Veinte y veinticuatro

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Abrió los ojos lentamente, perezoso, esperando que el reloj en la cómoda al lado de la cama aún marcara las cuatro de la mañana. La habitación aún estaba a oscuras gracias a las cortinas que opaca an parcialmente la entrada del sol, aunque esté, poco a poco se colaba en forma de luz por debajo del pequeño espacio que quedaba entre la cortina y el suelo recubierto de madera de la habitación. Se movió un poco entre las sábanas blancas de la cama aún desprendian ese olor característico que casi todos los hoteles de buena categoría parecían tener, ¿acaso usarían el mismo detergente?, algo en él le decía que eso era algo muy improbable, sin embargo, era uno de esos pequeñisimos detalles que le agradaban de viajar, podrían parecer no muy importantes para cualquier persona, pero en su opinión, tal vez se tratara de un aroma que no todas las personas se podían permitir conocer.
Tanteo un poco la superficie de la cama, sintiendola fría y fresca, completamente lisa hasta que se topó con el cuerpo de su acompañante, dió la media vuelta sobre su espalda hasta que sus ojos pudieron vislumbrar la cabellera negra de la chica que dormía junto a él, las sábanas apenas le cubrían parte de la espalda baja y el pecho, ella tenía la cabeza apoyada sobre la almohada y los brazos estirados, su respiración era tranquila, casi parecía una pintura y el hubiera jurado que si tan solo supiera dibujar, no le habría molestado captar esa escena ahí mismo.

Pues soñó con dicho momento muchos años de su vida antes de tan si quiera llegar a considerarlo como una posibilidad muy remota de que fuera a suceder.

Delineo la figura de la chica con ayuda de las yemas de su dedos, pasándolos desde el hombro hasta la curva que ya comenzaba a cubrir la ropa de cama, después acarició suavemente la espalda desnuda, antes de abrazarla, pegando su cuerpo al de ella sintiendo como el calor de su piel y su olor, se adherian a él.
Aspiro el aroma a frambuesa de su cabello lacio, solo para volver a apretarla entre sus brazos para musitar en voz baja un:

—Buenos días mi reina...—Helena se dió la media vuelta, aún siendo abrazada por él antes de echarle los brazos al cuello, medio adormilada, volvió a acurrucarse en el pecho masculino.
—Buenos días mi amor—su voz pareció apagarse a medida que el saludo iba abandonando sus labios.

Adrián sabía lo que significaba eso.

Si la dejaba dormir no saldrían del cuarto en por lo menos tres horas más. Así que cuidadosamente se alejo del cuerpo femenino, para salir de la cama. Se puso un pans gris bastante ligero que llevaba consigo en ese tipo de ocasiones.
Corrió las cortinas de un solo tirón.
Solo para dejarlo presenciar el océano azul que se movía tranquilamente frente al hotel donde se estaban hospedando, la luz casi lo cego por unos breves instantes, sin embargo, se  obligó a mantener los ojos abiertos, pues aquel paisaje era algo que jamás se permitiría perderse.

Miró de nuevo hacía el lecho donde su novia aún se aferraba a los brazos de Morfeo y no pudo evitar sentir ternura cuando muy lentamente comenzó a incorporarse en la cama.
Tenía el cabello desordenado, aunque sabía que probablemente eso era culpa suya a final de cuentas, la vio despojarse de las sábanas antes de caminar a paso lento por la habitación hasta llegar a él para abrazarlo, Adrián se apartó de la ventana antes de recibirla nuevamente entre besos y caricias en las mejillas.

—¿A dónde quieres ir a desayunar hoy?—tenía en mente el restaurante del hotel, aunque ir a ese lindo café que visitó hace algunos años en el malecón de la ciudad no le parecía mala idea.
—Mmm, estoy muy cansada—Adrián comenzó a reír antes de plantrle un beso en los labios y acariciarle el cabello.
—Perdóname, tal vez nos excedimos un poco ayer—puede que tuviera razón, desde que arribaron a su habitación después de beber un par de tragos en el bar del lugar, podría decirse que no fueron muy decorosos en sus actividades nocturnas.

Pero no podían culparlo por ello. Su novia era preciosa y como hombre no podía ni quería resistir al deseo que lo había invadido desde que vió a Helena con cierto vestido corto que yacia tirado en alguna parte del cuarto.

