a ellos y es que eso seguía siendo bastante curioso, a veces tendían a realizar los mismos movimientos, no sincronizados pero sin mucho tiempo de diferencia, ellos pensaban que era consecuencia de conocerse después de tantos años.
—¿Y tú qué piensas?, ¿Cómo te sientes?—Gabriel seguía mirando al frente, un poco pensativo, se tomó su tiempo antes de responder.
—La verdad es que no lo sé, nunca conocí a mi familia unida como tal, mientras no deje de enviarme dinero, puede hacer lo que quiera—no sabía si eso era verdad o mentira, podría ser una verdad a medias, pero no se refería a lo de su papá, si no a la otra cosa.
—Yo no hablaba de lo de tu papá—volteó a mirarlo con ojos expectantes, ya no tenía ambos codos recargados en la mesa, ahora solo tenía uno y su mejilla izquierda apoyada sobre la palma de su mano, mientras que con la extremidad libre, tocó la espalda de Gabriel, en un gesto cariñoso.
—Tengo la casa para mi solo—declaró en un arrebato muy suyo de no querer hablar sobre como se sentía.
—...sabes bien que eso no te alegra tanto—el chico desvío la vista hacía ella y permitió que una de sus manos tomará un mechón de cabello de su amiga; era negro, y sedoso.
Se quedaron un momento así, en silencio, sin moverse mucho. Pero la magia les duró poco, porque Adrián se hizo presente en la escena.

—Ustedes dos, ¿están juntos o algo así?—Helena brinco sobre su lugar y de inmediato apartó la mano que acariciaba la espalda de Gabriel, y por consecuente también hizo a un lado los dedos de Gabriel que sostenían aquel mechón de cabello. Se puso de pie de forma errática y miró a Adrián como si fuera una niña pequeña que acaba de ser descubierta haciendo algo indebido.
—No no no, eso sería raro—soltó una risita nerviosa que por alguna razón irritó a su amigo—¿Verdad Gabi?—de un momento a otro su voz sonaban más aguda y dulce, era raro porque ella jamás se comportaba así cuando estaban solos.
—Ajá, muy raro—él también se puso de pie pero más despacio y no para unirse a ellos, más bien para comenzar a caminar en dirección al estacionamiento, a paso lento.

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Segundo mes de clases y contando... había sido demasiado ingenua al pensar que por ser una escuela pequeña no harían ese tipo de cosas, que no les interesarían los deportes mas allá de lo establecido, pero al parecer le daban más importancia de lo que ella esperaba. Pues se encontraba atrincherada en el baño esperando que la activación física terminara, rogaba porque ningún profesor la encontrará, después de todo nunca fue buena en deportes, jamás de los jamases, por cuatro sencillas razones:

1. No era veloz
2. Su cuerpo era demasiado lento y torpe
3. Se cansaba demasiado rápido
4. Y ni hablar de lo ridícula que se veía haciendo cualquier cosa que tuviera que ver con moverse constantemente.

A excepción del baile claro... bueno seguía viéndose ridícula según ella, pero al menos disfrutaba como su cabello ondeaba a su alrededor cuando daba vueltas al ritmo de la música en sus auriculares y como está parecía formar parte de ella en una sola alma.

—¡Irene Angel!, salga ya de ahí, todos los alumnos deben participar en la actividad—maldición, la profesora de ética ya se encontraba afuera de su cubículo, seguramente con los brazos cruzados y la boca torcida, era su primer año en el Instituto Wilde y ya había decidido que esa profesora en particular era la que menos le agradaba...por no decir que la odiaba en toda la extensión de la palabra. En especial por lo histérica que se ponía en este tipo de situaciones, ¿cómo podía obligarla a participar en esa ridícula activación física que no servía para nada?, no es que fuera una deportista (claramente no lo era), pero había visto las rutinas de su hermano, no es que hubiera logrado tener esos músculos solo por jugar fútbol cinco minutos—¡Irene!—volvió a insistir con voz chillona. No tuvo otra opción, solo le quedaba resignarse a hacer lo que le pedían. Abrió la puerta del cubículo con lentitud para encarar a la profesora de ética y salió del baño con la misma paciencia, no es que quisiera hacerla enojar más, pero realmente no quería ir.

