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Lena

Suelto un pequeño quejido cuando al incorporarme en la cama siento una punzada de dolor en la entrada de mis partes íntimas. Un simple recordatorio que lo de la noche anterior ocurrió de verdad y no fue otro de mis sueños con él.

Me levanto de la cama y voy hacia el espejo. Mis ojos caen sobre la marca de sus dientes a ambos lados de mi cuello, y a medida que las acaricio con la llema de mis dedos mis mejillas se van sonrojando y mi corazón palpita a cada segundo más fuerte.

No sé cómo debería de reaccionar, pero desde luego no debo desear que vuelva a meterse en mi dormitorio a hurtadillas

Mientras me cepillo el pelo eliminando los nudos sus palabras siguen en mi cabeza, haciendo imposible la misión de tener sus ojos lo más alejados de mi cabeza posible. No quiero ilusionarme más de lo que odio admitir, porque ni siquiera sé si es realmente capaz de sentir eso.

Para nadie es un secreto que su cabeza no funciona igual que la del resto. Estoy rodeada de malas personas, si, pero sé con certeza que ninguno reaccionaría como lo hace él. Nadie es tan cruel y sanguinario como lo es él. ¿Cómo sería capaz de querer con el corazón tan retorcido? Sobre todo de quererme a mi, a la niñita hija repelente de su socio con la que solo tiene una extraña fijación y atracción sexual. Antes viene Jesús en chanclas a reprimirme por usar sus artilugios sagrados de forma indebida, que eso.

Bajando las escaleras a la cocina me aseguro de tapar mi cuello con el pelo antes de encontrarme con la empleada del hogar y el mayordomo.

Allí me hago un café y cojo un par de galletas de avena que coloco en un plato. Al sentarme en el taburete tengo que removerme encontrando una posición que sea lo menos incómoda posible.

Un par de minutos después mi móvil vibra con una llamada entrante. Casi se me sale el corazón y el café al pensar que se trata de él, pero al ver el nombre en la pantalla veo que se trata de Grace.

—¿Cuándo piensas volver? Te echo de menos. —me apresuro a decir inflando las mejillas y arrugando los labios en el intento de poner una cara tierna. Lo único que consigo es sacarle una gran carcajada.

—No lo sé, pero espero que pronto, a mi tampoco me gusta estar lejos en estos momentos. Imagina todo el chisme que me estoy perdiendo. —levanto ambas cejas divertida.

—Si, pobrecita tú. —respondo antes de llevarme la taza a los labios.

Ella arruga su ceño analizando mi cara a través de la pantalla.

—¿Qué?¿Qué tengo? —pregunto pasando una servilleta por la comisura de mis labios.

—¿De verdad que no pasó nada más esa noche? —dice vocalizando más de lo normal, como si por esa razón fuese a confirmar algo que no sucedió.

Si le hubiera contado lo que pasó ayer se hubiera subido por las paredes.

—Ya te he dicho que no, ¿Qué más se supone que pasó, según tu? —digo moviendo las cejas.

—¿Me estás diciendo que después de estos años te surge la oportunidad de estar con él y tu simplemente la desaprovechas? No te creo. Yo no te crié así. —responde fingiendo limpiarse una lágrima a lo último.

—Pues créetelo, además, dudo que vuelva a acercarse de esa forma. Le he dejado las cosas bien claras.

Nadie aparte de mí se cree esa mierda. Bueno, ni siquiera yo lo creo. Él piensa que soy suya, de su propiedad, y me encantaría que no sea así pero cada vez tengo más ganas de meterme en la boca del lobo.

—Si claro. —murmura con una sonrisa ladina. —Primero te insinúas y después cuando por fin pasa algo te da miedo avanzar. —muevo la cabeza. Mis dientes se aferran a la suave piel de mi labio siendo incapaz de encontrar algo creíble que decir.

—No es eso. Es solo que no estoy segura y prefiero ir despacio.

—Si yo estuviera ahí te ayudaría a aclararte. —la seguridad con la que habla me hace dibujar una sonrisa corta. —Y hay unas cosas que te tengo que contar.

—¿Qué cosas?

—Tiene que ser en persona.

