Sólo falta que tú gustes de mí

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Lisa veía el cielo nublado por la ventana del dormitorio.

Las nubes, de un gris oscuro, anunciaban que pronto estallarían.

Eran nubes de nieve, Lisa lo sabía.

Una sonrisa se grabó en sus labios, ella amaba la nieve.

Rosé vio a la omega sonreír junto a la ventana, y no pudo evitar hacerlo también.

Su corazón se encogió un poco al pensar que le quedaban pocos días para estar junto a ella.

Como si lo hubiera sentido, Lisa bajó la vista para mirar su pecho con el ceño fruncido, luego la volvió a alzar para encontrar a Rosé, quien estaba bastante sorprendida por eso.

—¿Qué pasa?

Rosé no dijo nada unos segundos, hasta negar con la cabeza.

—Nada, nada... —fue hacia su cama, sentándose en esta, le dolían bastante los músculos y algo la cabeza, pensó que debía ser por toda la tensión de ese día. Entre las noticias, Lisa y su celo, se sentía bastante estresada.

Miró a Lisa de nuevo, y sintió los párpados pesados.

El sábado era (junto al domingo), los únicos días que no hacía nada más que trabajar su turno en el supermercado, casi siempre los usaba para descansar o hacer tarea de la universidad, pero ese sábado parecía más especial, ya que era el último que tendría a Lisa acompañándola, y quería pasar el día junto a ella y conocerla un poco, ya que, por más que sus lobas se quisieran y ya estuvieran a gusto entre ellas, ellas mismas, como personas, eran prácticamente desconocidas.

Un bostezo hizo que mirara la almohada con deseo.

—Lalisa —la llamó, captando la atención de la chica al instante—, voy a dormir un rato, despiértame si necesitas algo.

Lisa asintió, Rosé se quitó algo de ropa para quedar sólo con la ropa interior y la remera, dándole la espalda a todo, mirando a la pared para que no le llegara tanta luz, intentó concentrarse en el olor de Manoban de las sábanas para tranquilizarse y dormir más rápido.

A punto de caer dormida, escuchó pasos, sintió las sábanas levantarse un momento y el peso sobre está a sus espaldas.

Se volteó instantáneamente, recibiendo a Lisa, quien se acurrucó en su pecho.

Las manos de la mayor rodearon la pequeña cintura de la pelinegra instantáneamente, y sin querer, pasaron por debajo de la remera de la omega, acariciando su piel en círculos lentos y tranquilos, mientras Lisa hundía el rostro en su pecho.

Rosé puedo escuchar cómo la respiración contraria se hace un poco más rápida y errante, llegando a creer escuchar jadeos, cada vez un poco más fuertes, y acallados por la dueña de estos, mordiéndose el labio.

Park recordó el cómo la piel de las omegas se hacía mucho más sensible en su celo, haciendo que un simple tacto como ese pudiera llegar a ser exitante.

Detuvo sus manos enseguida al pensar en eso, con los ojos abiertos de más por un leve susto, sintiendo que había hecho algo malo.

Fue cuando Lisa, alzó su rostro ruborizado y con una sonrisa hacia ella, estaba tan cerca que el aire que expulsó al hablar golpeó sus labios.

—Sigue, por favor —pidió, su voz era más suave y dulce.

"¿Voz de omega?" pensó Rosé, nunca había escuchado una, aunque sabía de algunas omegas que la tenían, eran muy pocas.

Lisa era muy especial.

Rosé sintió el rubor en sus mejillas, su corazón se agitó un poco.

Sintió que eso no estaba del todo bien, Lisa no debía estar en todos sus sentidos y de alguna forma, sentía que se estaba aprovechando de ella, pero aun así le gustaba.

Lisa subió el rostro hacia su cuello, frotándose en este.

La rubia sintió como cada músculo de su cuerpo se tensaba, comenzó a sentirse cada vez más acalorada, y su corazón latía más fuerte cada vez que la tailandesa rozaba su cuello con sus esponjosos labios.