Llegó a la cancha y se colocó junto a su grupo, esperando a que los llamaran para comenzar su mini partido, sin embargo del otro lado del patio reconoció el rostro de la única amiga que había logrado hacer además de Camila; Helena se encontraba recargada en la pared de ladrillo, con la mirada perdida en algún punto ciego de la cancha, al parecer tampoco quería estar ahí.

["—¿Por qué no vas a jugar también?—le había preguntado en una de esas odiosas activaciones mañaneras mientras se escondían en el baño.
—Porque no me gustan los juegos de pelota—le explico tranquilamente, como si fuera muy obvio.
—¡Ay por favor!, puedes agarrarte a golpes con tipos mayores, ¿pero no jugar fútbol?—la sola idea le parecía ridícula, teniendo los reflejos y la agilidad de Helena, cualquier deporte debía ser fácil....
—A mi solo me gusta el taekwondo—Irene esbozó una sonrisa, sabía que eso sonaba algo incoherente pero se alegraba por saber que no era la única con tendencia a prácticamente odiar ese tipo de actividades escolares..."]

Los recuerdos de su conversación en el baño la semana pasada le hicieron pasar aunque sea un segundo de diversión entre la molestia que era estar ahí de pie, con el frío calandole las piernas y a punto de hacer algo que no le gustaba, recordó que por mucho que idealizara a aquella chica no eran muy diferentes una de la otra.

Tenía que dejar de hacer eso sí quería tener amigas de verdad.

Caminó, rodeando la cancha para buscar a Helena y cuando hubo llegado ahí ella la miró sorprendida, parecía que le brillaban los ojos y de inmediato se separó de la pared y dejó de lado su cara de pocos amigos para sonreírle amistosamente.

—Tengo un plan para salir de aquí—dijo en un hilillo de voz, inclinándose hacía ella para darle más intimidad a aquella confesión—Vamos, sígueme—la tomó de la mano y juntas de desplazaron por detrás de la mayoría de los alumnos que se encontraban mirando el partido de otro grupo.

Siempre hacían eso en las mañanas, aparentemente se trataba de una especie de nuevo programa lanzado por SEP para fomentar la actividad física en los jóvenes.
Algo sumamente estúpido si se le permitía ser sincera, pues ningún adolescente querría estar a las ocho de la mañana, pasando frío solo para jugar algún partido de fútbol durante unos cinco minutos por grupo.
O al menos eso pensaba ella, sin embargo, muchos años aceptaron gustosos aquella propuesta después de pasar por la vergüenza de hace un año. Ya que según sus amigas, las cuales eran fuentes confiables (en especial Helena), el año pasado todos eran obligados a bailar con música completamente desactualizada y los profesores esperaban que reaccionaran gustosos, claro que cualquiera se emocionaría ante la idea de cambiar esa humillación grupal por patear una pelota un par de minutos.

Pero ella no.

Ya tenía bastante malos recuerdos ocasionados por las clases de educación física en su anterior escuela, desde burlas o comentarios respecto a su cuerpo que deseaba de verdad olvidar hasta golpes intencionales y pelotazos para continuar con la burla pública. Y el hecho de pisar una cancha nuevamente le aterraba y su mente le jugaba malas pasadas distorsionando la realidad hasta hacerle creer que todos los ojos estaban sobre ella, un movimiento torpe, una expresión facial y podría ser clasificado como suicido social.

Los adolescentes podían ser tontos.
Y muy crueles también.

Se dejó arrastrar por Helena como el primer día de clases y ella la llevó hasta el otro lado de la cancha, el extremo más cercano a los salones, ahí, habían instalado unos cuantos muebles de jardín hace apenas unos días. En las mesitas de aquella indumentaria el profesor de educación física solía llevar una paleta sobre la cuál anotaba y escribía cosas que en definitiva a ellos no les interesaba leer, sin embargo, discretamente Helena la tomó entre sus manos y comenzó a caminar en dirección a la sala de profesores. Y aunque un poco confundida, Irene la siguió sin decir nada, confiaba en ella...extrañamente.

Cuando se alejaron lo suficiente de la cancha e ingresaron a la parte trasera de la escuela, el profesor de inglés frunció el seño al verlas ahí, era obvio que las habían atrapado y ni siquiera llegaron tan lejos.

