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Alekei

—Llegas tarde. Otra vez. —hablé escuchando el crujir de las hojas del parque bajo sus botas a la vez que  expulsaba el humo de mis labios.

—¿Quieres que invente alguna excusa o lo dejamos así?—preguntó Denis haciendo que curvara mis labios hacia arriba.

A veces me hacía sonreír.

—¿Quieres? —ofreció después cogiendo un sitio en el banco de madera a mi lado extendiéndome un cigarro de cannabis.

—Deja de fumar esas mierdas. —le dije moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Te ayuda a relajarte. Te vendría bien viendo la cara de oler mierda que llevas todo el día. —respondió encendiendo el cigarro.

Mis ojos fueron a su cráneo, recordando la primera vez que nos conocimos en la cafetería de la academia en Moscú de mi padre, y me pregunté cómo había reunido la paciencia suficiente todos estos años para no matarlo.

—Estás en mi sitio. —le dije al rubio que me miró con una sonrisa burlesca antes de responder.

—¿Ah sí?¿Dónde lo pone? —se dió la vuelta revisando la parte trasera de la silla. —Yo no veo nada.

Antes de que pudiera meterse otra cucharada de comida a la boca le cogí del pelo y estampé su cara contra el plato partiéndolo en dos. Luego golpée su rostro contra la mesa varias veces hasta que su nariz empezó a echar sangre a borbotones y de su frente salió un pequeño hilo rojizo. Después, con el dedo manchado de su sangre, escribí mi nombre en el respaldo de la silla.

—¿Lo ves ahora? —pregunté con una sonrisa burlesca, esperando una respuesta que no tuve nunca. Pues él había quedado inconsciente con la cabeza encima del plato roto.

Yendo a la enfermería unas horas después volví a encontrármelo, como si fuera una lapa de la que no pudiera deshacerme.

—¿Vienes a matarme? —habló al nada más verme con un intento de sonrisa.

—No tendrás ese privilegio. Al menos no aún. —respondí con una sonrisa corta.

—Vaya. Qué desilusión.

—Tienes una cabeza muy dura. —dije fijando su atención en su cabeza vendada.

—Gracias. Entreno todos los días dándome golpes con la pared. Aunque prefiero las mesas. —murmuró en una ácida ironía.

En ese entonces me resultó interesante. Puede que en un futuro me arrepintiera de lo que estuve a punto de decir, pero no me lo pensé demasiado.

—Me gustas...

—Lo siento, pero soy hetero. Búscate a otro juguete sexual. —replicó interrumpiendo lo que iba a decir con una mueca adolorida.

—No me refiero a eso, idiota... —otra vez volví a ser interrumpido antes de continuar.

—¿Qué quieres entonces?¿Qué seamos mejores amigos para siempre? Porque déjame decirte que tienes unas formas muy curiosas de hacer amigos. —cerré mis ojos y toqué mis sienes con irritación.

—Quiero que trabajes para mi cuando salgamos. Serás alguna mierda así como mi mano derecha. ¿Sabes disparar? —pregunté después tras soltar un resoplido.

—Si.

—¿Qué se te da bien hacer?

—Se me dan bien los ordenadores y manipular a la gente. —señaló su rostro con una sonrisa ladina. —Esta carita de aquí puede conseguirte lo que quieras.

—Tu cara ahora mismo se ve como la mierda, pero me sirve. —hablé antes de darme la vuelta y salir de allí.

—Deberías de haber venido al concierto de hoy. Te hubiera gustado. —habló a mi lado sacándome de la burbuja de mis recuerdos.

—¿Por qué? —pregunté con desinterés.

No me gustaban los lugares abarrotados de gente, así que me importaba una mierda.

—Lena estaba allí. —respondió con una sonrisa que se convirtió en una carcajada al ver mi cara. —Estás muy pero que muy jodido.

—¿Te dijo algo? —pregunté ignorando lo último que había dicho sin poder quitar ese ardor encima de mi pecho.

Era inútil negar lo innegable. Estaba más que muy jodido por ella.

—No, pero la vi hablando con Theo.

—Recuérdame porque todavía sigue teniendo la cabeza en su sitio. —dije entre dientes jugueteando con el piercing de mi lengua.

—Toca muy bien, si lo hecho sería perjudicial para la banda y lo sabes.

—Mmm. —respondí desviando la atención a mi Rottweiler que ahora tenía un pájaro muerto atrapado en sus dientes.