—No, esta bien...a mi me gusta—cuando comenzaron su relación Adrián tenía una imágen muy clara de ella.

Una niña, criada en una familia de buenos valores, dulce, tierna, era el tipo de chica que no se podría encontrar en las calles por donde solía estar ubicada su casa. Pero ahora, que ya había crecido, debía admitir que también amaba esa nueva versión, poco a poco se estaba convirtiendo en una mujer adulta y madura, que sabía resolver problemas y ya no tenía arranques de enojo o problemas para manejar sus emociones. Pues al iniciar la relación, Helena tendía a tener ciertos comportamientos infantiles que aunque al inicio le molestaban bastante, terminaba entendiendo que no podía simplemente querer que ella se comportara como una adulta, ni si quiera él lo hacía siendo ya mayor de edad, aunque al final de todo, ambos lograron madurar poco a poco.

Finalmente dejaron la habitación, ya vestidos, salieron rumbo al café ubicado en el malecón, Adrián manejaba el auto que hace pocos meses había comprado, era de segunda mano pero estaba bastante bien cuidado, támpoco es que fuera del año pero por lo menos no era un auto que presentara problemas cada dos por tres.

Llegaron al lugar y rápidamente pidieron una mes para dos, lo más cerca posible de las ventanas que daban vista al océano.

Habían pasado dos años desde cierto incidente que por el momento será mejor no mencionar para no traer fantasmas del pasado. Ahora él tenía veinticuatro, ya con la carrera de mecatrónica terminada, le había dado el tiempo suficiente para crecer dentro de la empresa de su ahora tío político, prácticamente era ahora su mano derecha, lo seguía de aquí para allá, supervisando proyectos y aprendiendo mucho de él, ya que sus hijos y futuros dueños de la compañía se divertían más en andares que Adrián ya había dejado atrás hace mucho tiempo.

Todos los trabajadores solían decirle que estaba desperdiciando su juventud, el momento de parrandear y disfrutar de todo el libertinaje del mundo, sin embargo, hace mucho que Adrián comprendió que en realidad no debía prestar oídos a la opinión de hombres de cuarenta años que llevaban trabajando en la misma empresa desde los veinte, sin ganar más, quejándose siempre por la falta de dinero y pasando sus fine de semana en campos de fútbol a medio terminar, él en realidad gustaba de pasar tiempo con personas mayores, su jefe y sus suegros.

Todos ellos compartían una característica única.

Los padres de Helena se quemaron las pestañas estudiando y se lastimaron la espalda trabajando para construir sus propios negocios, dejando atrás su momento de pasarla de fiesta en fiesta, de relación en relación. Pero ahora podían disfrutar de viajes en hoteles todo incluido, cenas en restaurantes caros y la comodidad de se propietarios de varias casas, una más grande que las otras, su jefe era dueño de una compañía porque se dedicó toda su juventud a demostrarle a su padre que era merecedor de ella.

Y eso, no se conseguía en bares.

Pronto su círculo social cambió drásticamente.

A los dieciocho convivia con los jugadores de su equipo familiar, en su mayoría obreros al igual que su padre, tal vez uno de ellos era abogado, sin embargo era raro verlo trabajando. Se la pasaba escuchando como sus tíos y amigos de su misma edad ( a excepción de los gemelos), hablaban con la voz barrida debido al alcohol, se pasaba los fines de semana en campos vacíos jugando fútbol, llenándose de tierra y peleando más tarde con sus padres por no coronarse "campeones" en una liguilla que no tenía ni pies ni cabeza ni crecimiento alguno desde que se fundó. Recordaba los pleitos diarios en su hogar, viviendo amontonado entre el resto de sus familiares, cuidando sus pertenecías para no ser saqueado poco a poco.

Ahora, con veinticuatro años, tenía un apartamento para él solo y sobre todo en buen estado, sin la pintura cayéndose o goteras en el techo, se había graduado de la universidad mientras trabajaba al mismo tiempo. Ahora era llamado ingeniero y resolvía problemas en la compañía de la familia Valencia. Su vida era buena, tanto que ni si quiera podría llegar a considerarlo verdad, era como un sueño.

Pronto se olvido de la responsabilidad que conllevaba ser el patriarca de su familia, "sacarlos de la pobreza", como solían decirle, ahora iba a cenas de negocios, para ayudar a su jefe, hablaba de inversiones y números grandes, dirigía pequeños proyectos en ciertas plantas eléctricas de la ciudad y en pocos meses sería enviado a Argentina para realizar una obra en dicho país, junto con más ingenieros de la compañía.

