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—¡Rosé!

La nombrada alzó la vista con sorpresa, para encontrarse con Miyeon.

—¿No puedo tener un sábado tranquilo? —dijo, aunque el tono de broma, no le molestaba que esa chica estuviera allí.

—Con lo ocupada que estás dudo que sea así, está tan atestado de clientes —dijo, con una sonrisa falsa, haciendo un ademán al lugar, dónde con suerte llegarían a ser cinco personas haciendo sus compras.

Rosé se encogió de hombros.

—¡JuJu~! —la voz alegre de Shuhua, aunque rara para Rosé, muy cotidiana para la alfa, hizo que ambas miraran a la sonriente muchacha, que llevaba puesto un vestido blanco, del mismo tono que sus uñas, y demasiado corto para el gusto de Park.

—Para usar eso porqué no sales desnuda —comentó, haciendo que la sonrisa en el rostro de Shuhua desaparezca.

—Que bueno que no me visto parar ti, tarada —resopló molesta.

—Cállate, Park —también intervino Miyeon, y Rosé sintió un zape en la nuca, fruncio el ceño, algo molesta—, como si te vistieras tan bien como mi Susan —cubrió con un brazo los hombros de la omega, quien volvió a sonreír.

Rosé rodó los ojos, las chicas decidieron irse y Miyeon fue la única que se despidió, al menos de lejos, de la rubia, alegando que el olor a café le quedaba bastante bien.

No le dio mucha importancia a las chicas y volvió a ver las páginas de su libro, aunque no leía.

Había pensado toda la mañana en lo que había visto en la televisión, no había terminado de escuchar todo, pero las charlas de los clientes le habían dejado claro que ese tal Jennie Kim había dado una descripción de Lisa, su altura, peso, color de su pelo y ojos, y lo que llevaba puesto la última vez que la habían visto; para después describir a su forma de loba, aunque Rosé creía que se habían equivocado completamente, ella misma había visto lo adorable que era la omega en su forma animal, como un cachorrito de pelaje blanco que parecía de unos pocos meses, mientras que, por lo que había escuchado, Lisa cambiaba a una loba más adulto pero pequeña y algo delgada.

Y para su mala suerte, también habían dicho que la omega tenía más posibilidades de estar en ese mismo barrio.

Se había pedido alerta por si alguien llegaba a sentir el olor a manzanas y caramelo, propio de Lisa.

Y cuando escuchó el tema del olor, Rosé supo que estaba bastante jodida.

Con todo su departamento apestado a Lisa, que ya de por sí tenía olor fuerte, sumado a que ahora la chica estaba en celo y había incrementado más que Rosé ni siquiera tenía olor propio para al menos disimularlo, y que cargaba con el aroma de la pelinegra todo el día por dormir juntas toda la noche... Nada parecían estar a su favor.

Y por más que no quería tocar el tema, porque sabía que a Lisa le provocaba temor, y que a ella tampoco le gustaba la idea de que ocurriera, era algo inevitable.

Debía hablar con Lisa de qué pasaría cuando ya no pudiera esconderse más.

Terminó su turno y caminó más apurada de lo normal hacia el departamento, sintiéndose casi perseguida, aunque sabía que sólo está siendo paranoica.

Hacía mucho frío, y por más que tuviera varias capas de ropa, este le llegaba a la piel de su cuello, provocando molestias en su garganta.

Y aunque iba con la cabeza gacha para esconder su cuello en la campera, igual alzaba la vista para ver.

Los autos oscuros seguían allí, por cada coche de policía había uno, aunque ahora, esas personas vestidas de traje se veían mucho más amigables que los días anteriores, más sonrientes, desprendiendo olor a confianza.

Creyó ver el mismo hombre del otro día, apoyado a un lado del auto, con un vaso de café en las manos, hablando amenamente con un oficial.

De nuevo, Rosé no se quedó mirándolo demasiado tiempo.