Como si la hubiera pedido, los labios de la omega comenzaron a dejar besos por su cuello, bajando primero hasta su clavícula, llegando hasta donde el cuello de la remera lo permitía, y luego continuó subiendo.

Los labios de Lisa se quedaron más tiempo en el punto entre su mandíbula y cuello, haciendo que un jadeo no permitido surgiera de los labios de Rosé, quien luego sintió la sonrisa de la otra sobre su piel.

Rosé sólo estaba paralizada.

Si hubiera sido la Park de hace años atrás, no hubiera dudado en responderle con caricias y besos, para terminar, teniendo sexo.

Pero con Lisa no se sentía capaz de hacer eso, no quería aprovecharse, ella le parecía demasiada buena como para tratarla así, no podía ser de esa forma.

Su corazón latía frenético con los labios de Lisa avanzando peligrosamente hacia sus labios.

Primero cerca de la mandíbula, luego en la mejilla, luego un poco más cerca de su nariz, luego en la comisura de su boca.

Miró a los ojos de Rosé, deteniéndose un momento, la omega tenía los ojos brillantes de una alegría extraña, sonrió un poco antes de acercarse de nuevo.

La neozelandesa cubrió su boca con su mano, al mismo tiempo que Lisa terminaba con sus labios sobre los nudillos de la rubia.

Tardó unos segundos en reaccionar, separándose de la mano de la delta con el ceño algo fruncido.

—¿R-Rosé? —su voz ahora sonaba confundida.

Rosé se echó hacia atrás, golpeando su cabeza con la pared, y luego llevando su mano hacia ese punto con dolor.

No escuchó bien lo que la omega le preguntaba, algo si estaba bien, supuso, o qué había pasado, pero Rosé sólo podía insultar para intentar calmarse.

—Es "Rosé Unnie", niña —dijo en vez de contestar lo que Lisa decía—, así, todo completito.

La menor tenía ojos de preocupación.

—Ya, estoy bien —volvió a hablar, con lo que la menor sonrió un poco.

Corrió las sábanas para sentarse en la cama, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared, Lisa se sentó sobre el borde de la misma, girando un poco el cuerpo para verla, con una sonrisa penosa.

—L-lo siento —dijo con voz sutil y baja—, creo que mi loba se emocionó un poco y yo-

Rosé asintió, lo que la hizo detenerse, a punto de decirle que no pasaba nada, Lisa la interrumpió.

—Tu olor está más fuerte que antes.

Park no supo qué decir, ni qué pensar, se sintió confundida.

—¿No estarás cerca de tu celo también?

Ella comenzó a negar.

Se sintió un poco molesta porque sabía que Lisa iba a entrar en ese tema de nuevo.

—Yo no tengo celos, Lalisa —dijo, simplemente, bajando la vista hasta las sábanas—, no desde que me mordieron.

Lisa supo que había tocado un tema delicado y que estaba entrando en terreno peligroso, pero tenía muchas dudas.

—¿Puedes contarme de eso?

La mayor alzó la vista para encontrar que Lisa señalaba su cuello.

Se lo pensó un momento, suspiró.

No se lo había contado a nadie, nunca, era algo de ella para ella.

Pero los ojitos de Lisa la estaban convenciendo.

—Yo vivía en en otra ciudad —comenzó—, mi padre es... O era, no lo sé... Parte de la política, trabajaba para el gobierno. Como persona de poder, y adinerado, tenía varias mujeres interesadas en él, también algunos omegas hombres, pero no eran su tipo. Como alfa, a él le encantaba estar tan rodeado de opciones, y lo aprovechaba bastante bien, aunque nunca marcó a ningún omega. Mi madre es una beta, y una empleada doméstica de mi padre. Quedó embarazada de mí, como no estaban en una relación formal, no tengo el apellido de mi padre, aunque él siempre actuó como tal para mí. Nunca pasé hambre, fui a una buena escuela, siempre tuve un hogar, y nos llevábamos bien. Todo fue bastante bien hasta que cumplí catorce y me presenté. Casi al mismo tiempo que yo, mi hermana se presentó también, y tuvimos que estar alejadas un tiempo porque no soportábamos el aroma de la otra.