Pero lo mejor de todo, era ella.

Su Helena.

Ya no usaba más el uniforme del Instituto Wilde, estaba en la universidad, para ser más precisos en el conservatorio de música, se preparaba para algún día ser primer violín y tocar en una orquesta igual de prestigiosa que la que dirigía André Rieu, un aclamado violinista, compositor y director de orquesta. Helena llevaba soñando con eso desde que era niña, ser atleta de alto rendimiento y una artista consolidada era lo que más la llenaba de pasión, Adrián agradecía que ella pudiera permitirse elegir la carrera que quisiera sin temor a ser criticada por ello, o a la posibilidad latente de la escasez de trabajo.
Sin embargo, ella ya era co-dueña de los negocios de sus padres, era la heredera de ciertas acciones en tres negocios prósperos y que no paraban de crecer, pero no es que fuera solo un rostro bonito y ya, conocía de pies a cabeza esas tres compañías, conocía a la perfección como se movían las acciones dentro de ellas, con quienes tenían más negocios importantes y un montón de cosas más que Adrián no terminaba de entender aún.

Sus suegros se encargaron de educarla bien en cuanto a la cuestión financiera, a ella y a sus hermanos, aunque lo más seguro es que fuera Lalo quien heredaria la presidencia de la empresa de sus padres, pues Samuel encontró su propia fortuna y estilo de vida en el ejército, ahora se encontraba viviendo en la ciudad de México, según tenía entendido, ahora era Sargento, no entendía muy bien los rangos dentro de la milicia, pero suponía eso debía ser algo bueno.
Su novia sería la encargada de llevar nuevos inversionistas para los proyectos que la familia tenía en puerta, con su carisma, su precioso rostro y su habilidad para tocar el violín, lo más probable es que conociera gente en el extranjero, cuando se fuera a viajar por el mundo junto con la orquesta, personas que estuvieran dispuestas a invertir su dinero en la empresa familiar.

Lo mejor de todo esto es que él también podría ser parte de ello, de alguna forma.

Ese era el tipo de vida que siempre había soñado y el cual le costó muchos años de desvelarse en la escuela, pasar hambre y alejarse de la familia que lo vio crecer, el único lugar que podría llegar a considerar seguro. Sin embargo, si se hubiera quedado en casa de sus padres, con sus viejas costumbres y creencias, probablemente ahora estaría trabajando en alguna fábrica, limitando su interacción con las máquinas que debía reparar y vigilar, no es que le disgustara, pero sería visto como una herramienta más, que podrían utilizar y desechar, sin importancia alguna.

No se lamentaba por sus desiciones pasadas, en lo absoluto.

Aunque tal vez si existía algo que lo quejaba considerablemente y eso era la condición en la que se encontrarían sus padres en ese momento.
No lo habían buscado en dos años desde que se marchó de casa, pero cierto perfil sospechoso en Internet lo tenía bien vigilado, desde las stories que subía hasta las publicaciones en su muro.

En su mayoría eran solo fotografías de paisajes, de su amada Helena y de él cuando mismo posando con ropa negra y trajes hechos a medida.

Probablemente su madre le habría reprochado por ello y despreciado al mismo tiempo, llamándolo presuntuoso y alzado. Por alguna razón sospechaba que ese perfil se trataba de nada más y menos que esa misma mujer.

¿Pero, por qué no lo había buscado?

De pronto, el mesero lo interrumpió dentro de ese cúmulo de dudas y teorías aquejantes, le extendió la cuenta y Adrián, ya bastante acostumbrado sacó una tarjeta de su cartera, para después marcar la contraseña y asegurarse de que el pago estuviera bien ejecutado. El mesero se marchó no sin antes devolverle aquel trozo de plástico.

Y fue en ese momento en el que se topó con la mirada de Helena, tan brillante y llena de amor.
Tal vez eso era lo único que no había cambiado entre ambos.

El hecho de que se amaban.

—¿Qué?—le cuestionó mientras se levantaba de su silla, dejando a un lado los platos vacíos al igual que las tazas que aún olían a café lechero.
—Nada—cuando ella realmente decía esa palabra, con ese tono tan dulzon y esa sonrisa pícara, Adrián sabía que realmente "nada" era más un sinónimo para hacer referencia en que alguna acción suya, había provocado mariposas en su joven novia.

