¿Me ayudarías?

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El corazón de Lisa se había llenado de gratitud.

Rosé le dedicó una sonrisa, aún ruborizada, antes de soltar el abrazo, miró hacia la mano de la omega, tomándola para alzarla frente a su rostro, viendo la piel rojiza y algo hinchada de esta.

—Te quemaste con el ramen —dijo, y Lisa pareció avergonzarse.

Rosé la soltó para abrir uno de los cajones de la cocina, dejando ver algunas cajas de medicamentos y otras más pequeñas con algunas cremas, leyó algunas cajas hasta encontrar la que buscaba, cerrando el cajón con el pie al pararse.

—Toma, es para quemaduras —le entregó la cajita.

Tomó ambos tazones de ramen y los llevó a la mesa, agradeció a Lisa por la comida, la pelinegra respondió con una sonrisa mientras se masajeaba la mano con un poco de crema, para que se absorbiera bien.

Comieron en silencio hasta terminar todo lo que tenían servido, Rosé volvió a llenar el cuenco con más comida por lo rico que estaba.

Lisa esperó en silencio a que la otra terminara su comida, y se levantó con intención de sacar los platos y lavarlos, pero la mayor la corrió con algo de brusquedad.

—No hagas nada, Lalisa, con que cocinaras es suficiente —dijo, pasando lo que habían usado al lavamanos de la cocina, abriendo el grifo.

Lisa sólo asintió, y volvió a sentarse en la mesa, viendo a Rosé, de espaldas a ella.

A la rubia le parecían preocupante la actitud que había adoptado la chica en tan pocos minutos, el cómo se había puesto sensible y había insistido en irse, cuando días antes casi rogaba por quedarse, su loba estaba inquieta en su interior, quien también quería saber por el cambio brusco de la omega.

—Creo que lo mejor será irme en la noche.

Las palabras habían sonado tan distantes, con tan pocas ganas y sentimientos, casi monótonas.

A Rosé se le cayó el cuenco que estaba lavando haciendo un ruido fuerte contra el metal del lavamanos al chocar, y salpicando un poco su ropa.

—¿Rosé? ¿Estás bien?

Rosé no pudo hablar, su vista se nubló un poco, apretando los dientes, se giró, acercándose a Manoban, inclinándose sobre ella y quedando a pocos centímetros del rostro de la omega.

No.

Su voz había salido de lo más hondo de su pecho, en un tono que hacía mucho tiempo no usaba y creía perdido.

Casi pudo ver a la loba de Lisa bajar las orejas con algo de miedo ante su voz de alfa.

Negó, despejando su vista, no era la forma correcta de hacerlo, debía hablar de forma civilizada con Lisa.

—Mira, Lalisa... Sé que vas a irte, pero no tiene que ser hoy —su voz sonaba calmada, lo que relajó un poco a la menor—, tampoco tiene que ser mañana, en serio, sólo... Quédate un poco más, quizás hasta que termine tu celo. Yo... Tampoco quiero que andes como una omega en celo por la calle, abandonada por allí, con ese olor tan lindo que tienes nadie podría resistirse, no quiero imaginar qué harían otros... —sin darse cuenta, había llevado una mano al rostro de la más baja, y acariciaba su mejilla con ternura, la omega de inclinó un poco más al tacto y asintió.

—Está bien, Rosé. Me iré cuando mi celo termine.

A la de mechas claras le dolió un poco el corazón ante eso, pero al menos podría tener a Lisa unos días más.

Volvió a terminar de lavar las cosas.

—Y, dime, Lalisa, ¿cómo son tus celos?

Sabía que generalmente el celo de los omegas duraba un par de días, en la cual su olor se incrementaba considerablemente, sumado a las molestias de sus órganos reproductores; y tendrían una necesidad casi insaciable de sexo, por su instinto de lobo de reproducirse.

Aunque podía ver que Lisa controlaba bastante bien el tema del sexo, porque hasta ahora, no había notado que la chica pidiera consolarse.

Rosé nunca había acompañado a una omega en celo, pero su madre le había explicado bastante bien las cosas.

Su madre, a pesar de ser una beta, tenía muchas amigas omegas, y conocía tan bien como ellas mismas el tema de los celos, y no se había molestado cuando su hija le pidió que le dijera cómo eran.

Pero también tenía entendido que el celo podía variar entre omega y omega, para algunos duraba menos días, otros un poco más, algunos sufrían malestares y otros no, incluso, había omegas que tenían necesidad de reproducirse toda una semana.