—¿Cómo era?

Lisa no quería interrumpirla, pero estaba curiosa por el hecho de que Rosé tuviera una hermana.

—Cerezas y menta —respondió, con una ligera sonrisa—. Ella era más que mi hermana, éramos mejores amigas y la única persona que podía confiar completamente. Fue en esos días en que no podía estar cerca de ella que conocí a las personas incorrectas —su sonrisa se borró—. Lalisa, créeme cuando te lo digo, si la Park Roseanne de ahora es una idiota, no hay palabras que describan cuán imbécil era antes. En ese entonces sólo me importaba el estatus, ellos eran los alfas más fuertes de la escuela, que jugaban a deportes, que tenían a toda chica, o chico, omega o beta que quisieran, y que podían decir quién era bueno en la cama y quien no. Como te imaginas, era mucho peor que eso también. Dirigir las burlas a los más débiles, pelear con otros alfas más jóvenes, y cualquiera que se nos resistiera a una noche de sexo era la víctima número uno hasta que aparezca otra persona que haga lo mismo...

Miró a Lisa con vergüenza.

—Podría estar todo el día, incluso hasta que te vayas, de las cosas que hice a un montón de gente que no se las merecía. Gracias a esta gente, me gané fama, todos en mi ciudad me conocían. A pesar de no ser muy alta al lado de algunos de estos chicos, era la más fuerte. Mi voz de alfa hacía sumisos a otros alfas, mis gruñidos ponían incómodos a todos, también era bastante violenta, y buscaba mucho las peleas... Hasta que un día enserio encontré pelea. Esto pasó luego de terminar el colegio, me había tomado un año para ser una imbécil a rienda suelta, y había comenzado a molestar a esos que yo veía como "amigos", hasta tener a unos cuantos en mi contra.

No quería seguir hablando, permaneció con la boca semiabierta y sin decir nada unos segundos, pero la mirada de Lisa hacia sus ojos le pedía continuar.

—Se aprovecharon bastante de mí en una de nuestras juntadas. Yo estaba muy ebria, y algo drogada, y... Sólo me hicieron entrar en una pelea, con un alfa que estaba mucho más despierto que yo. Sabía como eran nuestras peleas de alfas, el que perdiera sería mordido, marcado... Y lo intenté, en serio, pero era como si mi cuerpo no me hiciera caso... Y perdí. Ni siquiera sé quién fue porque no lo recuerdo. Sólo sé que cuanto llegué a casa, y vi una foto de familia... No podría decírselo, no quería. Y sólo huí, dejé mi ciudad y me subí al primer tren que daba como destino aquí. Desde el momento de la mordida mi loba huyó, parecía como que sólo se escapó. Con ella se fueron los celos, mi olor, mi voz de alfa, e incluso gruñir, se escuchaban tan forzados que dejé de hacerlos. Me hice pasar por beta, no fue nada difícil —una sonrisa amarga cruzó sus labios—. Y no volví a sentir a mi loba... Hasta que te conocí.

Lisa sonrió un poco por lo último.

Rosé ya estaba amarga, sentía vergüenza porque la omega ya la conocía, bajó la vista a sus manos, sin decir nada.

Vio la delgada mano acercándose lentamente hacia su pecho, casi con miedo, sintió la calidez de la misma traspasar la tela de su remera.

Su loba reaccionó al contacto, moviendo el rabo con felicidad.

—Tu loba está ahí —la voz de Lisa, sutil, hizo que volviera sus ojos a los claros de la omega.

Rosé sonrió un poco y asintió.

—A mi loba le gusta verte —dijo—, siempre aparece cuando estoy contigo.

Lisa la miró con una sonrisa, ladeando un poco la cabeza, haciéndola lucir muy adorable.

—A mi loba le gustas y punto —añadió, con un ligero rubor en sus mejillas.

Los mofletes de la pelinegra se pintaron de un rojo vivo.

—Sólo falta que tú gustes de mí, Rosé.

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