—Solo vuelve pronto, me estoy muriendo de aburrimiento aquí. —digo en un puchero lastimero antes de colgar la llamada.

Al ir a apagar la pantalla del móvil me fijo en un mensaje nuevo. Es de un número desconocido.

Número desconocido: ¿Cuál quieres ver hoy?

Debajo del mensaje hay una foto con una lista de imágenes de películas, la mayoría de terror o demasiado violentas para mí gusto.

Con una sonrisa que me es imposible de ocultar decido apagar la pantalla para aprender a cómo respirar de nuevo. Al ir a responder él se me adelanta.

Número desconocido: Estaré sobre las doce.

Antes de dejarme sin uñas decido responder con el emoji de un pulgar levantando hacia arriba. Esto es raro y nuevo.

¿Ahora tendríamos citas de películas todas las noches?¿Se le podría llamar cita si quiera? Él y yo solo somos amigos. Amigos con derechos tal vez, pero nada más, así que me lo tomaré como tal.



•••



Esa noche vino media hora antes de lo prometido y trajo un proyector enorme que colocó en el suelo sobre la alfombra, proyectando las tres primeras películas de Saw en el techo.

Ninguno de los dos dijimos nada, pero las miradas siempre estaban ahí. En más de una ocasión quise preguntarle sobre nuestra extraña relación de ahora, pero cuando volvía a sentir sus ojos encima me metía un puñado de palomitas que él también trajo a la boca como excusa de mantenerme ocupada con algo que no fuera pensar o recordar. Sobre todo recordar, porque por más que deseara rememorar tenerlo entre mis piernas sabía que lo mejor era mantenerlo en el pasado.

Hubo un punto en el que me quedé dormida y desperté a la mañana siguiente con el mismo mensaje preguntándome cuál quería ver esa noche. Esa vez le respondí que me gustaría terminar la saga de Saw y él aceptó quedándose conmigo hasta las ocho de la mañana. Ninguno de los dos dormimos.


Nuestro silencio incómodo se convirtió en susurros que protagonizaban nuestras conversaciones y nuestros ojos tímidos se convirtieron en miradas cómplices. Pero aún así no volvió a tocarme, ni siquiera por el intenso brillo que tenía mis ojos fruto de mis ansias por que lo hiciera.

Un día lo vi hablando con mi padre en una de las mesas del jardín trasero, salí a la piscina con la excusa de tomar el sol en una de las tumbonas con ropa que no fuera muy reveladora, y no me miró o me saludo ni una sola vez.

Después de ese día volvió a venir de visita, una que no era para mí pero para mí padre, como de costumbre. Esa vez su rechazo me sacó una mirada confusa, hasta que una noche dejó de venir sin decirme porqué.

No me volvió a escribir y mucho menos volví a recibir alguna llamada o regalo suyo. Terminé por aguantarme las lágrimas mientras devoraba una tarrina de helado viendo Terrifier. Mala idea. La película no hizo más que recordarme a él y empecé a comer helado mezclado con la sal de mis lágrimas.

Siguió viniendo a mi casa, pero todo siguió igual o incluso peor, y yo me pregunté porqué.

¿Ya no le gustaba?¿Le parecía demasiado niñata para esas cosas?¿Demasiado inexperta?¿Fue solo temporal? Esos pensamientos se metieron tan profundo en mi ser hasta calar en mis huesos alimentando mi desasosiego por saber, pero al mismo tiempo me daba pavor saber la verdad, prefería ser carcomida por la inquietud que tener mi corazón roto por él una vez más. Ya estaba lo suficientemente jodida por él.

Así que durante el día me dedico a entretenerme con cualquier cosa.

Ahora mismo estoy tan aburrida que he tenido que recurrir a hacer cosas que no tenía pensado hacer en todo el año. Como ordenar la ropa de mi vestidor. Suelto un suspiro agotador al ver la cantidad de mini faldas y vestidos que me quedan por organizar, ¿Cuándo me compré todo esto?

Unos golpecitos en la puerta hacen que suelte algunas prendas de ropa al suelo por el susto.

—¿Quién es?