Como una niña que se enamora por primera vez.

Y eso era algo que le gustaba de ella.

—Me alegra que puedas darte este tipo de lujos, sin sentir que estas gastando demasiado—ambos salieron del café tomados del brazo, sintiendo como la brisa marítima les golpeaba el rostro.
—No me duele gastar en ti, o en mi...o en nosotros—le dijo cuando llegaron hasta el coche, él le abrió la puerta.
—Hace unos años hubieras preferido solo ver películas en tu casa, para festejar algo así—Adrián se subió al auto y arrancó.
—Ya no soy ese tipo de hombre—argumento mientras salían del estacionamiento, rumbo al hotel de donde habían salido horas antes—Cambié y además...pensé que sería un gesto lindo, venir al lugar donde todo comenzó para nosotros—Helena sonrió y le acarició el rostro mientras lo observaba manejar—Hubiéramos podido ir a Holbox...—y tenía razón hasta cierto punto, claro que para eso se hubiera necesitado mucho más dinero y tiempo de trabajo pero Helena fue quien insistió y lo convenció con únicamente llegar hasta el puerto de Veracruz.

Al parecer le tenía un cariño especial a esa parte de la ciudad, y Adrián sabía perfectamente que no era únicamente debido a él, así como a la ciudad de Teziutlán, donde pasaban todas las navidades y donde los Valencia de antaño tuvieron sus haciendas. Suponía que probablemente a ella le traía nostalgia el puerto y por esa misma razón había insistido tanto en ir, además, era el lugar donde todo dio inicio y explotó entre ambos.

El mar los había visto declararse.

—Algo te preocupa—le dijo ella, mientras se encontraban recostados en los camastros al pie de la alberca más grande del lugar donde se hospedaban. Adrián se encontraba recostado en su vientre, sintiendo el calor de su piel y el traje de baño húmedo debido al agua colorada en la que momentos antes habían jugado.

Ahora él sabía nadar, pero no lograba ganarle a su novia en las carreras acuáticas, ella se movía como una sirena, bajaba hasta las profundidades de la piscina y volvía a la superficie con las misma gracia.

—Quiero un bebé—escuchó a Helena reír mientras le acariciaba el cabello, él la imito, pues bien sabían que realmente no iba enserio, se trataba más de una broma que tenían entre ellos, a veces Adrián solía decir que si llegaban a tener hijos, sería mucho mejor que no se parecieran a él en lo absoluto.

Una, porque no se consideraba guapo ni atractivo, en cambio Helena parecía una muñequita. Si su bebé era niña sería preciosa, y si fuera nacer niño, seguiría siendo hermoso.

Y dos...temía que su madre o alguien de su familia fuera a verlo, dentro de muchos años y robaran al niño para hacer con su hijo lo que no pudieron con él...llegaba a sonar fantásioso pero bien sabía que su madre buscaría repetir el ciclo y le daría mucha más fuerza si un niño, especialmente, fuera el vivo reflejo del hijo que no pudo domesticar a su anotojo.

—No es el momento.
—No, no lo es—aún así le acarició el vientre plano y se acurrucó más.
—Es otra cosa mi amor—continuo acariciandole el cabello, con ternura—Tiene que ver con tu familia, ¿verdad?—no le sorprendió que atinara a aquello que lo aquejaba tanto, en esos dos años de relación le había dado tiempo de sobra para conocerlo y viceversa, no solo en la oscuridad de una habitación, el hablaba personal y emocionalmente.

No quiso iniciar con secretros, no después de la muerte de Gabriel, así que se encargó de contarle absolutamente todo de él, desde las cosas que le gustaban comer hasta sus más profundos y oscuros secretros, incluidos el de su hermanito fallecido, la relación altamente demandante y tóxica que su familia tenía con él y su pasado amoroso. La verdad esperaba que Helena saliera corriendo y le dijera que nunca más quería volver a verlo cerca de ella.

Pero no fue así.

Lo observó muy seria antes de tomarle las manos y preguntarle que es lo que estaba buscando con ella, si deseaba algo pasajero debía decirlo, una relación casual guiada por la pasión carnal o solo demostrar que podía tenerla.
Pero debía decírselo de frente.

