ix. La tarta

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CAPÍTULO NUEVE
La tarta

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DIANNE ENTRÓ EN EL AULA DE Transformaciones con la mente totalmente sumida en una nebulosa, sin dejar de preguntarse qué demonios había pasado en el aula de Adivinación. No dejaba de darle vueltas y más vueltas al asunto, —como si su mente hubiera adoptado una estructura redonda—, puesto que era algo que no acababa de entender del todo o de ser capaz encontrarle la lógica. Y, sin embargo, su cuerpo sí que parecía haberlo entendido mucho mejor que su cerebro. Sus músculos se encontraban algo más relajados, o eso le parecía a ella. 

Al menos fue la sensación que tuvo mientras caminaba en aquella dirección y hasta que notó como otra oleada de calor golpeaba su cuerpo. Nada más sentirlo, alzó la mirada al instante.

Harry estaba sentándose en su sitio, con su mirada azulada clavada en ella y sin prestarle atención a las miradas furtivas que los demás le lanzaban, como si esperaban que se fuera a caer muerto en cualquier momento. Dianne arqueó una ceja, en una pregunta muda, pero él se limitó a encogerse de hombros con un simple movimiento. Era como si le estuviera diciendo que él tampoco tenía ni reverenda idea de que estaba pasando.

<<Parece bastante tranquilo>>, pensó Dianne observando al azabache, quién no parecía tener entre sus planes el apartar la mirada de ella.

Pero lo que no sabía era que se equivocaba totalmente en su pensamiento, puesto que casi todos los músculos del cuerpo de Harry estaban tensos. Dianne no era la única que no sabía lo que estaba pasando, él tampoco. Y, para el de apellido Potter, todas aquellas nuevas sensaciones eran bastante más difíciles de esconder.

Se vieron obligados a romper el contacto visual en cuanto todos los alumnos se sentaron en sus lugares y la profesora McGonagall comenzó la clase. Pese a eso, Dianne sentía la intensa mirada de Harry sobre ella, taladrándole la nuca, como si quisiera penetrarle la mente y ver qué era lo que pensaba exactamente. 

De forma totalmente inconsciente, se removió, incómoda en el asiento. Se ganó una mirada confundida por parte de Theo, quien estaba sentado a su lado, a la que Dianne le restó importancia con un desganado ademán. Aunque el chico Nott la miró como si no se creyera aquella actuación y sospechara que ocultaba algo.

<<Contrólate, Dianne. Llevas años siendo una buena actriz, sigue así>>, se decía a sí misma, para darse ánimos o algo por el estilo.

Apenas escuchaba lo que la profesora McGonagall explicaba sobre los animagos, y eso que el tema le interesaba de sobremanera, pues estaba demasiado concentrada en analizar sus reacciones. No acababa de entender la mayoría de sensaciones que la recorrían por completo, como lo haría la lava por en conducto de un volcán, y realmente temía que eso la volviera loca durante el resto del curso. Ni siquiera prestó la menor atención cuando la profesora se transformó ante los ojos de todos los presentes, en una bonita gata atigrada, con marcas de gafas alrededor de los ojos.

—¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un chasquido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.

Todos se volvieron hacia Harry, quien sostuvo la mirada a Dianne. Pero nadie dijo nada ante la pregunta de la profesora durante un largo lapso de tiempo.

Entonces, Hermione levantó la mano.

—Por favor, profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo hojas de té y...

—¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿Quién de vosotros morirá este año?

Todos la miraron fijamente y Dianne pasó saliva sin darse cuenta.

—Yo—respondió Harry, sin siquiera pestañear.

—Ya veo—dijo la profesora, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas...—se detuvo a mitad de la frases y los alumnos vieron como su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es unas de las ramas más imprecisas de la magia. Los verdaderos videntes son muy escasos y la profesora Trelawney...—volvió a detenerse y añadió—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter, así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que, si te mueres, no necesitarás entregarlos.

Hermione se echó a reír, al igual que Daphne. Dianne esbozó una pequeñísima sonrisa, y estuvo segura de que Harry se había sentido mejor con los comentarios de Minerva. Theo y Blaise intercambiaron una mirada, puesto que habían notado la vacilación en la forma de hablar de la profesora.

<< Creo que a McGonagall no le cae demasiado bien la profesora Trelawney>>, dedujo Dianne, quien también había notado las razones de la animaga para interrumpirse de aquella manera. << Me pregunto por qué...>>.

Lejos de aquella aula tenuemente iluminada y llena de aquel agobiante perfume, era más difícil aterrorizarse por el augurio de unas cuentas hojas de té. Sin embargo, y como era normal, no todo el mundo estaba tan convencido.