—¿Ustedes dos a dónde van?—dijo, con voz autoritaria, la cuál le ocasionó un poco de miedo a Irene y el deseo ferviente de regresar por donde vino, sin problema, Helena habló primero.
—Oh, buenos días profesor—su voz sonaba alegre, casi cantarina, algo que pareció descolocar al profesor un poco—Nos pidieron llevar algunos materiales para la siguiente clase de educación física, no son cosas pesadas, pero si son muchas, así que mi compañera y yo nos ofrecimos a ir por ellas—el maestro levantó una ceja, claro que no les iba a creer. Sin embargo Helena sonaba tan segura de aquella mentira que algo sonaba medianamente convincente—Tenemos que llevar veinte aros grandes—continuó mientras miraba el par de hojas que aún se encontraba presas en la paleta de madera—la caja de pelotitas de plástico, la cosita esa para ponerle más aire a los balones y...
—Esta bien, esta bien—la interrumpió el maestro, al parecer no estaba dispuesto a perder su valioso tiempo averiguando si un par de niñas no querían estar en la activación física, tenía cosas más importantes que hacer—Pero no tarden mucho.
—Por supuesto—declaró su amiga con una sonrisa coqueta en el rostro antes de pegarse la tabla de madera al pecho y tomar a Irene de la mano nuevamente. El maestro continuo su camino y las chicas ingresaron al laboratorio de química por la puerta trasera, lo atravesaron sin hablar y pronto se encontraron con la puerta que daba a las escaleras del salón de segundo año.

En definitiva la distribución de la escuela era tremendamente rara. Pero al menos en esta ocasión había sido de mucha ayuda y el hecho de que su amiga conociera tan bien las instalaciones también ayudo a escapar de aquella tonta actividad. Subieron hasta el aula de segundo grado pero terminaron abandonando la paleta de madera con todo y las hojas en la planta baja, eso si, escondiendola muy bien entre los materiales del laboratorio.

Era la primera vez que se quedaban completamente solas y no es que le molestara, pero si le emocionaba la idea, porque simplemente le gustaba pasar tiempo con ella.

—¿Y...crees qué se den cuenta?—le preguntó un tanto temerosa ante la idea de que las atraparan, aunque probablemente lo único que podrían hacerles era enviarles un reporte y nada más, sin embargo, Irene no podía permitirse algo así, ya que mancharía el último sector limpio de su vida escolar ya que siempre fue tranquila, callada y no daba problemas, aunque sus calificaciones estuvieran por los suelos, no podía permitir que también comenzarán a reclamarle por su aparente mal comportamiento y si, ahora que la situación en casa estaba empeorando, cada vez que llegaba a casa era recibida por reclamos sobre su desarrollo escolar y aunque en esos últimos días, todo pintaba para mejorar, los regalos constantes de su madre solo provocaban un retroceso en lo poco o mucho que hubiera podido avanzar.
—La verdad creo que no—alegó con una confianza que casi derrochaba un poco de narcisismo, se le notaba claramente tranquila mientras que Irene tenía miles y miles de pensamientos resultando en tragedia debido a aquella pequeña travesura y comenzó a pensar que quizás no debió seguirla para ahorrarse el regaño—Oye,ahora que estamos solas, ¿Por qué no me enseñas algunos pasos?
—¿Ahora?
—Claro, ¿por qué no?
—Pero si ponemos música sabrán que estamos aquí—Helena se aproximó hasta la única ventana del salón y corrió la cortina, dejando a toda la habitación en una semipenumbra algo extraña, ya que a pesar de que el sol seguía atravesando por poco la cortina color crema, todo aparentaba ser más tranquilo, podría decirse que bajo ese aspecto se asemejaba a la sensación de ser las únicas dos personas en el mundo en ese mismo momento.
—Bien, no haremos eso—alegó la chica nares de tomar a Irene de ambos hombros para darle un poco más de confianza.
—La verdad es que me da vergüenza—agachó la cabeza y apreto el suerter del uniforme entre sus dedos y es que era verdad, una cosa era bailar sola en su cuarto con la música a todo volumen y otra era enseñarle a alguien más, en completo silencio.
—Debo de buscar algo para que estemos parejas.