También le habló con la verdad. No quería encuentros casuales, ni una relación para probar nada más, támpoco buscaba demostrarle a nadie que podía tenerla a su lado. Simplemente le quería y deseaba hacerla feliz si ella se lo permitía.

Supongo querido lector que la respuesta esta implícita.

—Me han estado espiando.
—Supongo que es lo más natural—él se alejó un poco solo para subir más por el camastro hasta llegar a encararla—Digo, siempre han vivido así, a uno le empieza a ir bien y se puede dar lujos que jamás se habían imaginado, es normal, que despertaras la envidia en ellos, por eso quieren saber que haces.
—¿Incluso en mi mamá?—Helena desvío la mirada por un segundo antes de responder. Poniendo ambas manos en el pecho desnudo de su pareja.
—Tal vez crea que gastas mucho en mi—alegó y eso de alguna forma lo hizo pensar.

Hasta ese momento había subido fotos de ambos, en la playa, comiendo mariscos y bebiendo cócteles en las albercas. Sería lo más natural del mundo en la familia de Helena, lo normal, así como las publicaciones anteriores de cenas en restaurantes, joyería, ramos de peonias bastante voluminosos y demás cosas.
Pero en el que él mismo solía denominar su mundo hasta hace unos años, eso no era para nada normal.

A su madre jamás la llevaron de compras a otro lugar que no fuera él mercadito que se ponía todos los fines de semana cerca de su colonia, sus regalos de aniversario eran, tapizar la vieja sala que llevaban reutilizando desde que Adrián tenía memoria, o pintar la cocina y ponerle azulejos a los pisos, solo una vez vio a su padre arreglarse para llevarla a comer mariscos, pero lo llevaron con ellos y se metieron a un mercadito oculto por uno mucho más grande. Su madre parecía feliz y bastante entusiasmada.

Hasta ese momento creyó que eso era lo más que podría hacerse por una mujer que amaba.

Hasta que conoció a Helena.

A ella no quería llevarla a comer al mercado o a comprar ropa al tianguis.
Ella estaba acostumbrada a otras cosas, a otro estilo de vida y aunque en un inicio se sintió miserable por no poder darle esas mismas cosas tenía dos opciones, o dejarla ser feliz con alguien de su "estatus" o mejorar para no tener que hacer esto último.

Y fue en ese momento en el que pensó que su padre era muy pero muy poco hombre para hacerle ese tipo de desaires a su esposa.

Tal vez a Helena tenía razón.

Quizás su madre pensaba que ella no merecía ese tipo de trato, al ser solo una "novia", y puede que tal vez estuviera un poco celosa.

—Y eso a ella que le importa—dijo finalmente mientras la abrazaba.

Él quería darle ese tipo de vida a su madre, quería sacarla de ahí, llevarla a vivir a otro lado donde no tuviera que doblar turnos o ser criticada por una familia hipócrita.
Pero ella no había querido y era quien se empeñaba en arrastrarlo más a un agujero del cual no podría salir.

—Yo estoy bien con mi vida, estoy feliz, no puede venir a simplemente querer algo de aquí cuando ella jamás me apoyo, no lo hacía si no era para su propio beneficio—y de repente, parecía casi iracundo, al recordar con vividez aquella etapa tan oscura.
—¿Entonces si gastas mucho en mi?—ella levantó una ceja y lo miro expectante.
—Creo que te mereces más—alegó—Podrías haber tenido un novio como tus hermanos, que heredaran una gran empresa, todavía me pregunto, ¿por qué yo?—la chica le sonrió antes de tocar con uno de sus dedos la punta de su prominentes nariz, como un niño que juega con el rostro de su cuidador.
—Tienes razón, tal vez mis hermanos y los otros chicos hereden los negocios familiares—le susurró, acurrucandose en su pecho—Pero tu, mi Adrián, eres el tipo de hombre que fundara una empresa y más tarde se encargara de repartir herencia—explicó antes de darle un beso en la mejilla, aspirando el aroma de su piel qué se mezclaba con el cloro de la alberca.

Tras otra noche en el puerto, ambos finalmente se despidieron del mar, caminando por última vez por la orilla antes de prometerse que el siguiente seis de diciembre volverían.