—Sus padres requieren de su atención, señorita. —aguanto una risita al oír la voz del mayordomo al otro lado de la puerta.

Está trabajando para un narcotraficante, no para la reina de Inglaterra.

—Diles que ya voy. —respondo apartando con mi pie el montón de botas.

Un par de minutos después estoy bajando las escaleras arrastrando los pies hasta llegar al comedor, donde me esperan mis padres. Arrugo el ceño al no encontrar a Jason por ningún lado.

—Hola. —hablo en un tono algo lastimero mientras me siento en la silla a la izquierda de mi madre.

—¿Qué tal el día? —pregunta ella haciendo el amago de sonreír.

—Aburrido. —respondo tras soltar un suspiro, tal vez si les doy algo de lástima me levanten el castigo antes de lo previsto.

Mi madre me mira con una mueca antes de mirar de reojo a mi padre.

—Bueno, creo que ya fue suficiente con el castigo. —mi padre levanta ambas cejas mientras mastica un trozo de carne. —Mírala, se la pasa todo el día con esa cara de perrito abandonado, además se está portando bastante bien y este año ha tenido muy buenas calificaciones.

Si supieran cómo conseguí esas buenas calificaciones no volvería a ver la luz del sol, pero la intención es lo que cuenta, supongo.

—Está bien mamá, tengo que afrontar las consecuencias de mis actos. —digo removiendo la lechuga de mi ensalada.

Mi padre levanta la cabeza y me mira dejando sus labios en una delgada línea antes de hablar.

—Te levantaré el castigo, pero con una condición. —me señala con el tenedor y yo reprimo una sonrisa asintiendo con la cabeza varias veces.

—La que sea. —respondo tajante. Ninguna condición puede ser peor que estar encerrada aquí.

—De ahora en adelante Leto irá contigo a todas partes. Me da igual si tienes que ir al baño, una cita o lo que sea, será como tú sombra. —suelto una risita viendo de reojo a mi madre para que se ría ella también.

Mi padre no es alguien de hacer muchas bromas, pero esta le había salido bien.

—Buena esa. —respondo desviando mi atención a cortar el trozo de carne del plato.

—No es ninguna broma. —mi cara cambia drásticamente a una de total discordia.

—¿Y no crees que es exagerado? Ni que fuera de la realeza. —replico poniendo ambas manos sobre la mesa.

—Para nosotros eres más que eso, eres nuestro pequeño tesoro. —murmura mi madre apretando una de mis mejillas.

Intento alejar su mano con una mueca.

—Mamá, tengo 20 años. No soy ningún bebé. —digo en un tono de obviedad.

Aunque todavía faltan unos largos meses para que cumpla esa edad.

—Para nosotros siempre seréis nuestros pequeños bebés. —responde en un tono tierno.

Cuando terminamos de comer vuelvo a mi dormitorio en busca de algún bikini que esté limpio para ir a la playa de siempre mientras espero a que Jason vuelva a la casa para ir juntos.




Alekei



Estábamos en una esquina de la terraza del restaurante hablando sobre quiénes tendríamos que eliminar, mientras esperábamos a que cayera la noche.

Aguantar a Denis era mejor que asfixiarme con su recuerdo.

—He traído esto, espero que os guste. —habló Polina al regresar colocándose en medio de los dos. —Son margaritas de maracuyá.

—Nunca había probado semejante mierda. —murmuró Denis antes de darle un sorbo a la bebida. —Pero no está nada mal, deberías probarlo. —me dijo levantando el vaso hacia mi dirección.

—Ya sabes que no me gusta el alcohol. —respondí apartando la bebida hacia Polina. —Iré a por una botella de agua.

Antes de que pudiera levantarme, ella ya lo hizo.

—Iré yo, no te preocupes. —murmuró con una sonrisa forzada.

—Siempre la tienes comiendo de tu mano. —habló Denis acabando con el cóctel de un solo trago.

—No sé de qué hablas. —murmuré encendiendo un cigarro y soltando el humo por la boca.

—Me refiero a Polina, no me digas que no te has dado cuenta. —respondió mirándome con ojos divertidos.

—Lo que sienta, haga o diga Polina me importa una jodida mierda. —refuté con un movimiento de hombros.