—Entonces Malfoy tampoco se tiene que preocupar, ¿no? —cuestionó otra irritante voz.

Dianne le dirigió una muy mala mirada tanto a Lavender Brown como a Parvati Patil, haciéndolas temblar en el sitio. Se preguntaba quien demonios les había dado permiso para hablar de ellos, como si fueran amigas. Tenían suerte si no las empujaba al lago Negro, para que el Calamar Gigante se las comiera de un bocado, por ser terriblemente insufribles.

—¿A cuál de los dos os referís? —cuestionó Minerva, arqueando las cejas.

—A los dos, profesora—acabó por responder Dianne, con la mandíbula apretada, y notando la penetrante mirada de Harry sobre ella. Soltó el aire de manera inaudible antes de seguir hablando—. La profesora Trelawney dijo que mi taza no era... para nada alegre. Y no supo contestarme cuando le pregunté que por qué todos aquellos dibujos se unían en uno solo.... Un dragón—añadió, a modo de explicación.

Le pareció ver algo distinto brillar en los ojos de Minerva, como si hubiera entendido algo mejor que ella. Obviamente ese detalle la hizo desconfiar, preguntándose si ya lo sabía. Quizás Dumbledore le había dicho algo, porque después de todo, parecía saber todo lo que pasaba.

—Bueno, señorita Malfoy, yo la veo con buena salud y estoy segura de que no se encuentra mal—replicó la profesora con voz tranquila—. Por el momento, no he visto a ningún alumno convertirse en un dragón, así que quédese tranquila—hizo una pausa—. Aunque no puede negarme que sería un acontecimiento realmente extraordinario—añadió, mientras le daba un sutil guiño.

Dianne contuvo una sonrisa lo mejor que pudo, mientras la profesora volvía a su discurso sobre animagos. Y aquellas palabras la llevaron a preguntarse si habría algún mago capaz de convertirse en un dragón, en una de las criaturas mágicas más majestuosas e increíbles de todo el mundo mágico. Seguramente por eso la profesora había hecho aquel comentario; quizás veía aquello como algo insólito.

Era decir, ¿Qué alma podía ser lo suficientemente poderosa como para convertirse en una de las criaturas más magnificas de todo el mundo?

Era una buena pregunta, para la cual todavía no tenía respuesta. Y era una verdadera lástima no tenerla. Después de todo, seguramente solo era una tontería el pensar que alguien se pudiera convertir en un dragón.

Cuando terminó la clase de Transformaciones, Dianne abandonó el aula, todavía con un burbujeante sentimiento de preocupación recorriendo su cuerpo, como si las palabras de McGonagall no hubieran sido suficientes para tranquilizar a su mente. No estaba del todo segura si era por sus hojas, o si más bien era por las de Harry. También estaba el detalle de que había tenido todo el verano para procesar las palabras de Dumbledore y de Tom Ryddle, así que, ¿para qué hacerse más la loca?

<<No soy una cobarde>>, se repitió varias veces, mientras ponía en marcha su pequeño plan. <<Además, seguro que Harry se pone más nervioso de lo que yo nunca me pondré>>.

—Harry—decía Ron en voz baja, con tono preocupado—, tú no has visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad?

—Sí, lo he visto—dijo Harry, con demasiada naturalidad—. Lo vi la noche que abandoné la casa de los Dursley.

Ron dejó caer el tenedor contra su plato, algo que hizo mucho ruido. Demasiado, en opinión del tercer miembro del trío.

—Probablemente era un perro callejero—dijo Hermione muy tranquila, haciendo que el pelirrojo le diera una mirada cargada de incredulidad.

—En ese caso, espero que no te mordiera o nos pegarás la rabia a todos—intervino una suave voz femenina.

Harry por poco se desnucó para girarse a mirar a la dueña de aquella voz.

Dianne, flanqueada por Daphne y Astoria, lo observaba con una minúscula sonrisa divertida dibujada en sus rosados labios. En una de sus manos tenía un plato de comida, el cual dejó delante de un confundido Harry. A Ron se le hizo la boca agua al ver aquel trozo de tarta.

—Feliz cumpleaños atrasado, Potty—le susurró Dianne, logrando erizarle la piel, algo que pudo observar algo fascinada—. Ronald, aparta tus pezuñas de la tarta de Harry si no quieres que te corte una mano—amenazó, aunque su mirada seguía en Harry.

—Es que tiene muy buena pinta—se quejó Ron, haciendo un berrinche, mientras Hermione reía.