Helena se alejo de los escritorios, al espacio más amplio del salón, cerca del pizarrón blanco; separó ambas piernas, poniendo una delante de la otra, flexionando la rodilla de enfrente, jalo aire y antes de ejecutar su próximo movimiento. Levantó su rodilla derecha antes de estirar por completo la extremidad entera por muy encima de su cabeza, de verdad muy muy por encima, algo que a Irene le sorprendio y le robó el aliento, luego, cuando volvió a poner esa pierna en el suelo, la chica roto sobre ella, girando por su espalda para patear con la otra pierna, de igual manera, se trataba de un ataque demasiado alto para que fuera efectivo en una pelea real, pero debía admitir que era impresionante. Sin embargo, su amiga perdió el control, se tambaleó sobre su pie de apoyo y termino cayendo de forma estrepitosa sobre el suelo.

Temió que se hubiera roto algo.

—¡Dios, Helena!—se apresuró a acercarse, la chica se estaba levantando con dificultad, algo que la asustó más—¿E-estás bien?—la pelinegra se sentó en el suelo y acarició un poco su rodilla izquierda por encima del uniforme de deportes, mientras buscaba ocultar su risa nerviosa.
—¿Vez?, esto también es vergonzoso para mi porque esto nunca me sale bien y aunque no planeaba caerme, ahora puedes reírte—Irene ya se encontraba de rodillas junto a Helena, tratando de averiguar como ayudar a su amiga, ¿debería abrazarla?, ¿ofrecerle algún consuelo verbal?
—Oye eso no es justo—dijo Irene, dándole una pequeña palmada en la espalda mientras una sonrisilla se le si ujaba en el rostro, ya que, aunque al inicio se asustó un poco, ahora la escena parecía bastante divertida, por la forma en la que su compañera se había caído, se se tía un poco culpable por reírse tan descaradamente—Tu haces cosas geniales como esta y yo...pff—no lo aguantó más, la rusa llego desde su garganta de forma tan espontánea que no pudo hacer nada por pararla y ahora se cubria la boca con ambas manos.
Helena también comenzó a reír sin dejar de acariciar su rodilla con fuerza.

Se quedaron así un rato, riendo y sosteniéndose el estómago qué comenzaba a dolerles debido al esfuerzo de las carcajadas que buscaban ocultar para no ser descubiertas. Irene no se había reído así en la escuela desde la primaria y por primera vez en mucho tiempo se sintió libre.

No sabía porque, pero estar con aquella chica le refrescaba la mente, el alma y la obligaba a olvidarse de su pasado agrio, tenía la firme certeza de que encontró a una buena amiga entre el montón de personas hipócritas que poblaban el mundo como una plaga, por alguna razón se sentía protegida, nunca había estado en una relación o experimentado la sensación creciente del amor romántico, pero esperaba que fuera por lo menos...la mitad de satisfactorio que esa nueva experiencia.

—Y eso...lo que acabas de hacer, ¿qué es?—le cuestionó Irene, apenas logrando recuperar el aliento.
—Ay...—alcanzó a decir exhalando aire para tratar de controlar la risa—Pues,es parte de algo que se llama poomse en taekwondo, hay muchas y cuando mi mamá era jóven ganó muchas competencias gracias a lo que acabo de hacer. Bueno ella no era una ridícula como yo, a ella si le salía bien—volvieron a reír y esta vez Irene se puso de pie y le ofreció una mano a Helena, la cual no fue rechazada para ayudarla a incorporarse.

Y si, ciertamente quizás había hecho el ridículo frente a ella, así que si un paso le salía mal, si no lograba verse igual que los artistas en que bailaban a la perfección las canciones, ya no se sentiría tan mal.