—No te estreses, te mantendré al tanto de todo. —añadió soltando el humo por su nariz. —Si yo fuese tu me terminaría de lanzar, antes de que la competencia se haga grande otra vez.

—No digas estupideces. No existe una competencia para mí.

Después de mi padre era el segundo a cargo de la mayoría de distritos de todo el país, incluso de Asia y Europa.

Me faltaba muy poco para hacerme con el primer puesto. Todos sabían que yo sería el próximo Pakhan. Era cuestión de que mi padre se retirara y el hombre tenía un pie en la tumba.

—Además ella es mía Denis, lo es y lo será toda la jodida vida. —escupí entre dientes y su sonrisa solo se ensanchó más.

—Si estás contando con que corra a tus brazos, olvídate. Sería mejor que la reconquistaras, y por el camino que vas, vas bien mal.

Pretendí ignorarlo llamando a mi perro para que viniese y para que así cerrara la boca de una vez.

Con algunos eso funcionaba, pero con Denis la mayoría de veces solo servía para darle rienda suelta a que no deje de hablar nunca.

—O podrías olvidarte de ella de una vez. Cambiar de aires. ¿No te gustan las rubias? —continuó en una mofa refiriéndose a Polina con una sonrisa divertida. Luego juntó sus cejas, como si hubiera descubierto algo. —Espera un momento. ¿Has estado enamorado de la misma desde hace una década? Jodida mierda, eso es vergonzoso para tu imagen como el futuro Pakhan, definitivamente tienes que olvidarte de ella.

—Más vergonzoso es ir repartiendo tus fluidos por toda la ciudad. —repuse con una voz áspera.

Además ambos sabíamos la respuesta a eso. Me arrancaría el corazón y lo tiraría a la basura antes de entregárselo a alguien más.

Sabía que no me había olvidado y que seguía estando bajo su piel, igual que ella bajo la mía. Y no precisamente por los veinticinco tatuajes que tenía a su nombre.





Lena




Esta noche no tengo otro plan que no sea terminarme Carrie después de mi trágica cena con mis padres abajo. Incluso tuve que olvidarme de mis entradas para ir al combate de boxeo entregándoselas a Leto a modo de disculpas. Idea de mi padre, no mía.

Cuando abro la puerta y lo veo sentado en una esquina de mi cama la mandíbula casi se me cae al suelo. Él al verme guarda su teléfono en el bolsillo de sus pantalones y sonríe.

—Hola. —su voz ronca hace eco en las paredes de la habitación. O tal vez es mi cabeza que le encanta reproducir una y otra vez su voz.

Al ver la bolsa negra que está a sus pies y los latidos de mi corazón se convierten en unos frenéticos que no me dejan respirar con normalidad. Mis uñas se clavan en la palma de las manos mientras indago sobre qué hay en esa bolsa y para qué mierdas ha venido.

Bien puede haber traído esas cadenas que tanto le gustan para hacer no se qué cosas con ellas.

—No deberías estar aquí. —digo en un bajo murmuro atreviéndome a mirarlo por primera vez.

Mis músculos se estremecen y retrocedo al ver que se ha movido.

—Ven. —habla señalando el lado libre junto a él, a lo que yo niego varias veces.

—Vete o gritaré. —soy bastante firme,  pero aún así él dibuja una sonrisa ladina.

—No te voy a matar, Lena. —pasa una de sus manos por su cabellera sin dejar de inclinar la comisura de sus labios.

Él ha dicho que no me iba a matar, no había dicho; no te haré daño. No, había dicho; no te voy a matar. Estoy a nada de tener un micro infarto.

Resopla exasperado antes de sacar un ordenador negro con la marca Apple en medio y comenzar a teclear algo.

—¿Qué mierdas haces? —pregunto con las cejas fruncidas.

Quiero acercarme pero después de haber probado lo que muy probablemente fue una mínima parte de su rabia hacerlo me da miedo.

—Más te vale que estés aquí en cinco segundos. —advierte desviando su atención de la pantalla hacia mi. —Uno.

Después empieza a contar y esa es mi señal para salir corriendo lo más rápido posible, bajar a la cocina y decirle al mayordomo o a alguien que había un delincuente en mi habitación y que llamarán a la policía.

Aunque eso sería inútil. Sería mejor llamar a Satán y hacer un pacto con él.

—Cinco. —parpadeo desconcertada, ni siquiera ha contado.