—Lo sabe, Ronald—intervino Daphne, sonriendo tan ampliamente que parecía que se iba a hacer daño en los músculos de la cara—, pero es para Harry. No para ti.

—No tenías por qué—murmuró Harry en voz baja, intentando no ahogarse, aunque no supo muy bien por qué.

—Tú sabes que eso no es verdad, Potty—murmuró Dianne, mientras le dedicaba un leve gesto de cejas y su sonrisa se ampliaba un poco—.¿Qué? ¿Vas a hacerme estar esperando a que la pruebes? Porque si vas a tardar mucho, voy a por una silla...

Harry se apresuró a girarse hacia la tarta, pegándole un golpe en la mano a Ron cuando este hizo un amago de quitarle una de las decoraciones. Ni siquiera le prestó atención a su mejor amigo quejándose, sino que centró su azulada mirada en el trozo de tarta.

Era un triángulo, de unas tres capas a lo sumo, todas de distintos chocolates (que casualmente era el sabor favorito de Harry) y algo que parecía bizcocho. Las decoraciones estaban hechas con chocolate blanco y le arrancaron una sonrisa estúpida: una snitch, un rayo como su cicatriz, una espada y el león de Gryffindor. Además ponía "Feliz cumpleaños, Potty", en letras desiguales, claramente hechas a mano.

Efectivamente, Harry Potter estaba a punto de echarse a llorar por un trozo de tarta.

Hundió el tenedor en la masa y la llevó a la boca, sintiendo la mirada de Ron atravesándolo y casi pudiendo escucharlo salivar como un perro. Cerró los ojos de forma instantánea, y se le escapó algo que estaba a medio camino de ser un gemido. El chocolate había explosionado en su boca, derritiéndose, llenando todo a su paso como una ola del mar. La combinación de todos los chocolates le iba a hacer que le diera la vuelta la cabeza.

—Intenta fingir que no estás teniendo un orgasmo, Potty—le susurró Dianne en el oído, y no sabía por qué era, pero le pareció que la voz sonaba más aterciopelada, suave... sensual.

Estuvo tentado de gemir de nuevo, pero en cambio, abrió los ojos. Movió la cabeza, apenas unos centímetros, topándose con el rostro de Dianne, puesto que no se había incorporado todavía. Fue cuando Harry se dio cuenta de que sus ojos eran mucho más verdes de lo que había podido pensar en algún momento. Sí, tenían bastante gris, pero era como si alguien pusiera una tela sobre la hierba del campo. Además, tenía algunos puntitos marrones, pecas, como las chispas de chocolate de una galleta.

<<¿Siempre ha tenido esas pintitas en los ojos? >>, se preguntó Harry, algo aturdido.

Sin quererlo, su mirada descendió, mientras su cerebro le gritaba que dijera algo, aunque fuera una mísera palabra. Sus ojos se pararon en los labios de la chica, los cuales brillaban como los capullos de una rosa recién abierta.

Observó, casi a cámara lenta, como la lengua los humedecía, y sintió un tirón brusco en su bajo vientre. Uno que lo tomó por sorpresa. Casi se había olvidado de lo que era respirar, en especial porque el suave aliento de la chica lo estaba golpeando en la cara, de forma muy suave. Pero era suficiente para que la cabeza le diera vueltas como si fuera un tiovivo.

<<Oh, por Godric...>>, pensó el chico Potter, pasando saliva.

Al menos, hasta que una garganta se aclaró de forma ruidosa.

Harry parpadeó varias veces, saliendo de su ensoñación, y girando la cabeza en dirección contraria. Ron tenía la cara distorsionada en una mueca de asco, mientras lo miraba como si se hubiera vuelto loco. Aquel asco fue sustituido por dolor, y lo escuchó quejarse. Hermione le estaba dando una mirada bastante mala, siendo una pista de que le acababa de dar una patada en la espinilla.

<<Oh, dulce, dulce karma>>, se burló el azabache.

—¿Y bien? ¿Cómo está la tarta, Potty? —cuestionó Dianne, ignorando sus propias reacciones.

Harry volvió a girar la cabeza hacia ella, tan rápido que por poco se mareó. Le pareció escuchar la risita de Hermione, pero la ignoró olímpicamente.

—Deliciosa—respondió Harry, mirándola de forma intensa.

A Dianne le pareció que la voz de Harry sonaba algo más ronca que antes, algo que envió un calambre a su vientre. Le sonrió escuetamente, pasando saliva.

Varios chillidos a su espalda la hicieron fruncir el ceño con confusión. Tanto ella como Harry miraron a Astoria y a Daphne, quienes se tapaban las bocas con las manos, mientras los miraban con los ojos brillantes.