Al no escuchar respuesta, miró sobre su hombro a una ruborizada Lisa que jugaba inquieta con sus dedos.

—Lalisa —la omega alzó la vista hacia sus ojos—, no tengas vergüenza, si se supone que soy tu alfa debería conocer tus celos.

Lisa sonrió un poco.

—Pues... No son nada muy fuera de lo común. Comienza con mi olor, que se incrementa de a poco los días anteriores al celo, hasta que este comienza y se mantiene igual de fuerte por unos tres o cuatro días, no sufro de malestares de vientre fuertes pero si de dolores de cabeza, aunque sólo los primeros dos días. Puedo controlar bastante bien el tema de... Querer reproducirme...

—Follar, Lalisa, sin vergüenza, si no te gusta esa palabra tienes otras más para lo mismo: Sexo, ñiqui ñiqui, hacer el amor... Si es que quieres hacerlo un poco más romántico.

—Rosé, un tronco muerto es más romántica que tú —se burló con una sonrisa—, no seré romántica. Pero si hay algo que deba saber de mis celos... Pues, mis ganas de follar van aumento conforme los días, y mi loba se hace un tanto incontrolable con ese tema, y exige más atención con el paso de los días. Los primeros días lo voy controlando bien, no parece que esté en celo, menos por mi olor, claro. Por eso es que yo tampoco me doy cuenta muy rápido de que llegó.

Rosé asintió, escuchando atentamente.

—Aunque puede que este celo sea algo diferente a los demás —su voz sonó más tímida—, considerando que estoy contigo, y que eres mi alfa, y mi loba está más inquieta que antes y quiere... —estaba totalmente ruborizada, se mordió el labio, dejando de hablar.

Rosé rió un poco, sintió la ligera vergüenza de la pelinegra, la miró con una sonrisa amable.

—¿Tienes la necesidad de follar conmigo? —completó, en tono algo egocéntrico.

Lisa frunció un poco el ceño, Rosé no se lo tomaba en serio, o no con la misma preocupación que tenía Lisa, sobre el tema del celo.

—Tú nunca... Pasaste un celo con nadie, ¿verdad? —la pregunta de Park sonó bastante tímida.

Lisa negó.

—Pasaba la mayoría del tiempo con mi abuelita —dijo—, ella es la única omega en la familia a parte de mí, es mi gran apoyo en temas de omegas, en temas de la vida en general... Cuando llegaba mi celo me quedaba con ella, tiene una casa detrás de la de mi familia, más acogedora y agradable que en la que "vivo" —las comillas destacaron el hecho de que Lisa no pasaba casi nada de tiempo en su casa—. Ella me cuidaba todos los días que durara el celo y para los últimos... Pues ella también guardaba mis juguetes —se ruborizó mucho más con esa última frase.

Rosé esbozó una sonrisa, asintiendo. Secó sus manos en sus pantalones, ya terminada la tarea de lavar.

—Rosé —su voz sonó muy baja, tímida, la mencionada la miró sin decir nada—... Entiendo que tú, pues... No tengas... Cuando yo no p-pueda... Eh~

Rosé alzó una ceja.

—¿Podrías-ayudarme-en-mi-celo?

La pregunta sonó apresurada, las palabras salieron todas amontonadas, y el tono tan inseguro de Lisa hicieron que Rosé tardara un momento en traducir lo que había dicho.

El calor subió a su rostro y su corazón se aceleró.

Dentro de su pecho, su loba también estaba algo nerviosa, pero a su vez, emocionada, y corría en círculos.

Lisa alzó un poco la vista, para mirarla con timidez.

—L-Lalisa-

—Está bien, olvídalo —sonaba decepcionado, y comenzó a levantarse de la silla.

Rosé la tomó por los hombros y volvió a sentarla, recibiendo una mirada confundida por su parte.

—Sí, Lalisa —murmuró—, te ayudaré.

La menor comenzó a sonreír de a poco, estirando sus labios, abultado sus mejillas y haciendo que sus ojos se achicaran.

Una sonrisa muy linda y que la hacía ver más linda.

A Rosé se le contagió un poco esa sonrisa.

—No tienes que hacerlo si no quieres —ladeó un poco su cabeza, sonriendo—. No quiero que te sientas obligada.

Park negó.

—No lo digas como si fuera una obligación, como ir a la universidad o cumplir horario de trabajo, Lalisa... Esto es... Diferente. Quiero ayudarte, tal como te ayudo a permanecer escondida, quiero... Ayudarte con eso también.

Lisa solo continuó sonriendo, con las mejillas abultadas y totalmente rojas.

—Prometo ayudarte.

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