Antes de que se levante voy hacia la cama con pasos rápidos sentándome lejos de él con la espalda apoyada en el espaldar y las rodillas recogidas en un vago intento de protegerme de lo que sea que vaya a hacer.

Después de su última vez me queda muy claro cuál es su carácter cuando se cabrea.

—Vamos a ver películas. —se adelanta a mi pregunta y yo miro como si le hubiera salido un tercer brazo.

Mierda, ahora además de tener un aparente alzheimer tengo el oído mal.

—¿Qué?

—Quiero pasar tiempo contigo. Te echo de menos. Como no te imaginas. —dice en casi un susurro acercando sus dedos para apartar un mechón de pelo de mi cara.

Junto los labios en una fina línea dando gracias a la leve oscuridad por no hacer el sonrojo de mis mejillas más visible de lo que ya es.

—¿Cuál quieres ver? —dice alejando su mano de mi cara. Y casi quiero pedirle que no lo haga.

—Me da igual. —respondo en el intento de sonar desinteresada.

Al final decide poner La Matanza de Texas, esa es una de mis favoritas y casi nadie sabe de eso. Por no decir nadie.

Quiero preguntar cómo lo supo, pero su repentina cercanía me distrae de siquiera respirar con normalidad, haciendo que mis quejas queden en un segundo plano.

Él me mira de reojo varias veces con una expresión consternada como si quisiera decirme algo. Hasta que al final lo hace con sus palabras retumbando en las paredes del dormitorio y de mi cabeza.

—¿Por qué huyes de mí, Lena?¿Por qué me ignoras? Dime qué te he hecho. —su voz se asemeja más a una súplica que a una demanda. Muerdo mi labio inferior queriendo ocultar mi nerviosismo.

—No me caes bien. —digo con tanta seguridad que hasta yo misma puedo creérmelo por cinco segundos.

—¿No? Bueno, no dijiste eso cuando estuviste a punto de correrte en mi boca.

—Me ataste. —replico ignorando la vergüenza que estará a punto de matarme pronto.

—Las manos. Nadie te obligó a abrir las piernas. —quiero darle una patada en la boca para que se calle.

Porque tiene toda la razón. Aún así siempre busco excusas estúpidas para justificarme pretendiendo que lo que hago es por obligación, porque él me obliga.

A veces es mejor autoengañarse a una misma que aceptar la realidad.

—Eso no quiere decir nada, me sigues cayendo mal y no quiero nada contigo.

Para mí suerte en aquel momento recibe una llamada. Él se aleja antes de responderla y decir algunas cosas en ruso. Y yo solo suspiro mirando la pantalla del ordenador que ahora está en pausa.

El líquido que impregna mis muslos internos no hace más que recordarme lo idiota que soy por seguir poniendo mis ojos en él indebidamente. Y como si el chocolate fuera a ayudar le doy un gran bocado a la chocolatina Reese's.

Los minutos que tengo que esperar son una tortura, odio esperar. Su voz calmada hace que me pregunte quién es la persona que estaba del otro lado. ¿Su novia?¿Otra vez? Tiene sentido. Si mi novio pasara un viernes por la noche fuera de casa sin decirme una mierda también lo llamaría. O incluso peor.

Él posa sus ojos en la rosa roja que conservo cerca de la ventana, luego la coge y antes de tirarla a la basura arruga los pétalos con saña apretándola en su mano. Abro la boca para quejarme, pero antes de hacerlo cuelga la llamada mirando algo en la pared de enfrente, es un crucifijo que me regaló mi tía de parte materna.

Es jodidamente religiosa. Románica, apostólica, católica, ella no discrimina. Gracias a ella fui bautizada e hice la comunión. En ese entonces se quedó en nuestra casa y nos hizo prometer a mi madre y a mí que nunca jamás nos deharíamos de su preciado crucifijo. Así que ahí está ahora, en la pared colgando como un cuadro más.

Junto las cejas cuando lo descuelga y lo sostiene viniendo hacia mí.

—No soy religiosa. —me adelanto antes de que abra la boca. Apresurándome a su pregunta.

—Lo eres. —responde con toda la seguridad del mundo.

—No. —repuse con ojos desafiantes.

¿Quién se cree que es para decirme lo que soy y lo que no?

Él suspira al aire con cansancio, la cama se hunde con su peso y comienza a pasar el crucifijo por mis piernas desnudas. Creo que ahora mismo no es buena idea llevar pantalones cortos de seda.

—Deberías emplear esa mentirosa boca tuya en otra cosa y no en decir tonterías.