Partieron rumbo a Puebla, escuchando música y bebiendo café. Afortunadamente el tema de su familia no volvió a ser tocado hasta que estuvieron de nuevo dentro de la ciudad natal de ambos fue en ese entonces cuando ella le preguntó si tan malo sería conocer a su familia ya que en su primer aniversario ella le pidió conocer también lo malo, quería amarlo, incluso las partes más oscuras, sin embargo el jóven ingeniero comentó que sería mucho mejor mantenerse completamente alejados de ellos. Su madre siempre fue demasiado impertinente, metiéndose en la vida de los demás para solucionar problemas que no eran suyos olvidandose se los propios y los que SI le competian, no quería escucharla criticar a su novia porque según ella no sabía cocinar y puede que Helena no fuera muy talentosa en la cocina y lo único que le saliera bien fuera el café y el chocolate caliente, pero no la arriesgaría a ese tipo de comentarios mal intencionados, támpoco podía parar de imaginar las miradas capsiosas de sus primos y los jugadores del al equipo si es que todavía existía, la veía de pie en el campo de fútbol, usando sus jeans ajustados, los cuales resaltaban su cintura y pequeña y piernas bien trabajadas, ya podía escuchar a esos hombres murmurar y verla con malas intenciones.

De pronto la voz de su abuela hizo eco en sus pensamientos.

"¿Piensas que es justo para ella, condenarla a una vida así?. En una casa donde todos la van a repudiar y envidiar solo por su origen, con una suegra que va a andar metiéndose siempre en su vida, porque discúlpame, pero conozco bien a tu madre y sé que jamás va a dejarla en paz, ¿de verdad piensas arrastrala contigo?"

Ahora por alguna razón, esas palabras le pesaron más que hace años atrás.

Finalmente llegó a la casa de los Valencia y se encargó de bajar las maletas del auto y dejar a Helena en su hogar, justo como se lo prometió a su suegro el día en el que pidió permiso para marcharse a la playa. Se despidió de su novia y emprendió camino hasta su departamento que no quedaba muy lejos de ahí.

Se sentía demasiado contento y al mismo tiempo algo decaído, raro, ¿no?, esos cuatro días juntos fueron como el paraíso para él y de pronto ya no tenerla a su lado hablándole, contándole chistes, cantándole para animarlo, lo sumian en una tristeza que aunque sabía sería momentánea, también debía aprender a permanecer sin su compañía un par de días.

Era raro porque simplemente no quería acostumbrarse a su ausencia.

Aparco frente al departamento y del asiento trasero extrajo una pequeña cajita negra, la abrió y observó el anillo de oro blanco con un diamante, (este si era de verdad) en el centro.
Era un anillo de compromiso.

Helena le había enseñado muchas cosas, para empezar, un mundo al que creía inaccesible, y le estaría eternamente agradecido por ello.
Ella le quería a pesar de todo lo malo que había en su persona, ella se había enamorado de Adrián Hernández, el chico pobre que llegaba tarde a los entrenamientos porque su auto siempre estaba descompuesto y varado en algún lado de la carretera, el adolescente que soñaba con ser seleccionado nacional y que aunque nunca culminó ese sueño, continuo entrenando, del universitario que no tenía dinero y se desvelaba para pasar sus exámenes, lo amo desde que era solo un empleado sin título en la compañía de su tío. No es que se hubiera fijado en el hombre que era ahora, hubiera sido mucho más fácil enamorarse de él de esa manera.

Pero ella lo amo desde mucho antes.
Lo quería por quien era, por quien fue y por quien se convertiría.

Al igual que él.
Le atrajo y se enamoro de ella no por ser hija de los Valencia, o por ser una niña rica, a él le fascinaba su sola presencia y personalidad, aguerrida al momento de pelear, tierna cuando debía ocuparlo a su favor, le gustaba esa inteligencia suya que tenía para saber como con quien y cuando comportarse de cierta forma, y también sus ideas claras acerca del futuro, que se pusiera metas y se obsesionara con alcanzarlas, le gustaba su seguridad en si misma y que pudiera mantener conversaciones con hombres y mujeres mucho mayores que ella sin titubear o verse como una niña inmadura.
Aunque también le gustaba su lado infantil.