Así que Irene comenzó a mostrarle los primero pasos de "Kill this love", quien la cantaba y bailaba era Black Pink, un grupo que ambas les gustaba mucho así que no tuvieron problemas en escoger la pieza.
Fue ahí donde Irene se dió cuenta que en realidad juntas, hacían un buen dueto, a pesar de la inexperiencia de Helena en el baile se estaban divirtiendo mucho, Irene de vez en guando soltaba alguna indicación como "no, tienes que mover un poco más la cadera" o "los brazos se ven muy rígidos, tienes que hacerlo así, más fluido" decía mientras le mostraba como mover sus extremidades tan fluidamente qué parecían flotar en una corriente inexistente de agua, y a veces un "tienes que levantar más la cadera, si te quedas recta le quitas todo el encanto".  A pesar de no tener música, Helena decidió entonar la canción con tal de no perder el hilo de la coreografía, eso si, en voz baja y mal mal entonada, sin embargo Irene le siguió el juego y entre notas que no alcanzaban sus propias expectativas y una letra bastante comercial. Ambas estaban formando un recuerdo que no podían olvidar por el resto de aquellos años en que aún fueran jóvenes.
Para cuando la campana sonó, indicando que la actividad física de veinte minutos (si, veinte) había terminado, para ellas ocurrió una nueva duda dentro de su cerebro aún algo infantil, ¿cómo harían para que ninguno de sus compañeros mencionara el hecho de que se habían saltado aquella actividad casi tortuosa?. Por alguna razón y no encontrar un solución ante aquel hueco dentro de su plan, así que ambas decidieron ir hasta las bancas al final del aula y permanecer ahí hasta que el salón se llenara y pudieran hacer que todo eso se sintiera únicamente como algo casual.
Los alumnos no tardaron en llegar y tuvieron que salir de su escondite, Helena trató de desviar la atención de sus compañeros sin embargo todos preguntaron sobre porque había una chica de primer año en su salón, justamente la asesora se encontraba entrando al salón y fue imposible que no escuchara aquel cuestionamiento. Así que Helena tuvo que enfrentarla nuevamente, Irene apretaba la mano de su amiga con algo de temor, pero gracias a la...tal vez preocupante habilidad de su amiga para mentir y manipular las circunstancias a su favor, salieron nuevamente bien libradas.

—Lo sentimos de verdad, pero Irene es nueva en la escuela y la verdad es que se siente un poco mal esta mañana—Irene levantó una ceja, pero Helena le dio un fuerte y rápido apretón en la mano que sostenía con tal de que no fuera a decir nada—Ya sabe, problemas de chicas, intentamos comentárselo al profe de Jorge, pero, usted ya sabe como es con esos temas—Helena añadió un suspiro pesado dándole más dramatismo a la situación y la profesora pareció entender las cosas y es que si algo había aprendido en las semanas que llevaba ahí, es que el profesor Jorge (docente de educación física), estaba muy desconectado de muchas situaciones por las que pasaban sus alumnas y siempre era pedante y grosero, aunque con los chicos era bastante distinto.

Después de aquella mentira, la maestra dejo marchar a Irene, quién bajo las escaleras para incorporarse a su propio grupo. No sin antes dirigirle una última mirada a su compinche, ella le guiño un ojo e Irene la imitó.

Para cuando llegó al salón todos estaban sentados en sus lugares, así que los imitó, sin embargo cuando estaba a punto de contarle a Camila porque no participó en la activación de esa mañana cuando notó algo distinto en ella, su semblante cambió drásticamente de hace unos días hasta ahora, o quizás no fue gradualmente, pero simplemente ella estaba tan centrada en sus propios problemas que ni siquiera se dió cuenta de lo que estaba pasando. Así que se atrevió a preguntarle, realmente estaba preocupada por Camila.

—No es nada, solamente estoy cansada—le dijo, con la voz apagada, Irene no quiso ser entrometida así que decidió no volver a mencionar nada sobre el asunto.

Se concentró en la clase de ese día, Química y aunque no era su materia favorita, de verdad que trato de prestar atención y hacer lo posible por no dormirse, evocando en su mente una y otra vez lo acontecido hace tan solo unos instantes atrás: los movimientos del baile, las risas, todo, lo cual solo le hacía desear cada vez más que aquello se repitiera y siempre pudieran pasarla igual de bien.

Y ahora que lo pensaba, quizás no es que todas las miradas fueran a estar sobre ella si pasaba a jugar. Su amiga fue capaz de hacer el ridículo frente a ella para darle un poco de confianza. Si hasta una chica como ella podía hacer el ridículo de vez en cuando así fuera en privado, comenzó a pensar que no todo el tiempo todo debía ser todo tan perfecto. Que el equivocarse a veces también podía ser divertido si ella lo tomaba como era, un error y ya, no una especie de suicidio social, así se burlasen de ella.




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