—Y tu deberías emplear tu tiempo en estar con tu novia la rubia y no en engañarla con alguien a quien no le gustas. —digo con unos celos saliéndome por los poros. Como si tuviera derechos de estarlo.

Solo porque os hayáis besado y hecho cosas extrañas no quiere decir que seáis algo. Me regaño a mi misma sabiendo que no servirá de nada.

Cuando por fin levanta la cabeza y me ve sonriente tengo ganas de ahorcarme por lo que he dicho.

—¿Estás celosa?¿Es eso? —pregunta sin quitar esa estúpida sonrisa suya.

—No tengo derecho de estarlo, tu y yo no tenemos nada. —respondo ignorando ese tirón de estómago.

—Polina no es mi novia. —suelta las palabras con molestia, casi como si me estuviera recriminando por algo. —Es una amiga que trabaja para mi. —añade con una voz más suave.

En ese momento una exhalación se me escapa de los labios. Como si me hubiera quitado un peso de encima.

—Además, no tienes motivos para estar celosa porque sabes muy bien que es imposible que fije mis ojos en otra que no seas tú. —continúa haciendo que el sonrojo de mis mejillas aumente y la sonrisa que tanto intento ocultar se ensanche.

—No, no lo sé. —ladeo la cabeza obligándome a borrar esa sonrisa. Mi respuesta parece enfadarlo y no sé porque eso que los retortijones que momentos antes estaban en mi estómago ahora sean sustituídos por un cosquilleo extraño.

—Si que lo sabes, Lena, lo sabes malditamente bien. —clava sus dedos en mi rostro evitando que mire hacia otra parte. —Deja de mentir de una jodida vez. —escupe lo último en un susurro haciendo que casi pudiera saborear su aliento por la cercanía de nuestras bocas.

Antes de que pueda siquiera pensar en lo que me ha dicho se aleja y reanuda la película con el crucifijo aún en sus manos jugando con él con un brillo extraño en sus ojos.

Mi estómago no deja de dar mil volteretas y los latidos de mi corazón no dejan de latir con fuerza haciendo que me duela el pecho. Odio lo que me hace sentir porque sé lo prohibido que es, pero al mismo tiempo eso es lo que me tiene queriendo más del él, lo que me tiene volver a quererlo entre mis piernas.

No te conviene. Digo en mi cabeza recordando lo que sucedió con Matt. Es jodidamente peligroso. Y aún así mi boca se abre soltando unas palabras que no debería de haber dicho.

—¿Por qué le hiciste eso a Matt? —él me mira de reojo arrugando el ceño por un momento hasta que relaja su rostro y mueve sus hombros con indiferencia.

—No lo sé. —responde con un atisbo divertido detrás de sus ojos. —¿Por qué me mentiste? —pregunta poniendo sus orbes azules directamente en los míos.

Mi garganta se seca y mis labios se abren queriendo defenderme de su acusación más que cierta.

—Quería ayudar a una amiga. —digo con la mirada clavada en la pantalla.

—Mmm. —suelta moviendo la cabeza hacia un lado, teniendo una mejor vista de mi perfil. —Eres mentirosa, lyubov'. Debería cortarte la lengua. —murmura con una sonrisa ladina.

Escuchar eso y recordar cómo acabó Matt hace que esté a punto de tener otro micro infarto.

Cuando pone dos de sus dedos en mi yugular descubriendo los acelerados latidos de mi corazón doy un pequeño salto por el susto.

—Cálmate Lena. Sólo bromeaba. Ya te he dicho que nunca te haría daño de esa forma. —dice en un bajo murmuro llevando sus dedos a la curvatura de mi cuello dejando un rastro de caricias.

Trago saliva antes de ser capaz de mirarlo a los ojos.

—¿De qué forma lo harías? —pregunto con el corazón casi en la boca y mis bragas estando a punto de ceder ante la capacidad de aguantar mis flujos.

Él pasa su lengua por su labio inferior y observa mi clavícula como si quisiera arrancarla con sus dientes. Mierda. No debería de haber preguntado eso.

—Ten cuidado con lo que preguntas. —responde volviendo a fijar sus ojos en la película decidiendo ignorar nuestra conversación. Pero no quiero dejarlo ahí.

—Quiero saber. —musito arrugando el ceño, instándole a hablar.

Él suelta un resoplido y me ve una última vez antes de pausar la película una vez más y dejar el ordenador en la mesita de noche. Después cierne su cuerpo sobre mi dejando sus manos a cada lado del mío y apoyándose en ellas para no caer encima de mi.