Ya le había dejado las cosas claras una vez, si ella seguía sufriendo era porque le daba la gana.

—Mientras unos buscan un mísero trozo de pan para comer otros desprecian el caviar. —murmuró Denis por lo bajo llevando un puñado de frutos secos a su boca.

Después saqué el móvil del bolsillo de mis pantalones. Ese que usaba para verla a escondidas de todos y hablar con ella.

Mis ojos se estrecharon en la parte de abajo del bañador barriendo sus piernas a través de la pantalla. Solté un suspiro cuando ella se dió la vuelta y se dejó caer sobre el colchón de su cama con el móvil entre las manos haciendo que sus pechos rebotasen al caer.

Verla solo aumentaba mi tormento por no poder estar cerca suya tanto como quisiera. Me recordaba lo insensato y capullo que había sido por dejarme llevar lo suficiente como para colarme en su dormitorio a medianoche y poder volver a existir aunque fuera por lo menos un par de horas en las que estaba a su lado.

Por haberla besado y hecho cosas que no debí haber hecho por el bien de la tranquilidad de mi alma. Pero era algo que no podía evitar, mi corazón estaba condenado al infierno y cuando estaba a su lado el fuego quemaba menos.

No puede ser mía, pero lo es y lo será por siempre. Así sea a escondidas y así tenga que poner el mundo a arder para eso.

—Joder. Lo que no tiene por delante lo tiene por detrás. —susurró Denis con una sonrisa corta viendo cómo Lena se subía la falda de espaldas a la cama en mi pantalla.

La sonrisa se esfumó tan pronto como recibió un fuerte golpe en sus costillas.

—El próximo será en los dientes. —dije de mala manera volviendo a poner mi atención en ella. Esta vez escondiendo más el móvil asegurándome de que nadie más la estuviera viendo.

—Era broma, joder. —murmuró con la voz entrecortada. —Además, sabes que ella para mí es como una Barbie. No tiene vagina.

Con una mueca asqueada moví la cabeza, soltando todo el humo del cigarro en un suspiro. Respirar cuando ella no estaba cerca era como si miles de alfileres se clavaran en mis pulmones, y con el humo del cigarro esos alfileres dolían un poco menos.

—La echo de menos. —las palabras brotaron de mi garganta sin haberme dado cuenta. —¿Crees que fue una buena idea? —le pregunté después sintiendo un nudo apretar mis entrañas.

Denis a mi lado chasqueó la lengua antes de hablar.

—Mierda, otra vez no. No me pagas para que sea un gurú del amor todo el jodido día. —se quejó entre dientes ignorando la mala mirada que le estaba dando.

Cuando estuve a punto de hablar Polina apareció con la botella de agua y un vaso, mirando curiosa la enorme sonrisa de alivio de Denis.

—Gracias a Belcebú. —escuché que dijo después para si mismo.

—¿De qué estábais hablando?

—De lo guapa que estás hoy. —le dijo besando su mejilla.

—Aparta. —protestó ella empujándolo y limpiando el lugar con la palma de su mano y una mueca asqueada en los labios.



•••



Había tomado la decisión de reanudar mis visitas nocturnas. Verla dormir era lo único que necesitaba para que mis pulmones dejaran de doler y mi corazón fuera capaz de bombear sangre otra vez. Cualquier minuto que pasara a su lado era como tomar una bocanada de aire fresco, lo único que me mantenía con la cordura suficiente para no caer y mantenerme alejado.

Dejé que mis labios cayeran sobre su frente una vez más antes de percibir el diamante del pequeño colgante que le había regalado algunos años atrás.

Giré mi cabeza encontrando a Lena asomándose a las gradas de la parte trasera de su nuevo colegio. Seguía yendo a la universidad que me apunté en cuanto regresé de Moscú, pero eso no era una excusa para no venir a verla en sus descansos entre clases y seguir con nuestras reuniones secretas.

La sonrisa que dibujaron mis labios al tener su aroma a vainilla bajo mi nariz fue automática. Luego los dos nos fundimos en un abrazo. Ella fue la primera en separarse con una cara preocupada, pero antes de poder indagar más sobre su estado ella se me adelantó.