Llegó a su departamento igual de apresurada de cuando salió del supermercado.

Pensó que quizás ya parecía una agorafobica para todo el que la viera andar tan apurada por llegar a su hogar.

—Rosé —miró a Lisa, tenía una sonrisa amplia en el rostro, y de nuevo, tal como siempre pasaba cuando estaba con ella, la loba de Rosé volvió, moviendo la cola con alegría al verla.

Rosé sólo sonrió un poco.

—Hola, Lalisa.

Vio que estaba cocinando, y que la mesa ya estaba acomodada, menos por los cuencos, que estaban a sobre la mesada de la cocina, esperando a ser servidos.

El olor a la comida recién hecha y el dulce de la omega, aunque no tanto como la noche anterior, le hizo saber a la mayor que la chica había tomado los supresores que le había dado.

No podía evitar estar un poco nerviosa por la presencia de la linda omega en celo que tenía escondida veinticuatro siete en su departamento, aunque era más por el hecho de sólo saberlo, porque parecía estar totalmente normal.

Frunció un poco el ceño con curiosidad, acercándose a la olla en la que Lisa estaba cocinando.

—¿Ramen? —preguntó, desde hacía bastante tiempo que no comía un verdadero ramen casero, más específicamente, desde hace más de dos años, cuando su madre cocinaba con todo su corazón tanto para ella y su padre, como para Sooyoung.

Sin darse cuenta, una sonrisa nostálgica se plantó en su rostro, la cual Lisa vio y la hizo reír un poco.

—¿En qué está pensando?

Rosé negó, despejando su mente y borrando su sonrisa.

—Nada, nada...

La pelinegra alzó una ceja, sabía que no era nada, pero no quiso insistir.

—Anda a la mesa, yo llevaré la comida —dijo, haciendo una seña para que se moviera.

Rosé obedeció, se sentó algo de lado para poder ver mejor a Lisa mientras cocinaba, aunque la más baja estaba casi completamente de espaldas a ella.

Pensó unos segundos cómo diría lo que había pasado, y cómo harían cuando ya no pudiera esconderse.

En lo que tardó en animarse a hablar, Lisa había servido uno de los cuencos.

—Lalisa, hoy... Una chica habló de ti en la televisión —comenzó, la omega hizo un sonido afirmativo para que siguiera hablando—. Y... Ya dijeron que estás desaparecida, alentaron a la gente para que busquen. Saben que estás por aquí y... Todos te están buscando —habló con lentitud—. También hablaron de tu olor y, pues... Cargo con el todo el día, creo que no pasará mucho antes de que alguien se de cuenta, y voy a estar en problemas...

Lisa había detenido sus movimientos con la última parte, y fue cuestión de segundos para que la mano que cargaba el cuenco que estaba sirviendo comenzara a temblar, derramando parte de la sopa sobre su manito.

Con su loba preocupada, Rosé se levantó de la silla, tomando el cuenco y dejándolo sobre la mesada, para luego tomar la mano de Manoban con protección.

Vio las lágrimas silenciosas que comenzaban a surcar por su rostro.

Rosé supo que no iba a ser necesario decir que la encontrarían pronto.

—Y-yo... Deberia irme... N-no quiero molestarte —dijo, bastante bajo, pero Rosé pudo escucharla al estar tan cerca.

—Lalisa, no te apresures —la omega bajó el rostro al suelo y tiró la mano para soltarse del agarre contrario.

Eso la molestó bastante, y un gruñido salió de lo profundo de su pecho, volviendo a tomar la mano de Lisa, apretándola un poco más que antes, tomó el rostro de la tailandesa con su otra mano y la forzó a mirarla.

El miedo de la omega se reflejaba también en sus ojos.

Como si un balde de agua helada hubiera caído sobre ella, el enojo de Rosé desapareció, y se acercó para envolverla en sus brazos, esta acomodó su rostro sobre el hombro de la rubia.