—Oh, no, no... no os preocupéis por nosotras—habló Daphne atropelladamente, mientras su hermana menor se reía de forma aniñada—. Seguid a lo vuestro, seguid a lo vuestro.

<<¿Qué? >>, pensaron a la vez la rubia y el azabache.

—¿Ah? —soltó Harry, confundido.

—Sí, bueno, aunque deberíais recordar que estamos en un lugar público —intervino una voz, sonando profundamente divertida.

—Y que estamos intentando comer—añadió otra, parecida a la anterior, pero más gruesa.

Dianne fulminó con la mirada a Fred y George, los cuales parecían profundamente divertidos con la situación, al menos a juzgar por las sonrisas ladeadas que esbozaban. A su lado, tanto Lee Jordan como Ginny parecían contener sus sonrisas lo mejor que podían, aunque a la menor se le escapó una corta risa al fijarse en la expresión de su hermano.

—Cerrad el pico, fotocopias—les ordenó Dianne, mientras le parecía que Oliver Wood los estaba mirando de forma intensa—, sino queréis que os lo cierre yo de un golpe.

Los gemelos rieron al unísono, guiñándole un ojo a Harry, y causando que este enrojeciera levemente. Les estaba dando miradas indignadas, pero parecía que los hermanos lo estaban pasando divinamente. Y supo entonces que el próximo entrenamiento de Quidditch sería un verdadero infierno.

—Dianne, ¿tú te crees todo eso del Grim? —cuestionó Hermione, bastante interesada en saber su opinión—. Quiero decir, todo lo que la profesora Trelawney dijo...

—Bueno, teniendo en cuenta que Harry viene de una zona de muggles, me cuesta mucho creer que el que vio no fuera simplemente un perro normal y corriente—respondió Dianne, sin saber que había mandado una ola de calma al cuerpo del mencionado. Pero, lo cierto era que estaba diciendo lo que pensaba de verdad—. Además, ya has escuchado a McGonagall hablar sobre la Adivinación. Es una disciplina poco convincente, y la profesora Trelawney parece una chiflada de manual. Prefiero hacerle caso a McGonagall, la verdad.

La nacida de muggles pareció complacida con la respuesta de la sangre pura, pues le dio una mirada de prepotencia a Ron, quien se limitó a rodar los ojos con fastidio. Harry sonrió, moviendo su cabeza lo suficiente como para observar a Dianne.

—Os dejamos comer tranquilos—murmuró Dianne, dirigiendo su mirada a los ojos azules de Harry. Le ofreció una sonrisa un poco más amplia, pero el movimiento fue apenas perceptible—. Disfruta de tu segundo regalo, Potty...

Luego de decir aquello, se marchó en dirección a la mesa de Slytherin, dejándole claro que había sido ella la que le había regalado aquel majestuoso accesorio para Quidditch...

Y dejando a Harry con una sonrisa estúpida que no iba a ser capaz de ocultar durante el resto de la jornada.




















¡HOLAAAAAAAAAA! ¿Qué tal estáis? Espero que bien.

Tengo que ser honesta y decir que necesitaba meter la escena de McGonagall hablando de Trelawney para ser feliz. Enserio, creo que a Minerva se le nota bastante que no soporta el campo mágico de la otra profesora. Además, es una forma de que Dianne se sienta mejor luego de la lectura de hojas de té.... o no. Quien sabe :D

Bien, si digo que meter escenas con tensión entre Dianne y Harry es mi pasión, creo que me creéis perfectamente, ¿no? Lo siento, —en verdad no, pero x—, pero es que no lo puedo evitar. Me estuve controlando todo lo que pude, pero ahora ya tienen quince años, así que puedo volverlos más intensitos. Realmente mi Harry va ser MUCHO más intenso que el canon, así que ya aviso. Y quien avisa no es traidor.

Debo confesar que lo de la tarta con las decoraciones se me ocurrió sobre la marcha mientras buscaba una forma de cerrar el capítulo. Yo necesitaba alguna excusita para que Dianne se acercara a la mesa de Gryffindor y fue como ¡Bam! Se me vino a la mente súper rápido, la verdad. No sé si queda bien, pero a mí me gusta je.

Bueno, ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¡Espero que os haya gustado!

Realmente me está encantando todo lo que estoy escribiendo de este libro y, no es por echarme flores, pero creo que me va a quedar mejor que el canon. (Ahre, perdón J.K).

Nada más por mi parte, pero... ¡Nos leemos en comentarios!

PD: no olvidéis beber mucha agua ahora que viene al calor <3

| Publicado|: 13/05/2022

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