—¿Cuántas ganas tienes de saberlo? —susurra encima de mis labios mezclando nuestros alientos y rozando la punta de su nariz contra la mía.

Dejándome llevar por nuestra cercanía impulso inclino mi cuerpo hacia arriba y junto nuestros labios en un casto beso que él convierte en uno feroz, devorando cada parte que pueda ofrecerle y más.

Un jadeo muere en su boca cuando me arrebata los pantalones junto a mi ropa interior en un momento. Después aprovecha para introducir su lengua y buscar la mía.

—Abre la boca. —determina cuando se separa de mi. El azul de sus ojos me hace temblar. —Lena. —advierte entre dientes con esa necesidad reflejada en sus ojos.

En cuanto la abro él introduce el crucifijo en mi boca hasta la amígdala haciendo que lo humedezca con mi saliva a la vez que aguanto las arcadas.

Cuando está lleno de mi saliva escupe en él y lo pasa por mi estómago levantando mi camiseta de tirantes antes de llevarlo a mis partes íntimas. Al sentir el objeto sobre mi clítoris busco  una y mil excusas queriendo hacer entender a mi cuerpo que tiene que reaccionar, que no está bien, pero como es de esperarse no funciona.

Cierro los ojos mordiendo la punta de mi lengua hasta casi arrancarla cuando introduce el trozo de porcelana hasta hacer que sienta una presión poco agradable. Luego llevo las manos a mi boca y mi visión se convierte en una borrosa por las lágrimas por la tensión insoportable de mi vientre bajo.

Un dolor agudo se esparce por el cuando atraviesa esa extraña presión en un abrir y cerrar de ojos. Las uñas de mis pies se clavan en las sábanas y en mis piernas aparece un ligero temblor.

—Jodidamente precioso. —murmura con sus orbes azules fijos en mi intimidad.

El dolor se va cuando empieza a moverlo despacio penetrándome con el.

Muevo las caderas en un ritmo constante mientras él calla mis gemidos poniendo una mano en mi boca y obligando a mi cabeza a permanecer en la pared, sin poder moverme, mientras él es cada vez más rudo con las estocadas que le da a mi cuerpo hasta que no puedo más y me deshago en cuestión de pocos minutos en las sábanas con un chillido ahogado.

Después aparta mi mano mientras yo jadeo por el oxígeno que me ha sido arrebatado por esa sensación tan intensa y placentera.

Las piernas aún me tiemblan y tengo miedo de decir algo por lo irregular de mi voz ahora mismo.

No es hasta que veo la porcelana manchada de mi sangre cuando la vergüenza comienza a poseer mis mejillas una vez más, y eso empeora al verlo lamer las manchas rojizas con un placer y desasosiego que no he visto antes. El mote desde luego le queda como anillo al dedo.

Después deja el crucifijo colgando al revés en la pared donde estaba antes, ¿Por qué? No lo sé, pero es tétrico. Me cuesta mantener los párpados de mis ojos lo suficientemente abiertos como para ver cómo se acerca apartando algunos pelos de mi cara con sus dedos antes de juntar nuestros labios y fundirnos en un beso del que él tiene el total control.

Al separarnos, inclina mi cara teniendo un mejor acceso a mi cuello y cuando menos me lo espero sus dientes paran a mi piel, haciendo que ahogué un chillido clavando los dientes en mi lengua. No sé si sus dientes han atravesado mi piel, pero lo que si es seguro es que sus labios han vuelto a mancharse de mi sangre. Luego muevo mi cuerpo dejando la cabeza sobre la almohada.

Antes de sentir mis brazos más pesados de lo normal y caer en un profundo sueño escucho su voz diciendo algo que no logro entender. Ni siquiera sé si está en español.

Su forma de tratar mi cuerpo como suyo, recordar sus palabras del otro día y las marcas que fue dejando sobre mi piel después de ese beso en el jardín me da escalofríos, pero lo que me aterra no es eso, es lo que me hace sentir.

Y tal vez tenga razón, porque por más pensamientos negativos que me obligo a tener sobre él y por más que me ruego a mi misma detenerme no lo hago. Simplemente no puedo, y al final todo lo que digo y hago se convierte en una estúpida contradicción. Es como si algo dentro de mi supiera que soy suya incluso antes de saberlo, antes de saber que él vendría de nuevo a mi vida.










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