Quería pasar el resto de su vida con ella y después de mucho pensarlo decidió comprar el anillo hace un par de meses atrás. No pensaba pedircelo en Veracruz aunque algo en él le decía que lo hiciera, bien sabía que todavía no era el momento, eran demasiado jóvenes, él se encontraba demasiado concentrado en su carrera laboral y ella en su licenciatura.
No era el momento.
Pero tal vez dentro de unos años más si lo seria, cuando estuviera mejor posicionado económicamente, y pudiera darle la boda que se merecía.

Una no tan grande pero si lujosa.
Quería darle el mundo entero, pero por ahora se enfocaria en armar un plan para lograr eso.

Bajó del auto con la cajita guardada en uno de los bolsillos de su pantalón y se dirigío a la entrada.

—Vino una mujer el otro día—le dijo el guardia, no lo alarmo del todo, siempre le avisaban cuando la señora que le ayudaba con la limpieza cuando el estaba demasiado ocupado llegaba a aparecerse por el edificio por petición de él y justamente en esos días requería de sus servicios, pues no tendría tiempo de sacudir todo mientras se encontrara fuera de la ciudad—Pero no era la señora que siempre viene—Adrián iba a agradecerle por avisarle, sin embargo, sus palabras se quedaron a medio camino, atravesadas entre su garanta y su lengua.
—¿C-cómo?—alcanzó a articular.
—Dijo que era su tía o algo así—Adrián sintió como el sudor le recorría la espalda frío como un cubo de hielo. Y sin decir nada más, salió disparado escaleras arriba, no le importó hacer ruido con las maletas que llevaba a cuestas, solo quería ver si todo en su hogar se encontraba bien, rápidamente encontró la puerta de este mismo y abrió torpemente.

Las manos le temblaban y estaban húmedas debido al sudor repentino.
Finalmente abrió.

El recordaba haber dejado todo en orden.

Y aunque hubiera dejado en la mesita de la sala un bowl con palomitas probablemente la señora que le hacía el aseo ya habría limpiado todo.

Sin embargo no era así.

La televisión estaba rota y tirada en el suelo, los sillones de la sala se encontraban volcados al igual que el comedor y sus respectivas sillas.

Reviviendo recuerdos pasados, se dirigió hasta su habitación y no le sorprendió encontrar todo patas arriba, como si un huracán hubiera pasado por ahí. Pero lo que importaba ahora era otra cosa.
Se acercó hasta lo que quedaba de un pequeño mueble que usaba como mesita de noche, abrió uno de los cajones con dificultad y se encontró lo que más temía.

Su cajita de seguridad ya no estaba.

Se trataba de una caja negra, no muy grande, donde únicamente guardaba dinero, el cual estaba ahorrando para invertir en un negocio propio, se asociaria con su jefe y los padres de Helena, pues en la empresa estaban teniendo problema con cierto transformador eléctrico y el había encontrado una forma de solucionarlo, pero necesitaba dinero para comprar más materiales y llevarlo como una idea de negocio mucho más formal y profesional.
Podría ganar regalias por la patente, pero para eso necesitaba a alguien que financiara el proyecto.

Ahora ya no quedaba nada de ello.
No siquiera sus anillos de plata acomodados en su cómoda se habían salvado.

¿Cuándo dejarían de atormentarlo?
¿Cuándo dejarían de arrebatarle sus sueños?
¿No habían tenido suficiente ya con toda adolescencia e infancia?

Llamó a Helena.
Hecho lágrimas, entre el coraje, la ira y el miedo.

—¿Todavía tienes el dinero que te dí?—le preguntó con la voz ahogada y las lágrimas mojandole el rostro.
—Si, pero, ¿por qué estás así?, ¿qué pasó?—Adrián no respondió, solo pudo soltar un suspiro de alivio al saber que parte de sus ahorros se habían salvado.

Cada mes, le daba a Helena cierta cantidad para que ella la resguardara, justamente por temor a que algo así sucediera. En un inicio se sintió mal por pensar así de su propia sangre. Pero ahora...tal vez ya no debería sentirse de esa forma.

—Amor, me estás asustando, ¿qué pasó?, ¡háblame, por favor!—se le notaba alterada.

Ella si se preocupaba por él.

—Me encontraron...—dijo finalmente.

Siempre cuido mucho de no acercarse a su antigua colonia, de no subir fotos que dieran algún indicio de donde vivía. Incluso le pidió a Helena que hiciera lo mismo en sus redes sociales.
Así no podrían hacerle daño a ninguno de los dos.

¿Entonces, cómo?

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