—Me besaste. —murmuró casi en un susurro y con sus mejillas más rojas de lo usual. —En la fiesta del viernes.

—Lo hice. —afirmé sosteniendo su rostro mientras acariciaba su nariz con la punta de la mía. —Y lo haría hasta mi último aliento. —dije en un suspiro.

—¿Yo. Te... Yo te gusto? —musitó de forma atropellada.

La miré sin llegar a entender del todo a qué venía su pregunta. ¿No era obvio?

—Date la vuelta. —respondí ignorando su pregunta.

Cuando lo hizo saqué el colgante que había estado creando desde mi segunda semana en la academia y lo encajé alrededor de su cuello deteniendo mis dedos allí por más tiempo.

—Oh. Es precioso. Me encanta. —dijo dándose la vuelta con una sonrisa tensa. —¿Qué flor es?¿Qué significa? —preguntó después, probablemente queriendo desviar el tema de antes.

—El día que lo descubras será el mismo día en que sepas lo estúpida que fue tu pregunta, Lena. —respondí antes de unir mis labios con los suyos sin dejarle tiempo a hablar.

Un bajo ronquido hizo que pestañeara alejando las memorias de mi cabeza y sonreí besando sus mejillas antes de marcharme por su ventana.

Luego marqué el número que me había llamado momentos antes. Era uno de mis hombres.

—¿Qué pasa ahora, Vlad? —murmuré cerrando la verja de su casa con llave.

—Ya tenemos al joven en quirófano, ¿Empezamos o le esperamos a usted?

—Esperadme. —dije colgando la llamada.

Estando otra vez en mi camioneta eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos en un vago intento de sacarla de mi cabeza por lo menos durante el trayecto.

Tres horas después estaba apagando el motor del auto y antes de abrir la puerta me fijé en que había un par de pelos suyos en mi camiseta. Después los cogí entre mis dedos con mucho cuidado de no romperlos, como si estuvieran hechos de oro puro, pensando en ponerlos junto a los otros que tenía en el altar que usaba para una de mis tantas formas de adorarla. 

Me guardé los cuantos pelos en el bolsillo de mis pantalones y fui hasta mi habitación para cambiarme de ropa. Estando en el quirófano me puse los guantes y con el bisturí empecé a cortar el torso del chico que aún seguía despierto. Veía inútil gastar tiempo en poner anestesia si de todas formas perderían la conciencia en cuestión de minutos.

Sonreí al escuchar sus gritos de dolor, la sangre empapó mis guantes hasta que no hubo ni rastro de ellos. Luego aparté los órganos que no iba a necesitar tirándolos al suelo, y tras mi seña una joven chica acercó un carrito de metal, donde dejé el hígado y el par de pulmones. Todo aquello me tomó poco tiempo, las clases de medicina me habían resultado útiles después de todo.

Además, la carrera fue una de las únicas cosas que me mantuvieron cuerdo en aquel entonces por ser una forma de descubrir cómo verdaderamente funcionaba su cuerpo. Era una forma más de sentirme unido a ella. De poder conocerla mejor que nadie viviendo en este mundo.

Indiqué a mis empleados que retiraran el cuerpo de la camilla, y giré la cabeza al sentir los pasos de alguien por las escaleras.

Denis ojeó las cabezas que flotaban en el líquido dentro de las vitrinas transparentes sobre la estantería que quedaba sobre una mesa con diferentes cuchillos. Fijándose más en una que tenía el pelo teñido con mechas azules. Ese había sido otro de los estúpidos supuestos exnovios de Lena.

—¿Y bien? —murmuré moviendo el piercing de mi lengua con una mirada exasperante, refiriéndome al último hombre que habíamos visto merodear por nuestros almacenes de droga.

—Nada. El hombre no era. —lo que dijo fue suficiente para empeorar mi humor esa madrugada. —¿Crees que me quede bien el azul?

Ignorando su última pregunta pasé mis manos enguantadas por mi rostro y cabello importándome poco teñirlos de sangre.

—Encuéntralo de una jodida vez, Denis, se nos acaba el tiempo.





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