—C-creo que... Lo mejor sería que me fuera.

Rosé comenzó a negar repetidas veces.

—No, Lalisa, no, tú-

—Es tal como dices. Sólo te metería en problemas, no puedo ser tan egoísta.

—La egoísta aquí soy yo, Lalisa. Yo no quiero que te vayas.

Lisa guardó silencio un momento.

—Rosé... —se separó un poco, quedando a unos centímetros del rostro lleno de pecas, la dueña de este no dejó de abrazarla pero aflojó el agarre—. No mientas, por favor. No me mientas, no me hagas creer cosas que no son, por favor —intentaba sonreír entre lágrimas, aunque no lo logró—. Tú... No me ves como yo te veo. ¿No lo entiendes?

Park frunció el ceño con confusión.

—Tú eres predestinada, eres alfa —notó la expresión de Rosé cambiar con esa última palabra, llevó su mano hacia la nuca de la mayor, buscando un poco bajo la remera la marca de la mordida, aunque era una cicatriz, a Rosé le pareció doler ese mínimo tacto—. Esa marca no me importa —comenzó a trazar círculos, como pequeñas caricias—. Tú me gusta, Rosé —declaró, con una sonrisa.

Rosé se sorprendió un poco ante esas palabras, rápidamente, el rubor subió a sus mejillas, aunque era mucho menos que el que estaba en el rostro de Lisa.

—Pero entiendo que yo no te le gusto —la sonrisa decayó, dejando una expresión de pena—. Y no hay una razón por la cual quisieras que me quede, Rosé, así que te pido que no me des ilusiones.

Rosé miró unos segundos a sus ojos, mientras estos se ponían cada vez más brillosas por las lágrimas.

Su loba se sentía mal, podía sentir como quería quedarse con Lisa, y a su vez, cómo estaba odiando a Rosé por ser tan idiota de no valorar a la omega.

—Escucha, Lalisa —habló bajo, casi seria, y las lágrimas en los ojos de la rubia se incrementaron—. Quiero que te quedes, no sabes cuánto enserio quiero que te quedes... Y no sé cómo explicarlo, no sé qué pasa, pero... —tomó bastante aire, nerviosa, Lisa esperaba con ojos impacientes—. Me encanta llegar a casa y saber que estás esperándome, me encanta como te acurrucas contra mí cuando duermes, tu olor me tranquiliza tanto después de un largo día, que me duermo más rápido y con más paz. Me encanta cómo mi loba vuelve a mí misma cuando estoy contigo, nadie nunca hizo nada así... Me encanta abrazarte mientras duermo, y lo tibia que es la cama contigo, y luego, cuando me despierto, puedo verte, aún dormida, y eres tan... —sintió timidez, incluso antes de decir la palabra, Lisa la miraba sin piedad, sonriendo y mordiendo su labio inferior—, hermosa, Lalisa, y eso también me encanta.

Ella no pudo decir nada, bajó la mirada al suelo, se sentía halagada en demasía, la única persona que le había dicho cosas tan lindas era su abuelita, pero no se comparaba el efecto que hacían esas palabras al venir de Rosé.

—Tengo muchas razones para que te quedes porque me encantas —Park había dicho esas palabras muy bajo, al punto en que Lisa tuvo que darse unos segundos para pensar si no las había imaginado, luego miró el rostro, totalmente enrojecido, de su mayor, su alfa, quién también estaba con una leve sonrisa, casi penosa.

—Rosé —la otra sólo la miró con atención—, si logro quitarme el collar, ¿me marcarías?

A Rosé en serio le tomó por sorpresa esa pregunta.

—Si al marcarme puedes quedarte conmigo, ¿lo harías?

Park miró un segundo los grandes ojos de la muchacha, aquellos que le habían gustado desde que los vio bajo un montón de basura.

—Sí, lo haría —respondió con firmeza.

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